sábado, 30 de diciembre de 2017

EL BALANCE DEL CATÓLICO

El balance de fin de año del católico ni pizca debiera tener del balance contable de las empresas, ni siquiera del recuento comparativo de dichas y penas allegadas por el declinante ciclo. Más bien un como memento mori y un examen de conciencia de más largo aliento, e incluso una ocasión para meditar en los novísimos del hombre y en los del mundo. Porque así como inexorablemente pasan las hojas del calendario, sic transit gloria huius mundi. 

Pero tampoco cabe para el caso la aplicación de esas teorías degenerativas que simplifican hasta el insulto la extraña articulación del compuesto humano, haciendo que el hombre tenga no más que la edad de sus arterias. Pues, según lo dice el salmista en atención a causalidades que rehuyen el mero patrón biológico, «tu juventud se renueva como la del águila», esto es: aunque declinen tus fuerzas corporales, podrás avanzar de altura en altura hasta contemplar, tras una muerte dichosa, la Gloria del que te redimió. Aquí, la paradoja inaccesible al fisicismo. La arteriosclerosis de la ciudad terrena, en todo caso, es propia de aquella organización que rehuye la injerencia de la gracia, de aquella planificación social endurecida por una engañosa autosuficiencia, por el culto sacrílego de sí mismo. Planificación que se limita, a la postre, a hacer más confortable el fango, ya que la ansiada plenitud fáustica termina desmentida una y otra vez en los individuos y en las generaciones, y el cielo en la tierra no acaba nunca de consumarse, muy a despecho del candoroso evangelio del progreso.

Non enim habemus hic manentem civitatem, sed futuram inquirimus (Hb 13, 14). No nos vengan entonces con un neocatolicismo de puras inmanencias, hecho apenas para amortiguar hic et nunc las desazones que provee a manos llenas un régimen social inicuo hasta la médula (e inicuo por definición, ya que niega a Dios el culto que se le debe por estricta razón de justicia). Esto sí que es verdadero "opio de los pueblos": la Iglesia como "hospital de campaña" que sana a los cerdos heridos para que éstos puedan volver a refocilarse en el limbo, en el limo. No: esto es una falsificación tan indecorosa y banal de nuestra religión que por momentos ni siquiera parece la obra de una inteligencia demoníaca sino de una bestia humana aturullada por los excesos del vientre.

Si un deseo debiéramos formular para este próximo año es que Dios entumezca la lengua de los pastores impíos que cambian la exhortación a la conversión y la penitencia por la módica instancia a la "inclusión". Que arranque almas a su funesta influencia, y nos provea un Papa conforme a Su voluntad. O mejor, y más realísticamente dicho: que venga a deshacer los entuertos en que sobreabunda su desfigurada Iglesia. Que venga en Gloria y Majestad y nos encuentre en vela y expectantes. 



domingo, 24 de diciembre de 2017

NUESTRO RESCATE

Adoración de los pastores, Giotto,
fresco de la capilla de los Scrovegni, h. 1303-1305.


...Grandes lumbres de concordia
aquella noche alumbravan
y los cielos destilavan
rrayos de misericordia.
Los ángeles se alegravan.

Los planetas rrelucían
con dorados rresplandores,
los árboles florescían
y los campos se cubrían
de muy olorosas flores.

Las muy altas hierarquías
por el suelo se humillaron
y según que le adoraron,
ser Éste el santo Mesías
claramente publicaron.

Y en un pesebrico puesto
con pobreça le an servido
los cielos con todo el rresto.
Hombre y Dios en un supuesto
le conoscen ser nacido....


Aucto de la Circuncisión de Nuestro Señor
- manuscrito original de Colección de Autos sacramentales, Loas y Farsas del siglo XVI (anteriores a Lope de Vega), Biblioteca Nacional (España).

jueves, 21 de diciembre de 2017

CUANDO LOS PECADORES TIRAN LAS PRIMERAS PIEDRAS

“Y si lo hirió con una piedra en la mano, por la cual pueda morir, y muere, es un asesino; al asesino ciertamente se le dará muerte”.
                                                    Números, 35,17

por Antonio Caponnetto


En tanto los hechos, por su propio peso, se tornan evidencias, escaso o nulo es el margen que queda para la duda. Todo se vuelve certidumbre válida.

-Es evidente que Macri tiene tres ciudades paradigmáticas que guían su gestión gubernativa. Cartago, Sodoma y Sión. En la primera –según nos lo dice Aristóteles en la Política- se valoraba más la riqueza que la virtud. En la segunda, los pecados contra natura eran política de Estado. La tercera es el símbolo de la Sinagoga rampante. Símbolo y garantía a la vez del destronamiento intencional de Jesucristo. Menos la Civitas Dei, todo remedo babilónico dará la medida de su polis ejemplar.

-Es evidente que, para sus opositores, las tres ciudades poseen el mismo encanto; y que la materia que los diferencia ocasionalmente no es el funesto abanico de las predilecciones, sino el que puedan ser los regidores de aquellas urbes siniestras o sus meros secuaces. Idolatran sustantivamente lo mismo porque son lo mismo. Se pelean por la alternancia en los puestos de madame o de ramera, pero todos trabajan para el éxito del mismo lupanar.

-Es evidente que las izquierdas, con sus tentáculos múltiples, hacen ostentación de actos vandálicos, criminales y delictivos, cada vez que se les ocurre; demostrando que la gimnasia terrorista sigue siendo su apuesta, su fuerte y su curso de operaciones preferido.

-Es evidente que nadie se atreve a llamar al accionar de esas izquierdas por su verdadero nombre: Revolución Marxista; y hasta se comete el delirio semántico de acusarlas de fascistas por una supuesta obstaculización que ejecutarían del institucionalismo regiminoso.

-Es evidente que las principales testas crapulosas del oficialismo –del de hoy y del de ayer nomás- utilizan a las fuerzas armadas y de seguridad como meros fusibles, para que sobre ellos se descargue todo el odio y la vesania de esas izquierdas pluriformes pero unánimemente asesinas. La consigna emanada de los más altos poderes políticos es que los garantes de la seguridad permitan la consumación de los más graves actos delincuenciales, antes que osar la conjugación del verbo prohibido: reprimir. Y que permitan ser apaleados a mansalva antes que atreverse a conculcar el derecho humano al desmán que posee, de mínima, todo miembro de las troikas nativas.

La orden de la lenidad para los cien rostros del salvajismo rojo, se cumple a rajatablas. Su triste consecuencia inmediata también: destrozo de vidas y de bienes, escarnio del orden y victoria del caos. La sangre de un policía o la herida de un gendarme se vuelven invisibles. La más superficial magulladura de un forajido será tenida ipso facto por genocidio. Un vulgar piropo callejero es ahora violencia de género. Lapidar a mujeres uniformadas es protesta social. Los mismos que gritan ni una menos, tienen permiso para usar de blanco mortal a las mujeres de las fuerzas públicas.

-Es evidente que la Iglesia en la Argentina –que acaba de llevar en andas y en olor de multitud a dos representantes episcopales de la clerecía villeril, ideologizadora del resentimiento y del rencor del lumpen- ha tomado partido por el progresismo; herético en lo teológico, subversivo en lo político, insurreccional en lo social y desquiciado en todo. Del Cardenal Primado para abajo, la casi totalidad de los pastores son funcionales, ya no a la apostasía, que es la máxima expresión de su infidelidad, sino al programa revulsivo de las izquierdas dominantes. Su declamada opción por los pobres, no es porque les importe de ellos el bienestar ordenado al Reino de Dios, sino la rebelión social permanente.

Bergoglio –en quien se cumple el neodogma de la infalibilidad para el mal- sólo le ha insuflado un tinte más ramplón y plebeyo a este cuadro literalmente apocalíptico, pero no lo ha inventado. Su culpa, seamos francos, es atizar hasta el escándalo los carbones del averno, pero el averno ya estaba funcionando hace rato. De todos modos, en el campeonato de los renegados difícilmente le emparde alguno su puesto en la avanzada.

Y así podríamos seguir enunciando evidencias, tan palmarias cuanto desgarradoras. La llamada “batalla del Congreso” o “De las piedras”, acaecida el pasado 18 de diciembre, quedará como cifra y epítome de esta patencia de la iniquidad sin freno.

Lo que, por culpa del lavado de cerebro colectivo, del pensamiento único dominante y de la execrable corrección política, no se quiere tornar evidente, es que todo esto que ocurre se llama democracia. Se llama triunfo de la mitad más uno, dictamen del sufragio universal, imposición de la deificada soberanía del pueblo, vigencia plena de la partidocracia, constitucionalismo de cuño iluminista, tripartición del poder, representantes del pueblo y todo el repertorio de vejámenes al bien común, fraguado en el aborrecible molde del liberalismo.

Sí; lo diremos hasta con nuestro último aliento: la gran culpable es la perversión democrática; intrínsecamente endemoniada, inherentemente pérfida, connaturalmente enferma y nefanda. Toma entre nosotros, rotativamente, los nombres ruines que se han vuelto infamemente familiares: peronismo, radicalismo, socialismo o macrismo, lo mismo da. En sí mismos y en sus caciques son la nada absoluta, la fraseología insustancial, la praxeología aterradora, el activismo oportunista, la corrupción generalizada. Pero en tanto rostros y brazos rotativos de la perversión democrática, su enemistad con la salud de la patria se vuelve absoluta.

