miércoles, 31 de julio de 2013

FRANCISCO TOMA VUELO

Por una extraña manera
mil vuelos pasé de un vuelo
(San Juan de la Cruz)

Sí, fue no más ser puesto Francisco en vuelo desde los católicos carnavales cariocas hacia Roma, hinchado aún por el gas del éxito temporal, las palmadas de la prensa y las aclamaciones de las turbas, que (sentido de la oportunidad, le dicen) al fin decidió expedirse, en charla con los periodistas, acerca de aquellos temas sobre los que se venía echando de menos su pronunciamiento. El diálogo en cuestión -tenido a bordo del avión con setenta plumíferos de esos que los diarios comisionan so capa de "vaticanistas"- constituye una de esas piezas que bien podría servir, en los cursos introductorios de las carreras de humanidades, para someterlo al llamado "análisis de texto", tantas las protuberancias y asideros que ofrece a la razón examinadora.

Que de los labios de Bergoglio no deba esperarse la emanación de teologúmenos brillantes era cosa harto sabida, habiendo éste cursado su teología -según opinión más probable- en el Club Hípico Argentino. Pero que se abstenga de confirmar la doctrina de la Iglesia en lo tocante a bioética y moral sexual recurriendo a indecorosas evasivas, es cosa de veras grave. Remitimos a http://www.lanacion.com.ar/1605441-entrevista-completa-papa-francisco-avion-vatileaks-corrupcion-iglesia-lobby-gay-argentina-jo para el texto completo. Proponemos sólo unas pocas observaciones:

1- El uso del término "pecados de juventud" para referirse a la conducta escandalosa de un alto prelado (que bajo esta carátula fue sumariado en la Santa Sede mons. Ricca hace catorce años, al ocupar la nunciatura en Montevideo) resulta, aparte de sofístico, insultante. A la vez que aventura que este hombre, pese a su historial de pecados públicos, será confirmado en su actual y delicado cargo en el IOR.

2- Después de haber reconocido la existencia de un "lobby gay" en el Vaticano -en confidencias luego hechas públicas hace un par de meses-, ahora minimiza la cuestión, como si se tratara de un asunto irrelevante. A más que induce a confusión el preguntarse: «¿quién soy yo para juzgar a un gay?», porque ofrece a la embotada psiquis de las masas la sugestión de que, así como el Papa y la Iglesia no sólo no condenan al pecador -cosa que sólo a Dios corresponde, y esto debe recordarse-, el pecado también queda sin sanción alguna.

3- «El problema no es tener esta tendencia. El problema es hacer un lobby». Contra la enteca argumentación del Papa, tener "esta tendencia" es ciertamente un problema. Tanto, que en aquellos que logran combatirla redunda en mayor mérito. Trascendida la mera tendencia, el consentir en la práctica es ya un pecado grave, que «clama al Cielo» según la Escritura. Y desconocer que el vínculo entre homosexualidad y lobby es tan lamentable como próximo, es desconocer la psicología misma del pecado, especialmente de los más vergonzosos. Algo nos enseña el capítulo 19 del Génesis, antes de narrarse la destrucción de Sodoma. Allí se nos cuenta de esos dos ángeles que se alojaron en la casa de Lot, mientras afuera «los sodomitas, todo el pueblo, jóvenes y ancianos sin excepción, cercaron la casa. Llamaron a Lot y le dijeron: "¿dónde están esos hombres que han venido a ti esta noche? Sácanoslos para que abusemos de ellos». Éste es acaso el primer "lobby gay" del que se conserva registro escrito porque, ¿qué es el lobby sino una conspiración con miras a ejercer el poder en común, a menudo haciéndolo contra quienes quedan afuera del mismo?  Se sabe que en el abuso sexual prevalece más el ejercicio de un poder violento ejercido contra el otro que el mero placer venéreo.

Bien han señalado algunas voces autorizadas que la homosexualidad, aparte de constituir un fermento corrosivo en el interior de la Iglesia, cristaliza en una terrible herejía (hoy, por lo demás, extendida por doquier, en el deporte y el espectáculo, en la política y  la educación, con su correspondiente acción lobbista). Se trata de la herejía negadora del orden natural, es decir, de la obra creadora de Dios, sobre la que se ejerce una violencia enconada e inaudita. Es el peligro que acompaña al pecado: el endurecerse en él hasta revertir todo orden objetivo. Ingresando ya en la esfera de lo demoníaco, que Bergoglio finge desconocer o del que, al menos, restringe su alcance.

4- Preguntarse, a este propósito: «¿quién soy yo... etc, etc?», cuando la respuesta obvia la da el Señor: tu es Petrus, denota la soberbia del hombre que se pone a sí y a sus apreciaciones por encima de su ministerio (siendo éste, por colmo, el mayor de los ministerios que puede confiarse a un mortal).

5- Nótese cómo, luego de eludir definiciones en relación con el aborto y el "matrimonio" entre homosexuales aduciendo que «no era necesario volver sobre eso (...), los jóvenes saben perfectamente cuál es la postura (sic) de la Iglesia», la periodista termina acorralándolo sin proponérselo en torno a la cuestión de la latitud y dignidad que debe atribuirse a su ministerio: «¿cómo se siente siendo Papa? ¿Es feliz?». A lo que él responde: «hacer el trabajo de obispo es una cosa linda (...) Sí, me gusta ser obispo».

Junto con estas espeluznantes declaraciones, aparece la restricción -léase prohibición- de celebrar la Misa Tradicional hecha a los Franciscanos de la Inmaculada, una de las escasas congregaciones abocadas a la restauración de la liturgia. Sobre el asunto, http://chiesa.espresso.repubblica.it/articolo/1350567?sp=y. Esto está en línea con la obsesión de Bergoglio, ya otras veces expresada, contra el restauracionismo que él define como "pelagiano" -sin que aclare nunca el sentido de la desopilante atribución-. O como lo precisa en su discurso a los obispos en Brasil, en referencia a estas aborrecidas opciones: «ante los males de la Iglesia se busca una solución sólo en la disciplina, en la restauración de conductas y formas superadas que, incluso culturalmente, no tienen capacidad significativa. En América Latina suele darse en pequeños grupos, en algunas nuevas Congregaciones Religiosas, en tendencias a la “seguridad” doctrinal o disciplinaria. Fundamentalmente es estática, si bien puede prometerse una dinámica pero hacia adentro: involuciona. Busca “recuperar” el pasado perdido. Y créame que a mí me asusta». Nuestros son los subrayados, para destacar el carácter evolucionista que impregna el pensamiento del Obispo de Roma.

