miércoles, 29 de agosto de 2018

UN NUEVO LEMA EPISCOPAL PARA FRANCISCO

por Matteo Donadoni
(traducción: F.I. Fuente aquí)


El método de Francisco I de Buenos Aires frente a las dificultades dialécticas me recuerda mucho al de mi viejo párroco sesentayochesco. No responder. Cuando aparece una dificultad de cualquier tipo, aun cuando se refiera al propio apostolado, no se debe responder. A lo sumo sonreír, encogerse de hombros o improvisar una expresión mansamente desolada. ¿Pides publicar un artículo para confirmar la doctrina católica? No tendrás respuesta. ¿Lo envías igual? No será publicado. ¿Te quejas de que no es cierto que Jesús se ha hecho pecador, como se explica en la homilía? Obtienes sonrisas. ¿Buscas consuelo por el suicidio de un familiar? Monseñor no sabe qué decir, la entrevista se concluye en el arco de unos 2 minutos, en todo caso menos que en la imprevista llamada telefónica del arquitecto idiota que anuncia el aumento del 25% sobre el presupuesto de los retretes del oratorio.

La misma táctica de Bergoglio. ¿Dubia? Encogimiento de hombros. ¿Acusaciones de monseñor Viganò? Silencio. Peor aún: además de no responder, su Misericordiedad eleva a tribunal supremo acerca de las verdades de la Iglesia al séquito agnóstico de periodistas que lo siguen en el avión, delegando un evento capaz de hacer época a la "capacidad periodística de sacar sus propias conclusiones". «Cuando haya pasado algún tiempo y hayáis obtenido vuestras conclusiones, podré hablar. Pero me gustaría que vuestra madurez profesional haga el trabajo por vosotros»: entregó así, a la madurez profesional de los miembros de la prensa, con un acto de confianza totalmente desconsiderado, la epistemología de la suprema autoridad católica. O de aquella que parece serlo. Con la misma expresión desolada de mi viejo párroco y con la circunstancia agravante de que quien tendría que confirmar en la fe al mundo católico, en cambio lo confunde, incluso cuando finge una expresión que, más que desolada, parece "desalada". ¿No hay más sal en la tierra?

Sin embargo, del enésimo pastiche vaticano en salsa chimichurri podemos sacar una conclusión lógica, útil y veraz. Si en su larga carta, Viganò afirma que cuando expuso el informe McCarrick, respondiendo a la llamada "pregunta con trampa", Francisco no dijo nada cambiando pronto de discurso y, como era de esperar, ahora los periodistas le piden justamente una aclaración a este respecto y Francisco persevera en no responder nada, esto significa que las afirmaciones de Viganò sobre la actitud del obispo de Santa Marta son más que fiables: reflejan un método constante, el verdadero y propio modus operandi -que luego no refleja sino su modus cogendi- científico de Bergoglio frente a las complicaciones (probablemente de todo tipo).

Ciertamente eficaz a corto plazo, pero a la larga revelador de verdades silenciadas. Si la observación parece trivial, el hecho real es incontestable. Mientras tanto el tiempo pasa. Nadie puede decir con certeza si la arena de esta clepsidra corre hacia un redde rationem final o hacia el final perverso de todas las cosas.

Mientras tanto, ofrecemos humildemente a Su Misericordiedad un lema episcopal adaptado al estilo de su pontificado: «Me ne frega». Que en latín podría sonar «Non curamus», al paso que en castellano «No me importa».

sábado, 18 de agosto de 2018

LECCIÓN DE MICROPOLÍTICA


por Dardo Juan Calderón

    Parece ser que fue Gabriel Tarde el que descubrió este asunto de la Micropolítica, que se trata de que por el hecho de vivir en sociedad nosotros los hombres comunes - que no participamos de la Alta Política o Macropolítica -  sin embargo “hacemos política” desde las estructuras básicas de la sociedad; y que esta actividad es mucho más gravitante en la macropolítica de lo que se piensa livianamente.

    Esta gravitación hace que los manipuladores modernos de la política, después de seguir los sabios consejos de Maquiavelo, hayan dado una gran importancia a la manipulación de la “micropolítica”. Tarde discutió con otros genios de la sociología que decían que esos fenómenos básicos no son políticos sino psicológicos, pero el hecho es que ganó Tarde; que más vale tarde que nunca,  porque esto lo había dicho Aristóteles y fue la principal actividad política de la Iglesia Católica – hacer familias cristianas- desde hace una pila de años. Pero la cuestión es que los sociólogos descubrieron este campo de estudio y escribieron unos enormes ladrillos sobre el asunto, siendo uno de los más destacados y usados en la actualidad el de Gilles Deleuze, bibliografía obligatoria desde hace muchos años en la formación de los licenciados en Ciencias Políticas.

    El asunto de la ley del aborto en nuestro País hace actual una reflexión sobre este tema, en el que las estructuras básicas de una sociedad parecen influir los derroteros de la Macropolítica, pero cabe discernir a la luz de estas consideraciones si influyeron hacia arriba o fueron manipulados desde arriba. También lo hace necesario el hecho de que las familias católicas - y si hay todavía algunas estructuras un poco más complejas que pueden llamarse católicas - tienen como única posibilidad de influir en la alta política la acción a través de estructuras y conductas de base, ya que el Estado Laico no permite llegar a sus más altos rangos enarbolando una religión. Puede llegar uno que sea católico en su fuero íntimo pero no puede ejercer la función en cuanto tal, pues debe reconocer el carácter estrictamente laico de su función, la libertad de cultos y otras linduras que son incompatibles con una condición de católico íntegro. Sí con la de católico modernista. Y esto no es lo peor, sino que la “función” se ejerce desligado de toda representación real de intereses y como miembro de una burocracia de la que se desconoce el objetivo final, si es que lo tiene (como veremos).

   El gran interrogante de los católicos es ¿qué podemos hacer desde nuestras humildes posiciones para influir buenamente los destinos políticos de un estado moderno? Pero no es común encontrar la siguiente pregunta: ¿De qué manera la macropolítica nos está manipulando para que creyendo que influimos, estemos jugando su juego? Como carecemos de vocación iluminadora y siendo que la primera pregunta ha sido contestada a granel con las más “regocijantes pendejadas”, dejaremos al lector contestarse la segunda.

   Trataremos de resumir, haciendo la más tendenciosa interpretación de la enseñanza de los sociólogos expertos (que la objetividad es un lujo de camanduleros) el “cómo ve el enemigo” estos asuntos, ya que, previendo las resistencias de las buenas gentes han hecho sesudas reflexiones para manipular las reacciones de las células de la base social. Acá va su lección.

     Vamos a usar una analogía geométrica de la moderna sociología que, no por artificial y metafórica deja de tener valiosos aportes para el entendimiento del problema; sobre todo porque efectivamente se están aplicando sus indicaciones desde los altos rangos por medio de expertos que han estudiado con atención estas enseñanzas sociológicas.

     Ellos nos dicen que en la sociedad se encuentran múltiples “segmentos” (familias, instituciones, grupos, etc.) y aún dentro de estos segmentos hay segmentaciones internas (padres-hijos, jefes-subordinados, y nuevamente etc. etc.). Estas segmentaciones se pueden clasificar en tres formas más destacables: las binarias, las circulares y las lineales.

    En los segmentos binarios yo me incluyo en un grupo que se “opone” a otro (no necesariamente oposición significa una lucha, pero sí una especie de bando de pertenencia que se distingue y, lucha, acuerda o  se regula con el otro), por ejemplo, mujeres-varones, jefes-empleados, padres-hijos, creyentes- ateos, modernistas-tradicionalistas, patrones-trabajadores, clase media- clase baja, o la clase alta con ambas alternativamente, y por ejemplo en el caso actual: abortistas-antiabortistas, y mil otras oposiciones binarias que se dan aún dentro de estas, pues por ejemplo no todos los antiabortistas – ni los abortistas -  pertenecen a un mismo grupo.

     De hecho hay algunos que entienden la maldad de las oposiciones binarias y al tomar esta postura se convierten en una. Nosotros podemos aceptar que hay binarizaciones naturales, otras creadas por intereses reales y otras provocadas por la publicidad al sólo efecto de desordenar. Dentro de las provocadas por el poder están todas aquellas que obedecen al viejo aforismo “divide para reinar”.  Es gracioso ver cómo desde la izquierda se atacan las oposiciones binarias naturales (las del sexo, o las de padres-hijos por ejemplo) pero inmediatamente se cae en oposiciones binarias artificiales como las de clases o ideológicas.     

     Los segmentos circulares suelen tener mayor cohesión y ser de origen más natural, son grupos que en conjunto desarrollan un fin común que se integra en la sociedad toda y dentro del cual se regulan las binarias internas (función de la madre y la del padre en la familia). La familia sería el primero, una unión vecinal, el municipio, la provincia, la región, las asociaciones de trabajo o gremiales (no el “sindicato” que es binario contra “la patronal”) y muchas otras, hasta el círculo mayor que es el Estado. Todos estos círculos no necesariamente son concéntricos, defienden sus propios intereses y resguardan sus vidas formando un conjunto que es el Estado.  Funcionarían como los círculos que varias gotas de agua producen al caer a un estanque, siendo el estanque el Estado. Esta última imagen nos da una idea de que se compenetran unos a otros, unos se hacen más grandes y potentes y otros menos, algunos decrecen y otros se agrandan.  Los sabios de la sociología nos dicen que esta era la forma más común de las sociedades primitivas: la segmentación circular no concéntrica. Que eran bastante independientes entre sí, aunque interrelacionados, y - agregamos nosotros - fue la forma principal de la sociedad cristiana medieval.

