miércoles, 28 de enero de 2015

LO QUE FRANCISCO OMITIRÁ DECIR EN SU ENCÍCLICA

Si en esta alocada sazón del mundo contásemos al menos con un Papa católico, posiblemente no tendríamos que pasar el trago amargo de la publicación de una encíclica sobre ecología, como la ya largamente anunciada por Su Discretísima Santidad para marzo próximo. O, en caso de que esta carta tuviese que escribirse, la esperaríamos como confutación de la marea ideológica que viene tiñendo la cuestión del medio ambiente, rehusando para tal fin todo consejo que pudiera brindar, v.g., un Leonardo Boff, boffetada de Anagni para un cabal sentido católico de la Creación. Y si las directrices del pensamiento de Francisco no fuesen reiterativas y previsibles como el vicio, saludaríamos quizás en la clamoreada encíclica el arbitraje católico en materia tan tristemente lastrada por errores, omisiones y mistificaciones, según consta hasta el cansancio. Habrá que descontar, por el contrario, que la progenie de Judas continúe pagando en nombre de la Iglesia el consabido tributo al discurso oficial articulado por periodistas y políticos.

El Poverello de Asís
ataviado con la jeta de Boff
Si no fuera por sus desafueros intrínsecos, el discurso ecologista debería despertar sospechas por el sólo hecho de gozar de tanta publicidad, por haber ganado un lugar preeminente en los contenidos de la estragadísima escuela de nuestros años, por concitar las tertulias -con tufo a logia- de varias de las más funestas personalidades de la alta política mundial. Más que auténtica y medular réplica al actual estado de cosas en el mundo, se diría una "disidencia programada", el bocado ofrecido por la élites gobernantes a los tontos que se precian de rebeldes: de hecho ha sido advertido cómo, tras la caída del bloque soviético, el rápido poder aglutinador de las reivindicaciones ecologistas ganó muchas voluntades antes adscritas al discurso marxista y desorientadas ante su pálido finiquito. Huelga señalar, pues, la gravedad de que la Iglesia aparezca cohonestando estas majaderías.

Y así será, si Dios no fulmina antes a Bergoglio con un rayo como el que sacudió a la cúpula de San Pedro el día de la abdicación de Benedicto. En tanto, y a la espera de documento tan poco promisorio, nos limitamos a adelantar apenas algunas de las cosas que Francisco no atinará siquiera a insinuar en su eco-encíclica. A saber:

- que la Tierra no es un fetiche sino el rastro de la obra del Creador. Que todas las criaturas son vestigia Dei y que entre éstas el hombre, por el poder que se le ha concedido sobre toda la Creación material, es imago Dei, llamado a ser su similitudo según el orden de la gracia. Lo que supone que el fin remoto de todo humano operar no queda circunscrito a los lindes terrenos, sino que se proyecta a la gloria ultraterrena. Limitar esta dignidad, o proponer una dignidad fundada en otro principio, supone también un atentado contra la naturaleza -específicamente: contra la naturaleza humana.

- Porque se debe recordar que el tan blasonado término «naturaleza» entraña un doble significado: el primero, como el «conjunto de todos los seres creados»; el segundo (y hoy más resistido, a expensas de las ulcerosa difusión del existencialismo ateo, el deconstructivismo y demás filfas urdidas a medida de la pequeñez del hombre moderno) supone la «esencia en tanto principio de la actividad». Urge recuperar esta segunda acepción, que pone un coto a la hybris y al desatino contemporáneos. Pues si el hombre atenta contra el equilibrio ecológico -como se lo denuncia en todos los idiomas- es porque finge desconocer que hay unas leyes ínsitas en su misma constitución creatural, y que éstas limitan sus operaciones.

- Lo que dirige la mirada a un Dios que es no sólo misericordioso, como se acostumbra presentarlo para encubrir arteramente nuestros delitos, sino también legislador, pues a todos los seres les dio leyes inmutables, inseparables de su específica consistencia. Y al hombre, como ser de naturaleza compuesta -carne y espíritu-, aparte de las leyes que regulan sus operaciones necesarias le dio preceptos morales, para regular su libertad según el bien. Esto obliga a recuperar, en el contexto de la preocupación por el respeto a la naturaleza, el concepto hoy perimido de «pecado contra natura», que supone una doble y violenta transgresión: contra las leyes que regulan la sexualidad según su específico fin (válidas para todos los animales sexuados), y contra el Decálogo, expresión escrita de lo que llamamos «ley natural». La por muchos motejada como «agenda gay» de Bergoglio (con inclusión de audiencias privadas y abrazos a transexuales) no deja lugar a muy católicas expectativas a este respecto.

- Esto también obliga a censurar la inconsecuencia e hipocresía latentes en la solicitud por el ecosistema de parte de aquellos grupos que cultivan parejamente la indiferencia, la admisión o incluso la promoción del crimen del aborto. Un pontífice que hablara según el Espíritu no dejaría de conminar a los movimientos y dirigentes ecologistas a pronunciarse sobre esta cuestión, y a condenar sin cortapisas toda incongruencia que ésta proyecte sobre el orden lógico aun antes que en el de las conductas -que se verán invariablemente afectadas por aquella inicial defección.

- Por el mismo motivo por el que sabemos que las cosas salieron buenas de las manos del Creador y el pecado del hombre introdujo el desorden en el cosmos, una auténtica mirada católica sobre la naturaleza no puede enturbiarse con mitologías de cuño rousseauniano: nuestro estado es el de naturaleza caída. Por lo demás, la historicidad y la cultura, dimanadas de la condición espiritual del hombre, le son a éste connaturales. Es menester recomendar la enseñanza de aquellos hombres como Chesterton que, firmemente fundados en la ortodoxia católica, propusieron una sensata salida del atolladero de la modernidad a través del distributismo, doctrina informada por principios fundados en la Doctrina Social de la Iglesia. Se debe dar al traste con la distorsión romántica de la naturaleza para trazar el encomio de la ruralidad como soporte y ámbito de la tradición: a trueque del concepto abstracto de «tierra», las concretas tradiciones campesinas con la religión al centro. La gran ciudad moderna es cosa «contra natura» decía Rilke, y Ortega recordaba cómo la urbs imperial romana, en tiempos de su mayor esplendor, miraba asiduamente al campo, donde los propios jefes militares montaban a menudo sus castra y tenían sus quintas no sólo para solaz sino para labranza y ganadería.

No tenemos la esperanza de que Bergoglio trate ni por asomo alguno de estos ítems. Ni que recuerde cuánto el Redentor supo apoyar su predicación de las realidades espirituales en hechos y cosas tomados de la observación diaria de la naturaleza y las sencillas costumbres aldeanas, lo que es suficiente a ilustrar cuánto sea para nosotros inescindible la relación entablada entre ambos orbes -celeste y terrestre- a instancias de la Encarnación. Urge, pues, una mayor atención a los hechos eminentemente espirituales, que son los que dirigen eficazmente las acciones humanas, para lo que no está demás volver a las anécdotas y relatos rurales que, con carácter de advertencia alegórica, pueden indicar las soluciones que se nos viene escatimando en esta hora trágica para el espíritu.

