lunes, 28 de septiembre de 2015

PURAS NULIDADES

Los recientes decretos emanados por Francisco para acelerar los procesos de nulidad matrimonial -y que amplían las causales de la misma hasta el absurdo-, aparte de hallarse sustentados (como tantas otras disposiciones de Bergoglio) en el llamado «argumento ad báculum», resultan curiosamente sincrónicos y consonantes con otras varias nulidades de bulto, de esas que empecen y contristan al ancho medio sublunar. Coincidencia no fortuita, pues, el fantasma de la nulidad de la elección del argentino pontífice vuelve a aventarse, ahora por boca de uno de los principales impulsores de su candidatura, que admite con increíble cinismo haber sido parte de un mafioso clan de cardenales que conspiraron en las sombras para elevar a Bergoglio a expensas del entonces reinante Ratzinger, siendo que este género de maquinaciones está penada con excomunión en la constitución apostólica Universi Dominici Gregis, de 1996.

Otra nulidad rutilante fue la de los discursos de Francisco en EEUU, en el Capitolio y en la sede de la ONU, en donde habló con su insulsez característica, lo que no obstó para que cosechara aplausos entusiastas de parte de las personalidades presentes, lágrimas de senadores e incluso el estrambótico gesto de un legislador devenido pope fan, que corrió a sorber el remanente de agua del vaso en que bebiera Bergoglio para luego convidar a toda su familia a mojar la lengua en ese hontanar opimo. Quizás ni el horaciano O fons Bandusiae, splendidior vitro supere en intensidad emotiva al arrebato de estos fetichistas del sorbo de Bergoglio, y aún queda por refundarse un ciclo bretón para agasajo de este nuevo santo grial cuyo prodigio, por contraste con el de las bodas de Caná, consistiría en haber trocado el vino de la predicación evangélica en el agua turbia del culto sacrílego del hombre.




Entre paréntesis conste que ni aun el montaje que le armaron en su gira caribeño-norteamericana alcanza a disimular la impopularidad creciente de Francisco en su propia diócesis romana. «Los cristianos abandonados lo abandonan», titula un artículo que da cuenta de que el millón y medio de asistentes a las audiencias de los miércoles en la plaza San Pedro durante todo el año 2013 se redujo, en lo que va del 2015, a poco más de cuatrocientos mil. De prolongarse la ola descendente, en un par de años el Papa saldrá al balcón a contemplar las baldosas impertérritas. Otro inquietante rasgo de nulidad éste de la ingratitud creciente del populacho a su demagogo mayor, aburrido ya de sus piruetas, de los recursos circenses repetidos hasta el agotamiento.

Dijo Pieper que es por obediencia a la llamada de su Creador que las criaturas pasan de la nada al ser. La obra de inversión preternatural consiste en procurarles el máximo de reducción ontológica a los seres, devolviendo las cosas -si fuera esto posible- a la nada. Luego de haber conspirado exitosamente durante décadas contra la fe, esto es lo que se intenta ahora con el matrimonio: hacer de cuenta que aquello que es puede no ser ni haber sido; decretar, por puro arbitrio del hombre, la disolución de aquello que Dios ligó hasta la muerte dándole el mote de nulo. De lo que se trata es de anular, de un solo golpe, las realidades naturales y las sobrenaturales, haciéndolo justamente en aquel sacramento que se funda en una institución natural tan cara a los designios del Creador que no han faltado Padres que llamaran «sacramento» aun al matrimonio entre paganos.

Esta obra maldita, como se ve, no ha dejado de estar acompañada de signos que delatan una nulidad ya indisimulable pese a los esfuerzos publicísticos, de unos atributos de inconfundible vacuidad.

jueves, 24 de septiembre de 2015

APÁRTATE DE MI, SATANÁS


 por Antonio Caponnetto


El siguiente artículo forma parte del libro de reciente aparición: Francisco. Antología. Significativas declaraciones de personalidades del mundo católico sobre el actual pontificado (Buenos Aires, Santiago Apóstol, 2015).



La escena, no por muy conocida, deja de causarnos asombro y sobresalto. Nos la cuenta San Mateo en el capítulo dieciséis de su Evangelio.

