martes, 27 de noviembre de 2018

NEGLIGENCIA LITÚRGICA - breve observación sobre la convivencia del rito católico y su opuesto en la secta conciliar

por Cesare Baronio
(traducción por F.I.
original aquí)

El blog Messa in latino reporta una noticia (aquí) según la cual, durante la Asamblea de la Conferencia Episcopal Italiana, algunos prelados habrían expresado su hostilidad al Motu Proprio Summorum Pontificum, auspiciando su supresión. Por supuesto, entre las filas de los conservadores se desencadenó de súbito una patética indignatio, en la que no faltaron referencias al nunca suficientemente execrado Concilio y a aquel nº 36 de la Sacrosanctum Concilium que hipócritamente establecía -para tranquilizar en ese momento a los Padres aún católicos- que en los ritos latinos debía conservarse el uso de la lengua latina. 

En retrospectiva -y aun con la clarividencia que nos mereció el apelativo de profetas de desventura-, supimos que aquello que la letra del Vaticano II afirmaba en un punto sería luego contradicho por las reglas de aplicación; y que el espíritu de aquella infausta asamblea se fijaba otros objetivos -todos alcanzados, por lo demás-, que no la defensa de la antigua Liturgia romana, de la cual de hecho deseaba obstinadamente la supresión.

Envalentonados por saberse protegidos e incluso alentados en su obra por el Sedicente que reside en Santa Marta, ciertos prelados y así llamados liturgistas señalan que la exhumación de la Misa católica después de cincuenta años de adulteraciones es un non-sense jurídico. Tienen razón, pese a todo: cada religión se da sus propios ritos, y aquéllos de la secta conciliar -que se quiere otra respecto de la Santa Iglesia fundada por Nuestro Señor, y que establece su fundación a partir del Concilio, el único que ésta reconoce- deben necesariamente ser expresión de esa religión, y por esta razón otros respecto de los ritos de la Iglesia Católica. Como, por lo demás, otro es el calendario, y otros son los así llamados santos que hoy se elevan en Roma a la gloria de los altares, casi como si se quisiera sellar con su grotesca canonización los actos que ellos cumplieron en vida -primero entre todos, el ídolo del Vaticano II.

Sería la ocasión, para los entusiastas del Summorum Pontificum, de comprender finalmente que la aberración litúrgica, si no reside ciertamente en la existencia de la Misa católica, consiste en todo caso en su coexistencia con esa abominación que es la Cena reformada parida por el Conciliábulo de Roma. 

Hablar de forma extraordinaria y forma ordinaria del mismo rito es, esto sí, un non-sense, como si Dios Padre pudiera ser honrado y glorificado por el Sacrificio de Su Divino Hijo de modo perfecto según una forma extraordinaria y al mismo tiempo ser honrado y glorificado en menos o para nada según una forma ordinaria. La Iglesia no puede ser al mismo tiempo Esposa del Cordero y meretriz de Babilonia, y menos aún esperar que esta mentalidad de Amoris Laetitia, este doble comportamiento, sean gratos al Sumo y Eterno Sacerdote que ante todo la fundó para perpetuar en los siglos el nuevo y eterno Testamento en Su Sangre.

Del mismo modo, legitimar el rito venerando a cambio de que no se rechace su grotesca parodia filoluterana es un non-sense al cual deben someterse los fautores del conciliarismo diplomático, de aquel estrabismo conservador que se regodea en los fastos litúrgicos pero que no se atreve a sacar las debidas conclusiones de la revolución doctrinal y moral que ha promulgado un rito que repugna a la Divina Majestad. 

Mezquinos: éstos apelan al Conciliábulo para legitimar lo que éste detestaba, y a la Tradición para tolerar cuanto se opone a ella. Y no entienden que el Predecesor se diferenció del Sedicente sólo en  los accidentes, pero no en la sustancia. Una mitra gemada o un sombrero de juglar no cambian la cabeza que cubren; de hecho, a menudo aquella oculta el engaño que éste pone en evidencia.

El odio de los Novatores contra la Misa católica debería hacer reflexionar a muchos moderados acerca de las razones que hacen tolerable para ellos un rito infame, concebido con la finalidad satánica de privar a Dios del honor que se Le debe, de debilitar la fe en las almas y de anular la acción de la Gracia divina. Y no se diga que la aceptación de la liturgia reformada está dictada por razones de oportunidad y de virtud de prudencia, y que  con tal de tener la Misa Tridentina aprobada por el Obispo se puede también reconocer la validez del rito montiniano: también la consagración en el curso de una misa negra es válida, si aquel que la pronuncia es un ministro válidamente ordenado, aunque sea apóstata; pero esa sacrílega consagración hace presente el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo para profanarlo, así como aquella del odioso rito conciliar trata de todas las formas de disminuirla para complacer a los herejes. ¿Con qué coherencia se puede tolerar un mal objetivo para ver legitimado un derecho que es inalienable y que ningún Papa puede conculcar ni revocar y que, viceversa, justamente en cuanto Papa, tendría más bien que afirmar y defender?

Un verdadero católico debe detestar el Novus Horror con la misma vehemencia con la que los herejes detestan la Misa romana. Porque la tibieza de los conservadores termina siendo el necesario contrapunto de la tolerancia de los ratzingerianos hacia ellos. Demuestran más coherencia los enemigos de Cristo.