Bandurria mora
Lo hemos visto esta mañana con nuestros ojos, para no ir tan lejos: bandadas de bandurrias que le ponían un volátil manto de ébano al campo recientemente segado. Resulta que la alfalfa, antes de la siega, había atraído gran cantidad de isocas (pequeñas mariposas entre amarillas y anaranjadizas que dejan sus huevos adheridos en los tallos de las plantas. De allí eclosionan los voracísimos gusanos capaces de dar cuenta en tres o cuatro días de todo un alfalfar). Las faenas mecánicas (corte y enfardado) truncaron el avance de la plaga, y las aves fueron suficientemente atentas como para reconocer el desparramo de vermes en toda la extensión del potrero. Así los querríamos a nuestros pastores, capaces de descender del cielo de la oración y de la bien llevada dignidad apostólica al labrantío de la Iglesia, y de extirpar todos los errores que infestan al Cuerpo Místico de Cristo en la persona de los apóstatas latentes, activos siempre para demoler. Un papa capaz de condenar explícitamente la peste de las malas doctrinas y de separar a los herejes, consciente de la alta e impar autoridad que lo asiste. Capaz también de recordar a los poderes públicos la responsabilidad que les compete de favorecer la verdad y combatir el error, al precio de ser severamente juzgados el día de la cólera de Dios, que será a la vez el tiempo de premiar a los piadosos «y de arruinar a los que arruinaron la tierra» (Ap 11, 18) con sus doctrinas perversas. Incluidas las ambientalistas.

Lo viene señalando hace años el padre Sanahuja: el proyecto, de parte de empinadas personalidades políticas y financieras internacionales, de sustituir el Decálogo por una así llamada "nueva ética planetaria", promotora de la "vida sustentable". Los únicos "pecados" que esta nueva ética tendrá por tales serán los que afecten directamente a la Madre Tierra, aun al precio de que para fiscales del caso haya que convocar a ecologistas del piso quince. Habría que recriminarle entonces a Bergoglio: ¿a quién sirve que adoptemos la jerga y las gárgaras de los ideólogos y sus ideologizadas víctimas? Si por fuerza de las circunstancias hemos de compartir el planeta con los eco-fundamentalistas, al menos no sufraguemos sus dislates. Recordemos la imperiosa lección de san Jerónimo: con los herejes no debemos tener en común ni siquiera las palabras, para que no dé la impresión de que favorecemos sus errores.

miércoles, 21 de enero de 2015

DUPLICIDAD

«Sea vuestro hablar sí, sí; no, no. Lo demás viene del Maligno»  (Mt 5, 37)

Un caso de bilingüismo, como de serpiente. Ayer fue fustigar el fantasma de las familias católicas y numerosas de antaño, como si los fantasmas perturbaran en algo la muda -al parecer perfectiva e irrevocable- de los hábitos y de los principios sobre los que éstos se cimientan; hoy fue «da consuelo y esperanza ver tantas familias numerosas que acogen a los hijos como un verdadero don de Dios». Creemos haber hablado alguna vez de esta sorprendente virtualidad -ya que no virtud- de la glotis de Francisco. La gracia gratis data de la bilocación, de que dan testimonio las biografías de varios santos, se trueca en éste en notoria bilocución. Son habilidades adquiridas en la escuela de aquel santo doctor y fundador de impar progenie: san Perón.

Pero no somos tan simplones como para aceptar las excusas de un farsante consumado. Primero, porque no creemos -como tantos que se esmeran en cubrirle las vergüenzas al rey desnudo- en que sus palabras sobre la familia conejil deban ser situadas en el contexto de su reciente viaje a Filipinas, con el drama de la pobreza extrema ante sus retinas, etc. etc. El verdadero contexto de las palabras de Bergoglio son sus agobiantes dislates de cada día, que autorizan la presunción de que su demasía (ese «lo demás» que excede a la límpida locución esperable de un pontífice) viene de soterra. Y sus palabras aludían a familias católicas, numerosas, como se usaba otrora, hijas de aquella Iglesia que todavía no había abrazado las novedades conciliares, la misma que concita las habituales y coléricas reprensiones del pontífice. Como lo hizo con ocasión de este último viaje, por harta vez:

¿Hace tiempo se decía que los budistas iban al infierno? Pero también que los protestantes, cuando yo era niño, iban al infierno, es lo que nos enseñaban. Y recuerdo la primera experiencia de ecumenismo que tuve: tenía cuatro años o cinco e iba caminando por la calle con mi abuela, que me llevaba de la mano, y en la otra acera iban dos mujeres del Ejército de la Salvación, con ese sombrero que ya no se usa y con ese moño. Yo pregunté: “¿Abuela, esas son monjas?”. Y ella me respondió: “No, son protestantes, ¡pero son buenas!”. Fue la primera vez que escuché hablar bien sobre las personas que pertenecen a otras confesiones. La Iglesia ha crecido mucho en el respeto por las demás religiones, el Concilio Vaticano II ha hablado sobre el respeto de sus valores. Hubo tiempos oscuros en la historia de la Iglesia, hay que decirlo sin vergüenza...

Así tendría que salir a predicar.
Y amordazado por detrás del velo
Ciertamente, lo dice sin vergüenza. Pero lo más grave del discurso de las familias numerosas, poco notado en general y bien apuntado en un comentario que nos enviaron a nuestra entrada anterior, estriba en la re-interpretación fullera que Bergoglio propicia de la Humanae vitae, aquella Encíclica tan resistida de Paulo VI cuyo objeto fue señalar la ilicitud de los métodos anticonceptivos, y que Bergoglio refunde como mera condena del neo-malthusianismo. «Habiendo relativizado este pronunciamiento magisterial, procede a llevar la cuestión [del uso de anticonceptivos] al fuero interno». Ya lo había hecho su finado amigote, el levantisco cardenal Mejía, desde las páginas de su malfamada revista Criterio en los mismos días de la salida de aquella Encíclica: «la enseñanza de la Sede romana no es un absoluto» porque ésta de la bioética «es la zona más crepuscular y delicada del ejercicio del Magisterio», pues aunque la Iglesia «tiene el derecho a proclamar enseñanzas que se refieren a la ley natural (...) entramos en una zona donde el progreso de los conocimientos humanos, las limitaciones culturales y las transformaciones de la historia tienen su parte». «El límite -culmina Mejía- no es impuesto a la conciencia, sino que brota, en la enseñanza de la Encíclica, de las raíces de la conciencia misma». Francisco recogió el motivo: «el rechazo de Paulo VI no se refería a problemas personales, sobre los cuales pedirá luego a los confesores que sean misericordiosos y que comprendan las situaciones», sino al neo-malthusianismo. No sólo tienen la osadía de afirmar que la ley no está en las cosas sino en el sujeto, que la conciencia es infalible y que un acto malo por su objeto puede dejar de serlo a tenor de las circunstancias (y que el pecado está en las ideologías y en los programas, pero no en los actos personales), sino que pretenden hacer cómplice al Magisterio de esos mismos y venenosos errores. Y de paso, para alivio del montón, se entreabren las compuertas de un cambio de doctrina respecto de los anticonceptivos.

