domingo, 29 de marzo de 2015

UN HIT ESTRENADO EN RAMOS

Habrá que darle la razón sin chistar a monseñor Gänswein, aquel prelado devenido nexo entre ambos pontificados (el emérito y el ministerial, en tanto secretario personal del primero y prefecto de la Casa Pontificia, en lo que al segundo respecta) cuando, montado en ambas grupas del camello, afirma en recentísima entrevista que «lo que resulta un tanto difícil [de Francisco] es una cierta imprevisibilidad en el actuar, en los cambios, sorpresas de último momento que nunca faltan» (fuente aquí). Se sabe que desde que Bergoglio se lanzó a predicar a su «Dios de las sorpresas» a trueque del Dios objeto de contemplación admirativa, las sorpresas como de ilusionista de feria no cesaron. Pero se trató por regla de sorpresas desagradables: conejos que salían muertos de la galera, palomas que no eran tales las que asomaban por las mangas sino cuervos a lo Hitchcock...

Esta del afán inmoderado de sorprender, en lo tocante al Papa, parece ya una patología severa que algún profesional tendrá que encuadrar en sus apropiados términos clínicos. Si se lo hace con vistas a atraer la atención de los incautos, será menester revisar las estratagemas de marketing, pues salta a la vista que el recurso acabó siendo empalagoso al paladar de las muchedumbres. Así lo comprueba hoy el sitio Call me Jorge, reproduciendo las fotografías de la plaza San Pedro en los tres últimos domingos de Ramos, con afluencia notablemente decreciente.

El citado Gänswein no ahorra en la nota citada las alusiones a la continuidad entre ambos pontificados pese a los estilos personales tan distintos, por lo que tampoco le discutiremos este aserto. La ratzingeriana «hermenéutica de la continuidad» -aplicada esta vez a la existente entre los papados posconciliares, única ciertamente reconocible, con los encuentros multirreligiosos de Asís, las loas a Lutero, los pedidos públicos de perdón al mundo y el encomio de la "sana laicidad"- continúa su avance, ensanchado su cauce por el tenaz empuje del limo que va añadiéndose a su paso y que socava las orillas. Un aluvión de fango pronto a borrar la distinción entre Iglesia y mundo, haciendo de aquélla una delegación tímida de éste.







Vale reconocer, con todo, una visible discontinuidad, y ésta se refiere siquier al decoro de las celebraciones, que en tiempos de Benedicto XVI todavía conservaban notorios rasgos católicos. La inverecundia rupturista consta hasta la náusea en el modo de iniciar las celebraciones de Semana Santa, como lo ilustran los vídeos consignados abajo. En el último Ramos de Benedicto, coro y orquesta entonaron aquel himno procesional atribuido al obispo Teodulfo de Orleans (750-821), el Gloria, laus et honor que acompasa el ingreso a la basílica remembrando las aclamaciones de la plebs hebraea en la entrada triunfal del Señor en Jerusalén.





Francisco, en cambio, fiel a la previsible mecánica de sus sorpresas, estrenó en Ramos una cancioncita de cuya letra es autor, correspondiéndole la música a un ignoto compositor (¡!) argentino. No creemos necesario comentar nada de lo que supone esta porquería infiltrada en ocasión tan solemne, verificándose a toda prisa una nueva cota en la oleada profanatoria en pleno vigor, aquella «abominación de la desolación en el lugar santo» (Mt 24, 15) de la que el Señor nos advierte. Sólo comprobar cómo a la absoluta ausencia de belleza se le adjunta proporcionadamente el silencio en relación al sacrificio redentor pronto a consumarse. Naturalismo del más ramplón y pésimo gusto, y ambos en una plaza disminuida en fans, a los que ya no contenta tanta escasez de recursos. Esa «canalla indomesticable [...] que no sirve sino para hacer pueblo, para gritar, para meter bulla, [y] que en los días solemnes desacredita las mejores causas» (Galdós) acabará por soltar un bostezo plúmbeo sobre el pontificado del Demagogo, y la institución del emérito será el efugio para decorar el fracaso de la Iglesia democrática.