Habría que explicarle a Francisco que este programa "restauracionista", lejos de alentar una romántica "vuelta al pasado", no hace sino -comprobado lo avanzado de la crisis de la Iglesia- buscar remedio en la afirmación de aquello que Ella siempre afirmó. No en lo pasado, sino  en lo permanente e inmutable. Se trata, en todo caso, de un programa que apela a la conversión, a la "vuelta" a la casa del Padre.

Horroriza, con todo, comprobar lo inmisericorde de los términos en que se provee una tal descomedida restricción. Como bien lo exponen Gnocchi y Palmaro en Corrispondenza Romana:
El detalle está allí, hacia el término del decreto de la Comisión para los Institutos de Vida Consagrada, firmado por el secretario, el franciscano José Rodríguez Carballo. Se dice: «finalmente, tocará a los frailes franciscanos de la Inmaculada el reintegro de los gastos sostenidos por dicho comisario y por los colaboradores eventualmente nombrados por él, como así también los honorarios por su servicio». Precisamente así, con una humillación que evoca la costumbre de los regímenes totalitarios de cargar a cuenta de los familiares de los condenados el costo de las balas empleadas para la ejecución. 
En una sola jugada, no sólo es desautorizado el fundador de una orden floreciente y de los vértices que lo asisten, sino también el motu proprio de Benedicto XVI que liberaliza la celebración de la misa en rito gregoriano, el pontífice que lo ha emanado y, en definitiva, la Misa misma. Porque, después del detalle de los gastos a cargo de la víctima de una disposición inicua, llega el hundimiento final: «el Santo Padre Francisco ha dispuesto que todo religioso de la Congregación de los Frailes Franciscanos de la Inmaculada está obligado a celebrar la liturgia según el rito ordinario y que, eventualmente, el uso de la forma extraordinaria (Vetus Ordo) tendrá que ser explícitamente autorizado por las autoridades competentes, para cada religioso y/o comunidad que lo solicite»
Tratándose de la única orden explicitada en el documento, es por lo tanto evidente que éste es el problema: la Misa en rito antiguo. Y a qué conduzca el terrible vicio de celebrar tal rito lo explica el comisario, padre Fidenzio Volpi, (según el cual) éste llevaría al reato de lesa «eclesialidad», un concepto que quiere decir todo y nada a la vez. Quizás, para comprender el contenido de este término, haga falta poner atención a lo ocurrido en Río de Janeiro durante la Jornada Mundial de la Juventud, al mismo tiempo en que los Franciscanos de la Inmaculada eran comisariados. Baste pensar, para dar un sólo ejemplo de aquel que los medios bautizaron el «Woodstock de la Iglesia», en la grotesca exhibición de obispos que bailan el flasmob (...) Si ésta es la «eclesialidad», se comprende porqué los Franciscanos de la Inmaculada la violan constantemente: llevan el sayo, hacen ayunos y penitencia, rezan, celebran la Misa, practican y enseñan una moral rigurosa, van a misionar llevando a Cristo antes de la aspirina, no combaten el Sida con los preservativos, tienen una doctrina mariana que gusta poco a los hermanos separados de cualquier orden y grado. Y son pobres y humildes con los hechos más que con las palabras. 

Bien señalan los autores del artículo que este género de rigor hoy se aplica sólo contra la ortodoxia y la ortopraxis litúrgica, mientras en las diócesis y en las congregaciones esparcidas por el mundo «se enseñan doctrinas no católicas, se exalta la teología de la liberación, se revesan las disciplinas y las reglas de órdenes milenarias, se impugna la autoridad de la Iglesia» sin que lluevan las correspondientes sanciones canónicas.

Atropellos y despojos como los que hoy se emprenden contra esta orden ya los perpetraron antaño en Buenos Aires el entonces cardenal Bergoglio y sus esbirros contra otra orden religiosa floreciente, para lo que se sugiere visitar  http://pagina-catolica.blogspot.com.ar/2013/07/frailes-de-la-inmaculada-y-un-drama.html#more. Sobradamente consta que esta clerecía infestada de modernismo detesta el florecimiento, el retoño y aun la mera yema florífera. La mustiedad es su gloria; la rapiña, su virtud.

La historia de este último siglo de la Iglesia es la de una lenta pero eficaz ocupación de la misma de parte de una contra-Iglesia parasitaria, que acabará muy factiblemente por sustituirla. «Embriagada de la sangre de los mártires», según expone el Apocalipsis, terminará por vaciar -si esto pudiera hacerse- todo su patrimonio espiritual.

Sin negar absolutamente la validez de la nueva Misa, se puede reconocer en ésta -con su debilitamiento del sentido sacrificial-propiciatorio, con su acelerada descomposición formal- un jalón hacia la «supresión del sacrificio cotidiano» de que habla Daniel (8, 11). Después de la liberalización de la Misa de siempre por Benedicto, negar o restringir abusivamente el permiso de celebrarla a los sacerdotes de una de las pocas familias religiosas que lo hacían es muy factiblemente un nuevo paso en tal sentido. El término del proceso ya lo describe san Pablo en la Segunda a los Tesalonicenses: el Adversario sentándose en el santuario de Dios, haciéndose pasar a sí mismo por Dios. Este pavoroso desenlace ya no parece tan lejano: bastará darle una vuelta de tuerca antropológica a la liturgia, introducir alguna rúbrica que favorezca un sentido nuevo y autocelebratorio, eliminar el canon de la Misa... ¿quién sabe? Si la doctrina está a punto para ser transmutada por completo, es comprensible que la liturgia tenga que seguir el mismo paso.

