sábado, 30 de diciembre de 2017

EL BALANCE DEL CATÓLICO

El balance de fin de año del católico ni pizca debiera tener del balance contable de las empresas, ni siquiera del recuento comparativo de dichas y penas allegadas por el declinante ciclo. Más bien un como memento mori y un examen de conciencia de más largo aliento, e incluso una ocasión para meditar en los novísimos del hombre y en los del mundo. Porque así como inexorablemente pasan las hojas del calendario, sic transit gloria huius mundi. 

Pero tampoco cabe para el caso la aplicación de esas teorías degenerativas que simplifican hasta el insulto la extraña articulación del compuesto humano, haciendo que el hombre tenga no más que la edad de sus arterias. Pues, según lo dice el salmista en atención a causalidades que rehuyen el mero patrón biológico, «tu juventud se renueva como la del águila», esto es: aunque declinen tus fuerzas corporales, podrás avanzar de altura en altura hasta contemplar, tras una muerte dichosa, la Gloria del que te redimió. Aquí, la paradoja inaccesible al fisicismo. La arteriosclerosis de la ciudad terrena, en todo caso, es propia de aquella organización que rehuye la injerencia de la gracia, de aquella planificación social endurecida por una engañosa autosuficiencia, por el culto sacrílego de sí mismo. Planificación que se limita, a la postre, a hacer más confortable el fango, ya que la ansiada plenitud fáustica termina desmentida una y otra vez en los individuos y en las generaciones, y el cielo en la tierra no acaba nunca de consumarse, muy a despecho del candoroso evangelio del progreso.

Non enim habemus hic manentem civitatem, sed futuram inquirimus (Hb 13, 14). No nos vengan entonces con un neocatolicismo de puras inmanencias, hecho apenas para amortiguar hic et nunc las desazones que provee a manos llenas un régimen social inicuo hasta la médula (e inicuo por definición, ya que niega a Dios el culto que se le debe por estricta razón de justicia). Esto sí que es verdadero "opio de los pueblos": la Iglesia como "hospital de campaña" que sana a los cerdos heridos para que éstos puedan volver a refocilarse en el limbo, en el limo. No: esto es una falsificación tan indecorosa y banal de nuestra religión que por momentos ni siquiera parece la obra de una inteligencia demoníaca sino de una bestia humana aturullada por los excesos del vientre.

Si un deseo debiéramos formular para este próximo año es que Dios entumezca la lengua de los pastores impíos que cambian la exhortación a la conversión y la penitencia por la módica instancia a la "inclusión". Que arranque almas a su funesta influencia, y nos provea un Papa conforme a Su voluntad. O mejor, y más realísticamente dicho: que venga a deshacer los entuertos en que sobreabunda su desfigurada Iglesia. Que venga en Gloria y Majestad y nos encuentre en vela y expectantes.