martes, 1 de octubre de 2013

SI ÉSTOS CALLAN, HABLARÁN LAS PIEDRAS

No será quizás un nuevo Teodosio, pero las palabras del presidente ruso Vladimir Putin en el foro internacional Club Valdai -el pasado 19 de setiembre, ante politólogos de su nación y extranjeros- dejan el ánimo renovado (el texto completo en inglés, aquí). De sobra nos consta a todos que si la religión, por ventura, aparece hoy en el discurso de algún estadista, es a los fines de estrecharle aún más el cerco, de avanzar un paso más en la separación de la Iglesia y el Estado y en la restricción de toda manifestación pública del culto.

Fue san Gregorio VII quien empleó el símil de los dos ojos para referirse a las dos espadas: el poder secular y el sacro, que deben -como los órganos de la vista- iluminar y conducir al fin último sobrenatural a los hombres que están bajo su jurisdicción. Gobernantes apóstatas y papa "rotario de honor" urgen, por ello mismo, el recurso discrecional al colirio ofrecido por el ángel de Laodicea. Bienvenido pues este adarme, si no de religiosidad explícita, al menos de sentido común que nos llega desde el remoto Novgorod, aquella región que el propio Putin llamó el «centro espiritual, ya que no geográfico, de Rusia». Bienvenida la sensatez de quien dirige la única nación que puede acaso detener la expansión degenerativa de Occidente, fijándole unas fronteras al «mundo unipolar» y fundando la resistencia sobre premisas veraces. Enhorabuena que haya un gobernante que recuerde que no vivimos en un mundo de puros contemporáneos, sino que contamos también con antepasados y descendientes. He aquí una traducción parcial del texto en cuestión:

Necesitamos hoy nuevas estrategias para preservar nuestra identidad en un mundo de rápidos cambios, un mundo que devino más abierto, transparente e interdependiente. Para nosotros (y estoy hablando sobre los rusos y Rusia), cuestiones como quiénes somos y qué queremos ser son cada vez más relevantes en nuestra sociedad. Hemos dejado atrás la ideología soviética, y no habrá retorno. Partidarios de un conservadurismo básico que idealizan la Rusia anterior a 1917 parecen estar igualmente lejos de la realidad, del mismo modo que los adeptos a un extremo liberalismo al estilo occidental.

Es evidente que es imposible ir hacia adelante sin una autodeterminación espiritual, cultural y nacional. Sin éstas no seremos capaces de resistir los retos internos y externos, ni podremos sobrellevar las competencias globales. Y hoy vemos un nuevo giro en estas competencias. El mundo se está volviendo más rígido, y a menudo renuncia no sólo al derecho internacional, sino incluso a la elemental decencia.

Entendemos también que la identidad y la idea nacional no pueden ser impuestas desde arriba, no pueden fundarse en un monopolio ideológico. Una construcción tal es muy inestable y vulnerable; conocemos esto por experiencia personal. Esto no tiene futuro en el mundo moderno. Necesitamos creatividad histórica, una síntesis de las mejores ideas y prácticas nacionales, una comprensión de nuestras tradiciones culturales, espirituales y políticas desde diferentes puntos de vista, y comprender que la identidad nacional no es algo rígido que perdurará por siempre, sino más bien un organismo viviente.

Otro serio desafío para la identidad de Rusia está relacionado con los eventos que tienen lugar en el mundo. Acá se encuentran la política extranjera y el aspecto moral. Podemos apreciar cómo muchas de las naciones euro-atlánticas están rechazando sus raíces, incluyendo los valores cristianos que constituyen el fundamento de la civilización occidental. Están negando los principios morales y toda identidad tradicional: nacional, cultural, religiosa e incluso sexual. Están implementando políticas que equiparan las familias numerosas con las parejas del mismo sexo, la fe en Dios con la fe en Satanás.

Los excesos de la corrección política alcanzaron un punto tal que la gente habla en serio acerca de registrar partidos políticos cuya aspiración es promover la pedofilia. La gente en muchas naciones europeas se siente avergonzada o temerosa de hablar de su filiación religiosa. Las fiestas religiosas son abolidas o bien toman un nombre distinto; su significado permanece oculto, tanto como su origen moral. Y se está tratando de exportar agresivamente este modelo a todo el mundo. Estoy convencido de que esto abre un camino directo a la degradación y al primitivismo, acabando en una profunda crisis demográfica y moral.

¿Qué otra cosa mejor que la pérdida de la capacidad de reproducirse puede ofrecer el testimonio de la crisis moral que enfrenta una sociedad humana? Hoy día casi todas las naciones desarrolladas están incapacitadas para perpetuarse, incluso con la ayuda de la inmigración. Sin los valores incorporados del cristianismo y de las otras religiones históricas, sin las normas de moralidad que tomaron forma a lo largo de milenios, los pueblos perderán inevitablemente su dignidad humana.

Al mimo tiempo, notamos intentos por hacer revivir de alguna manera un modelo estandarizado de mundo unipolar y de ofuscar las instituciones de derecho internacional y la soberanía nacional. Un tal mundo unipolar y estandarizado no requiere Estados soberanos: requiere vasallos. En un sentido histórico, esto equivale al reniego de la propia identidad, a la diversidad del mundo donada por Dios.

En la memoria de santa Teresa del Niño Jesús, gústanos recordar aquellas palabras que le atribuyen como pronunciadas en su lecho de muerte, y que bien podríamos hacer nuestra jaculatoria: «¡cuánto quisiera vivir en los días del Anticristo, para poder combatirlo con la verdad!».