miércoles, 21 de octubre de 2015

PARA LA VERGÜENZA SINODAL

Como una perla en el fango lució en el sínodo la intervención de una ignota médica rumana, cuyo discurso completo puede leerse aquí. Reproducimos la espléndida glosa que le puso Cesare Baronio, de feliz reaparición en la blogósfera.


«La misión de la Iglesia es salvar almas. En este mundo el mal proviene del pecado. No de la disparidad de ingresos ni del “cambio climático”.»

El 17 de octubre intervino en el Sínodo de los Obispos la doctora Anca Maria Cernea, católica rumana y presidenta de la Asociación de Médicos Católicos de Bucarest.

Quedé muy impresionado por sus palabras. Palabras claras, límpidas, animadas por una fe sólida y por una gran caridad. La doctora Cernea habló de la persecución comunista, del testimonio heroico de los pastores durante el régimen bolchevique, de la fidelidad del pueblo católico. Citó nada menos que a Nuestra Señora de Fátima, recordando que Ella había anunciado que Rusia esparciría sus errores por el mundo:

Se hizo primero de forma violenta, con el marxismo clásico, matando a decenas de millones de personas. Ahora se hace mediante el marxismo cultural. Hay una continuidad, desde la revolución sexual leninista, a través de Gramsci y de la Escuela de Frankfurt, hasta la actual ideología de los derechos homosexuales y de género. El marxismo clásico pretendía rediseñar la sociedad adueñándose por medios violentos de la propiedad. Ahora la revolución va más lejos: pretende redefinir la familia, la identidad sexual y la naturaleza humana.
Esta ideología se hace llamar progresista, pero no es otra cosa que la tentación de la serpiente antigua para que el hombre se haga el amo, reemplace a Dios y organice la salvación en este mundo. Es un error de naturaleza religiosa; es gnosticismo. Los pastores tienen la misión de reconocerlo y de alertar al rebaño de este peligro. “Buscad, pues, primero el Reino y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura” (Mt 6, 33)
Las palabras de esta médica católica, de esta dama de fe irreprensible, suenan como una severa advertencia para los Padres Sinodales. Son una acusación, serena pero no por esto menos grave, de las vergonzosas complicidades de gran parte del Episcopado -y de la Curia Romana- con el espíritu del siglo.
Ahora necesitamos que Roma le diga al mundo: “Arrepentíos de vuestros pecados y volved a Dios, porque el Reino de los Cielos está cerca”.
Vosotros, los pastores de la grey del Señor: ¿no os sentís avergonzados por esta apremiante apelación? ¿No os avergonzáis de vuestros silencios, de las aperturas al mundo? No pensáis, vosotros que sois tan solícitos hacia los enemigos de Cristo y tan burlones para con los fieles católicos, que sobre vosotros pesa una responsabilidad pesadísima, y que tendréis que rendir cuentas al Supremo Pastor por haberos comportado como mercenarios infieles, es más: por haber abandonado el rebaño confiado a vosotros como presa para los lobos rapaces?

Os llenáis la boca con palabras vacías que agradan a los enemigos de Cristo; calláis la verdad de la que sois custodios y osáis difundir el error, tomando por escudo a un concilio que habéis plasmado a vuestro uso y consumo; os citáis el uno al otro, guardándoos bien de repetir las enseñanzas de Nuestro Señor y de Su santa Esposa. Habláis de misericordia para legitimar los vicios ajenos y vuestra pereza. Habláis de colegialidad y sinodalidad porque no tenéis ni el valor ni el temple para gobernar sabiamente, prefiriendo delegar responsabilidades en las decisiones de una mayoría fantasmal. Reserváis vuestras invectivas a los buenos cristianos, acusándolos de hipocresía, mientras os mostráis condescendientes hacia los malvados y los emisarios del demonio. Traicionáis a la Iglesia, en cuyo seno habéis sido criados y a la cual habéis jurado fidelidad, mientras os complicáis en las peores prostituciones. Vosotros humilláis vuestro Orden Sagrado y la persona de Cristo, inclinándoos ante los ministros de las sectas y de las idolatrías; negáis la divinidad del Salvador delante de aquellos que Lo han crucificado; os hacéis amigos de Caifás y de Pilato por puro cálculo mundano, por cobardía, por connivencia.

Imagino que muchos de vosotros os habéis compadecido de esta pobre, ingenua médica rumana. Viene del Este, pobrecita: tiene todavía la cabeza llena de todas esas ideas retrógradas a lo Cardenal Mindszenty. Cree también en las profecías de Fátima, la ingenua. ¡Y habla de comunismo! Parece haber vuelto a los años cincuenta.

