Por eso, en este indecoroso y habitual ejercicio táctico del silencio o de la diagnosis tardía al que nos tienen acostumbrados los obispos, resulta sorprendente que un prelado se sirva escuetamente señalar la verdad latente en el criminal montaje que tiene por víctimas a los militares que libraron guerra en los años de la artera agresión marxista. En efecto, y para escándalo fácil de la opinión pública creada por el periodismo, el obispo de Villa María, monseñor Jofre Giraudo, señaló, sin abundar mucho más, que estamos ante juicios "discutibles" y "políticos", y denunció la manipulación dolosa del término "represión" a los fines de negarle a ésta toda legitimidad. Si Bernard Shaw habló del resentimiento como de la «venganza del cobarde», ése es el resentimiento que al fin vemos meticulosamente activo en la pantomima de unos juicios arracimados de irregularidades, y que son la vergüenza de las vergüenzas en este lodazal que llamamos -sin ánimo de eufemismos- democracia.
Por eso ahora, cebados en la cobardía de tanto prelado, sobreviene la consecuencia obvia de la valía de uno solo, del trino del pájaro solitario: el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), funesto cubil de lo peor del hampa roja, le pide a la Iglesia argentina que haga «explícita su posición institucional respecto al actual proceso de justicia por delitos de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura cívico-militar» (ver aquí). Sería la ocasión, ya que preguntan, de clamar desde el tejado una lección estentórea de historia y de moral, de rectificar el amañado lenguaje que imponen estos sicarios enriquecidos, de recordar el episodio del sargento Cruz pasándose del lado del valiente acorralado, de denunciar la vileza de una inquina que se desfoga en enemigos caídos. Pero no cabe esperar nada de esto. Ebrios de complacencias demasiado previsibles, nuestros pastores no harán más que cederles el terreno a los homicidas metidos a fiscales, ese poco terreno que aún se les concede pisar en el concierto de las instituciones irreconocibles.