Ya estaba Jesús en Cesárea de Filipo, cerca del Mar de Galilea y al pie del monte Hermón. Ya había multiplicado panes y peces, y había rebautizado al pescador Simón llamándolo Pedro, ofreciéndole a la par la jefatura visible de la Iglesia y las llaves del Reyno (Mt.XVI,13-20). Los grandes manantiales que alimentan al río Jordán hacían llegar su música, como un laúd inmenso con encordados de agua.

De pronto, el Señor anuncia su inminente pasión, y los muchos sufrimientos y suplicios que el trance le acarreará. El relato, por cierto, debió ser estremecedor e hiriente. Tanto, que movido por un impulso entre oscuro e indondable, mezcla de cielo y de azufre, Pedro lo aparta de la escena a Jesús, lo conmina a retirar lo dicho, asegurándole que nada malo de cuanto anuncia podrá sucederle a Él.

La respuesta y la reacción de Cristo ha pasado a la historia, y no debemos olvidarla jamás: “¡Quítateme de delante, Satanás! ¡Un estorbo eres para Mí, porque no sientes las cosas de Dios sino la de los hombres” (Mt.XVI, 22-23). Y abruptamente le cortó la palabra y le clavó la vista.

No le han faltado exégetas a este párrafo crucial –que vuelve a aparecer en Marcos VIII, 33- y comparando traducciones de reconocidas ediciones católicas de la Sagrada Biblia, concuerdan los principales intérpretes en que el verbo utilizado por el Señor para ordenarle a Pedro que se retirara de su vista es el mismo que utilizó en los exorcismos y en las duras tentaciones del desierto[1] . Con lo que queda abierta la posibilidad de que, en aquellas aciagas horas de prueba, el mismísimo Satanás hubiera podido apoderarse, siquiera fugazmente, del noble y rudo corazón de Pedro.

Monseñor Straubinger sostiene que Pedro no llegó a comprender entonces la verdadera misión mesiánica del Maestro, estando su amor en un estadio meramente sentimental. Emocionalismo de pescador hidalgo cuanto rústico, al que le faltaba aún la purificación del entendimiento que le traería el Paráclito con su fuego vivificador. Y un severo cargo le agrega: le faltó espiritu sobrenatural, de allí la airada pero justiciera admonición de Jesucristo, llamándolo con la crudeza con que lo llamó [2].

El ilustre Cardenal Gomá, por su parte, nos narra así el crucial episodio: “Indignóse Jesús y rechazó a Pedro, como se repele a un mal consejero […]. El momento es de fuerte dramatismo; rompe a hablar Jesús, increpando duramente al temerario apóstol. Conminó a Pedro diciendo las mismas palabras que en otra ocasión dijera a Satanás en el desierto, cuando se empeñaba en que no cumpliese la voluntad del Padre:¡Quitáteme de delante, Satanás; apártate de mi presencia, porque secundas la voluntad de Satanás […]. Vete detrás de mí, porque me eres escándalo, me estorbas en la ruta que el Padre me tiene trazada […]. Porque no entiendes las cosas que son de Dios, sino las que son de los hombres”[3].

Retratados quedan los perfiles esenciales que hicieron merecedor al mismo Pedro de volverse aliado del Maligno; y en consecuencia estorbo y escándalo para el Redentor. No se puede entender las cosas de los hombres a expensas de las cosas de Dios; y para entender rectamente las primeras han de estar ordenadas a las segundas, conforme a la sempiterna enseñanza que nos legaría después el apóstol San Pablo (I Corintios, III, 21): “todas las cosas son vuestras, pero vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios”.

Al magisterio de Benedicto XVI llegó la preocupación por esta encrucijada de la vida de su primer predecesor. Para él, lo sucedido a Pedro acontece cada vez que “no se razona según Dios sino según los hombres”. Porque “pensar según el mundo es dejar aparte a Dios. Por eso Jesús le dice unas palabras particularmente duras: ‘¡Aléjate de mí, Satanás! Eres para mí piedra de tropiezo’”[4]. Estorbamos a Dios –tengamos la jerarquía que tengásemos en la Iglesia- si nuestra forma mentis es antropocéntrica antes que teocéntrica. Mutación del orden de las predilecciones de la que se sirve Lucifer, otrora y ahora, aunque prelados como Kasper o Lehmann prefieran hablar de la liquidación del diablo en su nouvelle théologie.

