lunes, 1 de diciembre de 2014

EL PAPA QUE NO QUERÍA A LOS SACERDOTES

por Antonio Margheriti Mastino
(traducción por F.I.)

[Nota: en aras de la resistencia activa que este ruinoso pontificado nos despierta y urge, reproducimos este jugoso artículo aparecido hace unos días en un medio italiano. El autor aclara que hace meses no publica nada acerca de Francisco y las cosas de la Iglesia, y que después de escritas estas líneas volverá a llamarse a silencio. El original puede consultarse aquí).



CALÍGULA


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Debe haber sido a fines de octubre. Mediodía. Corte de los milagros y feria de las vanidades de Santa Marta. El Papa Bergoglio, gran comilón, entra en el restaurante con su séquito de trepadores clericales medio apóstatas (para una mejor escalada, sin el fardo de la fe sobre los hombros). Avanza frenético e imperioso. De repente afloja el ritmo. Y arroja una mirada sobre un pobre curita en sotana que, sentado en una mesa, estaba consumiendo su comida. Lo escanea con aquella suya mirada gélida que las personas cercanas a él -pero no íntimas suyas- le conocen cuando las cámaras de televisión se apagan y, de repente, mientras sigue caminando, se dirige a uno de sus pretorianos y ordena: «¡aquel sacerdote no me gusta! ¡Que no lo vea más aquí!». Calígula. Que no teniendo esta vez un caballo para condecorar con el laticlavio senatorial, se contenta con privar de forraje a un anónimo curita. Lo curioso (es más, lo triste) es que ni siquiera sabía quién era aquel pobre curita allí en sotana -en un ambiente en el que incluso el papa anda de civil, según alguno cuenta- que comía su plato de pasta. Sin duda tenía que ser un santo. Algo en el estómago de Bergoglio se revolvió. ¿Y qué? Porque estas cosas aquí, en Santa Marta, trátese de obispos o sacerdotes, ocurren muy a menudo: sé de obispos que dejaron la suite imperial entre lágrimas. Y no por la emoción.

A menudo acude a mi mente, en estos días en los que debo tomar (y tal vez haya tomado) una decisión difícil al respecto, la observación de santa Catalina de Siena. Cuando se hablaba de cómo se debía reaccionar ante un papa difícil de seguir -y no por culpa de los fieles, sino del mismo papa-, ella le respondía al confesor: hay cosas que podemos decir sobre el papa y del papa, y otras que no podemos decir porque es el papa legítimo (cosa por lo demás difícil de resolver en sus aviñoneses tiempos), pero podemos orar allí donde no podamos hablar. Una lección que, en todo caso, el papa Bergoglio tendría que aprender para sí mismo: habla demasiado, y -como él mismo lo admite- le queda poco tiempo para rezar, y se queda fácilmente dormido cuando lo hace. Debiera tratar de hacerlo de rodillas: tal vez permanecería despierto.

«¡Luchad, luchad!», les dice a los anarco-comunistas de los centros sociales; «haced lío, rebelaos, criticad», les dijo a los apacibles jóvenes católicos en la Iglesia salesiana de Términi, en Roma. «Las críticas hacen bien», le dijo por teléfono al bueno de Mario Palmaro. Él mismo, siendo cardenal, cuando venía a Roma se hacía contar todos los chismes del "Palacio", y ahora sabemos que no era sólo por curiosidad que quería saber. Nos disculpará entonces el papa Bergoglio si también nosotros nos acodamos al "chismorreo" que él siempre censura en tren de charla, y que -va de suyo- él mismo desencadena. Y que, como admitió el cardenal Burke, lo hace a propósito, para luego tenderse con los brazos cruzados a disfrutar del espectáculo de las diatribas que provocó al día siguiente con las cosas contradictorias que "por casualidad" declaró el día anterior. No es sólo diversión: es uso científico del chismorreo. Un día voy a explicar por qué lo hace.


EL SIDA DE LA IGLESIA: LOS JESUITAS

Sólo Dios sabe lo mucho que odio a los jesuitas.

Estaba leyendo anoche las memorias del cardenal francés del siglo XVIII, François-Joachim de Bernis. Tal vez no sea sincero en su sobriedad, negada elegíacamente, por lo demás, por su amigo Casanova (fue embajador del rey de Francia en Venecia) en las porquerías que éste escribió, que aún hoy se hacen pasar por literatura. Pero las virtudes de la ciencia y la prudencia no le faltaban: una sutil mente política y diplomática, que supo evitar muchos conflictos y muchos más habría ahorrado si lo hubieran escuchado más en la corte, y ciertamente Dios habrá querido tenerlo en cuenta, esperamos, cerrando un ojo a las supuestas flexibilidades de sus pudenda. Y en cualquier caso, aceptó perderlo todo (dinero, bienes y títulos, así como la patria), negándose a firmar su rendición a la constitución civil del clero impuesta por los revolucionarios franceses. Murió en Roma en el exilio, sin añorar lo que otrora había sido.

