lunes, 17 de noviembre de 2014

SI CAMALEONISMO O DEMENCIA, QUIÉN LO SABE

Bah, parece que a veces Francisco habla en cristiano, como en la flamante alocución a la Asociación de Médicos Católicos italianos, en la que se sirvió recordar que «la fidelidad al Evangelio de la vida y al respeto de la misma como don de Dios requiere a veces opciones valientes y contracorriente», cuestionando con pelos y señales al aborto, la eutanasia y la procreación artificial. Cuando todo hacía pensar en que este pontificado la archivaría irremisiblemente, se vio cruzar por el firmamento del Papa la estela de la Evangelium vitae, verdadero hito en el magisterio de Juan Pablo II y voz de mando para las batallas de la bioética, con miras a las cuales Francisco supo detonar algunas dicciones no esperadas: contra el aborto, como un ilícito acto de "liquidar una vida humana"; contra la eutanasia, como "pecado contra Dios"; y contra la fecundación in vitro, como "experimentos" por los que "se hacen hijos en lugar de acogerlos como don de Dios".

La cabeza de Bergoglio
En una reciente entrevista que se le hizo, Sandro Magister acierta a decir que Bergoglio «desorienta a muchos» porque «es una persona que en el arco de su vida, y ahora también como pontífice, obra contemporáneamente sobre diversos registros, dejando rendijas abiertas y, a una primera lectura, muchas contradicciones». De entre las más resonantes, entrevistador y entrevistado amontonan algunas memorables: el haberse presentado insistentemente como "obispo de Roma" para luego citar en el Sínodo los códigos del Canon que afirman el poder petrino; el haber delineado una visión "abierta" del gobierno de la Iglesia, aplicando la mordaza a enteras conferencias episcopales e interviniendo sin piedad a los Franciscanos de la Inmaculada; su apoyo a los movimientos populares con la más apodíctica afirmación del derecho al trabajo, y la contemporánea expulsión de 500 empleados calígrafos, pintores e imprenteros de la Limosnería apostólica; las posiciones penales ultragarantistas y la decisión de encarcelar preventivamente al ex nuncio de Santo Domingo en espera del juicio por pedofilia; su atención a los casos más personales e irrelevantes, evidenciados hasta en el uso del teléfono para dirimir cuestiones atinentes a la disciplina de los sacramentos, y su silencio sepulcral en relación a casos como el de Asia Bibi, o el de las muchachas nigerianas raptadas, o el de los cónyuges cristianos asados vivos en Pakistán.

Habrá que advertir, para no alentar la ilusión de una recóndita identidad católica en Bergoglio a despecho de sus impíos exabruptos habituales, que sus últimas bioeticistas declaraciones también encuentran su clamorosa antítesis en aquellas de que hizo confidente hace poco más de un año al padre Spadaro S.J. cuando sostuvo, para solaz del mundanal mundo, que «no podemos seguir insistiendo sólo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos». Dígase, sin temor a juzgar con temeridad, que todo esto: 1- o es una estratagema pendular, destinada a acumular poder a expensas de hablarle a cada interlocutor según su gusto (aplicación concreta del loquimini nobis placentia que satirizaba el profeta); 2- o bien de confundir, buscando mover a estupefacción a los oyentes, descolocándolos y escamoteándoles toda clara exposición de su programa concreto y sus propósitos; o 3- es un índice clamoroso de demencia.

Esta última posibilidad, en vista de la catarata de desvaríos de Francisco, debiera ser atentamente analizada por los psiquiatras. Pues en caso de presumirse razonablemente una tal patología mental, ésta podría constituir una causal incontrovertible para la pérdida de jurisdicción del pontífice, cuya elección al frente de la Iglesia ya acumula una frondosa lista de denuncias de irregularidades más o menos consistentes en orden a echar sombras sobre su legitimidad. No obstante, y revelándose la de Bergoglio una personalidad lo bastante opaca como para sacar de ella conclusiones incontrovertibles, nos limitaremos a describir lo que se ve, que ya es suficiente para admitir el enorme daño que puede seguir sembrando este pontificado a cada nuevo día que le otorgue la celestial paciencia.