Que todavía haya supuestos amigos o próximos que no se den cuenta, sólo prueba la eficacia de aquel mentado lavaje de cerebro. Pero que haya otros, capaces de quebrar lanzas por la justificación del sistema imperante, ya no es simple miopía sino culposo contubernio. Son los católicos libeláticos y los argentinos perduéllicos. Libeláticos eran llamados los creyentes cobardes, que para evitar las persecuciones de los poderosos de la tierra, bajo el imperio romano, procuraban tener un libellus o certificado de que habían echado incienso a los dioses. Perduéllicos, en el mismo horizonte cultural romano ya mentado, eran los enemigos internos de la nación. Se lleven ambos grupos nuestro mayor desprecio. Unos y otros, de consuno, trabajan para probar la licitud y la conveniencia de legitimar la inserción en el sistema democrático. Que es trabajar para legitimar la conculcación del Decálogo.

Nuestro Señor enseñó, para ejercitar un acto real y concreto de misericordia, que el que estuviera libre de pecado arrojara la primera piedra a aquella desdichada mujer adúltera. Y apaciguó la iracundia del fariseísmo. Hoy, la hez de los pecadores y viciosos, de los crápulas e indecentes de la peor ralea, de los que no se diferencian en nada de una náusea o de un esputo, han invertido el mandato de Cristo. Sus piedras arrojadas a mansalva y con la anuencia despiadada de todos los poderes políticos, claman al cielo pidiendo justicia.

En esta nueva Navidad doliente, se nos conceda la gracia de ser los artífices de aquello que imploró y que prometió Isaías (9,10): “Los ladrillos han caído, pero con piedras labradas los reedificaremos; los sicómoros han sido cortados, pero con cedros los reemplazaremos”.

Que otros tengan vocación de sufragistas, de congresales, de demócratas con encuestas al tope y estadísticas a favor; de módicos funcionarios del macrismo, del peronismo u otras subpurulencias derivadas. Se sumarán al infierno.

La patria necesita varones y mujeres con vocación de cedro y de piedra labrada. Se sumarán a ese paraiso, joseantonianamente concebido, con ángeles portadores de colosales mandobles en los aguilones de la puerta.

martes, 19 de diciembre de 2017

LOS ERRORES DE RUSIA, MÁS VIVOS QUE NUNCA

(a propósito del centenario de la Revolución rusa)


por César Félix Sánchez
(tomado de Adelante la Fe)

Entre algunos –incluso católicos– existe cierta perplejidad respecto a los «errores de Rusia» y su ulterior expansión por el mundo profetizados por Nuestra Señora en Fátima en 1917. Si se trata del marxismo, ¿no sería mejor hablar de errores alemanes, tanto por el origen de Marx y Engels como por su impronta hegeliana? Y, por otro lado, si todavía no ha llegado el triunfo del Inmaculado Corazón, ¿cómo es que el comunismo parece haber dejado de existir como amenaza para la Iglesia y la civilización?

La respuesta es bastante sencilla. Los «errores de Rusia» no se refieren simplemente al viejo marxismo, nefasto pero esclerotizado para 1917 en partidos obreros de masas bastante moderados, como el SDP alemán y la SFIO francesa, sino a su superación y perfeccionamiento en el mal que es el leninismo, ese non plus ultra del maquiavelismo político, de la idolatría del poder y de la inmoralidad. Y ese producto, el bolchevismo o marxismo-leninismo sería dado a luz por Vladímir Illich Ulianov, Lenin, al calor de las conspiraciones contra el régimen zarista.

¿Qué caracteriza esencialmente al marxismo-leninismo? Pues, en primer lugar, un elemento de praxis organizativa que, como todo en la doctrina del autodenominado «socialismo científico», esconde una verdad teórica significativa: el reemplazo del viejo partido de masas (siempre «moderable» y con tendencias «populistas») por el partido de cuadros selectos y secretos, de revolucionarios profesionales clandestinos, siempre dispuestos a la acción «apostólica» y «misionera», especialmente en los lugares más difíciles y ante determinados sectores estratégicos de la sociedad.

El partido, una élite dispuesta a todo y sometida al férreo control del líder –ese individuo cósmico-histórico para Hegel, casi infalible, pues es casi la historia encarnada – por el paradójicamente llamado «centralismo democrático», será la «vanguardia del proletario» y su relación con la sociedad se dará a través de organismos de fachada, de apariencia neutra e incluso virtuosa como sindicatos o «ligas por la paz», que se consolidarán como frentes de masas o pequeños círculos de infestación doctrinal, donde la mayoría de miembros no tiene una idea clara de qué o quiénes están detrás. Claro está que siempre el Partido controlaba férreamente esas organizaciones, por más aparentemente alejadas de lo político que estuvieran. Era la perversamente genial combinación entre una suerte de Compañía de Jesús anticristiana, ultrajerarquizada y eficacísima y la metodología de las «sociedades de pensamiento» de estirpe masónica, cuyos efectos fueron tan devastadores en la génesis de la Revolución Francesa.

Doctrinalmente, este modelo organizativo representaba la primacía absoluta de la política por sobre cualesquiera consideraciones, la mayor puesta en acto de la radical inmoralidad del marxismo al considerar que, más allá del avance de la Historia hacia la sociedad sin clases, no existe ningún otro baremo para la conducta humana. Así, pueden sacrificarse millones en aras de la utopía. Incluso el voluntarismo revolucionario de Lenin llega a corregir al materialismo histórico y dialéctico de Marx: si en las sociedades feudales todavía no existen las condiciones estructurales económicas para el tránsito al socialismo, aconsejaba el barbado antiprofeta de Tréveris, correspondía a los revolucionarios la colaboración con los partidos burgueses para derrocar el antiguo régimen y establecer una sociedad liberal capitalista. Las rigurosas leyes de la historia no conocían de saltos ni de sorpresas. Así, la revolución socialista vería la luz en las sociedades burguesas más complejas y desarrolladas como Gran Bretaña, Francia o Alemania. A países atrasados, como Rusia y China, solo les correspondería esperar su transformación en sociedades capitalistas y burguesas. Pero Lenin, en una audacia sin igual, «aceleró» a la historia y sus leyes, sin conocer límites de ninguna clase para la conquista del poder, de ahí su famosísima frase, casi un lema que lo define: «¡Fuera del poder, todo es ilusión!».

Por otro lado, la dictadura del proletariado, el otro gran aporte leninista, es una prolongación sine fine del supuestamente transitorio periodo del socialismo estatista, previo al comunismo, a la sociedad sin clases. Así, al inmoralismo político más extremo, se le unía la adoración al Estado, copado por una élite partidaria en torno a un líder literalmente todopoderoso, señor de vidas y haciendas, previamente estatizadas. No fue una sorpresa que esta doctrina acabase generado 100 millones de muertos en cien años, por lo menos, y una miseria y crueldad generalizadas en todos los planos de la existencia humana en los lugares que cayeron bajo su égida. El marxismo-leninismo no es más que la mayor idolatría del Poder Político que haya visto la historia de la humanidad y, por ende, la mayor de las inmoralidades posibles. Debajo de él, como su raíz, se encuentra clarísimamente el eritis sicut dii satánico, con su rostro bifronte de ateísmo y antropolatría.

Pero, ¿no desapareció la URSS en 1991? ¿No son ahora los partidos comunistas de estirpe bolchevique meros clubes de viejos nostálgicos o peñas de hippies, yunkies y otros jóvenes desadaptados? Por un lado, la licuefacción de las estructuras estatales y partidarias bolcheviques es un hecho; pero por otro, el modelo organizativo leninista –esa esencia de los errores de Rusia – permanece. Revolucionarios muy minoritarios, casi clandestinos en el ocultamiento de sus designios, y de preparación en la propaganda y la agitación bastante significativas, copan los organismos multilaterales y los ministerios en muchos lugares del mundo, incluso en países donde las tendencias izquierdistas son casi siempre derrotadas en las urnas. Mediante organismos aparentemente neutros, logran generar una resonancia en sus opiniones impensable de otra manera y que, poco a poco, va convirtiéndose en un nuevo «sentido común» ¿Y cuáles son los designios de esta neovanguardia leninista? Pues ir más allá de lo que quiso hacer el viejo comunismo, pues se han dado cuenta de las razones de su colapso. La cuestión ya no es tomar el poder político de manera directa o estatizar los medios de producción: ¡poco duró el socialismo soviético edificado sobre tales premisas! El objetivo ahora es estatizar aquellas realidades inmediatas, donde el hombre aprende, a veces de manera indeleble, las primeras nociones naturales de autoridad, propiedad y Dios. Es decir: estatizar hasta la misma fábrica de lo humano, la vida y la familia, y otorgarle al Estado la capacidad de poder decidir, sin tener en cuenta la tradición, la sociedad, la religión, la ciencia o incluso la razón natural misma, qué realidad humana es familia y quién es o no es persona.

