por Alejandro Sosa Laprida
(versión en pdf, aquí)
« El beso de Judas », por Giotto di Bondone[1]
¡Ah, bueno! ¿Qué quieren que les diga? La
verdad, esto ya no da para mucho más: que Dios nos encuentre confesados...
He aquí un extracto de la entrevista[2] concedida el 18 de
febrero por el Padre Arturo Sosa Abascal, nuevo Superior General de la Compañía
de Jesús:
P. - El cardenal Gerhard L. Müller, prefecto de la congregación para la
doctrina de la fe, ha dicho a propósito del matrimonio que las palabras de Jesús
son muy claras y que «ningún poder en el cielo y en la tierra, ni un ángel ni el
Papa, ni un concilio ni una ley de los obispos, tiene la facultad de
modificarlas».
R. - Antes que nada sería necesario comenzar una buenareflexión sobre lo que
verdaderamente dijo Jesús. En esa época nadie tenía una grabadora para registrar sus
palabras. Lo que se sabe es que las palabras de Jesús hay que ponerlas en
contexto, están expresadas con un lenguaje, en un ambiente concreto,
están dirigidas a alguien determinado.
P. - Pero entonces, si hay que examinar todas las palabras de Jesús y
reconducirlas a su contexto histórico significa que no tienen un valor absoluto.
R. - En el último siglo han surgido en la Iglesia muchos estudios que intentan entender exactamente qué quería decir Jesús...
Esto no es relativismo, pero certifica que la palabra es relativa, el
Evangelio está escrito por seres humanos, está aceptado por la Iglesia que, a su vez,
está formada por seres humanos… ¡Por lo tanto, es verdad que nadie puede cambiar la
palabra de Jesús, pero es necesario saber cuál ha sido![3]
Y esto sin mencionar los dichos del Arzobispo Georg
Ganswein, quien es nada menos que Prefecto de la Casa Pontificia de la Santa
Sede y secretario personal del « Papa Emérito » Benedicto XVI, el
cual aseguró en una entrevista concedida el 25 de diciembre de 2015 que no se
puede demostrar la existencia de Dios. Éste es un extracto de dicha entrevista:
P. - Si alguien le
preguntara: Su Excelencia, demuéstreme que Dios existe. ¿Qué le respondería?
R. - No hay prueba de que
Dios exista, ni hay prueba de que Dios no exista. La fe no opera basada en la
prueba racional. La fe vive de testigos y testimonios. Si soy convencido por un
testigo y por lo que él dice, entonces esto inflama la fe. Todo lo demás no conduce a
la fe, sino que permanece fuera de la fe. Esto es cierto también, y
especialmente, en nuestros tiempos.[4]
Lamento mucho tener que añadir aquí una triste precisión,
y espero sinceramente no escandalizar a nadie al hacerlo, pero resulta que ésta
es la terrible realidad que nos toca vivir a nosotros, los católicos
« post-conciliares »…
La precisión es la siguiente: lamentablemente, lo que
dijo Ganswein fue también sostenido por Benedicto XVI antes de devenir « Papa
Emérito », cuando afirmó que no se puede « probar » la existencia
de Dios y que el cristianismo es, entre todas las « grandes
opciones » en materia de religión, la « mejor opción »,
por ser la más racional y la más humana…
En esta afirmación se combinan agnosticismo y naturalismo,
doctrinas incompatibles con la fe católica y claramente condenadas por el
magisterio eclesial. Huelga decir que la fe en Jesucristo no es una
« opción », sino que es necesaria para la salvación, y que el
cristianismo no es simplemente « mejor » que las otras « grandes
opciones » religiosas, pues se trata de la única religión verdadera. Ésta
ha sido siempre la enseñanza de la Iglesia.
Pero Ratzinger, en total conformidad con la
enseñanza del CVII en materia de ecumenismo y de la relación de la Iglesia con las
religiones no cristianas (Unitatis Redintegratio
y Nostra Aetate), da a entender que
habría otras religiones que también serían « buenas », es decir, dotadas
de eficacia sobrenatural, aunque menos « perfectas » que el catolicismo.