        Estos segmentos producen una cierta fuerza de cohesión en el Estado, pero a la vez una fuerza de independencia que no deja que el Estado sea tan poderoso, es decir que forman una fuerza nucleante pero a la vez debilitante sobre el poder central. En el Estado moderno se forzarán las energías de estos segmentos circulares para hacerlos concéntricos y así dirigir toda la energía sobre él.  

    Y por último están los segmentos lineales. Instituciones que cruzan en línea recta desde la cabeza hasta el pié. Los más clásicos o antiguos son la Iglesia y el ejército, podemos hablar luego de las carreras de estudio y las logias. Más modernas son las grandes empresas comerciales y el gran monstruo lineal que es la burocracia. Hagamos unas distinciones: salvo la Iglesia, los demás responden a intereses de cúpula, es decir que drenan fuerzas de los círculos para servir un poder central, ya sea en buena forma para un bien común, ya sea en mala para fines ajenos o inconfesados, pero siempre hay tensión entre ellas con los círculos, un tire y afloje sobre cuánto se entrega y cuánto se retiene.

     La Iglesia tiene una característica especial, está concebida para alimentar la fuerza de esos segmentos circulares, es decir que trae energía de “arriba” para “abajo”, no al revés como los otros, y la más de las veces se convierte en parte de esa tensión de los círculos con el estado central tomando partido por los primeros.

      Como podrán ver uno puede participar a la misma vez en los tres tipos de segmentaciones y por ende, los componentes de una de esas segmentaciones traen a la misma intereses de las otras que suelen armar una colisión de intereses enormes que arman el tejido o maraña social que trata de desentrañar el sociólogo para saber qué pasa en una sociedad concreta. Un hombre es parte de una familia, de un municipio o región, que son circulares, pero puede a la misma vez participar de segmentaciones binarias que exceden ese grupo y traen desestabilización a las relaciones del círculo, y a la misma vez pertenecer a segmentaciones lineales que responde a otros intereses y que traen desestabilizaciones a los dos primeros, y los dos primeros a esta.

    Ejemplo: Yo puedo pertenecer a una familia y también al grupo de los celestes o los verdes y además, ser un burócrata de línea, o un militar (que ya no hay diferencia). Es probable que los intereses familiares sean grandes y me lleven a llenar de familiares la línea burocrática que pasa a servir a esa familia; o es probable que los intereses de línea me lleven a enfrentarme con la familia. Y el ser verde o celeste de la misma manera puede producir colisiones familiares o en la línea.  Y así imaginen millones de entrecruzamientos y colisiones como los átomos de una materia, pero que al fin componen esa materia con una mayor o menor estabilidad, pudiendo llegar a la disgregación, estallido o implosión.

    Sumemos a que hoy estos segmentos binarios y  lineales (muy improbablemente los circulares) exceden al mismo Estado. La feminista es internacional y recibe sus consignas desde una usina lejana; lo mismo el socialista, e igual el empleado de la General Motors o  un ejército que trabaja para la ONU. Y entonces el dibujo se hace casi imposible y enormemente complejo, pues por la doble o triple pertenencia, los circulares se ven afectados. A una familia de tal región o municipio ya no le importa esa región o municipio desde su economía si sus ingresos provienen de un línea internacional (pongamos que es empleado del Banco Mundial), pero sí le importa la región en cuanto a enfrentamientos binarios, porque es antiabortista -por ejemplo-, asunto que lo opone con algunos de sus vecinos; pero el Banco Mundial que le prodiga el sustento económico promociona políticas abortistas y se opone a él en el segmento binario. Y todas estas oposiciones de planos y segmentos los enfrentan consigo mismo y llevan las contradicciones dentro de cada segmento.

   
Fue Kafka quien dibujó literariamente el entramado de la burocracia moderna donde, una oficina – un poder judicial o un banco- se supone que responde a una línea jerárquica dura, pero cuando uno lo vive desde dentro va descubriendo las miles de intromisiones de los otros segmentos que la pervierten desde un punto de vista, o la humanizan desde otro. Porque ni el jefe toma sus decisiones exclusivamente en cuanto jefe de línea, ya que puede buscar acomodar a sus hijos o sobrinos para fortalecer su círculo, o también tiene opciones binarias que inciden y en las cuales un subordinado puede ser más que él. El jefe es superior en la línea, pero inferior de un subalterno en la Logia,  en el Opus, en el partido político, en el club de golf o de rugby. Y así mil entramados.

    En la actualidad todo llega al punto que nos hace decir: “¡uno nunca sabe para quién trabaja!”, cosa que en la sociedad tradicional forjada en las segmentaciones circulares no concéntricas, era mucho más fácil saberlo pues estaba el interés muy cerca del hombre.  Parece que también sería fácil saber para quién se trabaja en una sociedad altamente centralizada a partir de segmentos circulares concéntricos - como son el totalitarismo monárquico o de tipo fascista - pero aquí los intereses son muy lejanos al hombre y la fuerza de los segmentos lineales (ejército, partido, burocracia, logia) es enorme sobre los circulares que tienden a ser arrollados, desvitalizados en la entrega de todas sus energías al segmento lineal. Corremos el riesgo de que, aunque sabemos para quién trabajamos – el Jefe, Monarca Absoluto, Gurú o Líder-  no sabemos bien qué busca la cúpula que está allá lejos manejando intereses que no comprendemos y a los que nos entregamos en una confianza fanática.

    ¡Qué maravilla era ser un grupo de familias que vivían en una región con poco contacto con el resto!  Los círculos que hacen las gotitas de agua chocan entre sí, pero se acomodan según sus energías naturales y lo mismo dentro de cada familia, pero no hay casi interferencias binarias ni lineales, los opuestos se complementan en armonía. Los litigios son claros y simples. Y esta paz social puede mantenerse en conglomerados más grandes y en la medida que estas pequeñas aldeas son respetadas por el poder central, normalmente con economías rurales y  pequeñas formaciones urbanas. Eso fue el feudalismo.

    Pero la Gran Urbe fruto de la fuerza de segmentaciones lineales y binarias que empujaron a estos círculos armó el gran lío (efecto del capitalismo). La política cristiana siempre supo que la paz social se basaba en mantener estos núcleos independientes, suavemente subordinados por impuestos no excesivos, levas militares muy pequeñas y casi nada de burocracia central -nos cuenta Alberto Falcionelli que en pleno siglo XIX Rusia presentaba este tipo de aldeas en que los únicos representantes de la burocracia central eran el cura (la Ortodoxia es de obediencia nacional) y el encargado de correos. (Casi siempre borrachos ambos. Cuenta que un pueblo se quejó de que el Cura era borrachín y este, en su defensa,  dijo: “el estafeta también lo es, pero lo importante es que las cartas llegan”. Quería decir muy chuscamente que la gracia también llegaba a pesar de su embriaguez).   

   Cabe hacer dos aclaraciones.

       La fuerza lineal de la Iglesia Católica - que ya dijimos que tiene sentido inverso a las otras, de arriba para abajo - se cuidaba meticulosamente de tener interferencias de segmentos circulares, binarios o lineales ajenos en su interior. Sus hombres no pueden tener familias, ni municipios, ni regiones ni nada que se introduzca en sus intereses de forma colateral, mucho menos del Estado central,  aun cuando su energía es para potenciar todos estos círculos y aún al Estado Central. Y de la misma manera se cuidaba de tener interferencias binarias (herejías se llamarán). La decadencia de la Iglesia en el período renacentista fue producto de estas intromisiones circulares de los intereses de las grandes familias (ya verdaderas empresas político-económicas), luego con los estados fuertes el problema era el de intromisiones lineales externas o ajenas (partidos) y en la actualidad la intromisión es binaria al dejar campar con libertad las más opuestas opiniones o herejías (concepto que deja de ser negativo y las opiniones encontradas son positivas).

       El ejército de las civilizaciones antiguas era bastante parecido a una iglesia (los espartanos no tenían familia, y no digo llegar a darse unos buenos besos entre soldados, pero todo militar sabe lo complejo que es tener familia en ese oficio) y más tarde el caso de Templarios y Hospitalarios en la Edad Media; pero lo común en aquella época  era un ejército que se juntaba desde los círculos (familias y regiones) y para casos concretos en que los círculos aportaban sus hombres según sus intereses concretos (había que convencerlos) y luego los retiraban. La tropa estable era muy pequeña, normalmente una guardia de Corps alrededor del Rey.

      Los ejércitos modernos profesionalizados  formados por hombres de intereses cruzados por binarios y circulares (familias, regiones, partidos, logias) se transforman en una maraña como la que hemos descripto más arriba. Aunque en principio responden al Estado Central, muchísimas veces estallan en disputas binarias (bandos) y sus componentes comparten afiliación a otras lineales (partidos, logias) que hasta pueden ser exteriores al Estado,  y aunque se justifican en la defensa común de los círculos, muchas veces – como pasa en toda fuerza lineal centralizada – los avasalla. Tengamos en cuenta que la función de “hombre de línea” – cualquiera sea ésta- lo hace menos apto para la solidez familiar. La línea avasalla al círculo, saca al hombre lo mejor de sus energías.  
  