Eso sí: al día siguiente, a alabar a las familias numerosas.

martes, 20 de enero de 2015

DESHONRA DE LAS PALABRAS Y LOS SIGNOS

Se puede tener muchos hijos sin por eso concebirlos "en serie", ni es dable suponer que porque sean muchos los nuevos comulgantes ofrecidos a Dios por los esposos -y de Dios recibidos como otros tantos dones- resulten éstos gazapos por asimilación.

No vale la pena detenerse a largo en la concreta fatuidad de la última deposición papal, que ya la cortedad del registro y del caletre le estampan una firma reconocible a cuanto Francisco farfulle, a muchas leguas. Baste sólo notar por enésima vez lo que resulta tedioso enunciar: Bergoglio reprende de preferencia a aquellas conductas y actitudes que, reducidas casi a cero en los tiempos que corren -en que la cualidad de «católico» acaba por ser apenas nominal-, perviven en aquellos ínfimos grupos que, según la conocida imagen de la medición del Templo que nos ofrece el Apocalipsis, han tomado el Sancta Sanctorum por refugio, hollado el atrio por los gentiles (abundemos: por los deportistas faranduleros, por los judíos recalcitrantes, por los transexuales, etc.). ¿A quién perturba si no -por lo minúscula e irrastreable- aquella porción de fieles que aún practica obras exteriores de devoción, que cumple el ayuno eucarístico y recuerda las disposiciones requeridas para comulgar o que secunda la iniciativa divina, llenando la casa de hijos cuando el Señor les dio el don de la fecundidad? ¿No son señas éstas, de tan minoritarias hoy, que no debieran inquietar al católico rendido a la simbiosis con el mundo?

Conste que ya ni siquiera atendemos a la importunidad de la exhortación, que en todo caso hoy lo que cunde es la reticencia a propagar la vida, a expensas de aquel cambio de hábito procreativo que los historiadores sitúan como dimanado del crack financiero del '30, reforzado por la 2ª Guerra Mundial, y que reemplazó el tipo habitual de familia (en la que ocho o diez hijos no eran nada extraordinario) por la llamada "familia tipo", formada por el matrimonio y dos críos, y que el auge posterior de los medios anticonceptivos y el egoísmo exacerbado por el culto del consumo redujeron aún más. Como suele verificarse en la psicología de todo progresista, Francisco se quedó en otros tiempos, en los de su niñez y primera juventud, cuando en la conciencia de muchos católicos el choque entre los hábitos inveterados y los nuevos usos impulsados por la aceleración demencial de la historia fue malamente resuelto, a menudo por la incoherente y doble pertenencia a la Iglesia en retirada y al mundo hipertrofiado, a menudo también por el sencillo expediente de la apostasía. La doble vertiente moderna del subjetivismo y del empirismo iba a evidenciar sus trágicas consecuencias en estos tiempos: el misterio de un Dios trascendente e imperceptible a los sentidos no podía ser sino objeto de escándalo para un hombre crecientemente habituado -a la zaga de la revolución industrial y de la Revolución, a secas- a un clima mental de altivo naturalismo. Los judíos piden signos... Pero ocurre que, a gusto o a disgusto, en lo profundo del corazón el hombre efectúa su perentorio juicio, y es común la paradoja ¡ay! de fallar contra Dios y decirse aún católico.

Lejos, muy lejos estamos de aquella saludable concepción de los antiguos según la cual el nombre -la palabra- contiene la cifra de la cosa. Resabio del donum scientiae del que gozó Adán, por el que éste les puso el respectivo nombre a todos los seres de la naturaleza -incluida la mujer-, la confianza en el poder de reproducir la realidad mediante el nombre debió ser una de la principales prendas del poder del espíritu, pese a lo maltrecho que esté se encontró después de la caída. Esta función elemental, vigente pese al pecado y que involucra a la cognición, a la lógica y a la ética ha quedado ferozmente dañada por el largo proceso de apostasía, que afecta -aunque las apariencias nos muestren a los hombres muy activos y vivaces en sus negocios y placeres- una especie de necrosis de muy improbable reversión. De aquí la resemantización compulsiva que agravia al ser de las cosas, tan palpable en la degradadísima política de nuestros días; de aquí el despliegue de las más crueles paradojas, incluso a instancias del Trono que roza el cielo: que el hogar católico pueda ser llamado "conejera" y los que se fían de la gracia por sobre las humanas fuerzas puedan tildarse de "pelagianos". De aquí que pueda permitirse barbotar sus cuatro graznidos sobre la "paternidad responsable" un irresponsable del calibre de Bergoglio.

Hace unos días, cuando las inopinadas palabras de Francisco acerca del puñetazo que le merecería quien insultara a su madre (expresión del límite a la omnímoda "libertad de expresión" que proclaman liberales y marxistas de consuno) levantaron inusitada polvareda, induciendo al lloriqueo de tantos plumíferos que las tenían por lesivas de sus falaces principios (e incluso como justificadoras de ¡la violencia de género! sic!), la Santa Sede se apresuró a emitir un pedido público de disculpas, protestando que habían sido mal interpretadas. Del abultadísimo elenco de palabras en agravio de la fe, de la Iglesia, de Dios mismo que le hemos soportado en estos casi dos años, Francisco no consideró nunca pertinente hacer ninguna aclaración. Más clara, la límpida agua de la alta montaña.

La bendición que reclaman las masas prometeicas
Lengualarga más que el oso hormiguero, parlero compulsivo, gesticulador sin tope para oprobio de toda santidad, Francisco es un fenómeno de rigurosa actualidad, consonante con la caída vertical del honor de las palabras y los signos. Bien dijo Calderón Bouchet, en referencia a los temores de Jean Cocteau acerca de la proximidad de los tiempos en que «los imbéciles tomarían las lapiceras y se pondrían a escribir», que no era el del poeta francés «el temor de un sabio que ve a Satanás empujando a los tarados, pero sí el de un esteta que ve la depreciación de la inteligencia provocada por dos terribles fuerzas convergentes: la aristofobia de los mediocres y el criterio puramente económico del negocio editorial». Hoy podemos afirmar con pleno derecho que los tiempos previstos por Cocteau llegaron hace rato y para quedarse, y que el morbo de la idiocia se ha extendido no ya sólo a los que empuñan la pluma, sino a los que tienen por oficio transmitir los dones sacros. Y que Satanás haya urgido a esa vergüenza de cardenales que no sabían cantar el Veni Creator a emplazar en el Solio a un Rey Momo resulta, a esta altura, una hipótesis muy ajustada a los horrorosos hechos sucesivos.