¡Tanto hizo, santo varón!, en el cónclave de 1769 para que se eligiera a un Papa contrario a los jesuitas, virus de inmunodeficiencia de la Iglesia de ayer, de hoy y de siempre.Y lo logró con el desafortunado Clemente XIV. Un franciscano. Que, efectivamente, suprimió a la Compañía y murió luego entre miles de sufrimientos, algunos dicen que envenenado. Por obra de los jesuitas, claramente, dijeron siempre sus contemporáneos: no creo que sea cierto, pero sé que los jesuitas, si hubiesen querido, habrían sido absolutamente capaces: su amoralidad es conocida desde siempre y por todos, por esto los reyes los expulsaron, las aristocracias siempre les desconfiaron y el pueblo no los quiso nunca: porque son retorcidos, y tarde o temprano perversos, insinceros y dobles en todos los casos. Como bien lo comprendió Blaise Pascal.

Que su obra nunca haya sido acompañada por la gracia, lo demuestra el hecho de que todos los fuegos de paja que encendieron por todas partes, a menudo con artificio y simulación (en Asia, la India, Japón, China, en todas partes), se apagaron como estopa apenas se fueron, y no quedó nada: Dios sopló sobre sus hechizos y los disolvió. Pío VII, finalmente, unas décadas más tarde, restableció a los jesuitas volviendo a poner de pie a la triste Orden: terminó encarcelado y enviado al exilio. Casi un castigo divino.

Hoy tenemos a un jesuita en el Trono, al cual, concluidas las votaciones, se le aconsejó tomar el nombre de Clemente, como "vindicador" -vengador pues, palabras del Jesuita-, por el benemérito papa que suprimió a su Orden: Clemente XIV. Pero también podría ser que el nombre de Clemente reflejara mal su ánimo. Y de hecho suspendió (fue él quien lo mandó así) a los mejores franciscanos: los de la Inmaculada. Como "vengador", no siendo "clemente".

Hace unos meses, una estudiosa que entiende de Órdenes religiosas, señalando estos últimos tiempos con un papa jesuita, casi me hizo estremecer por las conclusiones que extrajo fríamente: «yo sostengo lo mismo que algunos santos han dicho de los jesuitas, a quienes también tenían en el garguero: ¿por qué el Señor habría querido a la Compañía de Jesús sino para acelerar su última venida? ¿Y cómo podría ocurrir esta aceleración sino con una Compañía que, tomando literalmente el Evangelio, remase a menudo contra la Iglesia terrena?».

Palabras duras que, a conciencia, considero verdaderas. La conciencia... esta gran olvidada por la Iglesia del post-concilio delirante, aquel que sin embargo atizó fuego y llamas por la "libertad de conciencia" en temas religiosos (entre otros, y en una y otra vertiente, la progresista y la conservadora, desconociendo su naturaleza y trocándola por una especie de bon ton religioso, cuando no por un general "romped los esquemas", ya que toda verdad sería relativa). Esta reina y tesoro de la catolicidad, la Conciencia, reducida a esclava de cualquier moda y de cualquier poder, justo en el momento en el que se pensaba liberarla de "cadenas" imaginarias que, por ello, nunca había tenido antes.


NO LE GUSTAN LOS SACERDOTES. ESPECIALMENTE SI SON ITALIANOS

Hablábamos del papa Bergoglio. Lo sabemos: no le gusta la Iglesia católica así como es y como era, no le gusta Roma, no le gustan nuestras costumbres, detesta a nuestros obispos connacionales (no en todos sus detalles, no sea que los latinoamericanos resulten peores), no le gustan las monjas de clausura (y por esto mandó desmantelar gradualmente la clausura), no le gustan los muy devotos, no le gusta el catolicismo identitario, no le gustan las misas en latín, no le gustan las luchas-marchas-rosarios pro life; en la práctica, no le gustan los católicos. No le gusta nada de nada, excepto las extravagantes, superficiales y ya comprobadamente fallidas ideas liberal-pentecostales que tiene en mente: le gusta el sentimentalismo, en el sentido propio latinoamericano, es decir: no los buenos sentimientos sino la representación enfática y teatral de éstos. La hipocresía, se hubiera dicho en otros contextos, si no se supiese que los sentimentalismos, más bien que un buen corazón, ocultan los nervios débiles.