NOTA: habiéndole dado curso a estas líneas vinimos a saber, gracias al aporte de un lector, que en la procesión de Ramos de Francisco se entonó el mismo himno que tradicionalmente se emplea en tal ocasión, aquel señalado en el primer vídeo, correspondiente al último Domingo de Ramos de Benedicto XVI. No se trata, entonces, de que el Gloria, laus... haya sido sustituido por el himnete sensibloide que se publica a continuación. Sí se trata de que, no apenas acabada la función cultual con que se inicia la Hebdómada Santa, ese atentado contra el buen gusto y contra el sentido trascendente de nuestra fe sonó a todo volumen en la plaza San Pedro, en un hecho seguramente sin precedentes, digno de alojarse en la Caja de Pandora del Papa Sorpresas.

martes, 24 de marzo de 2015

EL PUTSCH DE LA MISERICORDIA

Y finalmente llegó el gran golpe de efecto. De parte de un actor consumado y experto, pero sobre todo de una voluntad de hierro y un ego desmesurado.

por Patrizia Fermani
    Traducción por F.I.


Bergoglio fue llevado al balcón de las bendiciones por aquellos que pensaban que había llegado el momento de hundir finalmente la barca de Pedro. Al pueblo de Dios le bastó que le lanzasen sin costo alguno los maníes de la demagogia, aquella demagogia que después del sesenta y ocho conmovió a las clases media-altas seducidas por el pobre fingido. El amor masoquista de los sacerdotes conciliares hacia los enemigos oficiales de la Iglesia de Cristo debía ser finalmente correspondido. Así, cada maitresse à penser de Repubblica y alrededores podía gritar al mundo que la Iglesia ha muerto y luego ¡viva la nueva Iglesia!, por definición otra respecto de la anterior: exiliado un Papa, se crea una nueva Iglesia.

¿Pero en qué consiste la nueva Iglesia, ya no más católica romana? Es la que debe conquistar la primacía superando incluso al protestantismo para ponerse al servicio y a remolque del siglo. Precisamente al servicio de la ola que está arrasando una civilización junto con su religión, después de la aniquilación de la filosofía y de la estética. Sólo la moral había sobrevivido por un tiempo a la filosofía y la estética por estar ligada al espíritu de supervivencia de la sociedad y los individuos. La Iglesia oficial con su Magisterio trataba de mantener con vida a la moral cristiana, por muy debilitada que ésta estuviese. Benedicto XVI lo advirtió: si se abandonan los principios y se reemplazan con la libertad de la nada y de su horror, no se salvará nadie. Había lanzado la última alarma antes de que se desatara la guerra. Los principios se han suprimido, sustituidos por la libertad de la nada, para la nada y para su horror.

El sínodo de la familia fue establecido por Bergoglio como asamblea constituyente con la tarea de decretar el fin de la Iglesia católica, con el repudio de su enseñanza a partir de la moral de la familia. El programa de esta muerte anunciada está todo detallado en el párrafo 9 de la Relatio final del sínodo del 2014, que pasó a ser la base para el sínodo definitivo de octubre próximo. Merece una lectura cuidadosa. Leemos que se debe tener en cuenta principalmente esto: «... los individuos tienen una mayor necesidad de cuidarse a sí mismos,... de conocerse  interiormente, de vivir más en sintonía con sus propias emociones y sus sentimientos, de buscar relaciones emocionales de calidad», por las cuales «esta legítima aspiración puede estimular el deseo de comprometerse en la construcción de relaciones de donación y reciprocidad creativas, responsables y solidarias como aquellas familiares», «... el desafío para la Iglesia es el de ayudar a las parejas en la maduración de la dimensión emocional y en el desarrollo afectivo...»; y más adelante, en el párrafo 10 -que en honor a las banderas mencionará al menos al amor conyugal- se expresa la queja de que «muchos tienden a permanecer en los estadios primarios de la vida emocional y sexual».

El alcance de este pasaje representa probablemente el verdadero manifiesto de la nueva iglesia de Bergoglio, que no tiene más nada que ver con la teología y la moral católica. Es el verdadero manifiesto de una revolución que debe ser proclamada oficialmente. Aquella que suprime el alma y consagra al ídolo de la materia.