Nada prepolítico importa ya: el Estado, controlado por élites ideologizadas, es ahora el único y último árbitro de lo humano. Así, podrá crear de uniones infecundas, efímeras y enfermizas “nuevos modelos familiares”, incluso sancionados por leyes ad hoc y convertidos en «confesionales», pues serán enseñados y defendidos en las escuelas y protegidos de toda crítica a través de legislaciones «antidiscrimación» persecutorias. Mientras tanto, el hombre, en sus primeras fases de desarrollo, sea en el claustro materno o sea en un laboratorio, o, ya mayor, si enfermo o anciano, podrá ser despojado legislativamente de su condición de persona, convirtiéndose en res nullius, a ser asesinada y descartada, de preferencia con recursos públicos. Una vez consumada esta estatización, no habrá ninguna resistencia moral o humana para la llegada de la mayor tiranía colectivista de la historia.

La actual vanguardia leninista ha sido particularmente exitosa: parece haber convertido a la Organización de las Naciones Unidas, a la Unión Europea y la Santa Sede en sus frentes de masas. El liberalismo en sus múltiples variantes, ancestro inconfesable del marxismo pero que pretendió durante la llamada Guerra Fría presentarse como su principal oponente, ha acabado convertido en su sicario y lacayo, que, en nombre de seudoderechos arbitrarios, impone la agenda neoleninista. Porque parece ser que, en nuestros días, todas las tendencias revolucionarias, antiguas y modernas, están confluyendo en un designio misterioso.

Un joven bibliotecario y poeta chino, hace exactamente 100 años, escribía lo siguiente: «Todos los fenómenos del mundo son simplemente un estadio del cambio permanente…El nacimiento de esto es necesariamente la muerte de aquello, y la muerte de aquello es necesariamente el nacimiento de esto, de manera que el nacimiento no es nacimiento y la muerte no es destrucción (…) En todos los países, las diversas nacionalidades han lanzado distintos tipos de revoluciones que purifican de manera periódica lo viejo, infundiéndole lo nuevo, representando todas ellas cambios enormes, que implican la vida y la muerte, la generación y la destrucción. La destrucción del universo también es así…Aguardo con impaciencia su disolución, porque de la destrucción del viejo universo nacerá uno nuevo y, ¿acaso no será mejor que el antiguo universo? Yo afirmo: lo conceptual es real, lo finito es infinito, los significados temporales son los significados intemporales, la imaginación es pensamiento, la forma es sustancia, yo soy el universo, la vida es muerte y la muerte es vida, el presente es el pasado y el futuro, el pasado y el futuro son el presente, lo pequeño es grande, el yang es el yin, arriba es abajo, lo sucio es limpio, lo masculino es femenino, y lo grueso es fino. En esencia todas las cosas son una sola, y el cambio es la permanencia. Soy la persona más eminente, y también la persona más indigna».[1]

Se trataba de Mao Tse Tung, fidelísimo discípulo de Lenin y el mayor asesino en masa de la historia, reproduciendo el viejo heraclitismo relativista negador del ser y panteísta, que estaría también detrás de la gnosis de todos los tiempos, pero con aire e intención dialéctica. No era más que la revelación de la permanente continuidad, al margen de las apariencias multiformes, de la doctrina de la Serpens Antiqua...


[1] El texto corresponde a 1917 y es recogido por S. Schram en la monumental compilación Mao’s Road to Power: Revolutionary Writings 1912-1949. Tomamos la cita de P. Short, Mao, Crítica, Barcelona, 2011, p. 92.

viernes, 15 de diciembre de 2017

EL CINE CUENTA LA CRISIS

Parece que hay un viejo proverbio jasídico (pero no tan viejo que se anticipe a la rutilante era de la publicidad y la propaganda) que afirma que "cuando el Mesías venga, saldrá en los periódicos". Palabras suficientes para desmentir el bergoglema que sostiene que judíos y cristianos esperamos al mismo Señor: si cuando Éste vuelva se detendrá la mismísima fábrica del cosmos, quedando suspenso el ciclo del sol y el de la luna, ¡cuánto más lo harán las rotativas! Un mesías fotografiado y entrevistado en los medios, o capaz de conceder conferencias  de prensa, no puede ser sino un anticristo, y el esperado de la judería ínfida y de la renegada Jerarquía.

Lo que no impide que, pese a la apostasía galopante y al universal olvido de las verdades de la fe, un medio tan favorecedor del emocionalismo y de las adherencias (que no adhesiones) todas todas transeúntes, el cinematógrafo, pueda ahora interesarse por la crisis que cunde en la Iglesia, retratando la prevaricación que -en creciente ritmo desde hace décadas- desciende desde el vértice como un manto de tinieblas. Se diría que hasta la gran pantalla ha dado la voz de alarma, señalando que la perplejidad ante la deformación sistemática del catolicismo ha tomado estado público, y que la consonancia entre ésta y el caos de las naciones no debe ser fortuita.

The Vatican Deception, que se estrenará en salas de cine el próximo 18 de enero, «es una poderosa investigación concerniente al siglo pasado a través de la lente de las profecías de Fátima, y ofrece visiones sobre la crisis en vigor en el Vaticano, cómo esta crisis se vincula con sucesos mundiales-clave, y porqué vige una batalla en el Vaticano para anular las profecías [...] El filme también enseña a quien intente comprender nuestros turbulentos tiempos que si atendemos a todos los desastres naturales, terrorismo, tiroteos masivos, fraude, violencia, codicia y "guerras y rumores de guerra" (Mt 24, 6) en el contexto de estas profecías, alcanzaremos una perspectiva aleccionadora de por qué el mundo parece estar girando fuera de control». Pues en el conflicto «entre quienes custodian los secretos de Fátima y aquellos que los suprimen descansa el destino de la humanidad, ya que su resultado determinará si el mundo sufrirá calamidades inimaginables o si gozará de un notable período de paz» (fuente, aquí).





La paz del mundo, la paz política -como lo recordó el padre Roger-Thomas Calmel, O.P., en un notable ensayo dedicado a las apariciones marianas en Fátima- es un don de Dios y del Corazón Inmaculado de María: tal la enseñanza que debe deducirse sin dificultad de las palabras de Nuestra Señora a los tres pastorcitos de Cova de Iría. Pues aún las buenas instituciones de las que se esperaría una contribución decidida a la paz del mundo, así como sostienen a las personas en el bien, son recíprocamente sostenidas por la justicia de las personas que las conforman, y esta justicia personal depende de la gracia de Dios. La que, para derramarse, requiere a su vez de la conversión -empezando por la conversión de los cristianos sumergidos en un naturalismo que ha inficionado completamente las conciencias. Si se quiere evitar las calamidades anunciadas en las profecías conminatorias proferidas y escritas desde antiguo y que ahora encuentran el escenario más propicio a su realización merced al materialismo de Estado y al hábito universal del hedonismo urge, pues, la conversión de las almas y de la sociedad: es Cristo Rey, proclamado por las sociedades, y no la ONU, quien convierte las lanzas en arados y ahuyenta los horrores de una guerra nuclear.

Que los hombres de Iglesia ya no reconozcan esta verdad primarísima y no reclamen al mundo esta adhesión necesaria equivale a empujar a la humanidad entera al abismo. Así, al tiempo que se bate el parche de la misericordia, se renuncia patentemente a las tres principales obras de misericordia espiritual, resultando en un crimen incomparable en magnitud, por lo orbital, y una traición a la propia misión capaz de causar pavor al firmamento. Una aceleración vertiginosa de los tiempos con el sello de Caín y de Judas.


martes, 28 de noviembre de 2017

DE PROFUNDIS

Casos como el de los mineros sepultados bajo tierra y rescatados al filo de la muerte, o el de los tripulantes del submarino siniestrado, capaces de atizar el horror y la conmiseración de una entera nación, tendrían que dar también lugar a una reflexión desgraciadamente vedada a la conciencia de nuestros contemporáneos, sobremanera ocupados en aprovechar las promesas del black friday. Pues aunque hoy se den las condiciones necesarias para suscitar una tragoedia praetexta de carácter inédito (osadía del hombre munido de recursos técnicos capaces de hurgar en las entrañas del abismo terrestre y del marino; inmediatez de los medios para divulgar cualquier detalle concerniente al luctuoso asunto, incluida la espera ansiosa de los familiares de las víctimas y el juicio técnico de los expertos), hay una parcela de las cosas irreductible a la mera historicidad y a las ilusiones del progreso que le fue indoloramente amputada al hombre como para que éste repare en la falta.

Una parcela, es decir: el núcleo. Se trata de la conciencia moral, sacrificada al ídolo del propio vientre o de las propias alforjas, del confort o de los entretenimientos, que tienden un velo espeso sobre la impostergable consideración de los novísimos, dándole al viador la ilusión de un eterno tránsito sin meta, un perdurable rebotar humano entre las cosas, al modo del judío errante de la fábula. Pues la sociedad post-cristiana, judaizada y domesticada primero por el patrón oro y luego por el gran dinero etéreo, ha emprendido su propia diáspora, y por eso cunden las migraciones masivas, el desarraigo, la continua mudanza local y la volatilidad patrimonial, que a menudo no dura dos generaciones.