jueves, 15 de enero de 2015

NACE LA «LIGA CATÓLICA PARA LA ORACIÓN DE REPARACIÓN»

Visto que toda descripción de la crisis de la Iglesia en sus detalles resulta penosamente redundante, y que la extendida prevaricación de clérigos y fieles ha deformado de tal manera el aspecto de la Sponsa Christi que ésta parece haber sido sustituida por otra cosa -y ésta, a su vez, inverecunda y vulgar-; y comprobado también que el mundo, sujeto al demencial desboque de la irascible y la concupiscible, localiza con demoníaco instinto toda traza de cristianismo para atacarlo en sus símbolos o en las personas que aún lo encarnan, un grupo de católicos italianos congregados en un medio digital y en una cofradía se decidieron a recurrir a uno de los pocos instrumentos que aún nos quedan para equilibrar la acción envolvente de las tinieblas: la oración de reparación. Y extendieron su iniciativa a los fines de comprometer a muchos otros a participar de este tan necesario como accesible cometido espiritual, de eficacia conocida sólo por Dios. 

Nos hacemos eco de la invitación a integrar la Liga recientemente formada, para lo que reproducimos el texto originalmente publicado en italiano por Riscossa Cristiana, y luego traducido para los lectores hispanohablantes por Chiesa e postconcilio. Instamos humildemente a aquellos lectores que lo crean conveniente a iniciar esta práctica en comunión de almas, y a notificar su adhesión a la iniciativa al correo electrónico que se indica unos párrafos más abajo. Si está muy bien que a la vista del fragor marino repitamos la jacuatoria «Domine, salva nos, perimus», no menos cumple cubrir el estruendo de las olas con palabras que recuerden y vindiquen el honor del Santo Nombre que éstas ofenden.




“Y entonces, ¿qué hacemos?”, preguntan muchos buenos católicos después de haber palpado con sus manos la crisis en que yace la Iglesia de nuestros días. “Y tú, ¿qué haces?”, preguntan otros, quizá de forma provocativa, insinuando que no sirve de nada palpar la crisis con las manos y quejarse.

De hecho, no sirve. No podemos limitarnos a quejarnos frente al vaciamiento del depósito de la fe, a las atrevidas actualizaciones de la teología y la filosofía, al hundimiento moral, a los abusos litúrgicos, a la devastación de la ascética y de la devoción, a la abjuración de la Tradición.

Frente a semejante escenario, que se puede resumir en el pernicioso concepto de “apertura al mundo”, el católico tiene el deber de actuar, y de actuar como católico.

Por eso, a través de Riscossa Cristiana, tenemos la intención de lanzar una iniciativa que se dirige a muchas personas que preguntan desconsoladas: “y entonces, ¿qué hacemos?”.

Si la Iglesia se está cayendo a pedazos, debemos meter mano y reconstruirla: repararla. Y repararla mientras muchos –demasiados– pastores siguen con su obra demoledora. Con paciencia y tenacidad sostenidas por la virtud de la esperanza, hay que recuperar todo lo bueno, venerable y santo que los demás desechan y colocarlo de nuevo en su lugar. Y hay que hacerlo con el fin de devolverle a la Esposa de Cristo el semblante que ha tenido a lo largo de los siglos, tan repulsivo ya a los muchos enemigos que están fuera de ella como a los tantos que medran en su interior.

Hay que reparar, conscientes de que cualquiera puede hacerlo con fruto y con mérito, sin pergeñar nada extravagante. La teología, la espiritualidad, la ascética y la devoción que han sido desechadas hace tiempo en el basurero de una fe fuera de moda brindan a los católicos de buena voluntad un medio simple y eficaz: la práctica de la oración de reparación, cuya aplicación a las dramáticas condiciones en que yace la Iglesia explicaremos en la parte final de esta invitación.

Aquel que adhiera a esta iniciativa debe ser consciente de que hay que empezar de nuevo desde los cimientos sin contar con el aplauso de la muchedumbre. Serán sólo las pequeñas asociaciones, o incluso los fieles particulares, quienes comiencen esta labor. Después, cuando la Providencia lo disponga, se verán los frutos.

Por eso, a través de Riscossa Cristiana, proponemos a los católicos de buena doctrina y buena voluntad adherir a la iniciativa de la Liga católica para la oración de reparación, que nace en este momento con el fin de restaurar los rasgos de la Iglesia de siempre a través de un medio ascético derivado de la espiritualidad y la devoción al Sagrado Corazón.

Brinda su soporte organizativo otra pequeña asociación llamada Confraternita del Sacro Cuore di Gesù e del Cuore Immacolato di Maria (Cofradía del Sagrado Corazón de Jesús y del Corazón Inmaculado de María) –y también dei Sacri Cuori (de los Sagrados Corazones)–, surgida hace dos años en la Lombardía y el Véneto y de la que forman parte los que firman estas líneas. Se trata de un pequeño grupo de católicos conscientes de que sólo un retorno integral a la Tradición doctrinal y litúrgica marcará el fin de la crisis. Entre las prácticas ascéticas de esta Cofradía tendientes a la restauración de la Tradición, se cuenta la ofrenda de sufrimientos, sacrificios y oraciones como reparación de los daños causados a la Iglesia por los mismos hombres de Iglesia, eclesiásticos y laicos: esto es, substancialmente, lo que se quiere proponer en más amplia escala a través de la Liga católica para la oración de reparación.

Desde un punto de vista práctico, no es nada complicado. Cualquiera, solo o en grupo junto a otros fieles, puede adherir a la iniciativa escribiendo a la dirección de correo electrónico legariparazione@email.it. De esta forma podrá registrar su adhesión y recibirá informaciones sobre eventuales actividades ya comenzadas en su zona; o bien podrá indicar su disponibilidad a constituir un punto de referencia para su propio territorio. Los organizadores tendrán la tarea y el compromiso de anudar y mantener los contactos entre los adherentes.

Esta obra de conexión es importante también porque hace falta que muchos católicos que están decididos a no ceder no se sientan aislados, creyendo ser los últimos sobrevivientes de un naufragio o pensando estar locos en un mundo de cuerdos. Esos católicos son náufragos, si queremos utilizar este símil, pero no están solos: son muchos más de lo que ellos mismos pueden imaginar. Pero, sobre todo, no están locos: sólo en tiempos de locura la salud mental parece cosa de hospital psiquiátrico.

Para fortalecer los vínculos que se irán formando gracias a esta iniciativa, todos los adherentes están invitados el viernes 1 de mayo 2015 a la primera jornada de la Liga católica para la oración de reparación programada en Linarolo, provincia de Pavía.

A través de Riscossa Cristiana, que seguirá teniendo en la portada de su web un espacio dedicado a esta iniciativa, será posible seguir sus desarrollos y encontrar material para la formación.

Paolo Deotto
Alessandro Gnocchi
¡Alabado sea Jesucristo!