San Ignacio de Loyola, cuya memoria hoy celebramos, haga llegar su intercesión ante el trono de Dios. Lo haga por esta Iglesia enferma y por la Compañía que él fundó, símbolo el más acabado de la crisis de la Iglesia, que en nuestras latitudes y en los inmediatos años pre-conciliares no hesitó en expulsar de su seno a una de sus mayores glorias, el padre Leonardo Castellani, y que luego del concilio prohijó a quien podría ser considerado su contrafigura, el actual pontífice.

lunes, 29 de julio de 2013

EL PURO TRAZO HORIZONTAL

Obispos coreógrafos
Habrá que parafrasear aquel malicioso dicho que hace de los boy-scouts «unos niños vestidos como bobos comandados por un bobo vestido como niño» para describir a esta turba episcopal de comedia musical angloamericana. Y cabría llamarlos: «unos vejetes cuyo munus pastoral es obedientemente depuesto a los pies de un rebaño mostrenco, ajeno al redil, que se vuelve pastor de sí mismo y de los mismos obispos», o bien «unos carcamanes con halo de juventud implume, tonsurados de cuajo -desplumados- por jóvenes de ascendiente senil, munidos por colmo de las dotes de management necesarias para el éxito-relámpago».

El fiasco de la Jornada Mundial de la Jarana era tan previsible como incomprensibles sus motivaciones últimas, sin dudas ajenas a la evangelización. A fuer de ecuánimes, que no de ecúmanos, debe señalarse lo que de bueno queda en pie al paso del tornado. Hemos leído, por ejemplo, de aquellos jóvenes que, instados por el presentador de una de las celebraciones a arrodillarse ante el Papa, permanecieron de pie, y luego sí se arrodillaron en profundo recogimiento cuando llegó el Santísimo, aunque el Papa no lo hiciera ni pintado. O de una vigilia de adoración en la que se vieron copiosas lágrimas derramadas ante la custodia. O del propio Papa, en la misma circunstancia y deponiendo el insulso tono habitual, exponiéndoles a los presentes un programa de vida cristiana basado sencilla y sensatamente en la oración, los sacramentos y las obras de caridad.

Pero, ¿es posible que debamos entresacar y exhibir estas notas felices de las jornadas como si se tratara de joyas en el muladar? ¿Desde cuándo el culto que se entiende a sí mismo como  irrevocable y perfecto debe reconocer que aún cobija algunas perfecciones, ya casi como un lastre listo a soltar, en medio de una profusa irrupción de anomalías? La ambigüedad, la admisión deliberada de no pocos males intrusos junto con los bienes de siempre, ¿no favorece, acaso, la proliferación de aquéllos, la parasitación expansiva del organismo otrora sano?

Ostensorio papal
La coreografía de los obispos es apenas un símbolo, una aglutinación cifrada de muchos de los desvaríos urdidos para la ocasión. Para muestra bastan el trono-ostensorio del Papa, acicate el más adaptado a la papolatría; las peregrinaciones de monjas de clausura a las playas cariocas, mezcladas en impertérrito conjunto con bañistas inverecundas; el Vía Crucis transformado en espectáculo emocionalista y antropocéntrico, con exhibición en una de las estaciones de una enorme Menorah; el espantoso palco papal -felizmente malogrado por una intensa lluvia- en Guaratiba, con dos cuernos asomando por los lados; etc. Y cómo no, la airosa fidelidad de Francisco a su acostumbrada verba al despedir a los jóvenes en la última misa de las jornadas celebrada frente al mar, que no recuerda ni pizca al tono de las despedidas paulinas: «los jóvenes en las calles quieren ser protagonistas del cambio. Por favor, no dejen que otros sean protagonistas del cambio».

A lo que asistimos, en todo caso, es al envejecimiento prematuro del modernismo que, como todos los errores y herejías, nacen ya viejos. El culto latréutico de la juventud (concebida en sus parámetros más temporales) esconde una sonora renuncia a toda esperanza futura, una deserción de la eternidad, a la vez que como un afeite aplicado a deshora, una evidente estratagema para protestar que jerarquía no es decrepitud, como el mundo cree. Se trata, con todo, de un recurso que causa el mismo efecto de aquellos infatuados ancianos que, no resignados a las marcas de la edad, buscan cubrir su calvicie con peluca.

El drama de esta jerarquía es que ha negado el drama, y al testimonio cristiano lo ha convertido en una mera comedia musical. Quitan el trazo vertical de la Cruz, la tensión ascensional, para dejar sólo el horizontal, lo que ya no es Cruz. Y ese trazo horizontal que dejan no es -¡válgales Dios!- la caridad fraterna, que ésta no puede dejar de provenir de su fuente celestial. Ese remanente trazo horizontal diríase más bien emblema y signo de la poltrona en la que yacen, cómodos y seguros. O de la chatura de sus inteligencias, demasiado abocadas a "hacer carrera". O del electrocardiograma de una Iglesia que han corrompido hasta el tuétano y hasta la postración.

Por eso el chileno padre Agustín Martínez, comentando aquellas palabras del santo obispo de Hipona tomadas de sus Enarrationes in Psalmos en las que éste declara su aspiración «hacia un ser simple, hacia un ser verdadero, hacia un ser adecuado, hacia ese Ser que habita en la celestial Jerusalén, esposa de mi Señor, allí donde nada muere ni desfallece, donde nada es transitorio», se sirve categóricamente recordar que «el hombre nada quiere con lo cambiable, con lo compuesto, con lo puramente temporal. La dinámica de su ser es una dinámica trascendental», ya que «superar la vida volviendo sobre el puro hombre es erróneo. Superar la vida significa establecerse sobre ella, sobre lo humano». Quae sursum sunt quaerite. Queda demasiado claro que la jerga antropocéntrica que sisean nuestros prelados post-conciliares no tiene ya ni trazas de católica.