Desconocida al día de hoy la causa del desolado siniestro naval, la danza de las hipótesis evoca razones varias pero coincidentes en su carácter de expresión política de unos tiempos insuperablemente viles: la negligencia en la guarda de la soberanía, que ha hecho carrera desde la derrota de Malvinas con monolítica continuidad de uno a otro gobierno, hasta alcanzar recientemente la práctica desaparición de la flota aérea de combate; la corrupción, por la que en su momento se sobrefacturaron tareas de mantenimiento y reparación de la nave que ni siquiera se realizaron en los términos prescritos; el ataque exterior por un posible acercamiento del submarino al área de exclusión impuesta unilateralmente por Inglaterra en torno de las Malvinas -dato que, de ser cierto, estaría en conocimiento de los altos mandos de la Armada y del presidente, que continuarían con la pantomima de la búsqueda y rastrillaje para no tener que pedir cuentas de su enésimo crimen a los invasores, ahora reconocidos como amigos. Una posibilidad más denigrante que la otra, todas en el mismo contexto de la consabida rapiña pesquera en el mar argentino, de las exploraciones para dar con pozos subacuáticos de petróleo a entregar al mejor postor y de ejercicios militares conjuntos programados con Estados Unidos y Gran Bretaña, que ya se pasean por la Patagonia como dueños y señores de estos páramos.

Tal la esfera de las posibles causas inmediatas, el drama del submarino parece también hecho a la medida de la humanidad hodierna y un reflejo de su suerte: la ineluctable suerte que cabe aventurarle al pecador empedernido y el hundimiento irremontable que supone la impenitencia final. Pero también, y ya sin apurar las proyecciones, es un retrato del instante actual del hombre embebecido en lo superfluo, que a menudo sufre, sin querer percatarse de ello, la angustia abrasadora de haber negado y rechazado a su Redentor, lo que lo mantiene en unas simas inaccesibles a la gracia. Cosa que en la res pública se traduce, según la conocida figura quevediana y a despecho de las orgullosas prerrogativas del hombre nacido de las cloacas de la Revolución, en la vigente tiranía de Satanás y en el rechazo radical de la política de Dios y el gobierno de Cristo.

A la luz de lo que exhibe su De profundis, es para dudar que la oportunidad de la cárcel haya suscitado en Oscar Wilde una atrición suficientemente viva: más bien le permitió padecer como un desgarro, con inocultable amargura, el contraste entre su anterior vida disoluta y los trabajos forzados a que se hizo acreedor: sabe Dios si le bastó con eso. «Mártir de su propia excentricidad y de la honorable Inglaterra», según lo retrata Darío, el irlandés debió aprender en el presidio que «las deformidades, las cosas monstruosas, deben huir de la luz, deben tener el pudor del sol».

Las deformidades y las cosas monstruosas hoy se exhiben como a timbres de honor, y el hombre se jacta de sus abominaciones a plena luz del día, satisfecho de contrariar aquello que pone san Juan en su Evangelio: quien obra mal odia la luz, y no va a la luz, para que no se descubran sus obras. Como en los tiempos de Sodoma, según el Señor nos advirtió acerca del carácter de los días postreros, se peca ya sin vergüenza y con toda arrogancia, porque «sobreabundó la iniquidad y se apagó la caridad en muchos». Pero hay compensaciones necesarias: lo sabían los creadores de la tragedia antigua, que ni siquieran sospechaban la llegada de los tiempos mesiánicos pero admitían la existencia de una justicia sobrenatural que no tardaba en imponerse a los desafueros de los mortales. En la misma medida en que la reyecía del Señor siga siendo rechazada, tanto más espesa caerá la noche, peor que la de submarinos desbarrancándose irremisiblemente por el talud continental.

miércoles, 25 de octubre de 2017

AUTONOMÍA SÍ, PERO DE DIRECCIÓN OBLIGATORIA

por Cesare Baronio
(traducción del original por F.I. 
Fuente aquí)

Todas las utopías anticristianas, sean las religiosas que las políticas, se presentaron bajo la apariencia de un movimiento popular desde abajo, mientras que en realidad se inpusieron con los métodos de la tiranía: fueron una tiranía la Pseudoreforma luterana, el cisma anglicano, la Revolución francesa, el Risorgimento, el comunismo, el nazifascismo, el Concilio Vaticano II. Lo son hoy las democracias en las cuales se impone a las masas la teoría gender, el matrimonio homosexual y la invasión islámica. No constituye una excepción la neo-iglesia, cuyo princeps demuestra en los hechos un autoritarismo y una arrogancia en el ejercicio del poder del todo opuestas a los pretextos de democratización y colegialidad que nos llegan desde la curtis.

Heredero y servil ejecutor del Vaticano II -diga lo que diga Socci-, Bergoglio está hoy llevando a cumplimiento lo contenido in nuce en aquella infausta junta, que impuso  a la Iglesia las decisiones de conventículos de expertos progresistas con la complicidad y la connivencia de sus Papas. Puesto que aquello que las bellas almas del Concilio llaman excesos no son otra cosa sino la coherente aplicación de la voluntad partisana y facciosa de una élite.

El grotesco documento Amor laetitiae demuestra que la pretendida autonomía del Episcopado y de las Conferencias Episcopales en clave colegialista y parlamentarista, lejos de tomarse a pecho la salvación eterna de concubinarios y adúlteros, debe leerse ad mentem Bergollei, es decir, con la decidida intención de admitir a los sacramentos a quienes resulten indignos de ellos. Y si por un lado hay algunas Conferencias Episcopales que confirmaron la disciplina tradicional, por el otro la praxis asumida es que los divorciados pueden comulgar en el Sagrado Banquete y participar de la vida sacramental de la Iglesia. Lo prueba la entusiástica acogida de Amor laetitiae de parte de la Conferencia Episcopal alemana y de la maltesa, la censura de no pocos obispos para con los clérigos refractarios a la novedad y las expulsiones de docentes críticos con aquel documento en ateneos nominalmente católicos. Es inútil decir que dentro de las Murallas Leoninas la simple sospecha que un oficiad de Congregación pueda no estar alineado alcanza para decidir su despido. En las barbas mismas de la parrhesia. De poco valen los Dubia y las correcciones filiales, las peticiones y las recolecciones de firmas, ignorados con tiránico desprecio por Bergoglio.
El motu proprio Magnum principium no es la excepción. Otra vez más, con el pretexto de una mayor democratización y de una más difundida participación del episcopado en el gobierno de la Iglesia, es evidente que la libertad y la autonomía concedidas a las Conferencias episcopales y a los obispos pueden ejercitarse sólo y exclusivamente si están en línea con la voluntad del Príncipe. 

Y he aquí la prueba.

Imaginemos por un absurdo que sea posible delegar a las Conferencias episcopales nacionales la disciplina litúrgica, y que la Santa Sede quisiera realmente que toda traducción de los textos litúrgicos sea congruente con la sana doctrina, aunque más no sea en la diversidad de las lenguas vernáculas.

Imaginemos que una Conferencia episcopal o un Ordinario, a instancias del motu propio de altisonante incipit Magnum principium, legisle en sentido tradicional, estableciendo, por ejemplo, que las palabras de la consagración pro multis sean fielmente traducidas, aplicando aquello que había mandado -sin ser escuchado- Benedicto XVI en la Carta al presidente de la Conferencia episcopal alemana del 14 de abril de 2012.

Imaginemos que los obispos de un hipotético Estado, acaso apelando a la Sacrosanctum concilium, decidan que de ahora en más será obligatorio celebrar la Misa en lengua latina -usus linguae latinae in ritibus latinis servetur-, limitando el uso del vernáculo a casos específicos y esporádicos.

Imaginemos que éstos, aplicando el motu proprio Summorum Pontificum y sus normas anejas emanadas por la Santa Sede, impongan al clero nacional el saber celebrar en la así llamada «forma extraordinaria». Imaginemos que dicha Conferencia episcopal establezca que en cada parroquia por lo menos una Misa dominical se celebre en rito antiguo.

¿Creéis que Bergoglio -según sus palabras, tan respetuoso de la descentralización y de la autonomía de las Conferencias episcopales- aceptaría que en esa nación el motu proprio Magnum principium se entienda en sentido tradicional? ¿Creéis realmente que no intervendría? ¿Creéis que dejaría impunes a los obispos de aquella nación? ¿O no usaría más bien el propio poder y la propia autoridad directa, inmediata y absoluta, para restablecer la Babel litúrgica y doctrinal, desautorizando la decisión de los obispos?

Por otra parte, si no tuvo escrúpulos en corregir públicamente al Prefecto de la Congregación para el culto divino, cardenal Sarah, con mayor razón no tendría problemas en hacerlo con el obispo de una diócesis o de una Conferencia episcopal, cosa por lo demás ya verificada anteriormente en otros clamorosos casos, empezando por el indecoroso escándalo de la Orden de Malta o, más recientemente, con las subterráneas interferencias en la  discrepancia planteada por la Conferencia episcopal polaca a propósito de Amor laetitiae.

He aquí entonces demostrada la facciosidad del documento papal. El cual usa como pretexto la autonomía de las iglesias nacionales con el único objetivo de delegar en éstas -como ocurre ahora con Amor laetitiae- la introducción de normas laxistas y permisivas, la aprobación de praxis cada vez más progresistas y ecuménicas, con la certeza de que en los lugares de poder hay personas que secundan la voluntad del soberano absoluto.