NOTA:

Esta invitación ha sido publicada también en:



La oración de reparación


“Oh Dios, que en tu misericordia te dignaste brindar los tesoros infinitos del Corazón de Tu Hijo, traspasado por nuestros pecados, permítenos que, al ofrecerLe el devoto homenaje de nuestra piedad, podamos cumplir también el oficio de una digna reparación”.

Éstas son las palabras de la oración colecta con las que la Liturgia de la Iglesia reza en la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Con un breve resumen de los motivos y los efectos de la muerte en la cruz de Nuestro Señor, ella termina invitando a todos los fieles a unirse al Divino Redentor ejercitando un dignae satisfactionis officium. En este sentido, la oración parece reproducir muy fielmente lo que el Sagrado Corazón de Jesús le dijo a la monja visitandina Santa Margarita María Alacocque ante la Santísima Eucaristía, en junio de 1675:

“He aquí el Corazón que ha amado tanto a los hombres y que no se ha ahorrado nada, hasta el extremo de agotarse y consumirse para testimoniarles su amor. Y que en compensación sólo recibe ingratitudes a causa de las irreverencias y sacrilegios de la mayoría de ellos, así como de las frialdades y menosprecios que tienen para conmigo en este Sacramento de amor […] Eso, me dijo, me resulta más doloroso de todo cuanto sufrí en mi Pasión. Si me correspondiesen con algo de amor, tendría por poco todo lo que sufrí por ellos y querría, de ser posible, sufrir aún un poco más. Pero ellos no responden sino con frialdades y desaires a todo mi afán por procurarles el bien. Al menos dame tú el gusto de suplir su ingratitud, en todo cuanto sea conforme a tus posibilidades”.

Queda aquí claramente expresado el principio meritorio de la reparación que, al asociar a los hombres a la expiación y satisfacción infinitas que Jesucristo ofreció en la cruz, mira a compensar y desagraviar los ultrajes hechos contra la gloria de Dios a causa de los pecados de los hombres. ¡Cuántos son hoy los pecados de los hombres, laicos y eclesiásticos! En particular, resulta muy grande la falta de adoración hacia la Verdad revelada bajo cualquiera de sus formas: traiciones en la exposición de la inmutable doctrina; abusos en las celebraciones litúrgicas; irreverencia; indiferencia hacia la Realeza de Nuestro Señor; omisiones culpables de apostolado y mucho más. La Esposa de Cristo y su Cuerpo Místico, la Iglesia, a menudo se encuentra desfigurada en su dimensión visible precisamente a causa del pecado de sus hijos. No podemos quedarnos indiferentes frente a esto: nuestra Santa Madre Iglesia sufre y nosotros tenemos el deber de curar sus llagas, en la medida en que se nos lo permite, a través de la ofrenda de sacrificios y oraciones que apresuren su sanación.

Si el Hombre-Dios Jesucristo ha venido a reparar el pecado del hombre contra el mismo Dios, cometido por nuestros antiguos progenitores engañados por el demonio (pecado infinito en tanto se dirige directamente contra la inmensa majestad divina), el hombre, redimido por la Preciosísima Sangre del Hijo de Dios, en unión con el mismo Cristo y con su Iglesia, puede también contribuir a la reparación de los pecados que todavía se perpetran contra su Corazón divino. Todo bautizado, al participar de forma limitada en el sacerdocio de Cristo a través de su carácter sacramental (v. S. Th. III pars q. 63 a. 3), es llamado y hecho capaz de ofrecer al Corazón misericordioso de Jesús actos de reparación en estrecha unión con la Pasión de Cristo.

Sin dudas –dado que Gratia supponit naturam– cumplirá que cada uno, según su propio estado, utilice a fondo su propia autoridad y cumpla todos los actos proporcionados y conformes a ella para defender y difundir el reino social de Cristo contra el “príncipe de este mundo”, desencadenado hoy más que nunca como león rugiente (cfr. 1Pe 5, 8). Sin embargo, todo esfuerzo sería inútil sin la unción de la Gracia. Y si ésta se nos confiere eficazmente de forma ordinaria a través de los Sacramentos, los sacrificios ofrecidos a Nuestro Señor con devoción y recta intención obtendrán una renovada infusión de Gracia santificante en el alma, que conferirá una peculiar riqueza de significado a toda buena acción.

Por lo tanto: ¡reparemos! Apresuremos el triunfo de la Iglesia de Cristo: que vuelva cuanto antes a reflejar la luz de su Señor en la palabra y la vida de sus hijos, para que el mundo crea.

Cor Iesu Sacratissimum, adveniat Regnum tuum!


Cómo practicar la oración de reparación: cada viernes (si se puede), después de haber rezado el Acto de Ofrenda “Corazón Divino de Jesús”* y adjuntádole la intención “en reparación de los pecados contra tu Corazón Sacratísimo”, récese el Santo Rosario, al que seguirán las Letanías del Sagrado Corazón de Jesús con su propia oración. Según sea posible, cúmplase esta práctica ante el Santísimo Sacramento o permanézcase al menos un cuarto de hora frente al tabernáculo en adoración y expiación. En caso de particular necesidad, se sugerirán otras formas de reparación y penitencia según el principio del agere contra.

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* Corazón Divino de Jesús, te ofrezco por mediación del Corazón Inmaculado de María, en unión con el Sacrificio Eucarístico, las oraciones, las acciones, las alegrías y los sufrimientos de este día, en reparación de los pecados y para la salvación de todos los hombres y la gloria del Divino Padre. Amén.

lunes, 12 de enero de 2015

YO NO SOY CHARLIE (II)

por don Curzio Nitoglia

El hombre, según Aristóteles, es un «animal racional», hecho para conocer la verdad (principio especulativo, de suyo evidente, de identidad y no contradicción: «sí = sí, no = no; sí ≠ no»), y «libre», hecho para amar el bien (principio práctico de la sindéresis:  «haz el bien y evita el mal»). Hoy, los intelectualoides post-iluministas son todos "Charlie ", es decir, intelectualmente sofistas (negación de la no contradicción: «bien = mal») y moralmente degenerados (pérdida de la sindéresis: «malum faciendum, bonum vitandum»), como los caricaturistas parisinos de Charlie Hebdo («parce defunctis»).

Millones de post-europeos finalmente americanizados salen a la calle, arrastrados por la sinarquía globalista,  para seguir insultando implícitamente a la Santísima Trinidad, a Jesús, a la Virgen María, al Papa. En cuanto a nosotros, tratamos de ser hombres veraces, que conocen la verdad y aman el bien, sin ofender y profanar la Divinidad.

La ironía 1 y la sátira son buenas, pero deben ser educadas; la vulgaridad, la blasfemia, el insulto son objetivamente un mal (segundo y octavo mandamiento). 