El sujeto de aquella juventud a la que se refiere el salmista (Ps. 103), que «se renueva como el águila», es muy otro de aquel al que van dirigidos estos festivales playeros. Es, en todo caso, el mismo sujeto del introito de la Misa Tradicional, omitido cuidadosamente en la redacción del Novus Ordo, que se vuelve al Dios «qui laetificat juventutem meam». Nuestros pastores han interpretado «juventud» en otra clave, más o menos la misma que propiciaba irónicamente una película rodada hace casi quince años, en la que un cardenal aggiornato expone ante unos cuantos periodistas una nueva imagen de bulto de Cristo, propuesta de ahora en más como objeto de culto: el "Cristo colega".

El nuevo ícono del catolicismo-guay


martes, 23 de julio de 2013

LA DESNATURALIZACIÓN DE LA IGLESIA ALCANZA A SUS MISMOS CORRECTIVOS

Posiblemente el Enemigo haya tomado debida nota de que «la sangre de los mártires es simiente de nuevos cristianos» y, luego de comprobar la ineficacia de las cacerías antaño movidas in odium fidei (reiniciadas masivamente después de un intervalo de quince siglos con la Revolución francesa, seguida por la rusa, y la persecución en el México de Calles y en la España de la Segunda República), sus planes ahora versen -al menos en lo que toca a las naciones otrora cristianas; otra cosa hay que decir de la suerte de los cristianos en los países musulmanes- en evitar cuidadosamente dar ocasión al testimonio, procurando despojar a la Iglesia de la gloria de sus testigos y haciéndola morir -si tanto fuera posible- de consunción, de tedio, de una tan insípida cuanto irrelevante necrosis, ni más ni menos que al modo de todos los seres naturales, que nacen y mueren.

Sólo así se explica la progresiva y desalentadora mímesis que clérigos y fieles han contraído respecto del mundo, cuyas sombras la Iglesia, en su eclipse, se ha lanzado desaforadamente a reflejar, en un intercambio de regalos -de opacidades- que sólo podrá comprenderse en la perspectiva de una "teología de la historia" infusa e infalible, en el seno de la eternidad bienaventurada. Quizás bajo el acápite «nox erat», como cuando el Señor fue entregado en manos del poder civil y religioso, yendo de mano en mano y de garra en garfio para mejor ser ofrecido en holocausto.

¿Cómo se explica si no, sino en virtud de una cascada incontenible de turbiedades (de un misterio profundo como el mismo infierno, cuyos ardides apenas sirvieran a ocultar los ayes de los condenados y el hedor de la chamusquina de los réprobos) la defección interminable de la Jerarquía, lista siempre a pactar con el mundo y a consentir con sus errores? ¿Y cómo se explica de otro modo la multiplicación de los escándalos en las más altas dignidades eclesiásticas sino como epifenómenos de un culto implícito o patente al Malo, que claman por la acción conjunta del exorcista, del cirujano y del pastor insobornable, a más de la súplica incesante a san Miguel? Una cosa no quite la otra, pues.

Pero lo terrible es comprobar que, como en el caso de la llamada "medicina homeopática", los correctivos acaban por ser de la misma naturaleza del mal que se dice querer extirpar. ¿Cómo se le pasó al papa que el hombre designado para "limpiar" las cuentas del IOR, presentado ante los medios como de "extrema confianza" e "incorruptible sin par", resultó que había estado amancebado con un oficial del ejército suizo durante su nunciatura en Uruguay, siendo allí habitué de bares de sodomitas? ¿No era que había reconocido la existencia de un lobby gay en la Curia? Este reconocimiento, ¿implica su intención de combatirlo de veras? ¿Por qué, entre ladrones y maricas, todavía no removió a nadie de los puestos por éstos envilecidos? Si refuerza las sanciones penales contra pretes pedófilos, permitiendo -como lo hizo siendo arzobispo de Buenos Aires- toda otra falta contra el celibato, ¿no será en función de aquello que De Mattei señala acerca del doble parámetro adoptado para con pedofilia y homosexualidad, haciendo de aquélla un delito y de ésta un derecho simplemente porque no se las mide en términos de desorden moral? En efecto, en los casos de abusos contra menores «la referencia no es a la ley moral, sino a la auto-determinación ilimitada del sujeto». ¿No es esto actuar en plena consonancia con el espíritu corrompido e hipócrita del mundo, que también fustiga la trata de blancas pero alienta la pornografía por idénticas motivaciones?

Y al momento de purificar las turbias finanzas vaticanas, ¿no es increíble nombrar una comisión de laicos con comprobados vínculos con hombres de Curia que acarician la hora de la depredación de los bienes eclesiásticos desde hace años, incluyendo el absurdo del nombramiento de un obispo riojano (España) que «sin hablar italiano y sin tener formación específica en economía o finanzas, supervisará y gobernará todo el patrimonio que depende de la Santa Sede» (http://www.diariodeleon.es/noticias/afondo/un-broker-con-sotana_636756.html)? Ahora que sonó la hora de la transparencia y del soltar el lastre, ¿tendremos que recordar el exabrupto del mismísimo Francisco hace un par de meses durante un encuentro con el comité ejecutivo de Cáritas Internacional: «ojalá que tengamos que rematar las iglesias para dar de comer a los pobres»? Después de haber conocido en varios momentos de su historia la codicia del poder temporal haciendo presa en su patrimonio, como ocurrió a instancias del cisma anglicano, o luego de expulsados los jesuitas de Francia, Portugal y España, por recordar unos pocos notos ejemplos, ¿será llegado el trance de ofrecer a magnates, financistas y aventureros de Mammon una bien surtida colección de obras de arte -hermosos templos con todo cuanto contienen- a cambio de unas monedas?  Bien apunta Colafemmina que «Monseñores y Cardenales le estarán ciertamente agradecidos a la Comisión que ellos mismos crearon sin ningún criterio de selección pública, sino por mera cooptación, un poco como ocurre en las logias masónicas. Esperemos sólo que no se decidan a poner en venta a San Pedro porque -admitido que aún se aloje allí luego de tantos escándalos- el Espíritu Santo podría decidirse finalmente a mudar sitio».