Y justamente como con Amor laetitiae hay muchas Conferencias episcopales que admiten a los concubinarios a los sacramentos y sólo algunas que confirman la praxis católica tradicional, así en el ámbito litúrgico tendrá que haber Conferencias episcopales que supriman el aspecto sacrificial de la Misa para introducir la intercomunión con los protestantes, mientras sólo algunas -mal toleradas, y apenas de momento- siguen no autorizándola, siquiera oficialmente. Y ciertamente sin tener ninguna posibilidad de obligar a los propios clérigos a obedecer, desde el mismo momento en que a éstos les bastaría posar sus piececitos en el refectorio de Santa Marta para verse reintegrados en las propias funciones.

¿Otro ejemplo? Tomemos a los cismáticos de Oriente: los únicos puntos en común sobre los cuales versa el diálogo ecuménico son aquellos que debilitan el primado petrino, mientras que en lo tocante a la sacralidad de los ritos se calla obstinadamente, en vista de que no avanzan en la dirección querida por Bergoglio y amenazan con dar crédito a aquellos que piden una liturgia más decorosa. Y viceversa, con los heréticos protestantes se dialoga de intercomunión -por ahora sólo en ciertos casos, pero ya sabemos cómo terminan estas cosas-, al paso que ésta es impracticable y conduciría a la distorsión del edificio doctrinal católico en su totalidad.

Lo mismo vale para el jus soli. Si gracias al mismo se concediera la ciudadanía italiana a inmigrantes católicos como los filipinos, nuestra Italia no tendría que temer una pacífica convivencia con estos nuevos ciudadanos que, por su parte, harían un precioso aporte a la defensa de la común tradición cristiana y de los comunes valores morales y espirituales.

Pero éste no es el objetivo por el que Avvenire y los políticos promueven el jus soli: ellos quieren que vengan a Italia mahometanos e idólatras y paganos y ateos, de modo de borrar los últimos restos de catolicidad de nuestro país. Y si ocurriera de veras que un contingente de filipinos tuviese que desplazarse hacia Italia, se les exigiría de inmediato el juramento de fidelidad a la laicidad del Estado y se condicionaría la concesión de la ciudadanía a las aceptación del aborto, la eutanasia, las parejas gay, etc.

Verba volant -las palabras llegan a todas partes- y scripta manent -las cosas escritas quedan en el papel. Que lo tengan en cuenta quienes creen poder obtener ope legis aquello que en los discursos de ocasión y en las intemperantes telefoneadas de Santa Marta se pone diariamente en tela de juicio.

miércoles, 18 de octubre de 2017

DIÁLOGO ENTRE PRÓFUGOS

Resulta que en otra de sus excéntricas premáticas, S.S. Francisco ordenó la salida de veinte convictos para llevarlos a cenar consigo al interior de una parroquia boloñesa convertida a la sazón en taberna, y que dos de ellos, aprovechando la confusión nocturna y la increíble confianza concedida por los guardiacárceles a instancias de la proverbial misericordia del romano pontífice, se dieron a la rauda fuga. ¡Desagradecidos! Un testigo privilegiado pudo escuchar la siguiente conversación entre los prófugos, mientras ambos fumaban reposadamente sus toscos cigarros al pie de la torre degli Asinelli.


- ¿Este pontífiche é así porque é arquentino, o porque está imbebido de modernismo hasta el tuéstano, me podés decire? ¿É cierto lo que alcuno dícono, que hay dos Franchesco, que uno é el que anda con lo arrumacos a maometes e cudíos, el que dice "quien soy cho para cusgarre" ni que sea a lo mosesuales, e que el otro é un temíbile tirano e un "compadrito", como le dícono en Bóeno Sáeres a lo buscapleitos? ¿Sono dos persona distinguíbiles, o é un caso quilínico de "disdoblamiento de la personalitá"? ¿O más biene é un histrione, un hypokrites, un hombre de teatro? ¿É como un Cano bifronte por enfermedade, o por cárculo?

- E cho que sé... Dícono que así hacía el quenerale Perón, que quería hacerse amigos a destra e sinistra, que no le negaba sonrisa e embeleco a nadies, pero que era como un nene malecriado en lo íntimo de su reales aponsentos. Lo sicólogo háblano de "narchisismo patolóquico", e que é piore que la peste. Sono personalidade que paréceno piola, macanuda, como dícono lo porteños, quente que le gusta andare con la quente, pero que úsano a lo otros para su proprio fines. Sono manipuladores muy astutos e temíbiles, e se rivélano como realemente sono cuando se enocan, e se enocan cuando alcuno les estorba lo planes.

- Mamma mía... Meno male entonce que nos escabuchimos del convíteno. Cho que no le tengo miedo a nada, que maneco el revólvere da cuando tenía dódiche años, le veo a éste un risplandore feo en lo' ocos que me da terrore. Parece el caporale de la camorra.




- Aparte, cho no voy a entrare en la iglesia así nomase. Despué de mi primera comunione, que vino mi tía Assunta de Calabria a verme, e que vinieron mi primos de la campaña, despué de eso no entré más, e cho sé que esiste el pecado y la mala voluntade por espiriencia propria, anque lo cura modernos me dícano que no, que somo todo buenos. E sé que hice mucha cosas que a Dios no gústano, e no soy tanto fachatosta e caradura de sentarme a comere sangüichitos delante del sagrario. Cho robo a punta de pistola, pero en mi casa me insegnaron el rispetto. No sé cómo se lo permítono al Franchesco ése, no sé como Dios no le manda un lampo o relámpasgo del cielo.

- Lo deca que colme la medida para que pase lo que se diche de la grande puttana en el Apocalinse, «el cáliche que os dio a bebere, que se lo beba tresdoblado». Esto se créeno que uno é idiótano, que uno no tiene conciénciano, que uno no sabe que hace el male líberamente, e que uno no tiene ni un poquito así de vergoña como para ir a profanare la casa de Dío. É la machore paradoca de esta cabezas confundidas, que háblano del primado de la conciénciano e despué la niégano nei fatti.

- Tiéneno todo revuelto en lo sesos, donde la natura y la gracia les parece la mesma cosa. Despué le dícono pelaquianos a los que trátano de secundare a la gracia, a los que se mortifícano e háceno alcuna penitenza. Sus enchíclicas, ópera magnas del equínvoco, dícono cosa come: «mediante la encarnacione, el Hico de Dios se ha unito en cherto modo con cada hombre, con cada uno se ha unito Cristo para sempre camás». E la vita, de drama qu'era, se converte ora en una comedia o un entremese. La questacione o el nacimento del hombre é iguale a su redencione, e'l batismo non é masse nechesario. Toda la reliquiones condúcheno a Dío.

- Que se lo cuénteno a su agüela. Esta quente, como todo lo hicos de la rivoluzione, cospírano contra sí mísimos, son autodistrutivos. Despué de toda esa querga pseudo-psilosónfica viene la apostasía de los sencichos, la baca tasa de batismo e de matrimonios, e la siete redomas del Apocalinse. E cho digo más: l'aumento de la criminalitá en la sociedade, e de lo sucidio, e toda la miseria cunta, todo eso tiene por causa formale la defezione del clero. Sígano escribiendo macanas que van a empezare a volar lo misile intercontinentales.

- Franchesco con su ocurrencias é un equemplo vivo de ese apetito aniquilatore. Que nos largue a nosotro, que fuimo calificados de "socialemente periglosos", é todo un signo. ¿O qué se creíbano? ¿Que despué de la funcione para la cámaras íbamo a volvere tranquilamente tra la recas? ¿Que íbamo a prestarle a Franchesco nostra traquinada humanitá para que lo apláudano en todo el mundo sin recibire más que un po' de comídano y un vaso de vino? Piensa iguale que lo demagongos del conurbano, pero acaba liberando periglos en la vía pública, pior que Pandora. No tuvo en cuéntano que nosotro somo más furbi que su votantes.

- Aparte del rédito que espera ottenere de su questos demagóquicos, cho creo que lo hizo esprofeso. L'abolicionismo é consecuenza de toda la dotrina envelenada que suscríbono. Si no hay inferno o está vacío, ¿para qué castigare a lo malandrines aquí en la terra? La nocione de custicia é anticuada, ossolenta, e debemo andare avante con lo tempos, que córreno como la liebre y el galgo, como el vento. E éste é un ventarrone que abre la cárceles e suelta a lo convíctonos a disfrutare del futuro promisorio. Su macaderías evolucionistas asimílano su famoso Punto Omega con el Magno Chaos.

En este instante de sus animadas pláticas, una mano robusta se les posó en los hombros, reclamándoles la vuelta al presidio.