El Occidente americanista es capaz de matar por la pelota, por el concierto de rock, por la discoteca,  por la transgresión, por los embarazos no deseados, por las enfermedades no soportadas, para importar la democracia, y todo esto no sorprende a nadie. Sólo Dios puede -es más, debe- ser insultado. La única "religión" que no admite dudas, preguntas, demostraciones es la "Shoa". Ciertamente, se deben evitar los excesos de la legítima defensa, pero tampoco cumple animar a los que maldicen a Dios y a las cosas sagradas.

Los tendales que deja la diosa Libertad: Je suis Charlie
El iluminismo idealista nos ha llevado a estas paradojas: 1) la acogida de etnias y religiones diametralmente opuestas a la europea (mediterránea, grecorromana y católica);  2) el insulto que hiere y ofende al que se quiso acoger para luego herirlo, el cual, no habiendo perdido su identidad, responde de manera agresiva y desproporcionada, aunque no completamente desprovista de fundamento: «no mezcles lo sagrado con  lo profano» (en el original: scherza coi fanti, ma lascia stare i santi!).

Es menester ser realistas. El actual estado de degradación del hombre (y los hechos parisinos de enero de 2015 nos permiten palparlo con las manos),  ultimado por el nihilismo a trueque del Dios que el Superhombre hubiera querido matar -como lo teorizó Nietzsche- no puede curarse con remedios naturales. Sólo la ayuda de la Omnipotencia divina puede remediar tanta ruina. Ni mucho menos con las viñetas, las descargas de ametralladora y las marchas iluministas e iluminadas. «Esta clase de demonios se expulsan sólo con el ayuno y la oración».

Conclusión: sé tú mismo, animal racional y libre. Haz el bien y evita el mal, esto es todo el hombre. No seas Charlie o Charlot , sino un hijo de Dios creado a su imagen y -si vives en gracia- a su semejanza. «Agnosce christiane dignitatem tuam!». De lo contrario, «desfila y ríete, oh payaso, y todos aplaudirán». Cada cual elija su camino.

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1. Ironía viene del griego èiròn: aquel que interroga a los demás fingiendo socráticamente no saber para hacer que descubran la verdad. Sátira viene del latín sátura y alude a una composición poética que critica con agudeza las debilidades humanas. Agudeza viene del latín arguére, indicar, demostrar, y significa espíritu sutil, listo, inteligente, delicado, agradablemente mordaz. Por lo que, en rigor de lógica, Charlie no es irónico, ni satírico, ni siquiera agudo. Es ofensivo e insultante, vulgar y desagradable.

domingo, 11 de enero de 2015

¿Y QUIÉN CARAY ES CHARLIE HEBDO?

Es la pregunta obligada. Porque si hay algo que despierta comprensibles sospechas es la puntillosa selectividad del blanco de las sátiras. Charlie Hebdo -o la revista «Barcelona» entre nosotros- no atacan a cualquiera. Y tienen la salida y la distribución aseguradas, lo que habla de una solvencia económica poco usual en medios que brindan solaz a un público tan minoritario, compuesto por la hez y el detrito, por los agentes más virulentos, el eslabón último en la progresiva degradación de conciencia que caracteriza a esa interminable agonía que llamamos «modernidad».




La viñeta es elocuente. Ya lo supo el infame Voltaire: para saber quién te gobierna, procura hallar a aquel que no estás autorizado a criticar. Pese a la diferencia de estilo con tantos otros medios aparentemente más circunspectos y aplomados, en algo coinciden con éstos: en que con la kippah no se meten nunca, los muy gallinas. Y aun, si vamos al caso, en el fustigar mucho más a la sotana que al turbante, quizás porque la Iglesia aggiornata terminó por bendecir a la libertad de expresión, y así le pagan.

No se requieren, pues, dotes de detective para verle la pata a la sota. Podemos formular entonces una hipótesis a la pregunta por el ¿quién es? sin temor a ser temerarios. Pero... ¡si ya está, son ellos mismos quienes lo confiesan sin recato!


(Debemos esta ilustración al blogue Castigat ridendo mores)

sábado, 10 de enero de 2015

YO NO SOY CHARLIE HEBDO

por Juan Manuel de Prada



Durante los últimos días, hemos escuchado calificar a los periodistas vilmente asesinados del pasquín Charlie Hebdo de “mártires de la libertad de expresión”. También hemos asistido a un movimiento de solidaridad póstuma con los asesinados, mediante proclamas inasumibles del estilo: “Yo soy Charlie Hebdo”. Y, llegados a la culminación del dislate, hemos escuchado defender un sedicente “derecho a la blasfemia”, incluso en medios católicos. Sirva este artículo para dar voz a quienes no se identifican con este cúmulo de paparruchas hijas de la debilidad mental.

Allá por septiembre de 2006, Benedicto XVI pronunció un grandioso discurso en Ratisbona que provocó la cólera de los mahometanos fanáticos y la censura alevosa y cobarde de la mayoría de mandatarios y medios de comunicación occidentales. Aquel espectáculo de vileza infinita era fácilmente explicable: pues en su discurso, Benedicto XVI, además de condenar las formas de fe patológica que tratan de imponerse con la violencia, condenaba también el laicismo, esa expresión demente de la razón que pretende confinar la fe en lo subjetivo, convirtiendo el ámbito público en un zoco donde la fe puede ser ultrajada y escarnecida hasta el paroxismo, como expresión de la sacrosanta libertad de expresión. Esa razón demente es la que ha empujado a la civilización occidental a la decadencia y promovido los antivalores más pestilentes, desde el multiculturalismo a la pansexualidad, pasando por supuesto por la aberración sacrílega; esa razón demente es la que vindica el pasquín Charlie Hebdo, que además de publicar sátiras provocadoras y gratuitamente ofensivas contra los musulmanes ha publicado en reiteradas ocasiones caricaturas aberrantes que blasfeman contra Dios, empezando por una portada que mostraba a las tres personas de la Santísima Trinidad sodomizándose entre sí. Escribía Will Durant que una civilización no es conquistada desde fuera hasta que no se ha destruido a sí misma desde dentro; y la basura sacrílega o gratuitamente ofensiva que publicaba el pasquín Charlie Hebdo, como los antivalores pestilentes que defiende, son la mejor expresión de esa deriva autodestructiva.

Debemos condenar este vil asesinato; debemos rezar por la salvación del alma de esos periodistas que en vida contribuyeron a envilecer el alma de sus compatriotas; debemos exigir que las alimañas que los asesinaron sean castigadas como merecen; debemos exigir que la patología religiosa que inspira a esas alimañas sea erradicada de Europa. Pero, a la vez, debemos recordar que las religiones fundan las civilizaciones, que a su vez mueren cuando apostatan de la religión que las fundó; y también que el laicismo es un delirio de la razón que sólo logrará que el islamismo erija su culto impío sobre los escombros de la civilización cristiana. Ocurrió en el norte de África en el siglo VII; y ocurrirá en Europa en el siglo XXI, a poco que sigamos defendiendo las aberraciones de las que alardea el pasquín Charlie Hebdo. Ninguna persona que conserve una brizna de sentido común, así como un mínimo temor de Dios, puede mostrarse solidaria con tales aberraciones, que nos han conducido al abismo.

