miércoles, 3 de julio de 2013

LA RAZÓN DE LA IMPACIENCIA

«Usquequo, Domine?» claman los mártires en el cielo, a la vista de la desolación que abarca a la tierra. «¿Hasta cuándo, Señor, Tú, el Santo, el Veraz, esperarás a hacer justicia?» (Ap. 6, 10). Quizás nunca como hoy se haya manifestado en toda su crudeza la razón de esa santa impaciencia, velada apenas, a duras penas, por las nubes.

El avance aluvional de la estulticia, que no se detiene ni ante el Altar ni ante la dignidad visible de los ministros del mismo: tal -conjeturamos- la herida por la que aún sangran los bienaventurados. Porque en el mundo se cometen infinidad de injusticias y de horrores dignas de execración, pero la estupidez insolentada les sirve de manadero inagotable, es la garantía de su continuidad. Nuestros contemporáneos, ya bastante habituados a su afable consorcio, han terminado por olvidar que la estupidez es pecado.

Eso que no pocos observadores han llamado «aceleración de la historia» en referencia al proceso transformativo de la sociedad humana comprobado en los últimos ciento cincuenta años, y que le imprime una fugacidad antaño desconocida a todo lo que afecta al hombre, ha venido a resolverse en una aceleración del absurdo y la insensatez. Tanto, que aquel apelativo con el que un Daudet saludaba al siglo XIX ("el siglo estúpido") se ve urgido a perder su carácter antonomástico en atención a nuestros propios días, y la profecía de Belloc acerca del ulterior avance del álogos ya resulta un dato para anotar en nuestros anales.

Cuando esa estupidez, en su apetito profanatorio, toca la orla del manto del pastor -y aun no sólo la orla-, la cosa se vuelve alarmante. Y cuando éste, lejos de conjurarla, la propicia y celebra... ¡apaga y vámonos! Es el caso de la presidenta argentina Cristina F. de Kirchner quien, con la desenvoltura de quien sabe que encontrará el beneplácito para con sus inverecundos exabruptos, envió días atrás un breve saludo escrito a Francisco por el Día del Pontífice en el que, haciendo gala de su desprecio del protocolo y, muy peor aún, de la investidura papal, le dice entre otras nimiedades que

la verdad que es la primera vez que le escribo una carta a un Papa. Y ni qué hablar de felicitarlo por la celebración del “Día del Pontífice”. Ni idea. 
Me dijeron que eso siempre lo hacía la Cancillería o la Secretaría de Culto. Pero como ahora el Papa es argentino, debería hacerlo la Presidenta. 
Me mandaron un modelo de carta que parecía escrita de compromiso protocolar del siglo XIII. 
Les dije “eso no lo firmo”. Para eso mejor sigan enviando lo que mandaban. Así que me tomé la licencia de dirigirle una carta (acepté que fuera dirigida a Su Santidad bla, bla, bla, tampoco es cuestión de no aceptar nada). 
Así que Feliz Día del Pontífice. Espero que le haya llegado el cuadro con los sellos postales conmemorativos de su pontificado y el sobre con el ya célebre mate

y un breve etcétera (el subrayado es nuestro). No nos detendremos a calificar a la Cristina: su propia dicción lo hace a maravillas. Baste, por si aquélla no fuera suficiente, la concisa e inmejorable expresión que alguna vez le dedicó Antonio Caponnetto («una chirusita indocta y engreída») para dar cuenta del drama que padece toda una nación al ser gobernada por una infatuadísima hembra, cabeza de una banda de maleantes. Que el papa le admita sus bravatas sin llamarla a discreción no es sino la enésima muestra del desistimiento de la autoridad que enteca a toda nuestra Jerarquía.
Del Francisco, para mayor propagación del morbo platense, no se pueden cantar mayores loas. Arcades ambo, pero no de aquella áurea edad pastoril a la que le canta Martín Fierro, en que


el gaucho más infeliz
tenía tropilla de un pelo,
no le faltaba un consuelo
y andaba la gente lista...
Tendiendo al campo la vista,
sólo vía hacienda y cielo.

No: esos tiempos son remotos e irremontables. Bergoglio y Kirchner resultan, más bien, árcades de otra planicie, y ésta la intelectual, sin brillos ni cumbres ni aire alguno despejado. Y, a fuer de pastores -ungidos de entrambas potestades-, de aquellos que hambrean a sus respectivas greyes.

Pero hablemos ya de otras sonceras, más graves aún porque comportan un sacrilegio explícito, sin embozo. Se trata de la irrefrenable ocurrencia de deponer idioteces ante el sagrario, de traficar peluches y disfraces en el mismísimo altar en el que se celebra el Sacrificio de nuestra redención. Es posible que nunca, en la historia de la humanidad, se haya asistido a una tan precipitada descomposición de un culto como el que ocurre ante nuestros ojos, y nada menos que con el único Culto agradable a Dios.

Remitimos a http://info-caotica.blogspot.com.ar/2013/07/la-belleza-salvara-al-mundo.html para conocer sobre el museo que, aún en vida y pese a sus protestas de humildad, se le erigirá a Jorge Mario Bergoglio en dependencias de la Catedral de Buenos Aires, con la añadidura de una espantosa escultura que pretende representar al papa, resultando su más cumplida caricaturización. Ya el pasado sábado, Solemnidad de los santos Pedro y Pablo, se removió el púlpito de la Catedral para montar un escenario en el que actuó un grupo de rock encabezado por un descabezado prete, de la comitiva de Bergoglio, de tan pésimo gusto como la escultura. No falta nada, está completo.



Mayor verismo el del dibujo
que el de la estatua
Quisiéramos que el Santo Padre empleara ese mismo celo que emplea en intervenir el IOR para sanear las finanzas vaticanas y castigar a los culpables de defraudaciones, en depurar la Santa Liturgia de todas las excrecencias que se le han ido maliciosamente adjuntando. No le reportará la misma popularidad, es previsible, porque así como el dinero ha sido elevado a sacramento, y debe tratarse con reverencia y unción, la Santa Eucaristía yace olvidada de todos, vuelta objeto de irrisión y ultraje. Pero conviene a la santidad de su recado que así lo haga.

Quizás lograra aplacar, con una tal iniciativa, el clamor de los mártires que ansían ver el triunfo definitivo de Cristo sobre sus enemigos. Y retrasaría la «abominación de la desolación en el Lugar Santo», tal como en las siguientes imágenes (apenas un muestrario) se hace patente.


Nuevos ornamentos para una nueva evangelización


La misa-circo


La misa-asadito

Para que los niños aprendan a gustar la Santa Misa

«Foris canes, et venefici, et impudici...»

Un cerdo en la Catedral, para reincidir en los antiguos sacrificios

Acróbatas, ellas y el cura

Inculturación...

... y ballet.