Insiste Benedicto con el tema. “Pedro quiere un Mesías que realice las expectativas de la gente”. “Expectativas demasiado humanas”, pero que “la respuesta de Jesús echa por tierra, a la vez que lo invita a convertirse y a seguirlo. ‘Ponte detrás de mí,Satanás, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres’ (Mc.VIII, 33). No me señales tú el camino; yo tomo mi camino y tú debes ponerte detrás de mí”[5].

Y una vez más se ocupará del espinoso punto, en esta ocasión acaso dándonos una pista hermenéutica mayor. La actitud de Pedro, en aquella circunstancia preternaturalmente intranquilizadora, “se trata todavía de una confesión puramente judía, que interpreta a Jesús como un Mesías político, según las ideas de la época[…].Una intervención a la que Jesús –como hiciera cuando Satanás le ofreció el poder- responde con un brusco rechazo: ‘¡Quítate de mi vista, Satanás!. Tú piensas como los hombres, no como Dios’”[6].

Capital distinción la que nos deja planteada Benedicto XVI, entre un mesianismo carnalista, al modo hebreo, y el verdadero mesianismo que trasciende la carne y la sangre para aposentarse en el Espíritu. El primero facilita la acechanza satánica. El segundo es vehiculo de la Salvación. Podríamos invertir los términos y llegaríamos al mismo puerto comprensivo: cada vez que se piensa como los hombres y como el mundo; que se intenta congraciarse y congratularse de lo demasiado humano y mundano. Cada vez que a Dios se le pide comportamientos carnales, no martiriales, el viejo y gastado tronco del fariseísmo gana su tenebrosa batalla. La Iglesia se enferma, deducirá Castellani.

Si nos vamos a las antiguas fuentes de la pedagogía cristiana, la comprensión substancial del tema no varía. Para San Hilario, por ejemplo, el gesto de Pedro sólo fue posible, por “el instinto de las mañas del diablo” que se aposentó en su atribulado pecho. San Jerónimo, por su parte –que como todos exculpa a Pedro de cualquier intención dolosa- sostiene que, a pesar de la rectitud de sus intenciones, mereció la categórica reconvención del Señor. “porque la palabra Satanás significa adversario o enemigo”, y en aquel difícil percance, el buen apóstol se alineó en el campo enemigo y hostil a la misión redentora de Cristo. El Crisóstomo escribirá que “Pedro perdió su estabilidad”, y Teófilo que no conocía sino carnalmente lo que es humano. Sintetizando la incógnita Santo Tomás nos explicará que Pedro dio escándalo con su ignorancia y su actitud acorde, porque “Él llama escándalo para Él a todo discípulo que peca, como decía San Pablo (Corintios 11): ‘¿quién es escandalizado sin que yo sufra’?”[7]. Cuidado entonces con aquella enemistad que puede empezar con las más promisorias intenciones pero que fuera de cauce y de quicio- acaba prestando un servicio al Enemigo por antonomasia.

Por fin,si algún epítome transfigurado de belleza se busca del mistérico e ilustrativo pasaje, allí está el Sermón 330 de San Agustín. Contemplemos su gráfico estrambote: “escuchasteis lo que respondió el bienaventurado Pedro al Salvador, que le anunciaba su pasión por nosotros y en cierto modo la prometía. El cautivo contradecía a su redentor. ¿Qué haces, oh apóstol? ¿Cómo le contradices? ¿Cómo dices: Eso no acontecerá? Entonces, ¿no ha de sufrir la pasión el Señor? La palabra de la cruz es escándalo para ti; es necedad para los que se pierden. ¿Necesitas ser redimido y contradices a quien va a pagar tu rescate? No quieras enseñar a tu maestro; busca tu precio, salido de su costado. Escúchalo, más bien, tú cuando te corrige; no quieras corregirlo a él; está fuera de lugar, es alterar el orden. Escucha lo que le dice: ¡Aléjate de mí! Como él lo dijo, yo lo repito; ni callaré las palabras del Señor ni hago injuria al apóstol. Cristo el Señor dijo: ¡Aléjate de mí, Satanás! ¿Por qué Satanás? Porque quieres ir delante de mí; pues, si vas detrás, me sigues; si me sigues, tomas tu cruz, y, en vez de ser mi consejero, serás mi discípulo”[8].