Y no olvidemos que el gobierno francés –como tantos otros gobiernos occidentales–, que amparaba la publicación de tales aberraciones, es el mismo que ha financiado en diversos países (y en especial en Libia) a los islamistas que han masacrado a miles de cristianos, mucho menos llorados que los periodistas del pasquín Charlie Hebdo. Puede parecer ilógico, pero es irreprochablemente lógico: es la lógica del mal en la que Occidente se ha instalado, mientras espera la llegada de los bárbaros.

miércoles, 7 de enero de 2015

HUBIERA SIDO LOABLE

Las picas clavadas por el enemigo en los sesos del pontífice:
ecumenismo, tolerancia, libertad de prensa...
Hubiera sido loable escuchar en boca de las máximas autoridades de la Iglesia, aun no disipado el olor a pólvora y a sangre derramada por el imprevisto asalto yihadista, algún comunicado que, pidiendo oraciones por las víctimas, se sirviese recordar que éstas, con sus repugnantes sátiras anti-trinitarias, debieron irritar al Dios celoso de su nombre y de su gloria. Y que estos dementes de la medialuna pudieron ser al cabo el instrumento de Su cólera, al modo de aquella Asiria que el profeta veía como vara y bastón del furor divino contra su pueblo apóstata (Is 10,5). Hubiera sido loable escuchar de boca del Papa la forzosa rectificación de sus recientes melindres para con el Islam, motejado como una "religión del amor y de la paz": con la balacera sonando cada vez más cerca, era oportuno repasar esas suras que hablan con insistencia inequívoca del exterminio implacable de aquellos que el Islam llama "infieles". El silencio sepulcral de los supuestos "islamistas moderados" ha sido el más elocuente alegato en contra de esta superchería irenista y tardo-occidental, la prueba más contundente de que esa moderación vive sólo en el magín de unos cuantos opinólogos rentados.

Hubiera sido loable levantar la Cruz a una contra el laicismo iluminista de Occidente y contra las ululantes y arenosas huestes del Falso Profeta, ambos enemigos irreductibles del nombre cristiano. En su lugar, la Santa Sede se apresuró a calificar de «abominable» el atentado, tanto por atacar a las personas que resultaron sus víctimas como por vulnerar la libertad de prensa. A estas tabarras siempre tributarias del Zeitgeist se les sumaron las infaltables definiciones de los cagatintas, aquellos que mercan haciéndole el coro al apocamiento oficial: «desde la óptica cristiana la violencia es siempre inaceptable, y el asesinato un crimen diabólico. Sólo Dios es dueño de la vida y de la muerte. Matar en nombre de Dios nunca es lícito, sino que es una blasfemia contra el mismo Dios, que es Amor». Toda la osadía de estos escribas, en muy mal trance aplicada, consiste en recordar que «la fe Católica, a diferencia del Islam, enseña el perdón a los que nos ofenden».

Cualquier sazón será inoportuna para explicar a tales psitácidos que la vis irascibilis (violencia), obviamente rectificada por la razón, bien puede aplicarse a una causa noble. Que el suponer siempre ilícito el matar en nombre de Dios (y que hacerlo constituya nada menos que una blasfemia) podrá ser, en todo caso, el tópico elegido por las plañideras de ocasión, pero que éste resulta contradicho por toda la doctrina católica, admirablemente ejemplificada en este punto por aquel apotegma de san Bernardo orientado a la justificación moral de la pena capital contra los herejes contumaces que atentaban contra la unidad de la fe: melius est ut pereat unum quam unitas. Y que el perdón de las ofensas se refiere a las dirigidas contra la propia persona, no contra las tres Personas divinas.

Houellebecq, sin pelos en la lengua:
«el Islam es la más imbécil de las religiones»
Es el torpor de los dirigentes civiles y religiosos de la vieja Europa el que está desarmando anímicamente a la población y envalentonando, en consecuencia, a los muslimes. Quedará registrada, a todo esto, una irónica coincidencia: la de la salida, el mismo día del atentado contra las oficinas del abominable pasquín parisino, de la última novela del escritor galo Michel Houellebecq, del sugestivo título Soumission, que sitúa para el año 2022 el triunfo electoral de un partido llamado «Fraternidad Musulmana« contra el Frente Nacional de Marine Le Pen en el ballottage presidencial merced a una alianza de socialistas y conservadores desesperados por evitar el triunfo del cuco ultraderechista. El resultado inmediato de este triunfo, aparte de la pronta islamización de la Sorbona, no es el más halagüeño para las veleidades libertario-feministas hasta entonces en vigor: la exclusión de la mujeres del mundo del trabajo, el uso generalizado del velo islámico y la prohibición del escote y la minifalda.

lunes, 5 de enero de 2015

¿MÁS CARDENALES? ¿PARA QUÉ?

Aun sabiendo que ni el feroz otomano vencido en Lepanto debió ser tan peligroso para la suerte del nombre cristiano como lo son las últimas generaciones de prelados, aun en la convicción de que el detalle ominoso que espiguemos en la trayectoria de uno u otro cardenal no hará más que sumarle un trazo a la cebra, no deja el horror de renovarse al comprobar lo obvio y esperado: los frutos podridos de la prolongada infición modernista de la Iglesia. Nihil novum sub sole, pues, cuando hablamos de la apostasía pública y notoria de tal o cual miembro del Colegio. Ni que la púrpura que hoy se concede ya no simboliza la sangre de los mártires sino el rubor, la vergüenza que debiera cubrir por entero a muchos de los portadores de tanta dignidad.

Nos lo hacíamos a Ricca, el querendón, de púrpura

Los medios católicos de internete titularon hoy cosas como «Francisco, imprevisible» o «El Papa de las sorpresas», al comprobar que muchos de los "nombres puestos" para vestir la birreta roja resultaron felizmente desahuciados, tales el impresentable de Tucho Fernández, o los monseñores Bruno Forte, Piero Marini y Enzo Bianchi, entre otros demoledores. E incluso algunos se apresuraron a reconocer con alivio que dos o tres nombres de la lista corresponden a prelados proclives a la celebración de la ahora llamada forma extraordinaria del Rito Romano, como el mexicano Alberto Suárez Inda o el italiano Edoardo Menichelli. Una mayor indagación, en todo caso, y para no alentar mayores expectativas de coherencia en estos perfectos hijos de nuestro tiempo, comprueba rápidamente cómo el propio Menichelli supo manifestarse favorable a la concesión de la comunión a los re-casados y al reconocimiento de las coyundas sodomíticas, pese a no estorbarle a ningún de sus subordinados la celebración coram Deo. Se trata, parece, de un caso de pluralismo tan extremo como para hacer saltar por aire toda afirmación conclusiva. Misma preferencia manifestó el pontífice por otro de los prelados promovidos en la ocasión, como el neozelandés Dew, contra el natural candidato australiano y arzobispo de Sydney, mons. Anthony Colin Fisher, reacio éste a las novedades que pretenden introducirse en la disciplina de los sacramentos, según lo informa Sandro Magister. «Todo como Francisco lo manda, él solo», titula el vaticanista, que entiende que estas nóminas señalan «en qué dirección corren sus simpatías en lo tocante a la pastoral de la familia».