Pero por encima de todo, no le gustan los sacerdotes: el sacerdote clásico. Besos y abrazos y augurios de buen ramadam a los imanes, visitas de amistad a los pastores evangélicos, besos en las manos de los rabinos, pero a los sacerdotes católicos sólo patadas en los dientes. ¡Cada santa mañana! Ahora los echa también del restaurante de Santa Marta. ¡Mi madre, cómo los acomoda cada día, apenas sale el sol, en aquellos que se hacen pasar como "sermones" y que a menudo parecen sólo difamación diaria, científica, sistemática de aquellos sacerdotes que como pontífice debería alentar y proteger! Los sacude, los insulta, se burla de ellos y los ridiculiza delante de todos, incluso a veces los trata de "pedófilos", los trata como a siervos tontos, trapos para los pies.

Sólo ante dos sacerdotes se ha inclinado a besarles literalmente manos y pies: ante aquel empresario de lo políticamente correcto de izquierdas que es don Ciotti, y ante otro viejo cura nonagenario conocido por su homosexualismo y por haber actuado de megáfono para todas las modas ideológico-clericales del momento, de la comunista al gender.

Me escribió un sacerdote genovés:

«a mí me enseñaron que coram populo se defiende siempre y a toda costa la propia familia, la propia hacienda, los propios colaboradores, supuestos todos los etcétera. Luego, en sede idónea, se lavan los trapos sucios, y aun se desinfectan. Pero no se difama a la institución de la que se es cabeza».



LA FÁBRICA DE LAS NO-NOTICIAS: SANTA MARTA

La otra mañana de nuevo. Montó sobre el pedestal de las vanidades en Santa Marta, y olvidando que él mismo es un sacerdote como todos los otros se atrevió a decir, y dijo, entre otras cosas: «sabemos lo que dice Jesús a aquellos que son causa de escándalo: 'es mejor ser arrojados al mar'». Y entonces los periódicos titulan, literalmente: «Papa: que arrojen al mar a los sacerdotes». Siempre habla de dinero: está obsesionado.

Aparte de que Jesús a nadie dijo que tirase al mar a nadie (en todo caso tirarse solo), ¿de qué está hablando? ¿Dónde es que ocurren estas cosas? Yo no las he visto nunca en torno, y ¡diablos si no entiendo de Iglesias, si no soy a menudo y de buena gana un azotador, si no denuncio lo que debe denunciarse! Nada, no existen: Bergoglio hojea los periódicos todos los días, lee maniáticamente todas las noticias que se refieren a él, luego subraya los artículos -a menudo de periódicos anticlericales- que montan pamplinas sobre los sacerdotes, o al menos distorsionan y exageran anómalamente los hechos. Él los memoriza, los reelabora, y luego los usa (para fines que son bien conocidos por él, y ahora también por mí). Haciendo una no-noticia, un dato colectivo de una realidad simulada e hipotética, un hecho incontrovertible, endémico. Es la des-realidad de un pontificado que se juega todo en los efectos especiales y en los juegos de espejos mediáticos. El festival del peor lugar común de bar proyectado sobre el de Santa Marta.

No-noticias lanzadas como piedras sobre los consagrados, que al desenvolverlas dejan sólo un gran vacío: vacío como aquella valija (¿qué había dentro? Nada, papeleo) que Bergoglio llevaba consigo en los aviones en los viajes papales. ¿Para qué servía una maletilla vacía? Para aparentar, para simular, para crear artificialmente una noticia, añadir un ladrillo al monumento, un cincelado al becerro de oro, para representarse mediáticamente a sí mismo. Y a la iglesia que vive en su imaginación post-católica, pero que -a esta sí- se propone concretizar. A través de los medios de comunicación. Se la crea a designio y se hace a sí mismo a un lado cuando el "tiempo" que tiene en mente haya llegado. «Pero Dios tenía otros planes», está escrito en las presuntas profecías de la Emmerich.


JORGE MARIO LUTERO: LA NUEVA "VENTA DE LAS INDULGENCIAS"

En el mismo artículo tomado de la "homilía", leo: «Y el escándalo: cuando el Templo, la Casa de Dios, se convierte en una casa de negocios, como en aquellas bodas: se alquilaba la iglesia». Curioso que quien habla sea el mismo personaje que hace unas pocas semanas, sin preguntar a nadie, motu proprio arrendó nada menos que la Capilla Sixtina, que es la iglesia de las iglesias, a la Porsche -la compañía de automóviles- para filmar sus publicidades comerciales.

«Me gustaría una iglesia más pobre», dijo al inicio de su pontificado: como de costumbre, los buenos sentimientos (es decir, las demagogias cripto-marxistas) favorecen siempre los buenos negocios. Como bien lo saben, últimamente, en el IOR y en el Vaticano, que se ha convertido en el paraíso de los lobbies financieros extranjeros -de ser ese banquito para sacerdotes que fue hasta hace unos pocos meses- gracias a Bergoglio y a los amigos a quienes debe su elección.

