lunes, 18 de abril de 2016

EL DÍA DEL GRAN COMBATE

por Don Elia
(traducción del original italiano por F.I.)

Es el triunfo de las tinieblas. De parte del falso vicario de mi Hijo ha llegado finalmente la autorización, si no el mandato, de arrojar por comida a los pecadores públicos, endurecidos y obstinados, Su preciosísimo Cuerpo (que yo misma le he proporcionado de mi propia purísima sustancia) unido indisolublemente a Su divinidad... aquella carne con la que se inmoló en la cruz como expiación por los pecados humanos y aquella sangre que derramó en rescate de la humanidad caída a causa de su prevaricación, aquella misma humanidad que ahora vuelve a comer su propio vómito pisoteando la gracia inestimable, absolutamente inmerecida, que el Fruto de mis entrañas le mereció conmigo, fundida con él en el Calvario. Ya no creen en el Sacrificio redentor, ya no saben más con qué impensable amor fueron amados, no se dan cuenta del terrible riesgo que corren... porque ya no reconocen sus pecados. Ahora se sienten plenamente confirmados por aquella que suponen la suprema autoridad moral  -y que lo sería, si no ocupase aquel lugar de modo ilegítimo e indigno.

Desde la tarde de ese viernes hasta la mañana del primer día de la semana fue para mí como lo es hoy para vosotros: una única, absoluta, interminable noche del espíritu. Yo escruté aquella oscuridad sideral, sostuve aquel vacío imponderable, me planté en la nada de la ausencia total de Dios, sin el mínimo sostén humano ni divino... excepto aquel de la llama de caridad y de fe que el Espíritu Santo nutría en mi Corazón Inmaculado, a tal punto escondida en él que ni siquiera yo reconocía la luz. Fue el amor quien mantuvo encendida en mí la fe: sólo por amor quise seguir creyendo, a pesar de la desmentida radical y aparentemente irreversible de los hechos. Yo sabía, ciertamente sabía que había dado a luz a un hijo que iría a resucitar; pero ¿acaso el conocer las promesas de Dios le evita a uno el ser desgarrado no ya por la duda, sino por la agonía de ver el propio Amor, la Vida de la propia vida, yacer sin vida en el sepulcro, hecho irreconocible a causa del odio satánico?

También Su Cuerpo místico, nacido del agua y de la sangre de Su costado abierto, alimentado por mi carne incontaminada asumida por Él, ahora es apenas reconocible, abofeteado, burlado y humillado en sus miembros fieles, manchado, disgregado y disperso en sus miembros incrédulos. Por supuesto, en su esencia la Iglesia es y será siempre, indefectiblemente, una, santa, católica y apostólica, pero en la condición histórica de su porción militante se halla horriblemente lacerada y fangosa. ¿Cuántos de mis hijos se alejarán aún, escandalizados y decepcionados? Ya cuando falsificaron el santo Sacrificio del altar muchos de ellos se dijeron: "si los sacerdotes pueden cambiar la religión de un día para el otro, esto significa que nada era cierto y que, hasta ahora, nos han engañado". Así dejaron de creer y de ir a la iglesia, poniendo en riesgo su salvación eterna. ¡Cuánto he tenido que luchar para excusarlos ante mi Hijo que, a pesar de todas las circunstancias atenuantes, ve perfectamente las insuperables responsabilidades individuales!

Ahora con más razón dirán: "si la Iglesia cambió su opinión sobre cuestiones morales, significa que hasta ahora estaba equivocada y que, por lo tanto, puede equivocarse de nuevo en esto como en todo lo demás". Y luego, si ya nada es pecado, ¿para qué sirve rezar, confesarse y tratar de evitar el mal? ¿Cuántas almas se perderán a causa de este supremo engaño? Sí, si asienten a la iniquidad son responsables de su propia suerte; pero, ¿puede por esto el amor de una madre permanecer indiferente, abandonándolas a su trágico destino? ¡Por eso despertad, mis hijos fieles! Dejad de lamentaros y de gemir innecesariamente, por mucho que os sangre el corazón. Esforzaos en soportar la oscuridad con olímpica calma y en dejaros purificar por el seráfico ardor que os envío. Es doloroso, pero debéis haceros inmaculados para la misión que os espera, para formar el remanente santo de los últimos tiempos. Y vosotros, ministros de mi Unigénito, mis hijos predilectos, vosotros que sois Su boca, Sus manos, Su corazón, sacudid de vuestro ánimo la incertidumbre y el desconcierto, poneos en pie con coraje para poneros a la cabeza de mi ejército de elegidos. Si os obligan a actuar contra conciencia (es decir, contra la santa Ley de Dios que, como único camino al cielo, es la forma de vuestra conciencia), tomad con firmeza vuestras decisiones. No temáis: yo misma me encargaré de vuestro futuro.

Ahora que -de acuerdo a la palabra profética- no tenéis más príncipe, ni jefe, ni profeta, Jesús mismo os apacienta y os guía, Jesús mismo es el pastor y el obispo de vuestras almas, Jesús mismo es vuestra norma inviolable y segura: Ego sum pastor bonus, qui pasco oves meas... Ego sum ​​via, veritas et vita. Volveos a Él y reuníos a Su rebaño. Sed sencillos como palomas y astutos como serpientes. Si mi Hijo os concede la gracia del martirio, en la forma que sea, no la rehuséis, siempre y cuando estéis seguros de que es Él quien lo desea, y no un ímpetu imprudente o una llamarada de celo inoportuno. Hay necesidad de valientes y expertos generales para guiar a mis tropas a la victoria, no de héroes de un momento de quienes se rendirá pronta cuenta. Aprended de la lección ofrecida en 1812 por mis queridos hijos de la tierra rusa: después haber dejado avanzar al enemigo hasta la antigua capital, lo privaron de provisiones hasta obligarlo a salir, y entonces lo atacaron en retirada. He pedido en vano la consagración de aquel noble país para que su conversión vuelque las suertes del mundo gobernado por los enemigos de Dios; orad pues, ayunad y ofreced por esta intención decisiva.

«Toda la Iglesia sufrirá una terrible prueba, para limpiar la carroña que se ha infiltrado entre los ministros, especialmente entre las Órdenes de la pobreza: prueba moral, prueba espiritual. Durante el tiempo indicado en los libros celestes, sacerdotes y fieles serán puestos en un peligroso punto de inflexión en el mundo de los perdidos, que se lanzará al asalto por todos los medios: ¡falsas ideologías y teologías! La apelación a ambas partes, fieles e infieles, se hará en base a pruebas. Yo entre vosotros, los elegidos, con Cristo como capitán, combatiremos por vosotros [...] La ira de Satanás no está más sujeta; el Espíritu de Dios se retira de la tierra, la Iglesia se quedará viuda, he aquí la sotana fúnebre, será dejada a merced del mundo. Hijos, volveos santos y santificaos más, amaos mucho y siempre [...] Alineaos todos bajo la bandera de Cristo. Trabajando de esta manera, veréis los frutos de la victoria en el despertar de las conciencias al bien; aun estando en el mal veréis, a través de vuestra ayuda de cooperación efectiva, a pecadores que se convierten y al Aprisco llenándose de almas salvadas» (la Virgen de la Revelación a Bruno Cornacchiola el 12 de abril de 1947 en Tre Fontane, Roma).