  
En aquella sociedad tradicional, ¿qué era lo que aportaba unidad al todo de círculos no concéntricos? ¿Qué era lo que los ligaba o “religaba”? Pues eso que dice la palabra: una “religión” común. Y no había por tanto en las sociedades tradicionales mayor delito político que atentar contra esa religión, pues era el nexo social que impregnaba por igual cada círculo no concéntrico y lo hacía funcionar para el todo. Hubo reyes que atacaron las herejías con mucha más energía que la Iglesia, gran cantidad de Concilios fueron convocados por el poder político ante la aparición de conflictos binarios dentro de la Iglesia. Todo aporte que saliera de los círculos, ya sea impuestos o soldados, se hacía con un sentido impregnado de religiosidad – las guerras debían ser justas o justificadas con sentido religioso - como igualmente los litigios entre círculos se solucionaban a base de este criterio y normalmente por los hombres de Iglesia. El Rey era esencialmente el defensor de la Única y Verdadera Religión y en eso residía y se justificaba su poder. Y si no, todo se desbarataba.    

      El absolutismo quiere hacer concéntricos los círculos y esto debemos saber que nace por un doble fallo. Sin duda por la apetencia de concentración de poder por un lado, pero mucho más por efecto del propio debilitamiento de los círculos más altos de la sociedad –la aristocracia- que se vieron ganados y debilitados por segmentaciones binarias internas y lineales ajenas o superestatales (logias, ideologías, intereses económicos supraestatales, etc.) que desarmaron el tejido que hacía de nexo entre  el círculo superior y los más pequeños. Quedó el Rey y el pueblo amenazados en sus estructuras por estas segmentaciones en el intermedio (la Historia de Rusia de Falcionelli lo demuestra con gran solvencia) con el consiguiente problema que se produce en este matrimonio - rey-pueblo - por la lejanía de intereses, la débil comunicación y la incomprensión de necesidades entre ellos.

     Los fascismos serían un restablecimiento de los segmentos circulares, pero concéntricos;  la anulación de los binarios y el reforzamiento de los lineales. Todos confluyen a un interés central que corre por el eje común que es un segmento lineal muy poderoso: el “partido” (o en otros casos el ejército); segmento lineal que lleva la energía de abajo para arriba, debilitando irremediablemente los círculos y creando, quieran que no, una sensación “democrática”. Es cierto que reduce al mínimo las oposiciones binarias, lo que es bueno, pero  -como en el caso del absolutismo- al quedar sin círculos intermedios la distancia con los círculos básicos los lleva a tratar con aquellos como “masa”.  El absolutismo y los fascismos, quieran que no, masifican al no contar con los círculos intermedios. En los fascismos estos se reemplazan por la fuerza lineal de la burocracia partidaria.

     El Estado actual en el mundo globalizado es un asunto mucho más complejo, porque es un estado que podríamos considerar como el círculo mayor, pero no es un círculo quieto sino dinámico. Gira y se mueve como un tornado, se achica y se agranda según los avatares de las fuerzas internacionales lineales y las oposiciones binarias mundiales, los que le marcan el ritmo. Su peor enemigo son los segmentos circulares menores que se anclan y fijan,  en familias, regiones, etc., y también los lineales duros: Iglesia, fascismos (todos estos repugnan de las interferencias externas al Estado). Estos tienden a hacerse rígidos  y por lo tanto son un obstáculo a la dinámica, detienen la fuerza del tornado que choca contra ellos y en el choque pierde fuerza, y por lo tanto su tarea es provocar  segmentos binarios y lineales que los desbaraten y hagan que floten dentro del tornado. No son estos segmentos lineales como el eje fijo, duro y acerado de los círculos concéntricos fascistas, sino como sogas que flotan dentro del turbión por donde trepan los ciudadanos para buscar la “tranquilidad” del vórtice. Sin lugar a dudas lo que vuelve a todos dinámicos es la existencia permanente de segmentos binarios en permanente pugna dentro de los demás (crisis de autoridad entre padre y madre en la familia, no sólo por efecto ideológico sino por razones de sustento económico al lograr la mujer poder en sus ingresos, lucha de sexos, generacionales, de partidos…).

     Los circulares rígidos ya casi desaparecen, todos los componentes entran en las lides binarias y en los ascensos y descensos de los lineales, ya sea del trabajo, de los partidos políticos o líneas ideológicas, que al estar dentro, el turbión los zamarrea y cada tanto los escupe hacia la tierra baldía. Las familias, municipios y regiones estallan internamente por conflictos binarios (padres-hijos, verdes-celestes, feminismo-machismo, clases sociales, partidos políticos,  pugna de géneros, razas que pueden ser hasta  inventadas como el indigenismo),  sus miembros que notan la inestabilidad y debilidad de esos grupos, para salvarlos (la naturaleza tiene su fuerza) se van trepando a esas sogas de salvataje que son los segmentos lineales móviles (partidos, logias, burocracia, organizaciones cristianas, católicas, etc.).

    Los círculos intermedios como el municipio o la región ya han perdido todo significado circular, pues la burocracia municipal o regional es un trampolín (un tramo de la soga)  para subir a la provincial y de allí a la nacional. Ya no existen hombres que son de su región para siempre, como lo era un Duque o un Marqués y hasta no muy atrás ciertos líderes regionales como intendentes y gobernadores que servían a su círculo sin pretender salir de él.

    Cabe preguntarse qué le da cohesión a ese inestable remolino. Como todo turbión se mantiene por un juego de presiones externas e internas, que cuando alguna de ellas se impone, desaparece y se aquieta, pero comienza la estrepitosa caída de todos los que están flotando dentro de él por virtud del juego de fuerzas, y el no querer caerse es la gran fuerza de cohesión.

      Seamos más claros: el poder mundial ejerce presiones que influyen sobre una nación, esa nación se agita con una fuerza interna para sostenerse en su ser y aquí comienza el giro por efecto del juego de presiones. Cuando las presiones externas se imponen la nación desaparece, o a veces la fuerza interna que hace compresión centrífuga, al desaparecer de pronto  la presión externa, estalla. Este último es el caso Venezuela o países del Medio Oriente, en que la presión de los mercados mundiales sobre su petróleo fundan su economía – y su conformación social y política que se arma sobre dinero externo – y toda su actividad se concentra en ese producto de comercialización externa; si el mercado se retira, explota, pues no tiene estructura interna para sostenerse (no hay mercado interno y, lo que es peor, no hay razones de amistad política. ¿China?). Los mejores  ciudadanos prefieren ser conquistados por las fuerzas externas y los peores se solazan en la autodestrucción.

     Allí comprendemos que los gobernantes modernos manejan un tornado que pasa por todo el territorio, que tiene enormes presiones externas que empatan con presiones internas, que se alimentan de fragmentaciones binarias como las fuerzas eléctricas positivas y negativas que produce la fricción, con rayos y truenos internos; que asolan las construcciones fijas que cuando son débiles las arrasa (¿han visto las casas de madera estallar con un tornado? ) y que pierde fuerza cuando choca contra construcciones sólidas. Entonces, las construcciones sólidas deben ser debilitadas con oposiciones internas – fragmentaciones binarias – y sostener todo ese equilibrio inestable (sabemos que todo orden político es un equilibrio inestable, pero que estos son ya un maremágnum destructivo).

    La cohesión de las ciudades antiguas era la religión, fuerzas que emanan desde “arriba” y nutren las estructuras básicas y hacen sólido el Estado pero no poderoso. En el medioevo, esta fuente de energía no provenía del Estado (como en la antigüedad) que era uno más de los círculos, sino de la Iglesia, que al estar por sobre los Estados vigilaba la existencia independiente pero armónica de todos los círculos cuidando que no se produzca esa absorción de energía.

       En el absolutismo y los fascismos no es ya la Iglesia sino el Estado el que da “significación” a todos los puntos en sus intereses y objetivos, suplantando, subyugando  o haciendo desaparecer la Iglesia y debilitando los círculos, creando un eje de absorción de poder lineal burocrático, convirtiendo a los “pueblos” en masas obedientes. Hasta aquí todos repugnan de las fragmentaciones binarias (y se armonizan las que son naturales).  

     El estado actual se explica en una tensión de fuerzas externas e internas (globalización) que lo hace dinámico, que tiende a la destrucción de los segmentos circulares fijos y a los lineales fijos, todos los que serán considerados retrógrados o fascistas y totalitarios, siendo impregnados e infiltrados por oposiciones binarias multiplicadas que son inyectadas por la publicidad, las ideologías y las logias.

        Desde la familia y cada organización menor, los municipios y regiones, serán sometidos a un juego de oposiciones y constante reorganización en formas nuevas, con nuevas oposiciones internas (huelgan los ejemplos, pero la misma puja democrática es eso).  Los segmentos lineales serán fuertes pero plásticos y dinámicos, compuestos ya no por partidarios fanáticos, sino por gentes que buscan la salvación de los círculos  y trepan por las sogas, pero, al poco andar, ya no reconocen su círculo que ha cambiado por efecto de oposiciones binarias (su familia ha cambiado, su municipio ha cambiado, su región ha cambiado) y ya solo queda trepar para mantenerse a flote. La “significación” de este Estado no es más una religión ni un planteo de objetivos de nación (cualquiera sea este: raza, civilización, economía…)  es la “democracia”, es decir, una forma de permanente segmentación binaria. Ya no es la Iglesia que en forma lineal derrama hacia abajo, ni el Estado totalitario que absorbe hacia arriba, sino la misma base masificada que huye de su propia realidad destructiva hacia arriba, buscando entrar en el vórtice de quietud del tornado sobre el que a veces está la soga, pero siendo expulsado en algunos vaivenes de la soga cuando toca el exterior violento del tornado, y ¡fiuuuu!… a la tierra baldía.