«Han transformado la casa de oración en una cueva de ladrones». Decía el otro día, entonces. Los sacerdotes, siempre, es culpa de ellos: palabra de uno que nunca fue párroco, prefiriendo ser el caudillo de los otros jesuitas argentinos, de los que fue finalmente alejado, dados los desastres y la rebelión general que había generado con sus métodos brutales entreverados de superficialidad. Y añade: «¿cuántas veces vemos, entrando en una iglesia, incluso hoy día, que hay una lista de precios?».

¿A quién se refiere exactamente? No habla de nadie -lo que es peor, no se refiere a hechos: él secuestra y hace suyo, cabalgándolo, un vendaval mediático, un lugar común laicista, una leyenda metropolitana, y se fortalece con la oleada mediática de retorno. ¿Para qué le sirve toda esta fuerza que succiona de las cosas, dejándolas poco a poco exánimes? Yo lo sé, lo he entendido, pero no lo voy a decir aquí.

¿Dónde, pues, se inspiró para este asunto? Claro: en los periódicos que exponían la media farsa y la media broma de un párroco, un no-evento sucedido en Lucania. No es que no haya sacerdotes venales; como siempre y como en todas las categorías, hay ladrones y los habrá siempre: recientemente un sacerdote de la Toscana pidió € 800 para celebrar un matrimonio en su hermosa iglesia. Pero no es que hubiese publicado las tarifas para embolsar ilícitamente el dinero que probablemente despilfarra manteniendo a sus prostitutas privadas (tal vez incluso embarazadas), a escondidas. Como los estafadores. Pero, ¿se puede hacer de un simple caso individual un dato colectivo?

¿Tendremos entonces que decir que porque el Papa promovió a su corte a un monseñor de cuyo currículum la única gloria son las intrigas de luces rojas, certificadas por la policía aquella vez que lo hincharon a golpes en un escuálido local gay, tendremos que decir que el papa es un promotor de la prostitución masculina? Habiendo llamado a Roma, eligiéndolo del montón, a un sacerdote español no sólo ultraprogresista sino pornócrata -jactándose de esto en los periódicos-, ¿debemos, por tanto, decir que todos en el Vaticano, empezando por el papa, son unos cochinos?

Hay que decir que sacerdotes ladrones, cuando los hay, se los encuentra a todos afiliados en las filas del clero más liberal y progresista: es decir, los principales patrocinadores de Bergoglio y de su culto.

Yo en mi vida y por muchos años he sido monaguillo, de ojear estrechamente, a 360 grados, la parroquia. Y el párroco (he visto párrocos como el mío) decía a los esposos: «los costos de la boda son 50.000 liras, pero si no tenéis no cuenta». Un día quiso escribir sobre la caja de las ofrendas: quien tiene ponga, quien no tiene tome. Era un ferviente sacerdote, mariano y conservador en punto a costumbres. Un sacerdote católico como la mayoría, la mayoría de los buenos sacerdotes. ¿Pero qué le importa a Bergoglio, que dice odiar toda ideología confundiendo con ésta incluso a la Doctrina, y mostrando que el primer ideologizado es justamente él?

Leo y releo aquella frase epicentral de aquel texto que antes de ser gran literatura es profecía de un gigante espiritual, Soloviev, El relato del Anticristo: «él creía en Dios, pero en el fondo de su corazón, se prefería a sí mismo».


IMAGINAR TARIFARIOS EN ITALIA, NO VER LA SIMONÍA EN ALEMANIA

Prosigue el ex arzobispo de Buenos Aires, diócesis mandada a default justamente por Bergoglio: «Cuando aquellos que están en el Templo -sean sacerdotes, laicos, secretarios, pero que tienen que gestionar en el Templo la pastoral del Templo- se vuelven traficantes, el pueblo se escandaliza. Y nosotros somos responsables de esto. Incluso los laicos, ¿eh? Todos. Porque si yo veo que en mi parroquia se hace esto, tengo que tener el valor de decírselo en la cara al párroco. Y la gente sufre aquel escándalo. Es curioso: el pueblo de Dios sabe perdonar a sus sacerdotes. Cuando tienen una debilidad, cuando resbalan en algún pecado... sabe perdonar».

¿Entendisteis el mensaje en código? Que los sacerdotes no se centren en los "sacramentos", sean condescendientes como consigo mismos y con ellos lo son los laicos. ¿Se entiende o no que está hablándole a la nuera para que la suegra entienda? ¿Que todavía no ha digerido la píldora amarga del sínodo? Bueno, ahora nos faltaba esto: los sacerdotes, despiadados, que "no perdonan", y los laicos, pobrecitos que no sólo están llamados a juzgarlos, sino incluso a perdonarlos magnánimamente. Chismorreos que nada tienen que ver con la realidad.