Doctrina por cierto herética, condenada[5] por Pío XI en la encíclica Mortalium Animos del 6 de enero de 1928, y
que fue puesta en práctica con motivo de las
cinco reuniones interreligiosas organizadas en Asís por iniciativa de los
últimos tres « Papas »: Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco.
He aquí las palabras del actual « Papa Emérito »:
« Por último, para llegar a la cuestión definitiva,
yo diría: Dios o existe o no existe. Hay sólo dos opciones. O se reconoce la
prioridad de la razón, de la Razón creadora que está en el origen de todo y es
el principio de todo -la prioridad de la razón es también prioridad de la
libertad- o se sostiene la prioridad de lo irracional, por lo cual todo lo que
funciona en nuestra tierra y en nuestra vida sería sólo ocasional, marginal, un
producto irracional; la razón sería un producto de la irracionalidad. En definitiva, no se puede probar uno u
otro proyecto, pero la gran opción del cristianismo es la opción por la racionalidad
y por la prioridad de la razón. Esta opción me parece
la mejor, pues nos demuestra que detrás de todo hay una gran Inteligencia, de la
que nos podemos fiar. Pero a mí me parece que el verdadero problema actual
contra la fe es el mal en el mundo: nos preguntamos cómo es compatible el mal
con esta racionalidad del Creador. Y aquí realmente necesitamos al Dios que se
encarnó y que nos muestra que él no sólo es una razón matemática, sino que
esta razón originaria es también Amor. Si analizamos las grandes opciones, la
opción cristiana es también hoy la más racional y la más humana. Por eso, podemos elaborar con confianza una filosofía,
una visión del mundo basada en esta prioridad de la razón, en esta confianza en que
la Razón creadora es Amor, y que este amor es Dios. »[6]
Ahora bien: esto es manifiestamente herético…
Veamos lo que dice al respecto la Constitución Dogmática Dei
Filius, promulgada por el Concilio Vaticano I el 24 de abril de
1870:
« Sobre la
Revelación: 1. Si alguno dijere
que Dios, uno y verdadero, nuestro creador y Señor, no puede ser conocido con
certeza a partir de las cosas que han sido hechas, con la luz natural de la
razón humana: sea anatema. »[7]
El primero de septiembre de 1910 San Pío X promulgó el
Motu Proprio Sacrorum Antistitum[8],
con la finalidad de « conjurar el
peligro modernista », el cual incluía, al final del documento, el Juramento Antimodernista que
debía prestar todo miembro del clero, y que fue suprimido por Pablo VI el 17 de julio
de 1967[9], por ser visiblemente incompatible
con la tarea de aggiornamento de la
Iglesia emprendida por Roncalli y continuada por Montini. Joseph Ratzinger efectuó
el juramento (al igual que todos los papas conciliares), por lo cual su violación lo hace incurrir ipso facto en el anatema que pesa sobre quienes profesan la
herejía modernista. Transcribo seguidamente un pasaje de dicho juramento:
« En primer lugar,
profeso que Dios, principio y fin de todas las cosas puede ser conocido y
por tanto también demostrado de una manera cierta por la luz de la razón, por medio
de las cosas que han sido hechas, es decir por las obras visibles de la creación,
como la causa por su efecto. »[10]
Para ir concluyendo, he aquí tres citas de Francisco[11] que están en perfecta consonancia
con los dichos inconcebibles del Superior General de los jesuitas sobre la
necesidad que tendría la Iglesia de « reinterpretar a Jesús »:
« En su constante discernimiento, la
Iglesia también puede llegar a reconocer costumbres propias no directamente ligadas
al núcleo del Evangelio, algunas muy arraigadas a lo largo de la historia, que
hoy ya no son interpretadas de la misma manera y cuyo mensaje no
suele ser percibido adecuadamente. Pueden ser bellas, pero ahora no prestan el
mismo servicio en orden a la transmisión del Evangelio. No tengamos miedo de
revisarlas. Del mismo modo, hay normas o preceptos eclesiales que