La vigencia del drama

No escapará a la acuidad del lector, que hemos comenzado considerando este misterio de un Pedro llamado Satanás por Cristo, precisamente porque creemos que la descorazonadora historia se está repitiendo hoy. Con Francisco como protagonista y responsable del trance escandaloso, usando el término en su sentido más apropiadamente teológico.

Dos años largos corren ya de su pontificado y la crónica de la desolación acrece día a día. A veces, sin hipérbole, hora tras hora de una misma jornada. Son muchos los católicos autorizados y contritos –perplejos sino atónitos- que llevan la crónica de sus desafueros doctrinales, de sus juicios erráticos, de sus enseñanzas equívocas, de sus heterodoxias múltiples, de su predicación heretizante, de su sincretismo extremo, de su irenismo atroz, de su liturgismo horizontalista, de su ecumenismo nivelador, de su humildad sobreactuada. Sí; también esto último. Porque es de suponer que de San Ignacio debió captar que el primer grado de la humildad[9] es el martirio causado por ir contracorriente del mundo, a causa de no querer pecar. Y no llevarle un emparedado a un soldado de la Guardia Suiza, mientras decenas de cámaras registran y publicitan el inusual episodio.

Son muchos -e insistimos, ya no feligreses de a pie o rebeldes destemplados, sino representantes de la mejor intelectualidad católica, del resto fiel de la Jerarquía y de bautizados leales- los que no pueden salir del desconsuelo y del asombro, y aún, en ocasiones, de la indignación, al constatar el pertinaz desapego por la Verdad que manifiesta el Obispo de Roma. Sea que hable de Dios, de cristología o de eclesiología; de los novísimos o de la gracia; del judaísmo, de las religiones falsas y hasta de las sectas, de los consejos prácticos para el buen vivir y aún de moral conyugal; de cuestiones fundamentales y básicas de la familia, del vicio nefando de la sodomía; del pecado en general, de los sacramentos, de la educación y de la vida religiosa. Todo; absolutamente todo lo que roza, con una facundia sin pausas para el silencio engendrador de la palabra luminosa, lo aborda dejándonos el regusto amargo del yerro, o del límite con el dislate, o de la innovación confusa, o de la disolución dogmática, o del contubernio con los enemigos de la Fe, o de la insolvencia intelectual, o –digámoslo todo- de la insensatez y la herejía.

Puede violentar esto último, y a nosotros mismos nos lacera escribirlo. Pero ocurre que el 23 de mayo de 2015, la diócesis de Phoenix, en los Estados Unidos de Norteamérica, convocó a una jornada de encuentro y oración con pastores de grupúsculos evangélicos –de los mismos que Francisco no trepida en recibir bendiciones con gestos de inclinación o de genuflexión plena- y a los escasos minutos de hacer uso de la palabra sostiene que “le viene a la mente decir algo que puede ser una insensatez o una herejía”. Y lo que dice,en efecto, mezcla inarmónicamente ambas cosas. Compruébelo quien lo desee[10].

Pero aunque nada de esto hubiera proferido, el sentido común reclama sus fueros para preguntarse entre quebrantos: ¿qué hace entreverado con cismáticos de larga y penosa data, ofreciéndoles unidad de sangre, juntura fraterna y unciones reverentes, quien se supone que debería estar allí para convertirlos, testimoniando la Fe Verdadera, fuera de la cual no hay salvación? ¿Cómo es posible que, con acento urgido, les proponga la convivencia de credos, confrontando dialécticamente a los teólogos con el Espíritu Santo, porque “si esperamos que los teólogos se pongan de acuerdo, la unidad recién se va a lograr al día siguiente del Juicio Final”? ¿No tiene acaso esta referencia parusíaca un parafraseo paródico del ut unum sint pronunciado por Nuestro Señor (Jn. 17,11-19)? ¿No confía él mismo en teólogos como Kasper, a quien pondera de modo ostensible, sin reparar en que no pocas de sus páginas están totalmente reñidas -esas sí- con los dones del Espíritu Santo?