Si pensamos que es el mismo papa aquel que desde que momentáneamente perdió la partida del Sínodo no se da tregua, y calma su ira buscando cabezas para cortar y ¡caramba si no las corta!

Si es el mismo papa elegido por los cardenales progresistas alemanes, que él instrumentaliza dejándose instrumentalizar, y que del dios Mammon y de la simonía han hecho su divinidad mayor y su sacramento único: iglesia entre las más ricas y progresistas del mundo la alemana, con miles de empleados, con sacerdotes que ganan incluso más de € 4.000 por mes, y que se atrevieron a lo imposible.

Como escribí en su momento, también el amigo Antonio Socci (y algunos, antes de hablar mal de su libro sin haberlo leído, y de citar indebidamente su nombre, deberían enjuagarse la boca con lejía) ha reiterado ayer en su página de féisbuc:

¿Dinero y sacramentos? Querido papa Bergoglio, opóngase a las desconcertantes decisiones de los obispos alemanes (como lo hizo Ratzinger) en vez de denigrar a nuestros párrocos. ¡Aquellas sí que son una vergüenza! No sé si las hay en la Argentina, pero yo francamente en Italia nunca vi una iglesia con una lista de precios... Por supuesto, la denuncia del papa subraya una cuestión real (la gratuidad de la gracia y, por lo tanto, de los sacramentos), pero en esos términos corre el riesgo de sonar como una denigración de los pobres párrocos. Señalaría en cambio al papa Bergoglio un caso mucho más desconcertante de mala relación entre los sacramentos y el dinero, referido a la Iglesia alemana. En tiempos de Benedicto XVI la Santa Sede se opuso a estas decisiones de los obispos alemanes. Sería el caso de que el papa Bergoglio se ocupase de ellos, en vez de avergonzar a los párrocos. Además, él conoce bien al episcopado alemán, porque es precisamente aquél, muy progresista, el que ha sido su principal promotor en el Cónclave y el mayor defensor de la tesis kasperianas en el Sínodo. He aquí, en una página tomada de mi libro No es Francisco, lo que sucede en Alemania:

«Con el debido respeto a la proclamada "Iglesia de los pobres", la Iglesia alemana es una verdadera potencia económica, ya que disfruta de colosales ingresos del Estado... una cifra seis veces superior al ocho por mil de la Iglesia italiana, aunque la Iglesia alemana esté compuesta sólo por 24,3 millones de católicos (menos de la mitad en comparación con Italia). También el mecanismo es diferente. En Alemania -con el debido respeto a la separación de Iglesia y Estado, tan exaltada por los progresistas- es un impuesto contante y sonante que se impone a los que se inscriben en el censo como católicos (como sucede también a los protestantes, a favor de la Iglesia Evangélica). Justicia y respeto a la libertad harían suponer que éste fuera un impuesto al que someterse libremente. En cambio, en la práctica, se ha convertido en una especie de "supersacramento" superior al bautismo, porque el impuesto y la pertenencia a la Iglesia coinciden, y puede uno sustraerse al impuesto sólo si se sale de la Iglesia, con la gravísima consecuencia de ser considerado apóstatas y ser excluido de los sacramentos (incluyendo el funeral eclesiástico).

Un decreto de la Conferencia Episcopal Alemana ha establecido que el rechazo de la contribución económica implica la pérdida, para los fieles, de la pertenencia a la Iglesia.

Esta posición inaudita es cuestionada por la Santa Sede (al menos en la época Ratzinger) y es particularmente desconcertante por qué, al mismo tiempo, la mayoría del episcopado alemán presiona por una Iglesia 'misericordiosa' y 'cercana al mundo', con la solicitud de la comunión para divorciados vueltos a casar, superación del celibato sacerdotal, aflojamiento de 'limitaciones' en cuestiones de ética sexual, etc.».

El filósofo Robert Spaemann, amigo de Joseph Ratzinger, señaló que en Alemania hay hombres que niegan la resurrección de Cristo que siguen siendo profesores de teología católica y pueden predicar como católicos durante las Misas. En cambio, los fieles que no quieren pagar la cuota para el culto son expulsados ​​de la Iglesia. Hay algo que no corre.

Pero como decía el buen Giovanni Giolitti, piamontés como Bergoglio: para los amigos la ley se interpreta, para los enemigos se aplica.


«¡SE LO DIGO A BERGOGLIO!»


No es casualidad que durante el sínodo, en el aula, después de que se difundiera el vídeo donde Kasper, como buen alemán, manifestaba todo su desprecio racial contra los obispos africanos contrarios a sus tesis -que resultaron ser las de Bergoglio-, y que él había negado existir (ley del contrapaso: se dice que en los días del Motu Proprio fue justamente él quien difundió el vídeo de Monseñor Williamson), luego éste armó una escena gorda.