Cuando Jesús se encuentra con la mujer adúltera, no le pregunta cuál haya sido el "camino" psicológico que la condujo a la traición de su marido, cuáles fueron las pulsiones y las emociones por las que dejó llevar. No hace indagaciones psicológicas, sino que le dice simplemente: «vete y no peques más». Le ordena apelar a la voluntad y orientarla por los caminos del bien. Habla del pecado que supone la transgresión del mandamiento divino. Habla al espíritu de la mujer porque el hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios, tiene la capacidad de reconocer el bien y es susceptible de perseguirlo: tiene la sabiduría dada por Dios y la voluntad para hacerla fructífera. La transgresión ocurre cuando el hombre, por soberbia, piensa alcanzar una sabiduría superior a la que se le dio y ordenar su propia voluntad en una dirección opuesta a la deseada por Dios Creador y revelada por Jesús a la conciencia del hombre individual.

Así a la Iglesia le ha sido dada la tarea de perpetuar la paideia cristiana dirigida a la salvación del alma a través de la búsqueda del bien que conduce a la virtud y a la felicidad duradera, a despecho de las tentaciones y de la tiranía de la materia. La Iglesia se ha dedicado a esto durante siglos, más allá de las insuficiencias y de las caídas de sus hombres

Pero he aquí que en la visión del programa sinodal no hay nada de todo esto. No hay ninguna indicación del bien a realizar y del mal que hay que evitar, de la dirección que ha de darse a la voluntad. No consta la preocupación por la salvación de las almas, sino por el bienestar de los cuerpos y de las mentes. No hay una apelación a la razón humana conformada al logos divino revelado por Cristo, sino más bien la atención obsequiosa a lo irracional que, abandonado a sí mismo, se convierte en la anti-razón capaz de alumbrar monstruos. La Iglesia tendría que enseñar aquello que los discípulos ya saben hacer muy bien por sí mismos: secundar impulsos, buscar emociones, trocar el bien por el bienestar, dejar a un lado la razón y hacer lugar precisamente a lo irracional, como sugieren los sofistas anteriores a Sócrates y como predica el relativismo moderno. Por otra parte, incluso fuera de un punto de vista religioso, habría que recordar con Jaspers que «rebelándonos contra la razón se elude el elemento dialéctico de reflexión y se deviene bárbaros en el sentido griego de la palabra, es decir, hombres que hablan un lenguaje sin sentido. Para este tipo de irracionalidad valen las palabras de Mefistófeles: "desprecia saber y razón, facultades supremas del hombre, deja que el espíritu de mentira te enrede más y más en obras de engaño y de hechizo, y yo te tendré ya en mi manos"».

Ciertamente la barbarie posmoderna no necesitaba  estímulos "pastorales". Para ella trabajan a tiempo completo movimientos homosexualistas, pornografía y blasfemia, Marco Pannella y Bill Gates, Elton John y la OMS, el abortismo de cualquier color, la cultura de la muerte. Los frutos más recientes son aquellos innombrables de aquel tipo genial que a través de la inseminación artificial pudo producir el embarazo de su madre. Sin tener todavía el impulso -lo que sería beneficioso para ambos- de cegarse con sus propias manos como el inculpable Edipo. Y sin embargo, y a pesar de todo esto, según la visión del mundo propagada por Bergoglio y otros marcianos (en el sentido de "acuartelados en Santa Marta"), la Iglesia no debe enseñar lo que es objetivamente bueno, los comportamientos no deben estar orientados a lo que es bueno para todos y que podría ser irradiado por todos, sino que deben dirigirse a la satisfacción de todas las fuerzas que corresponden a la subjetividad irracional del hombre, al mundo de las pulsiones y de las emociones, la única lente con la que leer la realidad para adaptarla a las propias particulares exigencias. Es evidente que en este marco no hay lugar para ninguna otra norma que guíe las acciones humanas y ofrezca incluso un criterio objetivo de juicio.

Por otra parte la masa festiva, hambrienta de los maníes demagógicos, parece también totalmente inconsciente de lo que está sucediendo e incapaz de prever lo que va a pasar, entre el ruido de los medios y las voces persuasivas de aquellos sacerdotes que se sienten también felizmente liberados.

Pero algunos en la Iglesia, así como entre los fieles, han advertido la traición al Evangelio y a su Iglesia milenaria, y no quieren ser partícipes. Algunos no temen hablar alto y claro. Son hombres que no se dejan intimidar por las prepotencias patronales ni por la indolencia de sus hermanos, y tanto menos por la propaganda de régimen clérigo-comunista. Por lo que el resultado del sínodo podría darse menos por descontado que cuanto se lo haya tratado de disponer. He aquí, entonces, el golpe de mano. He aquí la idea formidable de otorgarle veste sacra al programa político revolucionario. Basta con ponerlo en la forma solemne del jubileo. Aquel que ocultará, incluso a los desconcertados y a los ignorantes o confundidos, la subversión de la misión de la Iglesia bajo una carga de pathos religioso. La misericordia de Bergoglio, la amnistía general con cancelación retroactiva del pecado, tiene que tener una veste teológica y sacra capaz de anonadar cualquier resistencia.