¿Cómo es posible que indistinga a sabiendas a “evangélicos, ortodoxos, luteranos, católicos, apostólicos”, como indistinguió a "Jesucristo, Mahoma, Jehová, Alá [pues] estos son todos los nombres utilizados para describir un ente que claramente es el mismo en todo el mundo”?[11] ¿Cómo es posible, al fin, que si constata que le viene a la mente algo que puede ser insensatez o herejía, no sólo no reprima o controle sus dichos en atención a su grave investidura, sino que no ofrezca después la reparación de la ortodoxia y de la definición firmísima? Por el contrario, y él mismo lo ha dicho, parecería disfrutar retratándose “medio incosciente”, con una “inconsciencia que lleva a veces a ser temerario”[12].¿No se da cuenta de que, cada vez que habla, tienen sus voces una resonancia universal, por razones obvias y aún pese a sí mismo, y que no puede darle a sus comentarios el tono de esas charlas de café, a las que aludía Ramón y Cajal?[13].

Ni el mismo Sacramento de la Eucaristía lo detiene en su temeridad de hablar “lo que le viene a la mente”, sin medir las consecuencias de cuanto dice. Nos lo hacía notar uno de nuestros entrañables maestros mientras redactábamos estas líneas. En el Angelus de domingo 7 de junio de 2015, Festividad de Corpus Christi, sostuvo Francisco que “con este gesto[el de tomar el pan y decir ‘esto es mi cuerpo’] Cristo le asigna al pan una función que no es más la de un simple alimento físico sino la de hacer presente su Persona en medio de la comunidad de los creyentes”. Si lo que cambia es la función; la función o potencia para la operación pertenece a la categoría de accidente, no a la de substancia. Ergo, las palabras de Cristo –y la de los sacerdotes que las repiten en tanto alter Christus- no obrarían un cambio de substancia o transubstanciación, sino un cambio meramente accidental. Nada más y nada menos que lo contrario de lo que enseñó la Iglesia durante veinte siglos.

Para mayor confusión agregó Francisco en la misma homilía de Corpus que “el Cristo que nos nutre bajo las especies consagradas del pan y del vino, es el mismo que nos viene al encuentro en los acontecimientos cotidianos; está en el pobre que tiende la mano, está en el sufriente que implora ayuda, está en el hermano que demanda nuestra disponibilidad y espera nuestra acogida”. No son homologables estos modos de presencia real de Nuestro Señor –el sociológico y el sacramental, digámoslo así- pues ninguno de aquellos modos, por valiosos que sean y lo son, pueden parangonarse con la Eucaristía. Para comprender cuanto decimos ni a Trento o a Nicea hay que remitirse, ni a ninguno de los autores “restauracionistas” frente a los cuales, ya se sabe, Francisco ha manifestado sus reticencias. Baste releer la Mysterium fidei de Paulo VI.

Por si no fuera ya demasiado abrumador el panorama descrito, el mundo acaba de celebrar gozoso la aparición reciente de la Laudato si, la carta encíclica de Francisco subtitulada sobre el cuidado de la casa común. El respeto intelectual y la humana prudencia invitan a no despachar en un párrafo liviano lo que debería ser objeto de cuidadoso análisis. Lo admitimos. Como admitimos también, de buen grado, los aspectos lúcidos y veraces que el texto contiene y ofrece. Pero si se nos permite un juicio en epítome, movido por la perentoriedad, el mismo no puede sino ser altamente negativo y angustiante.

Porque más allá de las jocosidades que el documento ha suscitado –al ocuparse de cuestiones baladíes como el uso de los calefactores o el apagado de las luces innecesarias-; más allá incluso de las obviedades presentadas como grandes categorizaciones científicas, y de las concesiones múltiples a la semántica gnóstica de las corrientes verdes emparentadas con la New Age. Más allá del sincretismo desolador que recorre sus páginas, todo indica que Francisco ha querido dar a conocer una especie de neo-cosmogonía, que ya no es, por cierto, la de la tradición católica.

En esta neo-cosmogonía la tierra resulta una madre cuasi deificada, frente a la cual pecan los hombres que la destratan o descuidan. La expiación y la redención de este pecado contra la tierra, exigen una conversión ecológica y un salvador ecológico. El cual –entre otros dones- deberá tomar las formas de una Autoridad Mundial, paterna, vigilante y correctora a la vez. Lo paródico vuelve recurrentemente por sus fueros en el magisterio bergogliano. Y aterra, para ser francos, hasta dónde puede avanzar este magisterio por el sendero de la paráfrasis, el simulacro, la mascarada o el remedo. ¿Cómo no llorar de desconsuelo y reír a la par de risa agitada y convulsa, al saber que la Iglesia viene de ser diagnosticada por los papas precedentes como la barca que hace agua por los cuatro costados o el lugar en que la cizaña parece prevalecer por sobre el trigo; y ante semejante desenlace, que bien puede ser un inequívoco signo parusíaco, el actual pontífice, en vez de preparar a los fieles para la Segunda Venida, tenga por deber prioritario advertirlos sobre los riesgos del calentamiento global o del reciclado del material plástico?