- [El agente de policía] No me dígano que no son ostedes, lo prónfugos Rino Pipistrelli y Salvatore Costacurta. Los reconocí por l'identiquís. Hay que volvere a la ergástola, donde los confinó la legalitá burlada ma non troppo. Vamo, vámose... [empujones]

- ¡Eh, eh...! Si estamo aquí, aprovechando la fresca, é por el auspicio de Papa Franchesco, qui solvet vincula. Osté tiene que sabere que entramo en lo tiempos de la misericordia, e que Papa Franchesco nos dio un salvoconduto para ire a fumare un cigarro al esteriore cuando queremo, libre como lo pácaros. ¿No sabía osté que Franchesco incorporó a la dotrina católica l'enseñanza de Michel Foucault sobre la cárcele, e que la hizo ojeto de una síntesi amirábile con la teoría de las tres edade del de Fiore, todo el concunto respaldado en su ghost writer, el Tucho Frenández? ¡Eh! [más empujones]

Y aunque por conveniencia intentaran ahora el panegírico de Francisco los mismos que un momento antes lo ponían en sus trece, todo por ver si esto surtía algún efecto favorable a su amenazada libertad (este camaleonismo también lo mentaba al pontífice), el agente no parecía dispuesto a dejarse influenciar por el joaquinismo de un par de reos ni por las pamplinas del clero conciliar. Más bien a empujones, palos y puntapiés bien asestados, les demostró la congruencia de la pena con el delito, y los devolvió a aquel oscuro rincón tan representativo del purgatorio, de donde ciertamente no se sale hasta haber pagado el último centavo.

miércoles, 11 de octubre de 2017

CON VOZ DE DRAGÓN

Nuestro amigo y colaborador Alejandro Sosa Laprida acaba de publicar una obra que compendia sus dos anteriores sobre Francisco, ya reseñadas aquí y aquí. La novedad mayor de esta edición es que es argentina (las anteriores eran francesas), lo que supone una mayor facilidad de adquisición de la misma en nuestro medio.

Se lee en la contratapa: la obra devastadora perpetrada por Francisco supera lo imaginable: necesidad de una conversión ecológica; pedido de perdón a los «gays» por haber sido «discriminados» por la Iglesia; construir una «nueva humanidad» a través de la «cultura del encuentro»; la Iglesia y la Sinagoga poseen la «misma dignidad»; María y la Iglesia tienen «defectos»; Lutero no se equivocó con la doctrina de la justificación; los Estados católicos son incompatibles con el sentido de la «Historia»; los musulmanes son «hijos de Dios»; la pena de muerte para los criminales es «inadmisible»; la especie humana «se extinguirá» algún día; no existe un Dios católico; la multiplicación de los panes no tuvo lugar; Dios se sirve de la evolución y no hace «magia»; el matrimonio cristiano no es más que un «ideal»; transmitir la fe en el lenguaje de los luteranos o de los católicos es «lo mismo»; la Iglesia en el pasado tuvo «comportamientos inhumanos» pero gracias al CVII aprendió el «respeto» hacia las otras religiones... La lista es interminable. Este estudio no se propone ser exhaustivo (pero, ¿cómo podría serlo, sin adquirir proporciones enciclopédicas?): sólo tiene el modesto objetivo de pasar someramente revista a las principales aberraciones y estragos consumados por este hombre idolatrado por los medios de comunicación del sistema y adulado por todos los enemigos de la Iglesia. Las iniquidades de este pontificado son de una tal amplitud e indecencia que no puede uno impedirse el decir con el salmista: 

«¡Levántate, Juez de la tierra! ¡Da a los soberbios el pago de sus obras! ¿Hasta cuándo, Señor? ¿Hasta cuándo triunfarán los malvados? ¿Hasta cuándo hablarán con arrogancia y se jactarán los malhechores?» (Sal. 94, 2-4)

Ejemplares disponibles en Librería Club del Libro Cívico, Marcelo T. de Alvear 1326/48 - local 147, Teléfono/fax: 4813-6780, 1058 Capital Federal - República Argentina. Atención: lunes a viernes de 12:00 a 20:00.

Un extracto de la obra puede leerse aquí.

lunes, 9 de octubre de 2017

LA PESTE SEPARATISTA

Así como el demonio hace las ollas pero olvida las tapas, así los organizadores de la nauseabunda intentona secesionista en Cataluña deben haber omitido el carácter de la fecha escogida para iniciar la marcha hacia la ruptura: el 1º de octubre, desde los tiempos del papa León XII y por petición del infausto rey don Fernando VII ya libre del cautiverio napoleónico, ha sido el de la conmemoración del Ángel Custodio de España.

Que hay ángeles protectores de las naciones como los hay de los individuos es cosa que está en nuestro acervo religioso, con suficiente fundamento escriturístico en el capítulo X de Daniel, donde se habla de Miguel como del protector de la nación israelita, y donde se hace también alusión al ángel de Persia. A partir de este dato revelado y de las posteriores y fecundas indicaciones paulinas, la angelología tributaria del Areopagita situará en el séptimo coro angélico a los principados como guardianes de las naciones. Que esta lección haya sido olvidada, soterrada bajo múltiples estratos de indiferencia, ignorancia, memez y vacuidad, es consecuencia más que apropiada a tiempos como los que corren, de consumada idolatría de las pasiones y de un desborde de la superbia vitae tal de ignorar el gobierno providencial del universo, del que los ángeles resultan agentes los más eficaces. No menos providencial (hacemos votos) puede resultar la amnesia que a este respecto han demostrado los demoledores de la unidad de España, con el ángel concitado a lidiar, envuelto en piel de toro, contra el antiguo enemigo y sus actuales personeros. Y aunque nos parezca bien poca cosa apelar a la constitución y a la democracia para oponerse adecuadamente a la Revolución, y aunque disuene no poco la presencia de un Vargas Llosa como orador de la salutífera reacción, la convocatoria a «recobrar la sensatez» resulta poco menos que balsámica en estos días que son los de la cosecha de los frutos del solipsismo cultivado a lo largo de toda una era histórica, días del nec plus ultra de la atomización de las sociedades, en los que la autoafirmación confluye con la autodestrucción en paradoja más aparente que real.

Los "rostros" del independentismo.
Todos degenerados y, para colmo, anglófonos
Se presagia un "efecto contagio" en muchas otras regiones del globo afectadas de parecido morbo secesionista, justo al tiempo que los misiles intercontinentales se han vuelto objeto de exhibición. Las «guerras y rumores de guerra» en todas las esferas, desde la doméstica hasta la supranacional, se han vuelto el sino invariable de la demencia antropolátrica. Más acá de toda facilista remisión del caso a la naturaleza humana, queda clarísimo, a quien escrute la historia con un mínimo de acuidad, que las guerras se han multiplicado extraordinariamente desde que las élites en el poder decidieron lo mismo que los judíos hace dos mil años: «no queremos que Éste reine sobre nosotros». No es utópico afirmarlo, porque tendrá lugar con la Parusía: de este horror se sale instaurando todo en Cristo.

miércoles, 27 de septiembre de 2017

LA HEREJÍA LUTERANA DEL PAPA FRANCISCO

por Paolo Pasqualucci
(traducción del original italiano por F.I.
fuente aquí)



Todavía tenemos presente la alabanza del Papa Francisco a Martín Lutero. El año pasado, hablando de improviso con los periodistas durante el vuelo de regreso de su visita a Armenia, en respuesta a una pregunta sobre las relaciones con los luteranos en vísperas del 500º aniversario de la Reforma, dijo las siguientes palabras, jamás desmentidas:
"Creo que las intenciones de Martin Lutero no eran equivocadas. En ese tiempo la Iglesia no era precisamente un modelo para imitar, había mundanidad, había apego al dinero y al poder. Y por eso protestó. Aparte era inteligente y dio un paso adelante, justificando por qué hizo esto. Y hoy los luteranos y los católicos, con todos los protestantes, estamos de acuerdo sobre la doctrina de la justificación: sobre este punto tan importante él no se había equivocado . Él hizo una "medicina" para la Iglesia, luego esta medicina se consolidó en un estado de cosas, una disciplina, etc. "[1].

Es difícil describir el desconcierto suscitado en ese momento por estas palabras. Con todo, cabe señalar un punto que en aquel momento no se había tenido suficientemente en cuenta. El elogio de la doctrina luterana se justificaba a los ojos del papa Francisco por el hecho de que los católicos y los protestantes de hoy "están de acuerdo sobre la doctrina de la justificación". Precisamente este acuerdo demostraría,  por consecuencia lógica, que "sobre este punto importante Lutero no estaba equivocado ". 

¿A qué acuerdo se refiere aquí el pontífice? Evidentemente a la Declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación , firmada por el Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos y la Federación Luterana Mundial el 31 de octubre de 1999. Un documento increíble, sin dudas un unicum en la historia de la Iglesia. Se enumeran artículos de fe que los católicos tendrían en común con los herejes luteranos, manteniendo veladas las diferencias y dando a entender que las condenas de antaño ¡ya no son aplicables hoy día! Es obvio que en el documento las diferencias no importan, ya que el propósito mismo del documento es poner de manifiesto los supuestos elementos en común entre nosotros y los herejes. Así, en el § 3 de esta Declaración, titulado:  La comprensión común de la justificación, se lee, en el n. 15: "Juntos confesamos que no por virtud de nuestros méritos, sino sólo por gracia y por la fe en la obra salvífica de Cristo, somos aceptados por Dios y recibimos el Espíritu Santo, que renueva nuestros corazones, nos fortalece y nos llama a realizar las buenas obras" [2]. En el n. 17, en el mismo párrafo, se añade, de manera siempre compartida, que "...ésta [la acción salvífica de Dios] nos dice que nosotros, en tanto pecadores, debemos nuestra nueva vida sólo a la misericordia de Dios que perdona y hace nuevas todas las cosas, misericordia que  podemos recibir sólo como don en la fe, pero que nunca y de ninguna manera podemos merecer". Y finalmente, en el n. 19 (par. 4.1)  encontramos afirmado en común y presentado como cosa obvia el principio según el cual "la justificación se da sólo por  obra de la gracia" [3].