El Papa de los falóforos
Para las religiones primitivas la exaltación mística  representaba  también la sublimación de lo irracional y de la carnalidad. El jubileo de la misericordia de Bergoglio apunta a la sublimación de los nuevos ritos de la modernidad asumidos como ritos de la nueva Iglesia del tercer milenio, ecuménica, atea y popular, y producirá por la fuerza misma de las cosas su consagración definitiva. Un Vangi cualquiera podrá forjar a su manera la estatua de la nueva misericordia para poner en lugar del San Pedro que bendice.

La monarquía papal ha sido ya sustituida, en medio de la indiferencia general, por la dictadura papal. Una vez disuelta la asamblea constituyente, se verá. Bergoglio dice tener poco tiempo. Pero no porque, como algunos piensan, esté ya entrado en años. Piensa tener poco tiempo porque la revolución, para ser eficaz, debe jugar con el factor sorpresa, y tal vez en el intento de domesticar a los fieles y de acostumbrarlos a todo, se haya abusado un poco de las sorpresas, y hasta la náusea. Hay poco tiempo porque la resistencia, ya preparada para lo peor, quizás se esté organizando, y los frutos de la nouvelle vague vaticana empiezan a resultarles demasiado gravosos incluso a los simpatizantes de la primera hora.

Si se neutralizan de prisa las resistencias, luego con la misericordia que todo libera, que abre las puertas de la moral cristiana a la creatividad del siglo, todos se sentirán ebrios y liberados. Se podrá incluso arrasar la basílica vaticana al igual que la Bastilla, aunque hace ya tiempo, aun allí, no haya casi nadie para defenderla. Mientras tanto, el Jubileo de la Misericordia se anuncia como la Declaración de Derechos del '89: aquellos que hoy se han convertido, bajo remozados despojos, la carta del suicidio de una civilización.

sábado, 21 de marzo de 2015

UN LEMA PARA ESTE PONTIFICADO

Todos recordamos la frenética celeridad con la que el recién electo Francisco ordenó a la oficina de prensa de la Santa Sede el salir a desmentir las versiones acerca de la entrega de que habrían sido objeto dos curas jesuitas en los años del último gobierno militar de parte de su mismo superior (siendo éste el propio Bergoglio, a la sazón provincial de la Compañía en nuestras latitudes). Posiblemente no se tratara de defender la verdad de los hechos, sino la buena fama ante los hombres -y de entre éstos, especialmente los dueños de la máquina publicitaria. No sabemos en virtud de qué pacto de no-beligerancia el gobierno argentino y sus ideólogos, responsables del corrillo y de la consiguiente salpicadura de la vestidura pontifical, se llamaron a llamativo silencio respecto del incriminado, e incluso comenzaron a mostrarse con él como chanchos, como decimos en la patria de Bergoglio -es decir, con la mayor familiaridad, casi diríamos "con trato inconveniente y promiscuo". Es sabido, por lo demás, el valor que este género de sujetos atribuye a la amistad, a la lealtad recíproca, lo que vuelve ociosa cualquier conjetura ulterior. Aristóteles, en tratando de la excelencia de la φιλία, no hubiera podido elegir mejores ejemplares de esta sublime virtud que la morralla bergo-kirchnerista, de peronísima matriz.