lunes, 15 de julio de 2013

HÉGELO-JOAQUINISMO Y KATÉJON

Como los presos van señalando cada uno de los días transcurridos entre rejas con un nuevo trazo en la pared, en espera de saborear su liberación futura en la longura creciente de la ristra, así podríamos añadir uno y otro palote a la ringlera para reseñar cada nuevo acto de demagogia del papa Bergoglio. Pero lo haríamos con el riesgo de volver tediosa la crónica, ya que no hay nada más repetitivo y previsible que la vulgaridad. Además, trayendo a cuento la entrevista del Pontífice -invariablemente flaca en aliento sobrenatural- con la cocinera farandulera o el político venal, o su epístola "compinche" al cantante de rock condenado a prisión efectiva por la muerte por descuido de casi doscientas personas, no haríamos sino agregarle una nimia raya al tigre o a la celda, y lo fenoménico acabaría por ocultarnos lo esencial.

Es muy de temer que sea en esta última instancia, la de lo esencial, aquella en la que se libra ya el combate, aderezado exteriormente con mil y un "gestos" para la deglución de una feligresía reducida a populacho, mimetizada por completo con el mundo, que espera en las gradas su lonja de carne y show. Porque todo papa es portador de algún temperamento y -si lo tiene- de un carácter, y éstos pueden ser más o menos adecuados a su excelsa función sin que al papado lo modifique esto mucho. Pero el hacerse voluntariamente ejecutor de un programa que excluye a la Providencia en el gobierno de la Iglesia para someter a ésta, en lo que toca a su historicidad, a la pura inmanencia, y posponer el reinado de Cristo a los designios cerradamente humanos de un puñado de ideólogos: éste sí se diría el quid  y el culmen del extravío modernista.

A este respecto, resulta del mayor interés el artículo firmado por el padre Mauro Tranquillo y publicado por la página del distrito italiano de la FSSPX (ver http://www.sanpiox.it/public/index.php?option=com_content&view=article&id=986:papa-francesco-un-tentativo-di-lettura-del-nuovo-pontificato&catid=64&Itemid=81), en el que el autor se pregunta, a la luz de los estilos marcadamente contrapuestos de Ratzinger y Bergoglio, y de la tan disímil recepción que ambos pontificados le han merecido a la prensa, si la situación de la Iglesia ha cambiado realmente tanto en los últimos meses. «Que los graves problemas morales y financieros de la Curia Romana o de muchas diócesis no puedan haber sido resueltos por la simple elección del Papa Francisco es evidente, sobre todo sabiendo que todos aquellos que eran protagonistas permanecen en sus puestos». Comprueba también el autor que el pensamiento de ambos papas coincide a grandes rasgos en su concepción del ecumenismo y de la libertad religiosa, según la peculiar y poco ortodoxa doctrina que el Concilio Vaticano II presentó sobre el particular. Entonces, ¿por qué Francisco y los medios, de consuno, se esmeran en ofrecer una como ruptura o contraste con el papa precedente? La respuesta podría hallarse en la recurrencia táctica a la dialéctica hegeliana, tal como el modernismo pretendió inocularla a la vida misma de la Iglesia en sus ya centenarios embates.
El Papa Bergoglio presenta una imagen de la Iglesia que entra en una fase completamente nueva, nueva incluso respecto a la "ortodoxia post-conciliar" encarnada en la hermenéutica de la reforma de Ratzinger. Benedicto XVI representaría así, acaso deliberadamente, una síntesis (en sentido modernista) de la doctrina católica preconciliar con el post-concilio, una suerte de punto de inflexión del sujeto-Iglesia, que ahora está listo para lanzarse a una nueva antítesis, a una nueva ruptura, según el ritmo vital del que habla la Pascendi. Es más: sabiendo lo que la encíclica de san Pío X dice sobre el rol de la autoridad en la Iglesia a tenor de los modernistas, parece que todo hubiera sido dispuesto a sabiendas: ruptura con la ortodoxia católica en el Concilio, revolución, síntesis de todo esto con Ratzinger (síntesis vital vuelta visible en la equiparación de los dos rituales), y ahora contraposición a esta síntesis. En la práctica, de ahora en más la ruptura será presentada entre el pre- y el post-Bergoglio, más que entre el pre- y el post-concilio.

El velo por la tiara

Llegados a este punto, y vuelto ostensible el leit-motiv de cuanta predicación brote de los labios de Bergoglio (la Iglesia pobre y para los pobres, disociada de cualquier ejercicio del poder, etc.), resulta que
la misma estructura jurídica de la Iglesia es minimizada, si no despreciada: no sólo los excesos de ésta (el "burocratismo"), sino el hecho en sí mismo. La Iglesia, dice Bergoglio, no es «una estructura bien organizada» (vigilia de Pentecostés dedicada a los movimientos, 18 de mayo de 2013); él rechaza toda imagen de autoridad y la idea de la societas perfecta; evita sentarse en el trono, no gusta de los homenajes ni del ceremonial. De la "florecilla" edificante se desliza raudamente a la imagen de una Iglesia ya no más estructurada como sociedad visible, sino como una comunión, una "caridad" (opuesta a sociedad) a la que preside el Obispo de Roma. ¿Sobreinterpretación? No parece, si leemos lo que Bergoglio dice en contra del poder temporal de la Iglesia (que sin embargo tiene inferencias dogmáticas, según el Syllabus de Pío IX -proposiciones condenadas LXXV y LXXVI- y las definiciones de Unam Sanctam -sobre las dos espadas, y la sumisión de la espada temporal a la espiritual-) en su libro El cielo y la tierra, escrito con el rabino Skorka cuando estaba aún en Buenos Aires. En este libro, entre otros tantos lugares comunes del conciliarismo, se leen varias afirmaciones contra el hecho mismo de que la Iglesia tenga algún poder (que, como mucho, se define como "servicio", pero justamente por oposición a la autoridad). Leemos en el capítulo Sobre el futuro de las religiones: «Si uno mira la historia, las formas religiosas del catolicismo han variado notoriamente. Pensemos, por ejemplo, en los Estados Pontificios, donde el poder temporal estaba unido con el poder espiritual. Era una deformación del cristianismo, no se correspondía con lo que Jesús quiso y lo que Dios quiere».