     No hay en éste un abajo ni un arriba, está el turbión, arriba no hay nada, sólo la fuerza del turbión que te lleva hacia arriba donde se termina la dinámica y te caes al precipicio, y abajo todo se está destruyendo. La vida es la vida interna del tornado, con su vórtice de semiquietud dinámica y sus exteriores de violenta expulsión. Se trata de estar en la calesita que se ha enloquecido buscando acercarse al centro, y se trata de sostenerse, pues todo lo de abajo será expulsado por los costados o por arriba en un derroche de fuerzas.

    La esencia de todo este movimiento es la alimentación de los conflictos binarios, dentro de las familias, dentro de todo orden político (más o menos grande) por la puja partidaria; dentro de la economía (dólar-peso, competencia comercial, interna e internacional, es decir: mercado libre) y así en todo. Cuando se dice que todo debe “democratizarse”  se dice esto: a todo debe llegar la oposición binaria y ésta multiplicarse en nuevas oposiciones a cada triunfo de una de ellas. (Los sabios saben que los triunfos de una cualquiera de estas oposiciones “cristalizan”,  y hay que volver a romperlos, no importa si son verdes o celestes, sino que se mantengan dinámicos).  

     El ingreso al turbión puede estar justificado por varias causas, pero vamos al principio; hay familias católicas que quieren entrar al turbión con buenas razones, la razón de salvar al círculo que ven peligrar por efecto de las oposiciones binarias. Pero hay una paradoja, al turbión se entra de manos de una de las puntas binarias en las que necesariamente hay que enrolarse. Y las hay que parecen buenas o muy buenas; al sistema no le importa la “significación interna” de la oposición binaria - lo dicen expresamente-: puede ser la “restauración de la monarquía católica” o la consagración de la zoofilia,  lo que importa es que agite los círculos en dinámica interna; en eso consiste la frase de nuestro presidente al finalizar una lucha binaria de que: “ha ganado la democracia”.

      Lo que le interesa es que todos entren en las reyertas binarias fabricadas ex profeso para mantener la dinámica del turbión e impedir la formación de círculos basales fijos o moleculares. Y esto es en gran parte porque para la victoria de una oposición ésta necesita de cierto número de importancia masiva y, para lograr el número debo realizar “coaliciones” con otros grupos con los que coincido en un término binario, pero no en otros menores en la urgencia (aunque mayores en términos significantes), y estas coaliciones necesariamente me de-significan, me diluyen, me distorsionan, y con ello no soy temible como punto fijo, estable y altamente “significado”. ¡Chan chon!, estoy en su juego. (Si recuerdan algunos una carta del nunca mal ponderado Caponnetto dirigida a ciertos caballeros que lo asociaban en una oposición binaria inducida,  en la que solicitaba no ser incluido aún sin defecto del contenido de sus textos -lo que parecía todo un innecesario desplante). Era porque no quería ser “de-significado”.

     Vamos a una última de las figuras que pone esta sociología. El Vector de Fuga.  No todos soportamos este estado de cosas y muchos más de los que se piensa se convierten en vectores de fuga de esta locura escapando del tornado. Y la mayoría fugan por otra locura. Es parte de la dinámica. Unos se hacen hippies, otros se drogan, otros se hacen Testigos de Jehová, se van a plantar al campo, se hacen puteadores profesionales, delincuentes antisistema, saboteadores, cínicos, ladrones, profetas del apocalipsis y hasta cultores de alguna religión tradicional. Tampoco importa, los vectores de Fuga son parte del ensamble. Parte de la dinámica, porque sus derroteros son nómadas tratando de evitar el golpe del turbión y son finalmente parte del movimiento.

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Todo lo dicho es texto de estudio en el que se ha formado gran parte de los hombres que gobiernan. Sin dudarlo Durán Barba que cursó en la Universidad de Cuyo, discípulo del Prof. Dussel, los estudió y los maneja. Y ríe en su oficina de haber embarcado a muchos católicos en esta su última reyerta de oposición binaria, se ríe de haberlos obligado a coaliciones impensadas, se ríe de haberlos de-significado, ridiculizados al no poder recurrir a sus fundamentos que romperían las coaliciones, a un planteo de “forros”; y todo por una batalla que se reiniciará inmediatamente sin mejoras para nadie. Pero, como bien dice el “maldito” arriba nombrado, a caballo de este término de binarización masificado puede que algunos logren entrar al tornado. A los últimos que conocí que se subieron por algo parecido a esto, no tardaron ni minutos en ser escupidos ¡fiuuuu! a la tierra baldía, con toda la trompa por el suelo.

       No sé el lector, pero yo estoy inclinado a creer que nos embromaron.

       En lo personal me queda una sola Micropolítica, aguantar de pié el cimbronazo. Sin complicidades ni cálculos. Cuidando con singular energía la intromisión de oposiciones binarias falsas en nuestros entornos, armonizando las naturales, cuidando meticulosamente toda de-significación por efecto de alianzas estratégicas para resultados ficticios. Aún, y no menos peligrosa, debemos cuidarnos de esta idiota binarización  “Francisco- Anti Francisco”, que no es más que una anécdota que será escupida por la punta del tornado.

     Una última sensación personal que contradice a mis más queridos amigos desde los hígados: En esta batalla binaria del aborto- antiaborto no hay ninguna victoria. Ninguna. Aún el pálido retroceso de la banda de los orcos producto de una táctica de restos de fuerzas circulares regionales subconscientes (los senadores votaron para mantenerse desde una difusa fuerza moral regional a la que pretenden superar prontamente), implica un gran avance en la estrategia general de demolición. El catolicismo se vio completamente de-significado en su doctrina y trabó alianzas que perderán lo poco que hay. Los católicos que entraron y creyeron salir gananciosos, salieron menos católicos. Las familias menos familias. Las regiones menos concentradas en sí mismas.

     Desde ya la batalla implicó una realimentación de la dinámica binaria de la democracia y la falsa victoria alentará mayores deformaciones. Una de las más notables deformaciones es que la batalla fue protagonizada fundamentalmente por féminas, con la denigración que esto supone de la autoridad paterna que jamás hubiera osado expresar que el “dueño” de ese vientre era él. Las “buenas gentes” no dejan de ser una “gilada”.

      Y una más. El Catolicismo como fuerza social, cultural y civilizadora ya no existe, sus expresiones últimas están más que teñidas de una desintegración doctrinaria, mental y psicológica fatal. No pasan de reacciones viscerales histéricas. Las más extremas de las expresiones católicas contra el tema del aborto han quedado reducidas a la defensa de una planificación natural de raíz conciliar contra el uso del condón, aceptando al fin una cobarde y burguesa  “planificación” a la que se rindió Pablo VI (¡feliz cumple!) en la Humanae vitae y que no es otra cosa que un gran condón mental.

    El desafío de la hora es seguir siendo católicos en la más increíble hora de indefensión y soledad de la historia. Ser sólidos y fijos en medio del más enorme huracán que jamás se haya visto. Sin asustarse y sin entristecerse, claro, pero fundamentalmente sin atontarse, porque el ataque principal es un ataque a la inteligencia. La única Patria que queda es el vientre de nuestras buenas mujeres católicas y el heroísmo es marchar de pié hacia las montañas sin volver la vista hacia Sodoma. 

    Todo lo ocurrido me tinca que fue para mal (ojalá me equivoque), lamento decirlo a las buenas gentes aturdidas, desenganchadas de sus “círculos” naturales, masificadas y trabajadas desde la emotividad visceral en una posición binaria artificial. Tengo más temores ante la falsa victoria que ante la consabida derrota. La democracia, como los tahúres, les ha dejado ganar una mano para “agrandarlos” y tenerlos listos para el desfalco final.

      Yo sin dudas soy un “aguafiestas”, pero no se preocupen, no soy nadie ni busco seguidores. En este tremendo error, cualquier error se soporta.
                                   

lunes, 13 de agosto de 2018

ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE LA LEY FELIZMENTE ABORTADA

En la Argentina y desde 1921, el Código Penal despenaliza el aborto en los casos de peligro para la vida o la salud de la mujer o en los de "atentado al pudor de mujer demente o idiota" (léase violación). En 2015, el Ministerio de Salud de la Nación publicó el llamado "protocolo del aborto no punible", de aplicación obligatoria en todo el territorio argentino por todas las instituciones sanitarias. Lo hizo fundándose en el llamado "caso F.A.L." (2012), por el que la Corte Suprema de Justicia había resuelto que las mujeres violadas, fueran éstas normales o insanas, podían abortar sin necesidad de autorización judicial previa y sin ulterior sanción penal.