Se necesitaría la pluma y el genio de Rubén Darío para reescribir Los motivos del lobo ante la Laudato si. Porque en rigor, más incentivos al lobo que al buen pastor pueden proporcionar las páginas de esta extraña e inquietante encíclica.

Como lo anticipábamos antes, no conviene seguir con la crónica desgarradora de estos males en los que Francisco nos envuelve y arrastra. Y no porque no se necesiten cronistas de la crisis, o si se quiere, de la apostasía, sino porque parécenos más importante que registrar la letra de este mal enorme, el desentrañar su espíritu. Sólo así podremos abrigar la esperanza de hallar la salida.

Y ese espíritu que informa tamaño desquicio es el que explicamos al principio. El de un Pedro llamado Satanás, porque carece de una mirada sobrenatural de las cosas, porque busca conformarse primero a los hombres y al mundo que a Dios, porque lo mueve el sentimentalismo antes que la razón iluminada por la Fe, porque prevalece en él el extravío judaico al que se rinde y le rinde vasallaje; porque, en definitiva y por todo ello, se comporta como un estorbo y un tropiezo para Jesucristo.

Los argentinos tenemos además una involuntaria ventaja para sostener esta desgarradora hipótesis sobre Francisco. Ventaja sin mérito alguno, que a veces no atinan a valorar en su justa medida los observadores extranjeros, tomándonos por exagerados. No nos viene de ningún talento especial esta ocasional y no buscada perspicacia sobre la Iglesia y su actual pontífice, sino del simple hecho de conocer al personaje al desnudo, de entrecasa y durante largo tiempo. De conocerlo en su medio y en su real talante. Sólo para nosotros, por ejemplo, cobra un patético y aterrador sentido verlo al Cardenal Bergoglio recibir en la Santa Sede a la hez de la política y de farándula nativa. Y recibirlos a sus integrantes, no como a pecadores públicos a los que se reconviene con caridad y energía, sino como compinches de correrías pasadas, de amicales relaciones presentes y de trabajos futuros en común. Sólo para nosotros ese desfile impúdico de depravados vernáculos de todo jaez, nos llena el alma de una particular amargura, nos solivianta e irrita de un modo particularmente concreto y vívido. Porque ningún correctivo o pedido de enmienda hay para ellos, sino por el contrario, las ternezas de un compañerismo que irrita y subleva; el plebeyismo y hasta la vulgaridad en el trato, que han ganado triste carta de ciudadanía en estos lares argentos, y ahora vemos exportado nada menos que a Roma.

Dicen que en la tumba de Roberto Pecham un católico perseguido por Enrique VIII, se puede leer este epitafio: “Aquí descansa Roberto Pecham, un inglés católico, que, al separarse Inglaterra de su Iglesia, abandonó su patria, porque no podía allí vivir sin fe; vino a Roma, y murió, porque no podía vivir aquí sin su patria”. A los argentinos católicos, a partir del ascenso al Papado del Cardenal Bergoglio, deberían escribirnos en nuestras lápidas, algo más o menos similar: “Aquí descansa Fulano, un argentino católico que, al separarse Argentina de la verdadera Iglesia que le dio el ser, abandonó su tierra, porque no podía vivir sin patria; vino a Roma, y murió, porque no podía vivir aquí sin su Fe”.

Agréguese a lo dicho –esto es, a la particular percepción argentina de la crisis eclesial que padecemos- la mitología urbana de la modestia del Cardenal Bergoglio, alimentada de tal modo aquí, en Buenos Aires, y exportada ahora acullá, tras el Atlántico, que aún en lo que la misma leyenda pudiera tener de cierto, el abuso de la misma ya tiñe todo de sospecha y de caricatura. Nos resulta difícil no asociar el punto a la escena tercera del Fausto de Christopher Marlowe, cuando Mefistófeles se le hace presente al protagonista central de la novela, y éste no acabando de creerle que se trata de un demonio, le pide que se retire y que retorne vestido de franciscano, porque sería la forma sagrada con que mejor podría el diablo ocultarse y manifestarse a la vez. Todo, en suma, nos remite, una vez más, a la circunstancia de Cristo gritando su inmortal ¡vade retro! a quien entonces lo merecía.