Ahora bien: si el novel papa vio tan tempraneramente amenazada su reputación y supo acudir a la brecha sin pestañear, no ocurrió lo mismo en muchas otras ocasiones en que terceros pusieron en su boca palabras poco edificantes e incluso lesivas para los oídos piadosos que hubieran merecido una contundente desmentida (algo de esto tratamos en su momento, aquí). El último en cuestión -aún no refutado ni por Francisco ni por su benemérito trujamán, R.P. Lombardi- es el conocido amigo ateo de Bergoglio, el periodista Eugenio Scalfari, el mismísimo autor de dos desgraciadas entrevistas en las que el pontífice le surte muy poco católicas confidencias. El barbicano copista de los dislates del Santo Padre alude, en el último editorial de su diario La Repubblica, a la remozada doctrina bergogliana acerca la eternidad de las almas y del destino final de los muertos en pecado. A saber:
si el egoísmo deprime y sofoca el amor hacia los demás, ofusca la chispa divina que está dentro de él y se auto-condena. ¿Qué le sucede a esta alma apagada? ¿Será castigada? ¿Y cómo? La respuesta de Francisco es neta y clara: no hay pena sino aniquilación de aquella alma. Todas las otras participan de la beatitud de vivir en presencia del Padre. Las almas anuladas no toman parte de aquel convite: con la muerte del cuerpo su recorrido ha concluido.
Como lo recuerda Antonio Socci, la nueva lección de soteriología ya había sido oportunamente difundida por el propio Scalfari hace unos meses en otro editorial:
El Papa sostiene que si el alma de una persona se encierra en sí misma y deja de interesarse por los otros, esta alma no emite más fuerza alguna y muere. Muere antes de que muera el cuerpo, como alma deja de existir. La doctrina tradicional enseñaba que el alma es inmortal. Si muere en el pecado lo expiará después de la muerte del cuerpo. Pero para Francisco evidentemente no es así. No hay un infierno y ni siquiera un purgatorio.
Así es como, a golpe de palabrita y palabreja, la doctrina católica va enterrándose a millas de profundidad por aquellos mismos que fueron electos para defenderla y enseñarla. Como al desgaire, sin necesidad de hacer solemnes heréticas definiciones, simplemente barrenándola y socavándola a toda hora, ante el sopor de los fieles y el torpor del clero. Negando categóricamente lo que la Iglesia siempre enseñó y haciéndolo en las níveas barbas de Scalfari, en los estrados de la Civitas Hominis, entre risas y gestos igualmente premeditados.

Este extenuante pontificado agrega, de paso y para los curiosos, una nota de desconcierto relativa a la conocida profecía del Pseudo-Malaquías, que trata de la sucesión de los papas hasta el fin del mundo. En efecto, no podemos entender a qué título pueda atribuírsele a Francisco aquel In extrema persecutione sedebit... Petrus Romanus, lema que le correspondería según el orden de sus predecesores. Sí nos queda claro que, en el contexto abiertamente disruptivo de la Iglesia de los últimos cincuenta años, este papa representa una consumación que no puede quedar elidida en su lema específico. Baste señalar que el fatídico Jubileo de la Misericordia al que le plugo ahora convocar, a diferencia de los jubileos extraordinarios celebrados en precedencia, no tiene a Cristo y la Redención como motivo a celebrar sino el cincuentenario de la clausura del Concilio Vaticano II.

Nos viene a la mente aquel emperador del Sacro Imperio, Federico II Hohenstaufen (1194-1250), a quien por sus ocurrencias siempre inadecuadas a un príncipe cristiano y por su invencible afán de novedades se lo llamó Stupor mundi, el estupor del mundo. Sus recurrentes herejías le granjearon también el mote de «Anticristo», y no faltaron quienes vieron en él al typos de aquel tirano orbital de las postrimerías. Un papa de implacable verbosidad anticatólica también podría merecer el lema de Stupor mundi si al Pseudo-Malaquías se le pudiese hacer una oportuna enmienda o intercalarle algún emblema pontificio que corresponda fielmente a lo que vemos. Pero quizás le cuadre al dedillo uno como Stuprum Satanae, en atención a ese maldito infiltrado en la Iglesia cuyos humos fueron denunciados nada menos que por Paulo VI a poco de clausurar el último concilio y que no han dejado ni un momento de extenderse, dando lugar a este paroxismo del horror que padeceremos hasta que Dios diga basta.

miércoles, 11 de marzo de 2015

LA CORRIENTE CAUDALOSA DE LAS AGUAS

Como un ejercicio cuaresmal de paciencia, para despertar la conciencia de la propia parvedad, las aguas llegaron al pago, e imparables. El río, que sabe desbordarse cada tantos años y volver a su cauce en unas pocas horas, hoy adopta un comportamiento desconocido incluso a los lugareños más provectos y se mantiene muy alto durante diez días y más, creciendo pausada y sostenidamente hora tras hora, y somete campos y edificaciones a una agonía lenta y gimiente.