En lo que respecta a las buenas obras, el Documento declara, en el n. 37, par. 4.7: Las buenas obras del justificado: "Juntos confesamos que las buenas obras -una vida cristiana en la fe, en la esperanza y en el amor- son la consecuencia de la justificación y representan sus frutos" [4]. Pero esta proposición es contraria al dictado del Concilio de Trento, que reafirma el carácter meritorio de las buenas obras para la vida eterna, para cuya consecución resultan necesarias.

Frente a tales afirmaciones, ¿cómo sorprenderse si el papa Francisco vino a decirnos que "en este punto importante Lutero no estaba equivocado"? ¿O bien, que la doctrina luterana de la justificación es correcta? Si no está equivocada, evidentemente es correcta; si es correcta, es justa. Tan justa como para haber sido adoptada por la Declaración Conjunta, como se desprende de los pasajes citados si se los lee tal como constan, sin dejarse condicionar por una presunción de ortodoxia doctrinal, aquí completamente fuera de lugar. De este modo, el luterano sola fide y sola gratia se comparte sin vacilaciones, al igual que la idea errónea de que las buenas obras deben entenderse sólo como consecuencia y fruto de la justificación. 

Por lo tanto, debemos proclamar en voz alta que la profesión de fe compartida con los herejes luteranos contradice abiertamente lo declarado por el dogmático Concilio de Trento al reafirmar  la doctrina católica de siempre. Al término de su decreto sobre la justificación, el 13 de enero 1547, aquel Concilio fulminó 33 anatemas con sus relativos cánones, el 9º de los cuales reza, en contra de la herejía de la sola fide :
"Si alguien dice que el impío es justificado por la fe sola, por lo que se entiende que no se espera de él nada más con lo que coopere para obtener la gracia de la justificación, y que no es en absoluto necesario que se prepare y que se disponga con un acto de su voluntad: sea anatema "[5].
Contra la herejía relacionada de la sola gratia, el canon n. 11:
"Si alguien dice que los hombres son justificados o sólo por la imputación de la justicia de Cristo, o con la sola remisión de los pecados, sin la gracia y la caridad que se derrama en sus corazones por el Espíritu Santo [Rm 5: 5] y se inhiere en ellos; o también que la gracia con la que estamos justificados es sólo favor de Dios: sea anatema "[6].
Contra la herejía que hace de las buenas obras un mero fruto o consecuencia de la justificación obtenida solamente por la fe y por la gracia, como si las buenas obras no pudieran concurrir de algún modo, el canon n. 24:
"Si alguien dice que la justicia recibida no se conserva y también aumenta a la faz de Dios por las buenas obras, sino que éstas son simplemente fruto y signo de la justificación alcanzada, y no causa de su aumento: sea anatema" [7].
El "alguien" condenado aquí es notoriamente Lutero, junto con todos los que piensan como él acerca de la naturaleza de la justificación. Y como Lutero, ¿no parece acaso razonar la extraordinaria Declaración Conjunta? Sobre la cual habría algo más que decir, por ejemplo sobre el ambiguo § 4.6 dedicado a la certeza de la salvaciónEsta desgraciada Declaración conjunta llegó al término de un "diálogo" de varios decenios con los luteranos, diálogo intensificado durante el reinado de Juan Pablo II, y por lo tanto con la plena aprobación del entonces cardenal Ratzinger, que evidentemente mantuvo su adhesión a la iniciativa una vez que se convirtió en Benedicto XVI. Es menester entonces admitir que el papa Francisco, en su manera desembozada de expresarse, sacó a la luz lo que estaba implícito en el "diálogo" con los luteranos y en su fruto final, la Declaración conjunta: que Lutero había visto correctamente, que su concepción de la justificación "no estaba equivocada". 

Así que ¡chapeau a Lutero entonces! ¿Esto es lo que los católicos tenemos que recibir, y en un tono del todo convencido, a 500 años del cisma protestante que, de un modo acaso irreparable, devastó a la Iglesia universal desde sus cimientos? El "jabalí sajón" que pisoteaba y profanaba todo, ¿tenía  entonces razón? ¿Y es nada menos que un papa quien nos lo asegura?

Sabemos que la doctrina luterana defiende la idea, contraria a la lógica y al buen sentido -así como a  la Sagrada Escritura-, según la cual somos justificados (hallados justos por Dios y aceptados en su Reino al final de los tiempos) sola fide, sin el necesario concurso de nuestras obras, es decir, sin la necesidad de la contribución de nuestra voluntad para cooperar libremente con la acción de la gracia en nosotros. Para obtener la certeza de nuestra salvación individual, aquí y ahora, alcanza con tener (dice el hereje) la fides fiducialis: creer que la crucifixión de Cristo mereció y alcanzó la salvación para todos nosotros. Por sus méritos, la misericordia del Padre se extendería sobre todos nosotros como un manto que cubre nuestros pecados. No hay necesidad, por lo tanto, para la salvación, que cada uno de nosotros procure convertirse en un hombre nuevo en Cristo, lanzándose hacia él generosamente en pensamientos, palabras, obras, y pidiendo siempre la ayuda de su gracia para este fin (Jn 3). Es suficiente con la fe pasiva en la salvación alcanzada por obra de la Cruz, sin necesidad de la contribución de nuestra inteligencia y voluntad. Las buenas obras pueden provenir de esta fe (en haber sido justificados) pero no pueden concurrir a nuestra salvación: ¡creerlo así sería incurrir en pecado de orgullo!
 
* * *

Georg van Bergoglien
Obispo luterano de Roma
El propósito de mi intervención no es analizar los errores de Lutero. Quiero, en cambio, abordar la siguiente cuestión, que no me parece de poca importancia: el escandaloso elogio público del papa Francisco a la doctrina luterana sobre la justificación, condenada formalmente como herética, ¿no es en sí mismo también herético?

De hecho, declarando públicamente que Lutero "no se había equivocado" con su doctrina de la justificación sola fide y sola gratia, ¿no invita acaso el Papa a abrazar la conclusión de que la doctrina luterana no está equivocada, y por lo tanto es justaSi es justa, entonces la herejía se vuelve justa y el papa Francisco demuestra aprobar una herejía siempre reconocida y rechazada como tal por la Iglesia hasta la increíble Declaración conjunta (la cual, como cabe recordar, no tiene el poder de revocar los decretos dogmáticos del Concilio de Trento: éstos permanecen válidos para siempre, con todas sus condenas, ya que pertenecen al Depósito de la Fe y es simplemente flatus vocis el tratar de reducir estas condenas a simples "advertencias saludables que debemos tener en cuenta en la doctrina y la práctica") [8].

Pero ningún Papa puede aprobar una herejía. El Papa no puede profesar errores de fe o herejías, ni siquiera como individuo privado (como "doctor privado", según suele decirse). Si lo hace, debe pedírsele públicamente una retractación y una profesión de la verdadera doctrina, como ha ocurrido en el siglo XIV con Juan XXII, uno de los "Papas de Aviñón." 

Pero el caso de Juan XXII no es susceptible de constituir un precedente para la situación actual. En numerosos sermones aquel Papa había argumentado, en el tramo final de su larga vida, que el alma del bienaventurado no habría sido inmediatamente admitida a la visión beatífica sino que habría debido esperar hasta el día del juicio final (la teoría de la visión diferida). Con todo, aquel papa presentaba esta tesis como una cuestión doctrinal abierta, a los fines de resolver cuestiones relacionadas con la teología de la visión beatífica (por ejemplo, aquella de la eventual mayor visión de Dios después del Juicio Universal que la disfrutada por el bienaventurado inmediatamente después de su muerte, cuestión compleja pasible de profundización en la calma de un debate teológico de alto nivel) [9]. Pero las pasiones políticas se entrometieron, encendiendo las almas -era la época de la lucha acérrima contra las herejías de los Espirituales y el emperador Ludovico el Bávaro. Ciertos Espirituales comenzaron a acusar facciosamente al Papa de herejía y el problema de la "visión beatífica inmediata o diferida" llegó a involucrar a toda la cristiandad. Después de numerosos y encendidos debates se afirmó de parte de la gran mayoría -incluidos obviamente teólogos y cardenales- la opinión de que la tesis del Papa era insostenible. Él insistió aunque, a decir verdad, no se puede decir que se tratase de una herejía, sea porque aquel papa demostró ampliamente no tener el animus del hereje, sea porque se trataba de una cuestión aún no definida doctrinalmente. Al final, casi ya nonagenario y en la vigilia misma de su muerte, se retractó ante tres cardenales el 3 de diciembre de 1334. Su sucesor, Benedicto XII, definió ex cátedra, en la constitución apostólica Benedictus Deus del 29 de enero de 1336, que la "visión inmediata" es el artículo de fe que debe sostenerse, dejando tácitamente caer la cuestión del eventual aumento de la visión beatífica en el momento de la resurrección final y el juicio universal [10]. 