La extensión de la funesta prerrogativa se hizo entonces amplísima, se diría que ubicua. Porque el protocolo en cuestión subraya que el peligro para la salud «no exige configuración del daño sino posible ocurrencia», incluyendo no sólo la salud física de la demandante sino su salud mental y su equilibrio psicológico y social. Y para desalentar toda posible reacción de los médicos convocados a la inmolación del niño, se dispuso que «la decisión de la mujer es incuestionable y no debe ser sometida por parte de los profesionales de la salud a juicios de valor derivados de sus consideraciones personales o religiosas». También se facilitó la práctica concediéndole a la mujer supuestamente violada el valerse de su solo testimonio como dotado de suficiente valor probatorio, sin necesidad de pericia alguna que confirme el haber sufrido violación. Todo lo cual implica la concesión de amplísimas libertades para abortar, casi tanto como una legalización encubierta.  Cuanto a la despenalización, ésta existe de facto desde hace mucho, excediendo con holgura los casos contemplados por el Código Penal: multitud de legistas sostienen que el aborto conlleva la "autopunición" de la victimaria (síndrome post-aborto, no pocas veces derivante en suicidio y, de mínima, en toda suerte de trastornos psíquicos y emocionales), lo que mitigaría de suyo la exigencia de cárcel. La experiencia parece demostrar que es la propia filicida la que corre a aplicarse el castigo.

Ante estos hechos, la pregunta que se impone es: ¿qué más pueden querer estas hordas lunáticas, contando prácticamente con los más amplios fueros para matar a designio? La respuesta nos parece casi obvia: si de hecho pueden abortar con las mayores garantías, lo que ahora desean es la consagración pública del aborto, la entronización del mal. La guerra se libra no tanto en el terreno de los hechos, suficientemente consumados, cuanto en el de las palabras: lo que se pretende es dotar al mal de los atributos del bien, y viceversa. Llamar bien al mal y mal al bien, y esto oficialmente, con todos los órganos fonadores del Estado. 

Los demonios saben, a su despecho, que In principio erat Verbum, y saben del valor consecuentemente misterioso de la palabra proferida por el hombre, que también por esto ha sido creado «a imagen de Dios». Envueltos en tormentos indecibles, les tocó asistir de lejos al feliz momento en el que Adán pronunció el nombre de los seres que desfilaban ante él, sellándolos con este sutilísimo timbre que concentra la actividad de sus facultades superiores y actualizando con ello inmejorablemente esa adaequatio mentis ad rem en que consiste su honor y toda su dicha. Porque incluso la visión beatífica será una cierta ecuación de la mente (del espíritu) con su Objeto. Por el ejercicio, pues, de este oficio primordial de la representación, el hombre comienza a cumplir el grave cometido de hacer la verdad en el que debiera versar toda su vida. 

Con toda su obtusidad a cuestas, el enemigo alcanza un suficiente barrunto de todo esto. Y asume a la mentira como premisa, afanándose en la odiosa obra de diseminarla en todos sus enunciados, como la cizaña de la parábola, para oprimir a la verdad. Nihil novum: ya Lenin preconizó el empleo de la mentira como arma revolucionaria. La vinculación preferencial con el aborto no iba a hacerse esperar, ya que el Padre de la mentira es también llamado en la Escritura «aquel que es homicida desde el principio» (Io 8, 44). Lo que nos advertía de sobra que nuestra lucha no era «contra la carne y la sangre, sino contra los principados y potestades y las dominaciones de este mundo tenebroso» (Ef  6, 12), los mismos que ahora auspiciaban la sanción de una ley que -como en toda normativa que avala al fin una conducta hasta entonces condenada-, acabaría recomendando masivamente el aborto. Cosa comprobada con creces en los países que ya pasaron por aquí: en EEUU, de mil a casi un millón de abortos anuales desde el año de la promulgación de la ley (1973) a la actualidad; en España, un ascenso proporcional a éste desde el funesto año de la legalización (1985).

Por eso, y aunque el enemigo es suficientemente previsor como para preparar todos sus recursos neutralizadores, la Verdad dicha a destiempo (en los estrados de la democracia, esa ajada meretriz) no dejó de confundir a los malditos, que no tuvieron más remedio que desnudar la mala voluntad que los anima cuando la fuerza de las evidencias y de los argumentos los supera por completo. Y aunque la mayoría de los mejores expositores contra la inicua ley no dejaran de hacer penosas concesiones (ora trayendo en socorro de sus razones a los liberales decimonónicos, ora avalando la educación sexual en las escuelas o la esterilización quirúrgica como recursos contra el aborto), y sin dejar de admitir que las marchas en contra abundaban en toda clase de dudosas martingalas, como el eslogan en pro de "las dos vidas" y símiles, o los cantitos sensibleros, acá hubo una victoria real contra la infecta colusión de tantos agentes como cabe enunciar en la ONU y la usura internacional, los plumíferos paniaguados por empresarios "multimedia", los zurditos de Rockefeller y algunas ilustres putarracas que creyeron redimirse de su habitual y público fornicio interesándose al fin por una consigna. U organizaciones siniestras como Amnesty International, consagradas a pintarle un rictus humanitario al imperialismo cultural y económico, que el día de la votación en el Senado no escatimó volcar un millón de dólares en una solicitada en el New York Times presionando a los senadores argentinos para que avalasen la masacre. O las clínicas abortistas, ávidas de ampliar sus mercados en esa América que, al decir de Darío, «aún reza a Jesucristo y aún habla en español». O aquel senador mandinga que quiso correr a un doctor en leyes con la cifra fraguadísima de los 500 mil abortos anuales y que, desmontado el timo ante sus luengas barbas, debió recular a un módico "las cifras no importan, no es cuestión de números", "el número es simbólico", reconociendo implícitamente la patraña y arguyendo el mismo vergonzoso lema que se aplica a los desaparecidos, caso en el que tampoco debe hacerse escrúpulos en agregarle un dígito al total. O las pobrecitas estudiantinas descerebradas que, incapaces de atenerse a axiomas cuando no sea el de la primacía de lo voluble y vil, vieron la implume oportunidad de ejercitar una módica y primeriza "apuesta vital" (que le dicen), abandonándose a un caos sin orillas. O tantos que se hicieron del bando ruin por mero esnobismo, para "no ser menos", por prurito de no pasar por anticuados, adquiriendo así el dudoso honor de integrar el club de lobotomizados, único sentido de pertenencia que les ha sido concedido a estas generaciones que sorben la mentira como el aire. O aquel impresentable Ministro de Salud de la Nación, tan convicto de la mala causa que nos hace pensar si en los días en que prestó el juramento de Hipócrates no habrá creído estar prestando el juramento del hipócrita.

Fue, en fin, la acción centrípeta de todas las imposturas y todas las inverecundias la que atrajo irresistiblemente a la hez de la sociedad en este vórtice del horror, un rejunte de badulaques y sicarios al menos potenciales que no le hacen el menor asco a la injusticia más flagrante, capaces de correr solícitos a poner el cuchillo en las manos del verdugo, de arriesgar sus fichas por el prepotente, de no detenerse ante el abismo. Es la recíproca atracción de los malos que señalaba un observador tan fino como Don Bosco, cuya unión agudiza los malos caracteres, concita a la reunión de fuerzas y acaba plasmándose en una organización perversa cuyo fin es opugnar y extirpar el bien. Contra esta maquinaria demoníaca nos ha concedido Dios una impensada victoria. Que estriba en rasgos como los que describe Antonio Caponnetto:

Curas, laicos, chiquillos, críos, familias, profesionales, jóvenes, adultos, gauchos, malvineros, provincianos curtidos, trinitarios fieles, parroquias, instituciones, colegios. La más amplia y lícita diversidad de los sectores sociales se hizo presente. A pesar del aparato oficial abortero y de las poderosas usinas internacionales que lo sostienen. A pesar de la promoción coactiva del crimen, de la contranatura y del satanismo. A pesar de los mil pesares, se hicieron presente, para defender el sentido común: hay vida humana inocente dentro de un vientre materno fecundado por un padre. Nadie puede segarla sin ser llamado asesino.

Este esplendor del sentido común, acompañado del despliegue de una devoción religiosa tan simple cuanto robusta, es, a nuestro juicio, la única victoria profunda y seria y esperanzadora que se puede apuntar como tal. Que no es de poca monta. El triunfo no es que no fue ley lo que podrá serlo mañana, cuando los malditos y fluctuantes votos cambien de urnas. El triunfo no es que el aborto no haya sido legalizado, porque acabará por serlo, de un modo velado o frontalmente. El triunfo no es, insistimos, que se participó y se ganó; porque participar de las reglas de juego del burdel es decirle a las madamas y a los proxenetas que sus actividades son respetables.

El triunfo es que toda la inmundicia partidocrática, la fetidez democrática y la nauseabunda marea feminista –impuestas coactivamente desde las redes sociales, con el empuje principal de la intelligentzia judaica- no hayan logrado extirpar por completo los vestigios de la sensatez y de la piedad. Esos vestigios deben ser alimentados y en lo posible acrecentados, con un gran esfuerzo pedagógico y apologético sostenido y solvente. De lo contrario, la ya extendida marea de la putrefacción ideológica acabará imponiéndose aún sobre estos vestigios o huellas de genuina salud nacional.

Con esa realista conclusión, que comporta para todos nosotros un arduo deber, celebramos este triunfo tan necesario para quienes venimos haciendo escuela de las duras derrotas. Quienes recen con el breviario de san Pío X habrán notado oportunamente que en la madrugada de ese jueves 9 de agosto, los laudes (hora canónica sucesiva al término de la votación en el Senado) empezaban por el salmo 97: cantate Dominum canticum novum / quia mirabilia fecit. / Salvabit sibi dextera eius / et brachium sanctum eius.  

