sábado, 25 de julio de 2015

ROMA BAJO LAS HECES

Se dirían buitres que bajan a por carroña, pero no:
son cándidas palomas revolviendo papeles
junto al arco de Constantino
Las crónicas hablan de un calor asfixiante en Roma por estos días, agravado por el aluvión de inmundicias que la huelga de los recolectores de residuos ha concitado. «Pilas de bolsas de basura -muchas desgarradas por las gaviotas- a una cuadra de la Basílica de San Pedro; contenedores repletos de desperdicios que despiden un hedor imposible, al lado del Castel Sant'Angelo; dos ratas del tamaño de un gato olfateando, pasada la medianoche, un tacho de basura que rebosa de desperdicios», reporta la vaticanista devenida a su despecho catadora de detritus: fina ironía, si las hay, reservada a los que osan adentrarse de oficio en los despachos vaticanos en tiempos de tan crasa abjuración. Bien lo titula la plumífera: Roma «capital del caos». Hasta el anticiclón africano que trajo el bochorno recibió el significativo nombre de Caronte, aquel barquero que, según testimonio de Dante, introducía a las almas en el infierno.

Tan ingratas fermentaciones cunden en los mismos días en que la Santa Sede se ofrece como anfitriona de más de 65 alcaldes de todo el mundo para impulsar los programas de «desarrollo sustentable» de la ONU, que incluyen políticas tendientes a morigerar los efectos del llamado "cambio climático", del hambre y la extrema pobreza e -ítem que no podía faltar en estas proclamas, para el aplauso de monseñor Sánchez Sorondo- "lograr una mayor igualdad de género" (fuente aquí). (Entre paréntesis: como única autoridad connacional al Santo Padre e invitada personalmente por él, participó la intendenta de Rosario, cuya gestión y la de sus predecesores y copartidarios se caracteriza, en el área de salud pública, por la más cínica aplicación de las recetas malthusianas de control poblacional, siendo noto que muchas mujeres que acuden a la maternidad municipal para dar a luz salen de allí esterilizadas sin su conocimiento. Ni hablar, por supuesto, del reparto gratuito de anticonceptivos por las barriadas).

Martini y un guión para Benedicto
La Iglesia hoy está para estas cosas, o para las pujas estériles entre los carcamanes del post-concilio -que ya se sabe que la revolución, como Saturno, acaba por devorarse a sus propios hijos. También por estos días, mientras los desechos continuaban amontonándose por las calles y el tufo cumplía su insidiosa parte, una indiscreción del padre Silvano Fausti -que fuera confesor del cardenal Carlo Maria Martini- vino a aportar una nueva y plausible explicación a la dimisión de Benedicto XVI, que aún no deja de suscitar hipótesis acerca de sus reales motivos. Resulta que a medida que se desenvolvían las sesiones en el Cónclave de 2005 y Martini y Ratzinger se revelaban los más votados, una sagaz maniobra de la Curia romana para promover a uno de sus cuadros haciendo caer a ambos candidatos a la vez instó a Martini a cederle sus votos al alemán para que éste fuera el Papa en la siguiente elección, antes de que se prolongara demasiado el Cónclave y pudiera prosperar el complot. «Acepta -le dijo el jesuita arzobispo de Milán al tudesco-: has estado 30 años en la Curia, eres inteligente y honesto. Procura reformar la Curia, y si no, te vas». Reencontrándose ambos en junio de 2012, pocos meses antes de la muerte de Martini, éste le soltó a Benedicto: «la Curia no va a cambiar, no tienes más opción que irte». Ocho meses después sobrevino la renuncia, y la consiguiente entronización del heredero espiritual de Martini, un porteño chantún que no figuraba en las preferencias de los apostadores.

Hace siete siglos, y pese a verse por ello gravemente diezmada, la Ciudad Eterna pudo sobrevivir al traslado de la Sede Papal a Aviñón -prolongada luego, para ulterior castigo de Roma, por el Cisma de Occidente. Pudo sobreponerse, a poco de la ruptura protestante, al «saco» de los lansquenetes de Carlos V y a la peste que se ensañó con los sobrevivientes. Soportó sin desfallecer el avance de las tropas napoleónicas y, más tarde, el flagelo garibaldino. Está por verse si sale airosa de la acción de los esparcidores de podre.