Así, Juan XXII retractó su opinión privada como teólogo. Es útil recordar el caso de Juan XXII sólo para entender que éste no puede constituir un precedente del caso que nos ocupa, desde el mismo momento en que aquel Papa no elogió herejías ya formalmente condenadas por la Iglesia, como en cambio sí lo hace el actual y reinante, limitándose a propugnar (y con amplio debate) una solución doctrinal nueva, que luego se reveló no pertinente.

Me parece que la alabanza de la herejía luterana hecha por el Papa Francisco no tiene precedentes en la historia de la Iglesia. Para superar el escándalo y el malestar provocados por él, ¿no debería retractarse y reiterar la condena de la herejía luterana ? Me atrevo a afirmar, como simple fiel: debe hacerlo, ya que confirmar a todos los fieles en la fe, manteniendo inalterado el Depósito, es deber específico del Romano Pontífice. Elogiando abiertamente al hereje Lutero y sus graves y perniciosos errores, el papa Francisco ha fallado, en primer lugar, a su deber como Pontífice, como Pastor Supremo del rebaño que Dios le ha confiado para defenderlo de los lobos, no para entregárselo como alimento.

Entre otras cosas, proclamar que Lutero "no se había equivocado", ¿no significa declarar implícitamente que se equivocaron los que lo condenaron formalmente como hereje? Si Lutero estaba en lo cierto, entonces estaban errados los papas que sucesivamente lo condenaron (al menos tres: León X, Adriano VI y Clemente VII), así como el dogmático Concilio de Trento, que condenó por extenso sus errores. Diciendo que Lutero "no se había equivocado" se contradicen quinientos años de Magisterio de la Iglesia e incluso se disuelve este mismo magisterio, privándolo de toda autoridad, desde el momento en que por el lapso de  quinientos años habría condenado a Lutero por un error inexistente. La frasecita lanzada allí, en la entrevista aérea, implica que durante muchos siglos se habrían equivocado todos: papas, cardenales, obispos, teólogos, ¡hasta el más simple sacerdote! La Iglesia habría estado privada por muchos siglos del auxilio del Espíritu Santo que, por el contrario, habría hecho irrupción sólo en estos tiempos, con el Vaticano II y con las reformas por éste promovidas, entre las cuales la Declaración conjunta...

Podría objetarse, en este punto: ¿es legítimo sostener que quien pública y abiertamente comparte una herejía patente debe ser considerado hereje a su vezLo es, de la manera más absoluta. Hereje por asociación o por complicidad, si así se puede decir. Es muy claro que quien aprueba en su fuero íntimo las faltas profesadas por el hereje se hace moralmente cómplice porque las hace propias en el plano intelectual. Y se hace cómplice también en el fuero externo si manifiesta públicamente su aprobación. Tal aprobación no puede ser considerada como neutral e irrelevante para el Depósito de las verdades de fe. Quien aprueba en plena conciencia (y además, sin distinción), comparte y hace  suyo lo que ha aprobado: suscribe libre y plenamente, adhiere, se hace partícipe. Quien aprueba libremente una opinión ajena demuestra que la ha hecho propia y que puede atribuirse a él, como si fuera suya. Esto se aplica también a las herejías, que nacen como opiniones personales del hereje.

De hecho, "se llama herejía la negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma" (CIC 1983, c. 751). Endureciéndose en su equivocada opinión, el hereje empieza a fabricar esa "medicina" (como dice el papa Francisco), que es en realidad un veneno que penetra en las almas, separándolas de la verdadera fe y empujándolas a la rebelión contra los legítimos pastores. Alabar a Lutero y encontrar acertada su herejía de sola fide significa, como he dicho, manifestar una visión incomparablemente más grave que aquella errónea de Juan XXII acerca de la visión beatífica. Mucho más grave, habiendo el actual Pontífice alabado una herejía ya condenada formal y solemnemente como tal a lo largo de cinco siglos por los papas de forma individual, y por un concilio ecuménico de la Santa Iglesia, como lo fue el dogmático tridentinoSi la gravedad mayor del hecho no afecta a su naturaleza, que sigue siendo la de una declaración privada, la de una repentina exteriorización de un Papa que se expresa como "doctor privado"; sin embargo, el ser una  tal exteriorización privada no disminuye su gravedad, subversora de todo el magisterio de la Iglesia. Es menester, por lo tanto, una pública reparación bajo la forma de  una rectificación.

Otra objeción podría ser la siguiente: el Papa Francisco hizo estas declaraciones contra fidem en discursos privados, incluso si se celebraron frente a una audiencia y para la platea mundial de los medios de masas. No resultando de los documentos oficiales de la Iglesia, no tienen valor magisterial. ¿No sería suficiente con ignorarlos? 

Es cierto que no tienen valor magisterial. Si lo tuviesen, los órganos eclesiásticos competentes (el Colegio cardenalicio, o bien cardenales individuales) estarían legítimamente facultados (yo creo) para pedir que el papa Francisco sea formalmente acusado de herejía manifiesta.

Sin embargo, no es posible hacer de cuenta que aquí no ha pasado nada. Además de representar una grave ofensa a Nuestro Señor, estas declaraciones espontáneas y de corte heterodoxo del Papa tienen un gran peso en la opinión pública, contribuyendo sin dudas a la manera incorrecta en la que muchos creyentes e incrédulos perciben a la religión católica en la actualidad. El hecho es que un Papa, incluso cuando se limita a conceder entrevistas, no es nunca un simple privado. Incluso cuando no habla ex cathedra, el Papa es siempre el Papa, cada frase suya es siempre considerada y sopesada como si la hubiera pronunciado ex cathedraEn suma, el Papa impone siempre autoridad, y es una autoridad que no se discute. Incluso a fuer de "doctor privado", el Papa tiene siempre aquella autoridad que es superior a las autoridades habituales del mundo civil, por tratarse de una autoridad que proviene de la misma institución, del Papado, del hecho de ser éste el oficio del Vicario de Cristo en la tierra. La tiene, independientemente de sus cualidades personales, sean muchas que pocas. 

Por lo tanto, no es aceptable que un Papa, incluso como simple "doctor privado", trace el elogio de la herejía. No es aceptable que el papa Francisco declare opinión "no equivocada", y por lo tanto correcta, a la herejía de Lutero sobre la justificación. Por el bien de su alma y de las de todos nosotros los fieles, debe cuanto antes retractarse y renovar las condenas argumentadas y solemnes que desde hace cinco siglos la Iglesia docente ha infaliblemente infligido contra Lutero y sus secuaces.

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[1] Texto tomado del sitio Riscossa Cristiana, artículo de M. Faverzani de junio de 2016, p. 2 de 2, originalmente en el sitio Corrispondenza Romana. El texto reproduce fielmente el habla del Papa, según ha informado la prensa internacional. Los subrayados son míos. Sobre el elogio de Francisco a Lutero, veánse mi dos precedentes trabajos en el blog Chiesa e Postconcilio: P. Pasqualucci, Lo scandaloso elogio di Bergoglio a Lutero, sulla giustificazione7 de julio de 2016; P. Pasqualucci,  La vera dottrina della Chiesa sulla giustificazione, 29 de octubre de 2016.  
[2] Declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación, www.vatican.va, p. 5/22. 
[3] Op cit., P. 5/22 y 6/22. Los subrayados son míos.
[4] Op cit., P. 10/22. Los subrayados son míos. Téngase en cuenta el carácter vago y general atribuido a la noción de "buenas obras": ninguna alusión al hecho de que éstas actualizan la observancia de los Diez Mandamientos y la lucha diaria de cada uno de nosotros por su santificación, con la ayuda imprescindible y decisiva de la gracia.
[5] Giuseppe Alberigo (ed.), Decisioni dei Concili Ecumenici, tr. itpor Rodomonte Galligani, UTET, 1978, p. 553; DS 819/1559. 
[6] Op. Cit., P. 554; DS 821/1561.
[7] Op cit., P. 555; DS 834/1574. Véanse también los cánones n. 26 y 32, que reafirman el significado de "premio" de las buenas obras para la vida eterna y por lo tanto "merecedores" de la misma, siempre para la vida eterna -entiéndase: cumplidas siempre las buenas obras de parte del creyente "por la gracia de Dios y los méritos de Jesucristo (de quien es un miembro vivo)": op. cit., pp. 556 - 557 (DS 836/1576; 842/1582). ¡Aunque falten del todo las buenas obras, el luterano está convencido de salvarse igualmente!
[8] No teme expresarse así la Declaración Conjunta en el n. 42, par. 5.
[9] Sobre este punto, véanse las precisas observaciones del teólogo P. Jean-Michel Gleize, FSSPX, en la compilación de seis breves artículos suyos titulado: En cas de doute ..., Courrier de Rome ', janvier 2017, LII, n ° 595, pp. 9-11. Los artículos abordan en profundidad el problema del "Papa hereje". 
[10] Voz Juan XXII de la Enciclopedia Treccani, por Charles Trottman, tr. itpor Maria Paola Arena, p. 25/45, disponible en Internet. Véase también Gleize, op.cit ., p. 10. Para los textos: DS 529-531 / 990-991; 1000-1002.