Amen, amen!

sábado, 4 de agosto de 2018

ALGUNAS ACLARACIONES SOBRE EL “SENSUS FIDEI”


                                                                                                   por Dardo Juan Calderón
No sin temor y a raíz de algunas dudas expresadas, entiendo necesario hacer una breve explicación sobre este concepto o “lugar teológico” (que es una forma moderna de llamarlo), a fin de aclarar y afirmar una vez más el error del comentado Roberto De Mattei. El temor es que siendo un asunto complejo se termine entendiendo menos que antes, pues no es este medio -un blog- donde más adecuadamente se pueda tratar; por ello recomiendo la lectura del libro que seguiremos de guía, que es el libro del P. Álvaro Calderón, “La lámpara bajo el Celemín”, en su apéndice segundo. Pero primero diremos por qué lo seguimos a este y no a otro, ya que muchos se sienten picados por tener que reconocerle autoridad y, a estos que no la reconocen, les recomiendo no leer nada y seguir con sus cosas. Es un asunto entre amigos de buena fe en el que vamos a dar por buenas las conclusiones del autor.

En primer lugar recurrimos a él porque no hay otro. Me explico: lo que nos aqueja son verdades católicas que han sido tergiversadas por el modernismo triunfante en el Concilio Vaticano II, que no es lo mismo que el llano protestantismo, sino más sutil y más solapado, forma que le ha permitido inficionar el entendimiento de nuestra fe en muchos autores de ganada fama y desde hace muchos años, que parecían nimiedades, pero que hoy las vemos desembocar en atrocidades. El método del Padre es atacar estos errores prescindiendo en todo lo posible de todo autor que desde el renacimiento vienen arrastrando algunas escorias, tomar a Santo Tomás y al Magisterio seguro, y desde allí juzgar la deriva modernista “conciliar”. Y en muchos temas –como en éste- es el primero en hacerlo (los demás no tenían el Concilio, sus textos, sus derivas y sus mentores) y por tanto, no encontrarán el asunto en otro lado bajo esta perspectiva, que es la perspectiva que da el hecho de que aquellas sutiles derivas hoy son gruesos errores, y se evidencia entonces la peligrosidad que conllevaban, siendo que no lo parecían tanto.

Creo necesario agregar – una vez más – que pertenecemos a esa línea de pensamiento que siempre dijo que los frutos del Concilio Vaticano II serían estos que hoy vemos, que nunca creímos que había aspectos de él que podían anunciar otra cosa más feliz y que, me atrevo a decir, la descomposición anuncia seguir a galope mientras no se tire el totum documental de ese Concilio.

El error que proviene de un mal entendimiento del sensus fidei -en sentido modernista- ha calado muy hondo en los más “confiables” ámbitos “tradicionalistas”; lo han expresado profusamente en los blogs comúnmente tenidos por tradicionalistas. ¿Por qué lo han comprado? Porque tienen un problema que no pueden resolver y que es: la obediencia que niegan al “magisterio conciliar” (en algunos casos se reducen al magisterio de Francisco), ¿cómo fundamentarla sin caer en cisma o herejía?

Si los católicos de vieja data siempre hemos creído que hay que hacer y pensar lo que dice y manda el Papa… ¿Cómo justificamos ahora esta desobediencia? Y van a trabajar en el sentido de que, en realidad, nunca hubo que hacer y pensar lo que decía el Papa, que esto de obedecer al Papa y tomarlo tan en serio es un asunto del siglo XIX, una exageración ultramontana, porque para ellos y su entender, tanto el Papa como nosotros estábamos atados a una regla objetiva de fe que estaba por encima de ambos. Es decir, que, para desobedecer a estos Papas sientan el hecho de que nunca hubo que obedecer a ninguno, o por lo menos no darle a sus magisterios el carácter de certeza absoluta porque tales afirmaciones vengan de ellos, sino porque tales afirmaciones responden a esa regla objetiva que está sobre ellos. Papas todos a los que vamos a juzgar en lo que dicen por una regla o norma objetiva “superior a sus autoridades”. (Si bien piensan, en esta postura el papado es un simple cargo a los efectos del orden interno, pero no hay en él mismo un misterio)

¿Cuál sería esta regla que rige por sobre los mismos Papas?

Estos pseudo-tradicionalistas, en general van a coincidir en que es LA TRADICIÓN, pero ¿qué es la Tradición? Y… resulta que la tradición ES lo que dicen los Papas que ES, es decir, el Magisterio de la Iglesia es el que nos dice qué es Tradición. Y todo se torna un círculo vicioso, porque no podemos salir del MAGISTERIO PETRINO. Y le van a buscar la vuelta para salir, y nosotros le vamos a buscar la vuelta para no salir.

Entonces, para refutar este “magisterio”, hay que romper la vieja y tradicional idea de que los maestros de la fe, para los fieles, son el Papa y los Obispos, es decir, la Jerarquía o “Iglesia Docente”, de la que siempre hemos creído que en sus definiciones y por regla general en toda su docencia, da la “regla próxima de la fe para el fiel, hic et nunc” (aquí y ahora). Pero como ahora y aquí estos personajes dicen burradas y nosotros nos damos cuenta de que son burradas, ese viejo dogma parece haber demostrado su caducidad. Ya no es más la jerarquía la que enseña… y entonces… ¿quién enseña?

Ocurre algo peor todavía para perplejidad del fiel: si estos Papas no enseñan con seguridad ¿enseñaron los otros? Y con esta interrogación cae todo el castillo del Magisterio Eclesiástico ¡cataplum! No era la jerarquía la regla de la fe, sino que debe haber otra que no dependa de las personas. (Una salida fácil a este problema es el sedevacantismo: para ellos esto pasa porque los conciliares NO SON Papas, y los otros sí lo fueron. Asunto concluido y salvado, aunque comienzan otros problemas mayores).

Estos buenos contradictores de los malos Papas –no sedevacantistas- hacen otro planteo (bien expreso en la obrita de De Mattei): el Magisterio “no es la regla de la fe”, es más, ni siquiera es parte del corpus de la Revelación ¡¡¡zambomba!!! (él dirá: no es un “lugar teológico”, que sí lo es el semsum fidelis). Para mejor agregan: no puede ser esta regla un criterio “subjetivo” atado a la persona de Pedro, ese magisterio está subordinado a algo “objetivo”, a base de lo cual juzgamos si el maestro se equivoca o acierta (es decir: los alumnos ponen a juicio la enseñanza del maestro). ¿Y cuál es este “cuerpo” objetivo?... ¿La Escritura?... eso mismo dijo Lutero y habría que quemarlo en la hoguera. ¿La escritura y los primeros Padres? eso dicen algunos bloggeros que no valen ni la leña. Pero… sabemos los que leemos, que bien puede haber múltiples interpretaciones de estas enseñanzas contenidas en la Escritura y en los Padres… ¿quién interpreta los textos y define con certeza? Parece que lo debe hacer el bloggero, y pa’ eso, me quedo con Francisco, o con mi tía, o con quien se me pinte. Pero en todos estos nombrados, Luteriño y los bloggeros, no se presenta el problema porque, junto al modernismo, no creen que haya que definir dogmas ni haber certezas, sino acuerdos significantes con valor histórico temporalmente reducido (esto viene de Kant). Para ellos la fe no se sustenta en proposiciones dogmáticas cuyo valor significativo es concluyente y eterno, sino en “acuerdos teológicos” o iluminaciones del Espíritu, inexpresables en un lenguaje racional, que se expresan en un consenso. Pero dejemos ahí, que es largo esto.

De Mattei dice algo más: la regla es La Tradición; pero ¿qué es la tradición si no es el magisterio quien la expresa, la define, la circunscribe y la aplica? ¡Quién le pone el punto final a la discusión! Y pareciera que no queda otra que el punto final lo ponga el MAESTRO, es decir, Cristo mismo. ¿Pero cómo? Porque Cristo no puede haber dejado esto sin precisar y habernos dejado en un lío.

Nosotros entendíamos –con la Iglesia toda y de siempre, formalmente definido en Trento y Vaticano I- que lo ponía a través del Papa y los Obispos, otorgándoles la “asistencia infalible del Espíritu Santo”, “Roma locuta, causa finita”, y entonces era el mismo Cristo el que solucionaba la cosa a través de la Iglesia Docente. Pero buscaron otra salida, que para que no sea “subjetiva” (en la persona de Pedro) y sea “objetiva”, cayeron en el más grande subjetivismo. (Esto también es un poco fino, pero hagan el esfuerzo). Pues verán que de ser Cristo el que zanja el asunto, pasamos a ser nosotros los que zanjamos el asunto, pero no cada uno de nosotros individualmente con la escritura en la mano –que esto es Lutero- sino un “nosotros colectivo”, un “sentido común de la fe de los fieles” que vendría a ser el depositario de la “certeza” en la fe y no ya la Jerarquía.

A eso le llaman el sensus fidei o sensum fidelis. ¿Se lo inventaron? No completamente, como hacen los modernistas, usaron algo que existía y le metieron un poco de fraude moderno. (Los términos en latín suelen cambiar, a efectos de pasar de “sentido común de la fe” a “sentido común de la fe de los fieles”).

El “sentido común de la fe de la Iglesia” (sensus fidei), de toda ella, jerarquía y fieles, teníamos tradicionalmente entendido que no podía fallar o defeccionar en la fe hasta el punto que la Iglesia fracasara. Lo que la Iglesia CREE no tendrá defecto. Es una promesa (esto es el “sensus fidei” tradicional). Para ello debía garantizarse una “certeza de origen revelado y divino” a la cual referirse como última instancia, una forma en la que el fiel se asegurara de que tales artículos de fe son ciertos de toda certeza para hoy y para siempre. “La Virgen María fue concebida sin pecado original. Punto. Lo declaró el Papa.”