Ponemos el detente en los dinteles, blandimos el rosario. El agua se cierne amenazante, y por colmo e ironía no es de lluvias locales el torrente sino de vecina provincia, que vierte su demasía por los cursos excavados por natura. Pronto el río, desmadrado, pierde sus contornos, y sobre las pasturas cultivadas que ayer ondeaban hilarantes hoy se extiende una lámina de azogue turbio con peces que, arrastrados fuera del cauce mayor, quedan boqueando entre las matas. El hedor de toda la materia en descomposición que el río revuelve de su lecho y trae a flote a cada nueva embestida ofende feamente al olfato, y ya las circunspectas aves lacustres ocupan el espacio que fue de los gritones teros.

Como la naturaleza prodiga analogías con el mundo sobreterrenal y a menudo parece que pretende secretamente reflejarlo, las aguas que sorben la atención de nuestros ojos nos hablan del avance invasor que padece la Iglesia, de labrantío celestial devenida en sumidero de aguas residuales. El paludismo de las almas es la consecuencia inevitable de este campear los más pestilenciales errores, el deterioro del culto, el menoscabo de la piedad y su reversión en antropolatría. Todo obtiene su fiel correspondencia: los peces que buscan afanosamente el oxígeno faltante, aquellos que mueren sin remedio, la tufarada y turbiedad de la riada, todo admite un símil espiritual asaz reconocible que no hará falta explicitar.

El salmo dice que a causa de la oración del santo en el tiempo oportuno, «la corriente caudalosa de las aguas no lo alcanzará», in diluvio aquarum multarum, ad eum non approximabunt (31, 6). Es la lección que, referida a los apuros de la Iglesia remanente, repite en otros términos el Apocalipsis (12, 15): a la Mujer le serán otorgadas dos alas como de águila para volar al desierto, fuera del alcance del dragón, quien soltará de su boca un caudal de agua como un río para anegarla. Por lo demás, es presumible que la relación entre apostasía y catástrofes naturales no se limite a la mera alegoría, y aunque la contemporaneidad de ambos fenómenos no será nunca comprobable según el criterio de las ciencias empíricas (ante todo, el método desecha las ecuaciones expresadas en términos pertenecientes a dos órdenes distintos de realidad), la historia bíblica y la profecía sugieren acabadamente esa relación: las plagas se abatieron sobre Egipto en el momento en que el pueblo elegido sufría mayor opresión, y las plagas que anuncia el vidente de Patmos (Ap 16) corresponden a un tiempo de acrecida maldad entre los hombres («y blasfemaron contra el Dios del cielo a causa de sus dolores», y otras expresiones afines). De hecho, cunde hoy una vaga conciencia -mal expresada y peor argumentada- de que los desórdenes naturales tienen al hombre por responsable: aunque esto sea obviamente así desde la Caída, puede agravarse con el agravarse del pecado. Y difícilmente podamos suponer peor pecado que la apostasía.

Adivinando quizás el advenimiento lejano de tiempos tan dramáticos, en los que entre católicos -como entre inundados- cunde comprensible incertidumbre, san Vicente de Lérins supo proponer el remedio más adecuado, aparte del siempre oportuno de la oración incesante: «si algún contagio nuevo se esforzara en envenenar, no ya una pequeña parte de la Iglesia, sino incluso toda la Iglesia entera, entonces el deber mayor del católico será permanecer adherido a la antigüedad, que obviamente no puede ya ser seducida por ninguna novedad, por atractiva que ésta fuere». Ésta es la clave de cómo pararnos ante el aluvión que no cesa.

viernes, 6 de marzo de 2015

LA LENGUA DEL PENITENTE

  (El Miserere glosado ex abundantia cordis. De un viejo devocionario. Para los viernes de cuaresma)