El sofisma es flagrante: el cambio de situación histórica denota que la instancia anterior no era sino una "deformación" ajena a la voluntad de Dios. Estamos en el terreno del puro evolucionismo dialéctico. A la par que, del hecho de que Dios pueda compensar el despojo sufrido por la Iglesia -como ocurrió, v.g., a instancias de Garibaldi- con una mayor abundancia de bienes espirituales, se pretende derivar que ésta deba deshacerse de todo patrimonio. Esto se llama anticiparse a la Providencia, lo que equivale -en el fondo- a negarla. Para no abundar en la acusación, menos elíptica que temeraria, lanzada contra tantos predecesores -algunos de ellos en los altares- que consagraron lo que ahora se pretende execrar. La verdad es que Bergoglio late entero en estas líneas.

La lejana inspiración de la tesis pauperista hay que rastrearla en los movimientos heréticos de la Edad Media de raigambre gnóstica, que consideraban a la materialidad como obra del demonio. Muy cercano a Bergoglio desde hace años, convicto de la tripartición de la historia salvífica formulada en el siglo XII por el abad Joaquín de Fiore (con una edad regida por el Padre o Antigua Alianza, otra por el Hijo o tiempo de la Iglesia, y finalmente una edad en la que la efusión universal del Espíritu Santo aboliría toda forma de culto positivo, todo canon y jerarquía), el predicador pontificio padre Rainero Cantalamessa no titubeó en afirmar, en el curso de una predicación tenida ante el papa el pasado Viernes Santo, que «tenemos que hacer todo lo posible para que la Iglesia nunca se convierta en ese castillo complicado y sombrío descrito por Kafka, y el mensaje pueda salir de ella tan libre y feliz como cuando comenzó su carrera. Sabemos cuáles son los impedimentos que puedan retener al mensajero: los muros divisorios, como los que separan a las distintas Iglesias cristianas entre sí, la excesiva burocracia, los residuos de los ceremoniales, leyes y controversias del pasado, convertido ya en escombros. En el Apocalipsis, Jesús dice que Él está a la puerta y llama (Ap 3, 20). A veces, como señaló nuestro Papa Francisco, no llama para entrar, sino que toca desde dentro para salir. Salir a las "periferias existenciales del pecado, del dolor, de la injusticia, de la ignorancia e indiferencia religiosa, y de todas las formas de miseria". Ocurre como con algunos edificios antiguos. A través de los siglos, para adaptarse a las necesidades del momento, se han llenado de divisiones, escaleras, habitaciones y cubículos pequeños. Llega un momento en que se constata que todas estas adaptaciones ya no responden a las necesidades actuales, sino que son un obstáculo, y entonces debemos tener el coraje de derribarlos y volver el edificio a la simplicidad y la sencillez de sus orígenes».

Comprendida la propuesta, bien destaca el autor de la nota que venimos comentando que «no es casual que el Papa se inspire en el Santo de Asís. El san Francisco del que hoy se habla, incluso en el interior de la Orden franciscana, no es aquel que conocemos, sino aquel reconstruido por una crítica histórica que aplicó a las fuentes sobre el Poverello el mismo proceso que los modernistas cumplieron con los Evangelios. El iniciador de este proceso fue el calvinista Sabatier, alumno de Rénan». Y a la pregunta acerca de a quién aproveche esta Iglesia descarnada, que «de sociedad perfecta y jurídica (tal como Cristo la fundó) deviene simplemente una "historia de amor" (homilía del papa Francisco del 24 de abril de 2013)», la Iglesia «en la que el poder no sólo no es ejercitado (por obstáculos o debilidad) sino donde el poder es radicalmente negado, la Iglesia después de la abdicación, máximo símbolo de la renuncia a ejercitar el poder», la respuesta nos la otorga la misma historia eclesiástica, o la historia de las herejías:


Los franciscanos "espirituales" del Medioevo, negando el poder a las jerarquías eclesiásticas, eran a menudo los siervos de los Emperadores. Los "espirituales" de hoy son aplaudidos por los poderes del mundo, que esperan de la Iglesia esta renuncia.


Antaño pudo ser un Marsilio de Padua, gran adversario del papado, quien codificara la propuesta en pro de la espada secular. Nuestro tiempo ve florecer la singular y anárquica anticipación de un Massimo Cacciari (de quien ya nos ocupamos en una anterior entrada), conocedor profano del vocabulario paulino, quien, luego de comprobar la crisis insoluble del Estado -katéjon temporal- augura ahora la retracción ad nihilum del papado -katéjon espiritual- para dar lugar a una nueva era, la del hombre que se adora a sí mismo. No deja de espirar penosa lucidez su diagnóstico: «el signo más tremendo de la propagación de la apostasía no es el abandono del Imperio y de la Iglesia de parte de las multitudes, sino la secessio que en en éstos se opera respecto de su propia misión, de la función y de la fe que hubieran debido encarnar (...) ¿Por qué Ratzinger dimite? ¿No es un signo o una lúcida declaración de impotencia para regir una función katejóntica? Ratzinger dice: permaneceré en la Cruz. Por lo tanto, la dimensión religiosa permanece. ¿Y la dimensión katejóntica? Símbolo de la Iglesia eran, a una, Cruz y katéjon. En verdad, el signo de esta dimisión, si se lo sabe ver en toda su perspectiva, es realmente grandioso porque vivimos en una época en la que el Estado ya ha declarado su crisis, y ahora le toca a la Iglesia».