Ahora ¿de qué manera nos da Cristo esta certeza? Podía hacer esto: dar esta garantía mediante la infusión de la fe con sus contenidos y sus artículos, a cada uno de nosotros en el bautismo mediante la gracia. Y listo el pollo. Sin mediación de maestros en cuanto a los “contenidos”. Yo nacía, y al bautizarme sabía que María era Concebida sin pecado original, y así todo el credo. Después el Papa nos escuchaba y lo ponía en una fórmula lingüística provisional.

Pero no lo hizo así. Nos dio una naturaleza social y resulta que lo que aprendemos, lo aprendemos de otros, lo recibimos, y este acto de entrega es La Tradición. Tenemos maestros. Y entonces puso la certeza en cabeza de algunos maestros, el Papa y los Obispos, para que enseñen. Es decir, que los contenidos de la fe no los recibimos “inmediatamente” de Dios, sino “mediatamente” de la Jerarquía por la catequesis, y no que la fe no sea infusa por la gracia y sea sólo producto de voluntad e inteligencia, sino que el “medio” que Dios eligió para que esto se produzca, es decir, que se nos meta en el caletre la proposición y el alma la acepte sin rechazo, se produce por la gracia bautismal que nos ha infundido la virtud de fe, pero a través del Magisterio. Creo necesario repasar esto.

El bautismo infunde en el niño la virtud de la fe, que es hábito sobrenatural para aceptar la Verdad Revelada, pero luego hay que llenar esa “aptitud” de contenidos. El niño por el bautismo no sabe que Cristo es Dios, ni que María su Madre Virginal, ni que Dios es Uno y Trino, pero tiene la virtud de que una vez que le es propuesto por la autoridad, por la Iglesia Docente, dócilmente acepta cosas tan oscuras o arcanas en virtud del bautismo y sus gracias recibidas, pues lo que aporta el bautismo, es justamente esa docilidad a la Verdad. Esa fe del niño puede ser en el transcurso de su vida sobre unas pocas proposiciones, o sobre muchas, o sobre toda la Doctrina, todo depende de la tarea que hicieron sus maestros y él mismo cuando madura.

Sumemos un nuevo problema: el hombre cree por fe “proposiciones” que se le hacen al intelecto, formuladas en conceptos definidos en un lenguaje conceptual, son una Doctrina. La fe, es fe en una doctrina, formulada en un lenguaje humano dirigido a la razón, con validez siempre y en todo lugar. Y otro problema más: el hombre no puede tener certeza en eso que cree por efecto de propia ciencia, porque ni lo ve, ni lo toca, ni lo entiende; ninguna ciencia lo convence de la Trinidad ni de la Encarnación; la certeza le viene cuando la autoridad se lo confirma, es decir, no “de adentro”, sino “de afuera”. Lo cree porque lo dijo Cristo, porque lo reveló Dios mismo, y como él no escuchó ni a Cristo ni al Padre, lo cree porque se lo dice la Autoridad de la Iglesia ¿Quién? ¡¡ La Iglesia Docente!! El Magisterio. Es decir que el Magisterio le aporta esas verdades mediante proposiciones conceptuales que exceden su comprensión, pero que se aceptan en virtud de la gracia del bautismo, en virtud de la fe infusa y se confirman en las mismas declaraciones del magisterio.

Entonces, es a través de la Jerarquía Sacerdotal -en cuanto a las proposiciones de la fe- que nosotros adquirimos las verdades de la Fe (sin que esto implique que no es el mismo Dios quien las propone por este medio) y es a través del sacramento que se nos infunde la “capacidad” o “docilidad” de aceptarlas. ¿Por qué Lo hizo así? ¡Porque se le dio la gana! Él sabrá por qué así lo quiso, y hay razones para ponderarlo, pero se hace largo. De la misma manera nos da su Cuerpo mediante un Sacerdote, y todos los sacramentos (menos el matrimonio que de eso los curas no querían hacerse responsables, sólo querían hacer cosas agradables).

Yo y usted, lector, sabemos qué creemos, pero ¿tenemos la certeza total de aquello en que creemos? Pues no, porque no lo podemos confirmar con la inteligencia, no podemos estar seguros de que un Dios se haya hecho Hombre. No podemos darnos certeza de algo que no es propio de la luz de la ciencia que tenemos y que podemos tener como hombres, sino que es una certeza sobrenatural, que se acepta por la fe y sólo se comprenderá con la luz de la gloria de los bienaventurados que tendremos si nos salvamos. Nuestra certeza nos la da la confirmación que hace de ella la Autoridad, es externa, y esa autoridad de decir algo que esté exento de posibilidad de error, aunque no lo comprendamos en sí mismo, la garantiza Cristo, que es Dios. Y para que sepamos los fieles que esas jerarquías vienen de Él, puede darles la posibilidad de hacer milagros que nos convenzan –como hizo con sus Apóstoles- pero, fundamentalmente es a través de la fe en “el magisterio infalible” del Papa y los Obispos, y siempre en la aceptación de que estas verdades pueden formularse y transmitirse en un “idioma” humano, que depurado y definido, tiene valor para siempre.

Entonces, ¿qué es para nosotros el sensus fidei? Pues esa dinámica entre los maestros y los alumnos que se sella con la gracia de Dios. Pero que tiene su causa eficiente, es decir que NACE desde Cristo “mediante” el magisterio eclesiástico y reposa en la docilidad de los fieles. En suma y entre nosotros, sensus fidei y magisterio es la misma cosa, pero funcionando bien. Es lo que siempre hemos creído porque siempre es lo que nos han enseñado.

Como ven, mantiene la estructura “bipolar” (dirían los sociólogos de izquierda) y más aún, jerárquica, de la Iglesia tal como la formó Cristo. Pastores y ovejas conformando un rebaño hacia un mismo fin y creyendo las mismas verdades que los pastores han propuesto a las ovejas.

¿Qué han hecho de esto los novadores? Y ¿Por qué les ha venido bien a los tradicionalistas confundidos? Veamos.

Los novadores se han querido sacar al Magisterio de encima, todo magisterio, y los confundidos, sólo al magisterio conciliar, pero caen en lo mismo que los otros. Y los argumentos les vienen bien a los dos.

Para ellos, esa promesa de que la Iglesia no defeccionará, está garantizada NO EN EL MAGISTERIO, sino por un sentido común de fe que reside “en el sentido común de los fieles”, así solitos y sin magisterio, y a eso le llaman estos últimos (De Mattei) “tradición”, que es una ensalada de escritura, santos padres, doctrina y etc, pero cuya certeza viene de Dios directamente a los fieles, no pasa por la mediación de los Papas. Y tampoco es individualmente a cada uno que llega, sino como comunidad, es infuso en la comunidad, lo llaman hasta instintivo. Allí está, en ese magma de contenidos, amparado por una asistencia del Espíritu Santo a la asamblea de los fieles.

Como es medio difuso, no son proposiciones conceptuales, sino más del tipo de las ideas platónicas, y no son “proposiciones conceptuales expresadas en un idioma humano”, es decir, fórmulas. Al decir De Mattei que son como “instintos”, nos da una idea de lo que quieren decir, pero el hombre racional no tiene instintos, tiene razón. ¿Cómo los expreso? Y allí aparece la Iglesia Docente para ellos. Parece que este contenido instintivo es leído y luego expresado por los Santos de la Iglesia, por prohombres providenciales como… San Atanasio o ¡¡¡Plinio Correa de Olivera!!! (lo dice expresamente) (Hasta podría ser Monseñor Lefebvre), quienes son los encargados de traducir a proposiciones lo que el pueblo fiel piensa y cree. La certeza está en los fieles, no en la Jerarquía, es la Jerarquía que va a buscarla en ese “sentir” de los fieles, y no los fieles los que van a buscarla en esa “doctrina” de la Jerarquía.

Pero claro… esto no cala en definiciones magisteriales, sino en “tendencias”, que usan de fórmulas no definitivas y todo un bodrio, porque los maestros ya no enseñan, sino que interpretan este “sensum” irracional y lo expresan como pueden con las herramientas conceptuales que tienen en su momento histórico (esto es Ratzinger), y tienen que estar siempre consultando estas “bases” para ver si están en lo correcto; y a la vez tienen que estar conscientes que el “idioma” que usan para expresarla, no contiene “lo que se cree”, sino que lo expresa de alguna manera provisional en un acuerdo semántico.

Si vuelven a leer más arriba, verán que ya la fe infusa no es sólo el hábito, la virtud de creer en las proposiciones del Magisterio, sino que lo infundido es ya también el contenido, no en forma de proposiciones inteligibles, sino intuitivas (¿?) . Para ellos no es un Papa el que dice si María es Concebida sin pecado, sino que está en el sentir de los fieles, y el Papa cuando lo advierte, lo expresa. Y por ejemplo, no les gustarán nada los dogmas tridentinos, como el de la Infalibilidad del Papa, porque salieron de “arriba” y fueron “impuestos” por autoridad del Papa y los Obispos en un Concilio. Y quizá alguno les guste, pero entonces el trabajo que harán no es consultar si el Papa lo definió, sino si el Papa sacó bien la conclusión de ese contenido intuitivo de la comunidad eclesial.