  Tened piedad de mí, Dios mío; yo que soy el mayor de los pecadores, imploro vuestra gran misericordia.
  Para que me perdonéis se requiere vuestra bondad toda entera, y en su amplitud infinita fundo la esperanza del perdón.
  Borrad, Señor, mi iniquidad, y si tuviere la dicha de estar ya purificado, no obstante, lavadme todavía, purificadme mucho más.
  Bien sabéis que yo no oculto ni excuso mi pecado; continuamente lo tengo delante de mis ojos y me lo echo en cara a todas horas.
  Vos solo fuisteis testigo de mi delito; delante de Vos solo lo cometí; mas lo confieso públicamente para que justifiquéis en mí vuestra promesa de perdonar al pecador contrito, y confundáis a cuantos se atrevieren a censurar vuestra fidelidad.
  Pequé, Dios mío, mas ¿qué podía esperarse de un hombre concebido en pecado, y con tan funesta propensión al mal?
  Pero, Señor, no siempre estuvo corrompido mi corazón; en algún tiempo amasteis su sencillez y rectitud, y me revelasteis los ocultos misterios de vuestra sabiduría.
  Para hacerme de nuevo agradable a vuestros ojos, me rociaréis, Señor, con el hisopo, y seré purificado; me lavaréis y quedaré más blanco que la nieve.
  Haréis que oiga en lo íntimo de mi corazón palabras de alegría y de consuelo; y todas mis potencias desmayadas recobrarán nuevo vigor, con el secreto testimonio que me daréis de mi reconciliación con Vos.
  Apartad, Señor, la vista para no ver más mis ofensas; borradlas de modo que no comparezcan jamás a vuestros ojos.
  Renovad en mí aquella pureza de corazón, aquella rectitud de espíritu que yo tenía antes.
  No me arrojéis de vuestra presencia, y haced que siempre resplandezca sobre mí la luz de vuestro Espíritu Santo.
  Restituidme aquella alegría, prenda de mi paz con Vos; e inspiradme un espíritu de fortaleza que me confirme en el bien.
  Con eso enseñaré vuestros caminos a los pecadores, e instruidos de cuanto pueden prometerse de vuestra bondad, se convertirán a Vos.
  Vos, Dios mío, en quien he puesto toda la esperanza de mi salvación, libradme de los crueles remordimientos que me causa la memoria de la sangre que he derramado, y mi lengua cantará con júbilo vuestras misericordias.
  Vos, Dios mío, abriréis mis labios, y mi boca anunciará vuestras alabanzas.
  Si en expiación de mis delitos hubierais exigido sacrificios, gustoso os los hubiera ofrecido; mas sabiendo que no os agradarían mis holocaustos, y que el único sacrificio para aplacaros es el arrepentimiento, sólo he cuidado de llorar mi iniquidad: no despreciéis, mi Dios, un corazón contrito y humillado.
  No detengan, Señor, mis pecados el curso de vuestra bondad sobre Sión; haced que podamos edificar los muros de Jerusalén.
  Entonces aceptaréis benigno mis ofrendas y holocaustos, como sacrificios de un hombre justificado por la penitencia; y entonces también el pueblo, a mi ejemplo, cargará de víctimas vuestros altares.
  Gloria Patri et Filio et Spiritui Sancto
  sicut erat in principio, et nunc, et semper, et in sæcula sæculorum. Amen 


Pedro de Mena. Magdalena penitente

martes, 3 de marzo de 2015

¡AY DE MÍ SI EVANGELIZARA!

Imitándose tresdobladamente a sí mismo, haciendo uso de una fraseología ramplona y previsible que no tiene nada que tributarle a ese «Dios de las sorpresas» revelado en la pensión de Santa Marta, Francisco instruyó a los obispos norteafricanos acerca de cómo arrostrar el avance de los terroristas islámicos: se trata de acoger a todos “amablemente y sin proselitismo”, demostrando que son “una iglesia con las puertas abiertas” capaces de alentar el diálogo ecuménico e interreligioso con el Islam para contribuir “a un mejor conocimiento mutuo”. Incurso en el llamado error socrático, consistente en explicar toda maldad como ignorancia (error ahora agravado por la materia de la culpa, cual es la persecución y muerte de quienes representan a Cristo a los ojos de los infieles), abundó que es “el desconocimiento [...] la fuente de tantas incomprensiones, e incluso de enfrentamientos”, perífrasis ésta que vale por degüellos y crucifixiones masivas.