Pese a la profusión de gestos de ruptura entre ambos pontificados (gestos sospechosos por su carácter tan netamente gráfico), cabría sostener -y no sin horror- que entre la abdicación de Benedicto y la renuncia a todo signo de autoridad de parte de Francisco -más la clamorosa propuesta de éste de una «mayor sinodalidad» en la Iglesia-, nunca habrá sido más oportuno hablar de una auténtica "hermenéutica de la continuidad".

lunes, 8 de julio de 2013

EL SÍMBOLO LAMPEDUSA

Hoy difunden los medios de todo el mundo, para granjearle el enésimo aplauso, la visita que hizo el papa Francisco a la italiana isla de Lampedusa, al sur de Sicilia. Se trata de una árida porción de tierra frente a las costas tunecinas, plataforma de desembarco de millares de inmigrantes indocumentados que, escapándole a la hambruna y a las guerras civiles más o menos crónicas en el área medio-oriental y nor-africana, ponen un pie en este estribo para alcanzar con el otro las costas europeas.

Se trata de un reducto de veras dramático, que en los últimos quince años vio morir, tragados por las olas, a diecinueve mil hombres. Una férula fabricada con trozos de botes de los inmigrantes, un cáliz de madera y paramentos violeta, propios del rito penitencial, fueron los aderezos visibles del pontífice que, en palabras de su secretario «va allí a llorar a los muertos. Su presencia es un signo para demostrar que, mientras en el norte están los ricos que derrochan, del otro lado hay un sur que deja todo para tentar fortuna y a menudo encuentra la muerte».


Fustigó Bergoglio en su homilía -y no le negaremos razón- a la indiferencia de los satisfechos, a aquello que llamó, en uno de sus ya reconocibles giros, «la globalización de la indiferencia». Lo que, curiosamente, no resulta nunca objeto de parejas deixis es la hipocresía de este Occidente occidente (sic, por "muriente"), que recibe estas diatribas papales con aplausos, casi como si sirvieran de momentánea válvula de escape a su conciencia. Un contrapeso puramente verbal al culto ininterrumpido del confort, que hace un efecto análogo al de los enanos bromistas en las cortes de antaño, otorgando un solaz momentáneo a la vera de los cotidianos afanes. Ni surte algún efecto visible la denuncia, ni deja el papa de ser sospechosamente aclamado en un mundo refractario a Aquel que advirtió que «¡ay de vosotros cuando os alaben todos los hombres! Así eran alabados por sus padres los falsos profetas».

Hace unos pocos días lanzó al mundo otro bluff digno de un Boff: «me duele ver monjas y curas con autos último modelo». Es el sólito ritornelo de la pobreza, y es la Iglesia expuesta en sus vergüenzas, y por el propio papa, al ludibrio de las naciones. En Lampedusa puso también a la Iglesia en la picota, pidiendo perdón por la indiferencia «del mundo y de la Iglesia» hacia los emigrados, como si el ejercicio de la usura que hambrea a pueblos fuera imputable a la institución eclesiástica. Y se permitió saludar a los musulmanes presentes durante la celebración, pidiendo que para ellos el inicio del Ramadam sea fuente de «abundantes frutos espirituales».

Aparte de desconocer la complejidad del problema de la inmigración, de omitir toda palabra relativa a la sangrienta persecución que sufren nuestros hermanos en la fe en las naciones del Islam, y de callar la pérdida de la identidad religiosa que sufre Europa, al paso que su islamización se hace cada vez más próxima -a expensas de esa emigración que él pide sufragar-, salta a la vista el contraste intelectual entre las palabras de Bergoglio y las que Benedicto XVI remitiera para la Jornada Mundial del Inmigrante y del Refugiado (octubre 2012) y que reporta un medio italiano cuyo enlace ofrecemos aquí: 

En el contexto socio-político actual, antes que el derecho a emigrar, debe reafirmarse el derecho a no emigrar, es decir, a vivir en condiciones de permanecer en la propia tierra, repitiendo con el beato Juan Pablo II que «es derecho primario del hombre el vivir en la propia patria: derecho que resulta efectivo solamente si se mantienen constantemente bajo control los factores que empujan a la emigración» (...) Mientras hay inmigrantes que alcanzan una buena posición y viven dignamente, con una justa integración en el ambiente que los acoge, hay muchos que viven en condiciones de marginalidad y, a menudo, de explotación y de privación de los derechos humanos fundamentales, o bien que adoptan comportamientos dañosos para la sociedad en la que viven. El camino de integración comprende derechos y deberes, atención y cuidado para con los inmigrantes para que tengan una vida decorosa, pero también atención por parte de los inmigrantes hacia los valores que ofrece la sociedad en la que se insertan.

Sin simplificaciones retóricas ni alharacas de tribuno, cuando Benedicto osó señalar estas cosas fue poco menos que trucidado por los medios. Encapsulado por el tronido de hurras y aplausos, víctima de su oratoria de ocasión, el papa actual corre el riesgo de quedar más aislado de lo que cree, en una Lampedusa habitada sólo por él y sus aduladores. Muy a distancia del bueno de Panza, que al menos se mostró de veras prudente cuando se le dio a regir la ínsula Barataria.

miércoles, 3 de julio de 2013

LA RAZÓN DE LA IMPACIENCIA

«Usquequo, Domine?» claman los mártires en el cielo, a la vista de la desolación que abarca a la tierra. «¿Hasta cuándo, Señor, Tú, el Santo, el Veraz, esperarás a hacer justicia?» (Ap. 6, 10). Quizás nunca como hoy se haya manifestado en toda su crudeza la razón de esa santa impaciencia, velada apenas, a duras penas, por las nubes.

El avance aluvional de la estulticia, que no se detiene ni ante el Altar ni ante la dignidad visible de los ministros del mismo: tal -conjeturamos- la herida por la que aún sangran los bienaventurados. Porque en el mundo se cometen infinidad de injusticias y de horrores dignas de execración, pero la estupidez insolentada les sirve de manadero inagotable, es la garantía de su continuidad. Nuestros contemporáneos, ya bastante habituados a su afable consorcio, han terminado por olvidar que la estupidez es pecado.