Otrosí se diga de las fobias bergoglianas: en condiciones normales se hubiese dado por descontado, por razón del prestigio de la Sede, el cardenalato del patriarca de Venecia, a la sazón monseñor Francesco Moraglia. Pero éste cuenta en su contra el pertenecer a la escuela del cardenal Siri, afección para la que no se entiende prescribir el fármaco conocido como misericordina ®.

No pudiendo, con todo, abarcar la amplitud de las nóminas -que Francisco se guardó representasen a los cinco continentes y a la entera rosa de los vientos-, como rioplatenses que somos queremos solamente aludir, al pasar, a los dos neo-purpurados de nuestras latitudes. Para muestra basta un botón: ahí lo tenemos al arzobispo de Montevideo, monseñor Sturla, que hace unos pocos meses, según lo comentáramos aquí, «se reunió con dirigentes de los colectivos gays y transexuales del país para pedirles disculpas en nombre de la Iglesia Católica por las continuas agresiones verbales recibidas desde la Iglesia», contándose al parecer entre estas agresiones el pasaje paulino que dice que «ni los afeminados ni los sodomitas heredarán el Reino de Dios» (I Cor 6,10). El otro es el actual arzobispo emérito de Tucumán, monseñor Villalba, partícipe junto con el entonces cardenal Bergoglio de una vergonzosa declaración episcopal acerca del juicio al que fuera sometido el padre Christian Von Wernich, juicio preñado de toda suerte de irregularidades en el que triunfó una vez más la venganza bolchevique, y con el que sus respectivas eminencias se esforzaron en exhibir su más pleno asentimiento. Recomendamos la lectura de una carta a los obispos sobre el inicuo juicio en cuestión, que fuera oportunamente difundida y que sirve a retratar a sujetos como monseñor Villalba.

Los monseñores Bergoglio y Villalba, ambos con la cruz escondida,
y monseñor Arancedo, posando con miembros de la Corte Suprema
de Justicia, consumados y notorios enemigos de Cristo 
Ateniéndonos a las abrumadoras evidencias de rigor en estos casos, es más que presumible que esta gente haya acabado por perder la cuenta de sus traiciones contra Cristo y su Iglesia. Encaramados precisamente a causa de las mismas, que no por sus méritos, más que la recepción de los atributos cardenalicios debieran presentarse a suscribir en masa el Actus formalis defectionis ab Ecclesia Catholica, y veríamos acaso un período de gloriosa restauración. Pero esto es soñar despierto. Cumplirá a los ángeles el día menos pensado, el día que estos cretinos crean celebrar victoria, cumplirá a  los ángeles separar la cizaña del trigo.

sábado, 3 de enero de 2015

EL SANTÍSIMO NOMBRE DE JESÚS


Sufre ostensible olvido la  conmemoración del Santísimo Nombre de Jesús, celebrada un poco al desgaire en todo el orbe (neo)católico, siendo que es Nombre que entraña el más hondo de los significados y la más fecunda de las fuerzas. Pues Dios, que con el poder de su Palabra creó el cielo y la tierra con todas sus criaturas, y que es sustancialmente esta misma Palabra que eternamente pronuncia, le dio al hombre (como analogado inferior y como destello, pero como prenda de su rara dignidad) el uso de la palabra y el poder de nombrar las cosas casi desde el mismo instante en que lo puso en el Edén (Gn 2,19).

Si el hombre le puso el nombre a todas las cosas y elige incluso el nombre de sus hijos, a Jesús fue el ángel quien le puso el nombre desde su concepción. Y así como en virtud de la unión hipostática de su Hijo proclamamos con toda justicia a María como Madre de Dios, del mismo modo, por la indisoluble unión de las naturalezas divina y humana en la persona del Salvador, vige para su Santo Nombre aquel segundo mandato del Decálogo tan taimadamente contrariado por los difusores de las nuevas teologías, capaces de apelar de continuo al Nombre de Jesús como a subterfugio y garante para sus extravíos. Los acompañan, en el horrísono coro de sus profanaciones, los sectarios de todas esas sectas que se dicen cristianas surgidas muy al margen de la Iglesia, no menos que las manipuladoras industrias editorial, del espectáculo, etc., ganosas siempre de falsificar sin tregua, de permutar sin pausa las más necesarias certezas. No extraña, pues, que la ponzoñosa flexión de las nociones de «misericordia», «obediencia», entre otras, obtenga su triste audacia de esta inicial tergiversación.

El nombre re-presenta, hace presente lo que se nombra. De ahí que la litánica repetición del solo Nombre de Jesús, sin añadiduras -o, a lo más, con alguna breve súplica de tanto en tanto- constituyese la oración predilecta de  los monjes orientales en lejanas edades, reconocida su eficacia para suscitar más vivamente la presencia de Dios. Este Nombre, ante el cual toda rodilla se dobla y que Pedro proclamó «el único que nos ha sido dado bajo el cielo a los hombres para salvarnos» (Act 4,12), significa en la lengua de los hebreos precisamente que «Dios salva», fórmula que por sí sola basta para recordar, al reparo de todo devaneo antropocéntrico, que el hombre necesita ser salvo, y que sólo Dios puede alcanzarle la salvación. Mucho más correcta que aquella imprecisa definición que hace del hombre «la única criatura que Dios ha querido por sí misma» o «por sí mismo», según la ulterior ambigüedad de las traducciones (Gaudium et spes, 24,3), nos despierta al sentido de una dignidad que es todo menos que autónoma y que, perdida de hecho por el pecado, requiere restablecerse por la exclusiva referencia al Salvador.

El exquisito quiasmo acuñado por san Bernardo, que hace del Nombre de Jesús «mel in ore, in aure melos», traduce algo de ese inefable gusto que el Señor infunde a quienes buscan su rostro por la invocación de su Nombre. El mismo que inspiró a san Bernardino de Siena esa efusiva honra que los bienaventurados han sabido dar a Dios, para mayor exaltación de la facultad del habla:

    ¡Oh Nombre glorioso, Nombre regalado, Nombre amoroso y santo!    Por ti las culpas se borran, los enemigos huyen vencidos, los enfermos sanan, los atribulados y tentados se robustecen, y se sienten gozosos todos.    Tú eres la honra de los creyentes, Tú el maestro de los predicadores, Tú la fuerza de los que trabajan, Tú el valor de los débiles.    Con el fuego de tu ardor y de tu celo se enardecen los ánimos, crecen los deseos, se obtienen los favores, las almas contemplativas se extasían; por ti todos los bienaventurados del cielo son glorificados.