Ya: vosotros sois superiores. Vosotros os habéis deshecho de los oropeles pacellianos y de todo el guardarropas católico. Con las insignias que despreciáis, habéis tirado por la borda también la fe y las buenas costumbres. Por otro lado, vuestro ídolo Montini, mientras Pío XII ayudaba a los obispos detrás de la Cortina de Hierro, mandaba las listas de los misioneros a los servicios secretos comunistas, que regularmente los encarcelaban, los torturaban, los mataban. Y mientras los simples católicos sufrían la persecución bajo un régimen odioso, vuestro Roncalli hablaba de distensión, no condenaba a nadie, a excepción de los profetas de desventuras. Y se cuidaba bien de no revelar aquel Tercer Secreto, que sólo recientemente habéis alterado torpemente, falsificándolo y despachando una versión edulcorada como si fuera auténtica. Mientras los sacerdotes y los Obispos morían como mártires, vosotros manteníais relaciones con sus perseguidores.

La señora Cernea habla de arrepentimiento y de conversión: ¡la miserable! Veo en vuestros rostros un guiño de suficiencia y compasión, mientras os amigáis entre vosotros. Dejémosla hablar, pobrecita. Hagámosle ver que nosotros les concedemos voz a todos, desde el niño sacrílego que da la comunión al padre divorciado, a la beata con la manía de los comunistas. Quién sabe las caras que habrán hecho Kasper, o Danneels, o Forte. Kasper, aquel que trata a los obispos africanos como a negros ignorantes: ellos no deben decirnos lo que tenemos que hacer. Sólo porque no aceptan que denigréis la Verdad Católica con la aprobación de los pervertidos. Y luego vuestro Bergoglio, que se va a Cuba a tener audiencia con Fidel Castro, y cuando le preguntan por qué no se se ha encontrado con los católicos perseguidos por el régimen, finge no saber nada: «¿por qué? ¿Hay perseguidos en Cuba?»

¿No os avergonzáis, vosotros pastores, de aquello en lo que os habéis convertido? ¿No os remuerde la conciencia, si alguna vez os detenéis para considerar vuestra conducta? ¿Cómo podéis acercaros a la Confesión y a la Comunión, cómo podéis celebrar el Santo Sacrificio pensando en el Juicio de Dios que se cierne, tremendo, sobre vosotros?

Y vosotros, prelados medrosos, que os mimetizáis en la masa amoratada o purpurada de vuestros hermanos; vosotros que querríais hablar pero no os atrevéis, porque teméis por vuestra carrera o no queréis haceros condenar al ostracismo por la Conferencia Episcopal o por la Curia Romana: ¿no pensáis en la eternidad que os espera? ¿Creéis que el silencio de un Pastor de almas tenga las mismas consecuencias que aquel de un simple fiel? Qui autem negaverit me coram hominibus, negabo et ego coram Padre meo qui in caelis est. ¿Qué clase de testigos de Cristo sois, si lo negáis a diario con vuestra cobardía? Numquid et tu ex discipulis ejus es? Y vosotros negáis: non sum. Nescio quid dicis. Pensad en la brevedad de esta vida, y en el destino eterno que os espera: tenéis la responsabilidad por la salvación de vuestra alma y por la de los fieles que os han sido confiados, y Dios os va a pedir cuentas. Jota unum, aut unus apex non praeteribit.

¿No os queman las palabras de esta mujer? ¿No querríais tener el coraje de poneros de pie en medio del aula sinodal y decir con fiereza esas palabras? ¿No sois capaces de dejar a un lado las citas del Concilio, las fórmulas odiosas y equívocas propias de sindicalistas, y afirmar en voz alta: arrepentíos de vuestros pecados y volved a Dios, porque el Reino de los Cielos está cerca? ¿No tenéis fe en la gracia de estado? ¿Pensáis que no hay legiones de ángeles dispuestos a asistiros y a protegeros? ¿Que la Virgen y los santos no interceden ante el trono de Dios con mayor determinación por vosotros, Obispos y sacerdotes, que sois Ministros de Cristo en la tierra?

¿Creéis acaso ser Obispos sólo para haceros saludar en las plazas como los sumos sacerdotes, para ser invitados a las inauguraciones y a las conferencias, para ser llamados Excelencia aunque hurtéis con indisimulado orgullo la mano al beso del anillo? Cristo os ha hecho pastores para que lo sigáis por el camino real del Calvario: non est servus major domino suo. ¿Esperáis merecer el Paraíso -si es que todavía creéis en él- al compás de encuentros ecuménicos y de visitas a la sinagoga? ¿Pensáis salvar el alma sólo porque os hacéis filmar por las cámaras mientras besáis los pies de los convictos o usáis zapatos deshechos? ¿No creéis que ese hábito descuidado y anónimo que lleváis, lejos de presentaros como a personas sencillas, humilla la dignidad sagrada del Señor del que sois indignísimos siervos, mientras exalta vuestro ego?

Escuchad las palabras de una simple fiel, de una laica, de una mujer: en esas simples palabras se contiene una verdad que vosotros habéis olvidado o que culpablemente no sabéis más proclamar. Emplead las palabras del Evangelio, no las del Concilio, quod autem his abundantius est.

Os conjuro, por las Llagas de Cristo: convertíos, confesad vuestras culpas, enmendaos y haced penitencia. Sed orgullosos del Sello Sacramental que adorna vuestras manos y vuestra frente: os toca a vosotros hacerlo resplandecer como una diadema real o hacer de él un tizón inextinguible para vuestro tormento eterno.