Eso que no pocos observadores han llamado «aceleración de la historia» en referencia al proceso transformativo de la sociedad humana comprobado en los últimos ciento cincuenta años, y que le imprime una fugacidad antaño desconocida a todo lo que afecta al hombre, ha venido a resolverse en una aceleración del absurdo y la insensatez. Tanto, que aquel apelativo con el que un Daudet saludaba al siglo XIX ("el siglo estúpido") se ve urgido a perder su carácter antonomástico en atención a nuestros propios días, y la profecía de Belloc acerca del ulterior avance del álogos ya resulta un dato para anotar en nuestros anales.

Cuando esa estupidez, en su apetito profanatorio, toca la orla del manto del pastor -y aun no sólo la orla-, la cosa se vuelve alarmante. Y cuando éste, lejos de conjurarla, la propicia y celebra... ¡apaga y vámonos! Es el caso de la presidenta argentina Cristina F. de Kirchner quien, con la desenvoltura de quien sabe que encontrará el beneplácito para con sus inverecundos exabruptos, envió días atrás un breve saludo escrito a Francisco por el Día del Pontífice en el que, haciendo gala de su desprecio del protocolo y, muy peor aún, de la investidura papal, le dice entre otras nimiedades que

la verdad que es la primera vez que le escribo una carta a un Papa. Y ni qué hablar de felicitarlo por la celebración del “Día del Pontífice”. Ni idea. 
Me dijeron que eso siempre lo hacía la Cancillería o la Secretaría de Culto. Pero como ahora el Papa es argentino, debería hacerlo la Presidenta. 
Me mandaron un modelo de carta que parecía escrita de compromiso protocolar del siglo XIII. 
Les dije “eso no lo firmo”. Para eso mejor sigan enviando lo que mandaban. Así que me tomé la licencia de dirigirle una carta (acepté que fuera dirigida a Su Santidad bla, bla, bla, tampoco es cuestión de no aceptar nada). 
Así que Feliz Día del Pontífice. Espero que le haya llegado el cuadro con los sellos postales conmemorativos de su pontificado y el sobre con el ya célebre mate

y un breve etcétera (el subrayado es nuestro). No nos detendremos a calificar a la Cristina: su propia dicción lo hace a maravillas. Baste, por si aquélla no fuera suficiente, la concisa e inmejorable expresión que alguna vez le dedicó Antonio Caponnetto («una chirusita indocta y engreída») para dar cuenta del drama que padece toda una nación al ser gobernada por una infatuadísima hembra, cabeza de una banda de maleantes. Que el papa le admita sus bravatas sin llamarla a discreción no es sino la enésima muestra del desistimiento de la autoridad que enteca a toda nuestra Jerarquía.
Del Francisco, para mayor propagación del morbo platense, no se pueden cantar mayores loas. Arcades ambo, pero no de aquella áurea edad pastoril a la que le canta Martín Fierro, en que


el gaucho más infeliz
tenía tropilla de un pelo,
no le faltaba un consuelo
y andaba la gente lista...
Tendiendo al campo la vista,
sólo vía hacienda y cielo.

No: esos tiempos son remotos e irremontables. Bergoglio y Kirchner resultan, más bien, árcades de otra planicie, y ésta la intelectual, sin brillos ni cumbres ni aire alguno despejado. Y, a fuer de pastores -ungidos de entrambas potestades-, de aquellos que hambrean a sus respectivas greyes.

Pero hablemos ya de otras sonceras, más graves aún porque comportan un sacrilegio explícito, sin embozo. Se trata de la irrefrenable ocurrencia de deponer idioteces ante el sagrario, de traficar peluches y disfraces en el mismísimo altar en el que se celebra el Sacrificio de nuestra redención. Es posible que nunca, en la historia de la humanidad, se haya asistido a una tan precipitada descomposición de un culto como el que ocurre ante nuestros ojos, y nada menos que con el único Culto agradable a Dios.

Remitimos a http://info-caotica.blogspot.com.ar/2013/07/la-belleza-salvara-al-mundo.html para conocer sobre el museo que, aún en vida y pese a sus protestas de humildad, se le erigirá a Jorge Mario Bergoglio en dependencias de la Catedral de Buenos Aires, con la añadidura de una espantosa escultura que pretende representar al papa, resultando su más cumplida caricaturización. Ya el pasado sábado, Solemnidad de los santos Pedro y Pablo, se removió el púlpito de la Catedral para montar un escenario en el que actuó un grupo de rock encabezado por un descabezado prete, de la comitiva de Bergoglio, de tan pésimo gusto como la escultura. No falta nada, está completo.



Mayor verismo el del dibujo
que el de la estatua
Quisiéramos que el Santo Padre empleara ese mismo celo que emplea en intervenir el IOR para sanear las finanzas vaticanas y castigar a los culpables de defraudaciones, en depurar la Santa Liturgia de todas las excrecencias que se le han ido maliciosamente adjuntando. No le reportará la misma popularidad, es previsible, porque así como el dinero ha sido elevado a sacramento, y debe tratarse con reverencia y unción, la Santa Eucaristía yace olvidada de todos, vuelta objeto de irrisión y ultraje. Pero conviene a la santidad de su recado que así lo haga.

Quizás lograra aplacar, con una tal iniciativa, el clamor de los mártires que ansían ver el triunfo definitivo de Cristo sobre sus enemigos. Y retrasaría la «abominación de la desolación en el Lugar Santo», tal como en las siguientes imágenes (apenas un muestrario) se hace patente.


Nuevos ornamentos para una nueva evangelización


La misa-circo


La misa-asadito

Para que los niños aprendan a gustar la Santa Misa

«Foris canes, et venefici, et impudici...»

Un cerdo en la Catedral, para reincidir en los antiguos sacrificios

Acróbatas, ellas y el cura

Inculturación...

... y ballet.