Venga en nuestro auxilio, para comprobar la antigüedad de estos dúplices manejos, lo que Antonio Caponnetto detallaba en La Iglesia traicionada (Ed. Santiago Apóstol, Bs. As., 2010, pp. 151 ss.) a propósito de la actuación del entonces cardenal Bergoglio en lo relativo a la sanción de la ley llamada de «matrimonio igualitario». Hubo un momento, en efecto, en que el Primado
abandonó temporariamente su medianía en la materia, tuvo una misteriosa epojé en su ininterrumpida heterodoxia, y dio a luz una misiva «A las monjas carmelitas de Buenos Aires», fechada en 22 de junio de 2010.
Resulta que la carta en cuestión
dice cosas gratamente disonantes con el magisterio irenista de Su Eminencia. Dice, por ejemplo, que la iniciativa oficial del "matrimonio homosexual" es "la pretensión destructiva del Plan de Dios". Que "no se trata de un mero proyecto legislativo (éste es sólo el instrumento) sino de una 'movida' del padre de la mentira que pretende confundir y engañar a los hijos de Dios". Que es una manifestación de "la envidia del Demonio", quien "arteramente pretende destruir la imagen de Dios" [...] Al fin, y al modo de un encomiable corolario, la  carta termina pidiendo el apoyo sobrenatural de la Sagrada Familia, para que sus miembros "nos socorran, defiendan y acompañen en esta guerra de Dios" y en "esta lucha por la Patria".
Era demasiado. Demasiado por donde se lo mire, gritar este manojo de verdades rotundas y dar un puñetazo en la infausta mesa del diálogo para hablar, siquiera una vez, el lenguaje inequívoco de las definiciones tajantes. 
Pero entonces arreciaron las críticas de la prensa, los partidos políticos y aun de hombres de la Iglesia, siendo la propia presidenta Kirchner
quien se llevó las palmas de la interpretación de la misiva bergogliana [...] El 12 de julio, desde Pekín, les dijo a los medios: "este discurso (el de Bergoglio) es agresivo y descalificador. Sobre todo proveniente de aquellos que deberían instar a la paz, la tolerancia, la diversidad y el diálogo, o por lo menos eso es lo que siempre dijeron en sus documentos".
Tiene razón la perdularia, y es más que comprensible su desconcierto y enojo. El Cardenal y los suyos llevan décadas emitiendo documentos baladíes, con las consabidas e infaltables idolatrías a la diversidad, el diálogo y cuanta memez haya acuñado el lenguaje postconciliar. ¿A qué viene ahora sobresaltar la cómoda concordia progresista con alusiones a la guerra de Dios, la lucha por la Patria y la presencia del mismísimo Mandinga en un bando de la reyerta? ¿Qué bicho le picó repentinamente el Monseñor de las reconciliaciones imposibles, para andar pidiendo conflagración y sable desenvainado?
Para mayor descrédito del Primate, no tardó en llegarle a éste la hora de redactar el comunicado oficial con el que dio al traste con toda la artillería desplegada unos días antes. Entonces reincidió con creces en su acostumbrada verba: "no queremos juzgar a quienes piensan y sienten de un modo distinto", "en una convivencia social es necesaria la aceptación de las diferencias", "la aprobación del proyecto de ley en ciernes significaría un real y grave retroceso antropológico", en cuyo rechazo, con todo, instaba con apremio a que "no haya muestras de agresividad ni de violencia hacia ningún hermano". La conclusión es sabida de todos: la repugnante ley se sancionó casi sin la menor resistencia, siendo que mientras duraron las discusiones previas -según así lo comprobaron las más diversas fuentes- Bergoglio supo manifestarse favorable al reconocimiento de derechos a las yuntas sodomíticas en tanto la figura jurídica a aplicar fuera la de «unión civil» y no «matrimonio». Era una mera cuestión de palabras la que había despertado por cinco minutos al guerrero dormido.

Perplejidades similares jalonan la insospechada y meteórica carrera de este hombre que se diría poco dotado aun para ejecutar tareas de ordenanza en la vaticana Sede. Algún secreto poder reside en la irritante fatuidad del quidam capaz de alcanzar semejante pináculo, y un poder presumiblemente tenebroso. Pero para no meternos en abismos que nos resultan indescifrables, queremos sí llamar más modestamente la atención de los fabricantes de souvenirs y baratijas, que tienen en Francisco un potencial todavía no explotado en un rubro al alcance de todos.

Se trata del higrómetro, ese dispositivo que muda de color a instancias de la humedad ambiental a partir de reacciones químicas provocadas por la absorción de la misma. Los hay que representan seres vivos, como hipocampos o lobos marinos, e incluso imágenes religiosas, como Nuestra Señora de Luján o de Itatí, y que viran del tono celeste -cuando cunde el buen tiempo- al rosa -cuando debe esperarse lluvia, pasando por el intermedio violeta que denota inestabilidad. Se los vende en locales comerciales e incluso en puestos de venta callejeros, y gozan de simpatía como adornos capaces de deparar una cierta nota de novedad, esa volubilidad impropia de objetos inertes. Nuestros paisanos gustan adornar sus repisas con estos tornadizos ejemplares, limitándose a menudo a afirmar que "va a llover" -sin necesidad de otear el horizonte o tantear el viento- simplemente porque el coso se puso rosa.

Francisco hizo méritos para que se lo represente en un higrómetro, y es increíble que todavía ningún fabricante lo haya tenido en cuenta.