Justamente por estos días se difundía la editorial de una valiosa revista digital, Radicati nella fede, que señalaba que «no será la religión de la masonería la que nos libre del Islam». No lo será sin dudas aquella pésima doctrina enseñada por buena parte de la hodierna Jerarquía eclesiástica consistente en «releer toda la Revelación, todas las verdades de fe, toda la acción pastoral y sacramental subordinándolas a la ideología de la modernidad, que en el fondo se resume en el colocar en el centro al hombre en lugar de Dios». Este «cristianismo agnóstico», viéndose forzosamente enfrentado a las hordas de Mahoma, les pide a éstas «que acepten la modernidad, que pongan en el centro a la persona en vez de Dios» a los fines de encontrar un ámbito común para el ejercicio del sobado diálogo. «El catolicismo reinterpretado a la moderna tiene el descaro de exponerse» con su verdadero rostro a los infieles, que por fuerza «comprenderán que no creemos más en Dios».

Se ha abandonado la certeza en la capacidad persuasiva de la Verdad, que conlleva su pathos y sus límpidas exigencias, a cambio del fetiche de la no-violencia, que no sirve ni siquiera para atenuar la violencia de un enemigo reo de falaces convicciones y de odio sanguinario. Y lo más paradójico es que la réplica musulmana a estas mojigaterías no se reduce sólo al uso del cuchillo, sino en ocasiones al de la mismísima razón. No sin ejercitar la fantasía, pongamos unos párrafos del ensayista persa y muslim Seyyed Hosein Nasr en boca de los yihadistas convidados por nuestros obispos al banquete del diálogo y los derechos humanos: los encapuchados, bien conocedores de lo que constituye nuestro oprobio y la causa de nuestra debilidad en enfrentarlos, podrían aducir sin disputa que
hoy en día, la discusión del concepto de libertad en Occidente está tan profundamente influida por la noción renacentista y posrenacentista del hombre como ser en rebeldía contra el cielo y dueño de la tierra, que es difícil considerar el significado de la libertad en el contexto de una civilización tradicional como la del Islam. Es necesario, por tanto, resucitar el concepto del hombre tal como lo entiende el Islam a fin de poder estudiar seriamente el significado de la libertad en el contexto islámico. Tratar de estudiar la noción de libertad en el Islam desde el punto de vista del significado que se ha atribuido a este término en Occidente a partir de la aparición del humanismo es algo que carece de sentido”. Se podría decir que la mayoría de las discusiones que se plantean en occidente sobre la libertad, versa sobre la libertad de hacer o actuar, mientras que desde el punto de vista del hombre tradicional, la forma más importante de libertad es la libertad de ser, de experimentar la pura existencia misma.
La pura libertad pertenece sólo a Dios; por lo tanto, cuanto más somos, más libres somos. Y esta intensidad en el modo de existencia sólo se puede alcanzar mediante la sumisión y la conformidad con la Voluntad de Dios, el único que es en sentido absoluto. No hay libertad posible en la huida y la rebelión contra el Principio que es la fuente ontológica de la existencia humana y que nos determina desde arriba. Rebelarse contra nuestro propio Principio ontológico en nombre de la libertad es quedar cada vez más esclavizado en el mundo de la multiplicidad y la limitación. 
Los jurisconsultos consideran la libertad humana como un resultado del abandono personal a la Voluntad divina, más bien que como un derecho personal innato. Para ellos, puesto que estamos creados por Dios y no tenemos poder para crear nada por nosotros mismos (en el sentido de la creación ex nihilo), dependemos ontológicamente de Dios y por lo tanto sólo podemos recibir lo que nos es dado por el origen de nuestro propio ser. 
Los derechos humanos son, según la charia, una consecuencia de las obligaciones humanas, y no su antecedente. Poseemos ciertas obligaciones para con Dios, la naturaleza y los demás seres humanos, todas las cuales están definidas por la charia. Como resultado del cumplimiento de estas obligaciones obtenemos ciertos derechos y libertades que, a su vez, también están definidos por la Ley divina. Los que no cumplen estas obligaciones no poseen derechos legítimos, y cualquier pretensión de libertad que expresen con respecto al entorno o a la sociedad es ilegítimo y constituye una usurpación de aquello que no les pertenece.

Exceptuando las repetidas alusiones a la charia y al Islam, son palabras que pudieran arrancarle al Señor, para nuestra renovada vergüenza, las entonces dirigidas a aquel intérprete de la Ley (Mc 12, 34): «tú no estás lejos del reino de Dios». Porque lo que es el Papa y sus colaboradores, amordazados por los respetos humanos y por lealtades contrarias al Evangelio, cabe aquello de que «ni vosotros entráis ni dejáis entrar...» (Mt 23, 13).