Deben haber escuchado en varios lugares que “El Papa no puede decir algo nuevo, sino expresar algo que ya está en la revelación”. Es otra verdad mal usada, que en el lenguaje que ellos usan, quiere decir lo que más arriba hemos dicho: “el Papa expresa verdades que están en la comunidad eclesial”. Y no es así. El Papa puede y debe enseñar, con certeza infalible, cosas nuevas ante realidades nuevas. Por ejemplo: “el comunismo marxista es intrínsecamente perverso”. “Fulano de tal es Santo”. “Tal doctrina moderna es condenable, Sea Anatema”. “Lutero es un pelandrún”. El mismo syllabus antimoderno. ¿No es esto nuevo? ¿No es esto magisterio infalible? ¿Lo sacó del sentir de los fieles, o de su propio juicio, que una vez expresado con certeza adquiere la infalibilidad? El Papa no tiene la obligación de demostrar que su conclusión representa el “sentir” de los fieles, el Papa enseña a los fieles la Verdad que pasa a ser, por fuerza de su autoridad, de inmediato y por la docilidad de la fe, sentir de los fieles.

En suma. Democratizaron la fe. Nace del pueblo y se expresa por sus representantes. Vox populi, vox dei. Inversión de todo. Eso es el sensum fidei para ellos, y con eso enfrentan y juzgan al magisterio. Para ellos, sabremos si el Papa y los Obispos dicen la Verdad si lo que dicen ya está impregnado en ese “sentir común”, y si no, pues no. La misma doctrina podrá ser juzgada con este criterio ¿y quiénes hacen el juicio? LOS PERITOS. Esto es el “pentecostalismo” de Bouyer, según el cual el Espíritu Santo bajó sobre todos los fieles y otorgó esta especie de “infalibilidad en el sentir común”, y no sólo en la persona del Papa.

Aniquilaron la doctrina como expresión definitiva de las Verdades de la fe. Aniquilaron la jerarquía y el sacerdocio (verán que todos son proclives a organizaciones laicas, asistidas por sacerdotes que aprenden del rebaño y lo expresan, sí, pero laicas. Como TFP, Opus o lo que corno sea).

El Padre Calderón definirá, con Santo Tomás, al Sensus Fidei, como: “docilidad de los fieles en la enseñanza del magisterio”. Docilidad que infunde la gracia y que “no puede confundirse, NO PUEDE ERRAR”. (Acá les va a doler aún más la cabeza, pero afírmense). Decimos que la Fe de la Iglesia no puede errar, nunca, y esto es dogma, dogma que mal entendido lleva a este malentendido que tratamos.

La fe como virtud sobrenatural sólo cree lo que es Verdad, nunca yerra, lo que es error no se CREE con fe, sino con confianza humana. Digamos que no hay virtud de fe para el error, sólo para la Verdad. Nadie tiene una fe errónea, simplemente no tiene fe. Por eso la fe de la Iglesia NUNCA YERRA y por eso confiamos en el sensus fidei. Pero ¿cómo sabemos cuándo es fe y cuándo confianza humana? Ya que esa distinción, dijimos, no la podemos hacer con nuestra ciencia. ¿Cómo sabemos que el musulmán tiene una confianza humana pero no tiene Fe? Pues lo sabemos … POR LA CONFIRMACIÓN DEL MAGISTERIO EN LA DOCTRINA.

Sobre esa Piedra edificó Su Iglesia. Rebajar el Magisterio Petrino a una actividad de doctos, de filósofos o de sociólogos, ¡aún de teólogos! Es destruir la Iglesia.

¡Muy lindo! Dirán ustedes. Eso es lo que creía mi abuela, pero ¿qué hacemos con estos nuevos Papas conciliares y su magisterio?

¡Ahhh! ¡Qué terrible encrucijada!

Lo primero… no se vuelvan locos y no traten de solucionarlo con lo poquito que vemos, con nuestras poquitas luces y virtudes. Sin duda es una prueba. No recurran a caminos que contradicen verdades dogmáticas acuñadas y seguras. No escuchen falsos profetas. La solución vendrá de manos de Cristo mismo en el momento que deba venir.

¡Pero no nos deje en suspenso! Me dirán. ¿Cómo lo soluciona Usted? ¡Cómo hace para no darle bolilla a Francisco y seguir siendo un “papista”!

Bueno… cuesta un Perú. Yo creo que el Padre Calderón ha logrado solucionarlo… ¡Ése! Y… yo no tengo ni la culpa ni el mérito, pero me ha convencido. Lo desarrolla en el libro citado. Libro que la mayoría no podrá leer tan fácil con frutos, y aunque no corresponde tamaña simplificación, les voy a tirar una punta:

Los Papas hasta Pio XII mantuvieron la buena costumbre de “proponer” con autoridad infalible “verdades” a nuestra fe. Es decir, que ejercían el Magisterio. Y además sostenían en la misma condición infalible todo el corpus doctrinal anterior. Era una papa, además de un Papa, porque en todas las cosas que son de ciencia humana o confianza humana, opinaban, pero cuando queríamos confirmar nuestra fe, la confirmaban con certeza infalible. Pero ahora –hic et nunc- el que me tiene que “cantar la posta” es Francisco.

Y saben qué… de una manera providencial… me la canta. Me dice: “no estoy diciendo nada propuesto a la Fe. Resulta que no estoy seguro de lo que digo, además no quiero andar imponiendo nada a nadie. No niego lo de los anteriores, porque ni niego ni afirmo, pero estoy en la duda, no de lo que dijeron y definieron, sino de si hoy es oportuno sostenerlo de esa manera conceptual, es más, dudo de que se pueda decir algo de esta manera nunca jamás, porque dudo de que haya un lenguaje humano que pueda expresar cosas en un mismo sentido y para siempre. Me hice liberal, kantiano, y hablo en un lenguaje conceptual ambiguo. En realidad, Sr. fiel, usted no está obligado a tomarme muy en serio en cuestiones de fe (pero no saque las manos del plato del orden administrativo, porque le pego en los dedos)”.

De esta manera, el juicio sobre lo que dice Francisco o los otros Papas conciliares, no sale de otro lado que no sea del mismo Papa que lo dice. No hay otra “regla” fuera de Él. No lo tomo muy en serio porque él me dice que no lo haga, y tomo muy en serio a los anteriores porque dijeron que sí lo haga.

¿Puede un Papa siendo Papa hacer semejante abandono de su función magisterial? Sí. Siempre ha habido muchas partes de las predicaciones de los Papas que no han tenido este carácter de certeza, que eran opiniones, y que podían ser discutidas; pero habían otras que no, que eran infalibles. Y calculo que ha habido Papas que nunca dijeron nada con certeza impuesta e infalible y que hasta en muchos puntos dijeron torpezas. Que es lo que pasa ahora. Y que traen confusión a los fieles, pero no al que sabe escuchar, pues si alguien cualquiera me dice “te digo tal cosa de posta, posta” sabemos la diferencia que tiene con cuando me dice “…tengo esta opinión, pero no estoy seguro”. Y es de esta última manera que han hablado siempre los Papas conciliares, la más de las veces diciéndolo de forma expresa para cualquier buen entendedor, y algunas otras que se deducen de la “herramienta conceptual” que usan; pues si hablo en filosofía idealista y moderna, estoy dando aviso seguro de que no voy a concluir en certezas de validez universal, soy liberal. Pero… si Francisco propusiera una Verdad definida con certeza infalible en un lenguaje propiamente asertórico, para que obligatoriamente sea creída por todos los fieles, porque él mismo está convencido del valor eterno de dicha verdad y de la posibilidad de expresarla en un lenguaje que lo garantice… no tendríamos ninguna regla por sobre él para corregirlo.

En suma, no podemos enfrentar al Papa sino con lo que el mismo Papa nos dice de sus propios juicios y proposiciones. No hay una regla por sobre él, la llamemos como la queramos llamar, sensus fidei, Tradición, Escritura, antiguos padres o lo que corno sea. Pues lo que estas cosas contienen sólo él puede definirlas y expresarlas en proposiciones dogmáticas.

Por fin, ustedes dirán… y ¿si se le ocurre declarar de forma dogmática e infalible algo que contradice la fe? Como por ejemplo: “mando creer que Dios no es Trino y Cristo no es Dios, sea anatema quien así no lo haga”. Bueno… eso no va a pasar. Esta confianza es fe en la Promesa. No lo van a hacer. No se atajen ni abran el paraguas antes de que llueva. Porque la prueba del momento es mantener la fe en docilidad, en obediencia, en humildad, bajo autoridad y en la confianza de que no nos darán una piedra si pedimos un pan, ni un escorpión si pedimos un huevo. Nuestra regla será el Magisterio Petrino, hoy y siempre, sin desesperar porque Cristo duerme en la Barca en medio de la tormenta.

La certeza de nuestra fe está garantizada por el Magisterio de la Iglesia, el de los Papas y los Concilios, al que recurrimos en todas sus declaraciones definitivas e infalibles, y por ninguna otra cosa que se nos ocurra. Y esta adhesión de los fieles al Magisterio, es lo que conforma el verdadero “sentido de la fe”. Y la duda y no aceptación de las “opiniones dubitativas” de los Papas conciliares, no las tomaremos con valor de certeza y sólo como opiniones, porque ellos mismos nos dicen que las tomemos de esa forma.