pueden haber sido muy eficaces en otras épocas pero que ya no tienen la
misma fuerza educativa como cauces de vida. »[12]
« No hay que pensar que el
anuncio evangélico deba transmitirse siempre con determinadas fórmulas aprendidas, o
con palabras precisas que expresen un contenido absolutamente invariable. »[13]
« El mundo ha cambiado y
la Iglesia no puede encerrarse en supuestas interpretaciones del dogma. Tenemos que
acercarnos a los conflictos sociales, a los nuevos y a los viejos, y tratar de
dar una mano de consuelo, no de estigmatización y no sólo de impugnación. »[14]
Salta a la vista que estas declaraciones coinciden perfectamente
con lo que sostiene el nuevo Superior General de la Compañía de Jesús, de
quien transcribo a continuación otro pasaje de la entrevista:
« La Iglesia se ha desarrollado a lo largo de los
siglos, no es un pedazo de hormigón. Nació, ha aprendido, ha cambiado. Por esto
se hacen los concilios ecuménicos, para intentar centrar los desarrollos de la
doctrina. Doctrina es una palabra que no me gusta mucho, lleva consigo la imagen
de la dureza de la piedra. En cambio la realidad humana es mucho más difuminada,
no es nunca blanca o negra, está en un desarrollo continuo. »[15]
Pero, a todas luces, estas palabras se hacen eco del evolucionismo teológico característico
de la herejía modernista, condenada por San Pío X el 8 de septiembre de 1907 en
la encíclica Pascendi, como lo prueba el pasaje siguiente de dicho documento:
« 25.[…] Hay aquí un principio general: en
toda religión que viva, nada existe que no sea variable y que, por lo tanto, no
deba variarse. De donde pasan a lo que en su doctrina es casi lo capital, a saber:
la evolución. Si, pues, no queremos que el dogma, la Iglesia, el culto sagrado,
los libros que como santos reverenciamos y aun la misma fe languidezcan con el frío
de la muerte, deben sujetarse a las leyes de la evolución. No sorprenderá esto si
se tiene en cuenta lo que sobre cada una de esas cosas enseñan los modernistas.
Porque, puesta la ley de la evolución, hallamos descrita por ellos mismos la forma
de la evolución. Y en primer lugar, en cuanto a la fe. La primitiva forma de la
fe, dicen, fue rudimentaria y común para todos los hombres, porque brotaba de la
misma naturaleza y vida humana. Hízola progresar la evolución vital, no por la
agregación externa de nuevas formas, sino
por una creciente penetración del sentimiento religioso en la conciencia. »[16]
Moraleja: Los católicos tenemos actualmente dos
« Papas » en el Vaticano pero, desgraciadamente, ambos son herejes…
[5]« […]invitan a todos los hombres indistintamente, a los infieles de
todo género como a los fieles de Cristo[…] Tales empresas no
pueden ser aprobadas por los católicos de ninguna manera, ya que se basan sobre la teoría errónea según
la cual todas las religiones son todas más o menos buenas, en el sentido de que
todas, aunque de maneras diferentes, manifiestan y significan el
sentimiento natural e innato que nos conduce a Dios y nos lleva a reconocer con respeto su poder.
La verdad es que los partidarios de esa teoría se extravían en pleno error,
pero además, pervirtiendo la noción de la verdadera religión, la repudian […] La
conclusión es clara: solidarizarse con los partidarios y los propagadores de
tales doctrinas es alejarse completamente de la
religión divinamente revelada. »http://es.catholic.net/op/articulos/19089/cat/703/mortalium-animos.html
[11]Para mayor información acerca de las innumerables herejías y blasfemias
de Francisco, se puede consultar el libro Tres años con Francisco: la
impostura bergogliana, publicado por las Editions Saint-Remi en cuatro idiomas (castellano, inglés, francés e
italiano):
[12]ExhortaciónApostólicaEvangeliiGaudiumdel 24 de noviembre de
2013, § 43: https://www.aciprensa.com/Docum/evangeliigaudium.pdf
[13] Ibidem, § 129.
[14]Entrevista con Joaquín Morales Solá el 5 de octubre de 2014
publicado en La Nación: