viernes, 13 de febrero de 2015

¿LO DIJO IVÁN KARAMAZOV? ¿ACASO SARTRE? NO, FRANCISCO

De lo que abunda el corazón habla la boca. El sabio, del rebalse de su contemplación, vierte munífico las gemas; el necio, en cambio, agobia con su nulidad, con su operoso menoscabo de la verdad y el bien. Es creíble que Francisco -como muchos lo aseguran- planifique sus eloquios aun los más banales en busca de inducir ciertos efectos en la percepción de esa tele-feligresía de acatólicos y de bobo-católicos pendientes de sus belfos. Pero hay veces que habla de sopetón, urgido como por fuera del libreto por alguna ocasional pregunta, y entonces dice francamente lo que piensa, lo que abundan sus entrañas. Y se da a conocer con la mayor de las transparencias, y nos indica de paso el tenor de la gravedad de la crisis de la Iglesia, la espiral de dolores como de parto a los que ésta se halla abocada hasta que Dios disponga lo contrario.

Resulta que en su reciente viaje a Filipinas, una niña convocada para dirigirse al pontífice, integrante de un grupo de menores en situación de desamparo, lo interpeló acerca de «¿porqué los niños sufren?», rompiendo a llorar no más planteada la cuestión. Pese a su deber de representar a Cristo, en tanto Papa, a Francisco ni siquiera se le ocurrió mentar los dolores del Redentor: su respuesta fue un lacónico «no hay respuesta» (ver aquí).

Es noto que Iván Karamazov, el personaje de Dostoievski, funda su petulante ateísmo en la cuestión irresuelta -a su entender- del sufrimiento de los niños. Sartre, para quien el hombre es «una pasión inútil», sostiene una ética fundada en el rehuir el absurdo del sufrimiento. Las consecuencias del pecado original, el problema de la libertad y la responsabilidad, el valor expiatorio del dolor, son todos asuntos que tienen sin cuidado a estos exponentes extremos del delirio racionalista. De aquí que Camus pretendiera que la bondad de Dios sólo era admisible si se descartaba su omnipotencia.

La lección de Francisco (menos genial, bah) se emparenta y solidariza horriblemente con las precedentes. Hasta donde era posible pensar la mengua del testimonio cristiano, el eclipse de la conciencia de salvación, el olvido de la menor traza de soteriología en la parla del más indigno de los sucesores de Pedro, el actual pontífice llegó y fue más allá, allende las más tenebrosas expectativas.