En resumen: mientras el cardenal Burke hace corrillo con otros hermanos, pasa el cardenal Kasper que, enfurecido, se desliza entre ellos, señala con el dedo al hermano Burke y lo apostrofa: «¿ha sido usted de veras quien dio difusión a ese vídeo?». Burke se vuelve y, gélido, responde: «Eminencia, ha sido usted quien dio la entrevista». En ese punto estalló la ira de Kasper y, se sabe, así como in vino veritas, también en los ataques de ira se desata la verdad, por infantil que ésta sea: «¡Yo le mostraré! ¡Lo pagará! ¡Se lo digo a Bergoglio!». Se lo dice "a Bergoglio", él. Si acaso al "santo padre": a Bergoglio. Como quien dijera "a mi amigo", es uno de los nuestros: cosa nostra. Es todo cosa de ellos, incluso la Iglesia parece haberse convertido en una propiedad inmueble de la que ellos son propietarios -como los sacramentos, a la verdad-: es de ellos, y disponen a su gusto. Y sobre todo en Alemania, a cambio de una paga.

De hecho, pocos días después, Bergoglio llama a Burke y le confirma: "¡usted cambia de cargo!". Stop. A los amigos, todo; a los enemigos, ni justicia...


JUDAS, EL MORALISTA LADRÓN


La "caja" de los apóstoles: Judas, ahorcado, mientras
los demonios salen de sus entrañas que cuelgan
Dice aun Il Foglio: «Francisco ha explicado entonces porqué Jesús se malquista con el dinero: "porque la redención es gratuita; Él viene a traernos la gratuidad de Dios, la gratuidad total del amor de Dios. Y cuando la Iglesia o las iglesias se vuelven traficantes, se dice que ...¡eh, no es tan gratuita la salvación...! Es este el motivo por el que Jesús toma el látigo en la mano para hacer este rito de purificación en el Templo"».

Aparte de que en el Templo eran muy otras las razones profundas de los "latigazos", aparte de que Jesús no estaba, de hecho, malquistado con el dinero (siendo él mismo pudiente y con amigos todos ricos, y eran pudientes los apóstoles que se escogió), aparte de esto, recuérdenle a Bergoglio que Jesús mandó a los apóstoles que tuviesen una caja para su subsistencia y para sostener la "causa".

Cierto, es verdad: el cajero era un ladrón. Judas. Un ladrón que, como los progresistas de hoy, predicaba el bien y el mal hurgaba: se quejaba de cuando se "despilfarraban" aceites preciosos para ungir los pies de Jesús, «mientras en cambio se podrían vender y dar lo recaudado a los pobres», tal como una vez lo dijo Bergoglio de las iglesias. Pero Juan escribe y explica: «Esto decía Iscariote. No porque fuera bueno, sino porque era ladrón y se apropiaba del contenido de la caja de los apóstoles». Pero, ¿podemos decir que todos los apóstoles eran "ladrones" -como el papa sugiere acerca de los sacerdotes- porque el cajero, Judas, lo era? Judas era un moralista y, como con todos los moralistas, finalmente se descubrió su maldad. Que reflexione sobre esto Bergoglio, más bien.


NO LE IMPORTA LO QUE ES VERDADERO. SINO LO QUE LE SIRVE

Escribe esta mañana un talentosísimo, devoto y apacible sacerdote siciliano, don Giovanni Salvia, mostrando las uñas por un momento, con toda la razón del mundo:

«A Francisco, el hombre vestido de blanco, con todo respeto le pregunto: ¿fue usted párroco alguna vez? ¿Quién paga las facturas de la luz de la iglesia, la calefacción, los gastos ordinarios y extraordinarios, las actividades pastorales, los ornamentos sagrados, la restauración de las obras de arte, el organista, los colaboradores? El Código de Derecho Canónico, ¿no expresa como un deber de los fieles el subvenir a las necesidades de la Iglesia? Hoy, gracias a la colecta de los fieles, he podido hacer una ofrenda a los misioneros comprometidos en Albania para los niños adoptados. Las jornadas de colecta que el Papa nos pide que hagamos para juntar dinero, como la Jornada Mundial Misionera, y la de la caridad el 29 de junio, y no hablemos de todas las jornadas a favor de la Iglesia diocesana, para el periódico L'Osservatore Romano (periódico del Vaticano), L'Avvenire (de los obispos italianos) y el Diocesano, para el Seminario, jornada por los emigrantes, por los desastres naturales, y podría seguir la lista, ¿de dónde podemos tomar el dinero para regular una actividad administrativa ordenada, como nos obliga el Derecho Canónico? Quizás por mi negligencia no haya yo entendido bien su mensaje».

