lunes, 26 de mayo de 2014

EL PRIMADO PETRINO, ¿A NEGOCIARSE?

A uno y otro lado del Atlántico no podía sino esperarse la previsible unidad de las consignas en la diversidad de las situaciones convocantes: en Tierra Santa, y perpetrando con su sola lengua una profanación que ni acaso los turcos selyúcidas igualaran en sus más sangrientas incursiones, Francisco fue toda melaza para con sus anfitriones (incluida una prevista ofrenda floral a la tumba de Theodor Herzl, padre del sionismo), ofreciendo sus estancias vaticanas para una oración común (¡¡¡!!!) con los presidentes de Israel y Palestina, a los fines de alcanzar la paz entre ambas naciones. Malabarista consumado en esto del diálogo, cuanto más con circuncisos, habrá que admitir sin atenuantes la declaración de Jorge Kirszembaum, ex-presidente de la Daia (Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas), cuando soltó que «Bergoglio, bromeando sobre la fe, me hizo comprender el valor del diálogo».

Cardenal Poli: un chupamedias poli-funcional.
En rigor de verdad, el Obispo de Roma no ha dejado ni un momento de bromear sobre la fe en su año y pico de pontificado. Pero nos interesa el eco transatlántico de esta palabra-talismán, «diálogo», en el tradicional Tedéum del 25 de mayo. Allí fue que el arzobispo de Buenos Aires, cardenal Jorge Poli, citando en su homilía a su mentor -hoy en el Trono Petrino-, redundó, por si no quedara lo suficientemente claro en tantos años de perseverante prédica, que «el Papa, un argentino nuestro (...), tanta veces dijo: "cuando los líderes de diferentes sectores me piden un consejo, mi respuesta siempre es la misma: diálogo, diálogo, diálogo"».

Ya había hecho notar Romano Amerio que la palabra «diálogo», ausente por completo en todos los Concilios previos al Vaticano II (y en las Encíclicas y en la homilética también previas), aparece nada menos que veintiocho veces en los documentos del último Concilio. «Esta palabra, novísima en la Iglesia católica, devino, con propagación fulminante y con enorme dilatación semántica, el vocablo príncipe de la protología post-conciliar y la categoría universal de la mentalidad neotérica». Conque a otro perro con ese hueso de la presunta intrepidez en repetir lo que ya viene siendo pesadamente impuesto con el auxilio de todos los medios. Cuesta creer -en el hastío de estas sociedades ya sin nervio ni porvenir- que se le pueda atribuir mucha más fortuna a términos cuya sola proferición va inmediatamente asociada, en la percepción de los más, a oportunismo, impostación, falsete.

Pero hay algo que destacar entre todas estas nimiedades ¡ay! asaz anticipables, y que debe entenderse como su consecuencia lógica, hoy lista a enunciarse sin rodeos. Consta, en el artículo reproducido por Giacomo Galeazzi en Vatican Insider acerca del encuentro entre Francisco y el patriarca de Constantinopla Bartolomeo I en el Santo Sepulcro, que aquél, en una enésima manifestación de su apertura al diálogo y a la "cultura del encuentro" con miras a la unidad de los cristianos, no tuvo mejor cosa que decir que «estoy dispuesto a discutir el primado petrino» (nótese que en la transcripción española de la noticia se omite esta declaración, que en el original italiano le da el título al reporte). Bomba de veras letal para la fe y la unidad de la Iglesia, era la perla que le faltaba arrojar a este verdadero oráculo de la demolición, aparentemente dispuesto a superarse a sí mismo en una carrera rauda y descendente que a todos nos involucra -y quizás espoleado, con oportunidad de su periplo, por ciertas vagas, indescifrables sugestiones palestinas- hacia el mismísimo Valle de Josafat.

Por lo demás, ya había manifestado tiempo atrás no comprender esa expresión «principios no negociables». No se le puede negar, entonces, que habla y obra con alguna coherencia.