Has entendido muy bien, pero de la verdad de las cosas, como de la teología, a Bergoglio le importa poco: existe sólo aquello que le sirve. Y lo que le sirve a él le sirve a los medios de comunicación, para alimentar artificialmente el "efecto Bergoglio", que no existe sino como malentendido, pero incluso éste está calculado. Porque a Bergoglio le sirve. Y le sirve para un fin que tiene claro en su mente y que no tardará en mostrarnos.

Qué importan las dificultades cotidianas del pequeño párroco de periferia: no le "sirve" saberlo, y si lo sabe no le importa. Lo que cuenta es el ''efecto", la implicación mediática de cada gesto suyo, de cada palabra y pensamiento por más aparentemente superficial y teológicamente fallido que sea. Cada cosa, a su tiempo, servirá: él siembra y deposita "efecto" sobre efecto, sabrá él luego cuándo es el momento de la "cosecha" sobre los estratos geológicos de "efectos". Apunta gélido y decidido a esa meta misteriosa para los más.

«Ya parece una carrera entre Renzi y Bergoglio», dice alguno. Pero Bergoglio no es Renzi [N: el primer ministro de Italia]: a paridad de confusión, si la de Renzi es real, la de Bergoglio es sólo aparente: tiene clarísimo en su cabeza lo que quiere hacer, y aunque reventaran el mundo y la Iglesia lo va a hacer. «Pero Dios tenía otros planes», se decía poco antes. No es cualquier humo aquel que vierte cada día: es opio.


SACERDOTES CONFUNDIDOS POR AQUEL QUE TENDRÍA QUE ORIENTARLOS

Los pobres blancos cotidianos de Bergoglio: los sacerdotes, pero no aquellos à la page, secuaces de la moda, conformistas y, a menudo, adinerados. No. Los curitas simples que buscan como pueden permanecer fieles a la misión que le fue asignada por la Iglesia, cuando la Iglesia tenía una. A falta de la cual se aferran al catecismo y al Evangelio. Uno de aquellos a los que un obispo toscano, cuando entrevió uno, le dijo, hace unos meses -siendo que debía proceder como si fuera su padre-: «cuando curas como usted hayan desaparecido o hayan sido erradicados de la Iglesia, habremos resuelto el 50% de los problemas». «El Señor lo bendiga, Excelencia, aunque se niegue a ser para mí como un padre». Se había atrevido a vestir la sotana, el curita. El obispo era uno de esos que se hizo sacerdote en los años locos en los que el mismo Bergoglio devino tal, es decir, aquel mismo que quería ir a Brasil (cuenta alguien, si es cierto no lo sé) a la JMJ en clergy, hasta que lo tomó de las solapas el cardenal Sodano, poniéndole encima la sotana. Tuvo que contentarse con la maletilla vacía.

Me decía un "anónimo" laico protector de muchos sacerdotes que están en dificultades -un verdadero mecenas de las almas consagradas, que les devuelve valor para afrontar el ministerio, a pesar del viento en contra que los quiere doblegar- que en los últimos meses han aumentado de forma exponencial aquellos que se confían a sus cuidados: sacerdotes desorientados, desmotivados, frustrados justamente por aquel que los tendría que alentar y sostener. Y una amiga muy católica aconsejaba aceptar la prueba a la cual el Señor "nos somete" con este Papa. Yo mismo verifico esta desorientación todos los días entre el clero joven que me escribe. Uno de ellos, ordenado hace poco en Milán, me dice:

«ya no puedo más pronunciar durante la Misa las palabras "en unión con nuestro papa Francisco"».

Me movió un poco a ternura, y le sugerí una fórmula de compromiso: entonces puedes decir: «en unión con nuestro papa Francisco, y Benedicto». Total, a esta altura, en la Misa cada uno dice lo que le parece. El mismo problema con otro: le aconsejé que optara por un genérico "en unión con Pedro". Sé bien cuán peligroso sea despegarse del ancla de la salvación que es Pedro, el papa, sea quien sea: el diablo usa los malos papas precisamente con el fin de separar a los fieles y a los sacerdotes de Roma. Y está, hoy, a un solo paso...


«NO ERA UN VICARIO: ERA ÉL MISMO»

Exploro mi correo féisbuc y me doy cuenta de algo que estaba en el aire desde hace algún tiempo: después de que el mal humor invadiera a un tercio de la dura cerviz del Sacro Colegio, después de que gradualmente se encamina a enajenarse las simpatías de la mitad del episcopado, la tolerancia a los antojos de Bergoglio alcanzó el límite dentro del mismo clero menudo. Ahora ya me resulta cada vez más raro encontrar a un sacerdote capaz de hablar bien de él, humillado y confundido como están por sus juegos mediáticos. Tomo al azar el mensaje de un sacerdote a quien le cobré afecto, ya que es fundamentalmente inocente, sobre todo es puro en su corazón. Recuerdo cuando me escribía tembloroso, adelantando alguna duda sobre el entonces nuevo papa. Dudas que poco a poco fueron sustituidas por certezas que, con todo, conociéndolo yo a Bergoglio desde hace años, le había anunciado a tiempo. Me escribe hoy, en efecto:

«no termino de reírme de los improperios que escuché dirigidos contra el romano pontífice de parte de un querido hermano mío. De parte de alguien como él. ¡Piensa que en este seminario nunca una palabrota! Parecía la reencarnación del Cura de Ars. Esta noche lo llamé para atisbar sus humores después de la enésima tontería de Bergoglio acerca de las tarifas en la iglesia. Y éste, desde el teléfono, comenzó a mandarlo a aquel país, motivándome a mí incluso con su justa ira. Éste está en las afueras de Milán, forzado a apretarse el cinturón entre la hipoteca, las facturas y la indiferencia de la gente y, sintiéndose embromado por un estúpido feligrés en relación con las "tarifas" citadas por Bergoglio, montó en cólera. Tal vez tratando de dinero el papa acertó justo en el centro. Ahora a los ojos de la mayoría de los sacerdotes es indefendible. ¡Pero qué indigencia! ¡Dónde nos hemos precipitado!».

Yo estaba realmente sorprendido por la notoria altivez de este joven sacerdote de quien siempre admiré la delicadeza, más precisamente la inocencia.

Luego añade:

«¡de todos modos, Bergoglio es un religioso! Habla... habla del dinero porque él, como todos los religiosos, recurría a la caja común. ¡Es un utopista! Vivan los sacerdotes acostumbrados en serio a compartir la vida de las ovejas, también en lo tocante al traficar el estiércol del demonio. Que más allá de todo, sin embargo, nos mantiene con los pies en la tierra».

Es la escuela de Giussani: que por suerte para él murió católico, habiendo finado hace una década.

En la primavera me encontré con un joven sacerdote que se había reunido con el papa: me mostró la foto. Le pregunté: «bah, entonces, ¿qué te pareció Bergoglio de cerca? Sé que eres un "receptivo"».

«Vi de cerca a Benedicto XVI, le he hablado: siempre tuve la impresión de un hombre que te penetraba con la mirada, te entendía, te aceptaba y te quería quienquiera que fueses: incluso después de una jornada llena de viajes y reuniones, él estaba siempre dispuesto a recibirte. En ese minuto en que estuve, en cambio, con Francisco, éste me hizo sólo preguntas de rutina: cómo te llamas de dónde vienes qué estudias dónde cumples tu acción pastoral. Le respondí, pero comprendí que no le importaba nada. Cuando le dije que para la atención pastoral me iba junto a los vagabundos de Roma en Términi, ¿sabes lo que me dijo? "Bueno, gracias, reza por mí, adiós". Ni siquiera me estaba escuchando. Yo le dije que lo saludaban, que me habían pedido que le diese sus saludos, que lo esperaban. Nada: si le hubiese dicho que no hacía atención pastoral sino que me iba con prostitutas, habría sido lo mismo. Frío, pero de esa frialdad del hombre superior que no te cala porque, quienquiera que seas, siempre serás inferior. Con Benedicto era siempre una sorpresa: estabas frente a él y entendías que la persona importante ¡eras tú! Un día me le acerqué y le dije: santidad, ¿sabe que dentro de una semana me hago sacerdote? Él me miró conmovido, se detuvo y entre otras cosas, me dijo: felicidades, cuando celebres tu primera misa, al final impartirás mi bendición sobre tus seres queridos y tus amigos por primera vez».

Insisto, socarrón: pero entonces, viendo a Francisco, ¿a quién viste?

«Antonio, yo soy muy receptivo. Cuando me encuentro con alguien -no digo tanto como que soy como el padre Pío, lejos de mí el decirlo-, pero cuando me encuentro con alguien tengo a menudo la percepción de los pecados que ha cometido; me ocurre muy a menudo en el confesionario, pero más allá de esto, pensé haberte respondido: mi percepción ha sido la de no estar frente al vicario de Cristo, sino a un hombre ebrio de sí. No era un Vicario, era él mismo».

Es hora de que la Curia empiece a hacer el trabajo que mejor sabe hacer: neutralizar. Más vale prevenir que curar. Por lo demás, la invisibilidad del Secretario de Estado, Parolin, dice mucho acerca de cuál sea el serpeante y creciente sentimiento en esos salones semi-abandonados. Mientras tanto, un rey de la Curia, un viejo zorro de cardenal otrora gran elector de Bergoglio, hablando con el cardenal Ruini tiró ahí sin especificar: «en efecto, durante el cónclave hubo enchastres...» Quien quiera entender, que entienda.