¿Quo vadis Domine?

Pero la historia de Pedro –bien lo sabemos- no acaba con un Cristo transido de comprensible ira llamándolo demonio, ni con el gallo tempranero que atestigua su deserción, ni con las debilidades de hombrón elemental, precipitado y bueno. Acaba en el triple examen del amor aprobado con holgura; en la confesión plena y categórica de que Jesús es el Dios Verdadero; en su Cátedra de la Unidad erigida, precisamente, contra el diablo que ronda con voz rugiente buscando a quien devorar (1 Pedro 5,8). Acaba con esas misivas iluminantes escritas a los fieles del Ponto, Galacia Capadocia, Asia y Bitinia. Acaba con su pontificado de largos y fecundos lustros. Acaba, al fin y para su gloria, con la santidad y el martirio.

Una noche del año 64 le volvió el miedo y sintió el humano horror ante la posibilidad de que lo mataran. El mismo rechazo al sufrimiento y al suplicio que años atrás lo había movido insensatamente a querer corregir la vocación del Mesías. Decidido a fugarse,habrá puesto en la alforja algún mendrugo leve y comenzó su huida, sobresaltado, por los pedregales de la Via Appia.

La poesía –que desde Aristóteles sabemos que es más verdadera que la historia- cuenta que en medio de la desbandada se le apareció Jesucristo, con una cruz inmensa sobre uno de sus hombros. El diálogo del camino entre los dos ya es parte sustantiva de nuestra catequésis. “-¿Adónde vas, Señor?; -Voy hacia Roma, a hacerme crucificar de nuevo”.

El óleo de Annibale Carracci, expuesto en la National Gallery de Londres, retrata la legendaria escena
mostrando un Cristo vigoroso y macizo, señalando con la diestra la Roma hacia la que se encamina; pero nos permite ver a un Pedro que se inclina y se ataja a la vez, con brazos y piernas, mientras en la mirada ya está entera la decisión correcta que está pronto a tomar. A su vez, en la Capilla del Domine Quo Vadis, erigida en la Via Appia Antica, se venera una losa con las huellas de dos pies. Serían los del Señor, exactamente en el sitio en que se le plantó a su Vicario, para recordarle que no hacía tanto, quien ahora se daba a la fuga, le había dicho: “Tú eres Cristo, el Hijo del Dios Viviente”. Entonces, era la hora de imitarlo también en el calvario. Lo entendió Pedro.

En la cárcel Mamertina, a la que fue arrojado antes de la crucifixión, convirtió a sus mismos carceleros, Proceso y Martiniano, futuros mártires ámbos. Y después, si se nos permite suponerlo de la mano de los Padres del Desierto,pudo haber caído en un glorioso estado de hesicasmo. Que significa (dicho de un modo simplista, perdónesenos) por un lado, una paz interior profunda, fruto de la unión con Dios. Por otro lado el silencio y la soledad de quien no necesita sino el Verbo y la Compañía de la Cruz. Y en tercer lugar la quietud del movimiento hacia el Motor Inmóvil.

En ese estado llegó al instante cumbre de la sangre vertida por el honor de Cristo Rey. La parábola del rústico que fue llamado Satanás, se cerraba con el pontífice mártir, transfigurado de Verdad, de Bien y de Belleza.

Quisiéramos que así se cerrara también la parábola de Francisco. Y rezamos por él, como lo pide; porque si su conversión no acontece, sucesos aún más desgarradores sobrevendrán en la vida de la Iglesia. Habrá que prestar atención al terceto de Castellani:

“¡La rutina dejad, dejad las pullas,oíd las guerras y el rumor de guerra,
mirad del Anticristo las patrullas!”

Rezamos por Francisco; por cierto. Pero rezamos también por sus víctimas, que somos todos nosotros: sencillamente los católicos a quienes la enseñanza y la conducta del Pastor Universal arroja a la confusión, la ignorancia, el error y la mentira. Y hasta con sofocante reiteración parece arrojarlos incluso a la compatibilidad entre el catolicismo y la contranatura. Estamos pensando y pesando cada palabra que decimos. Pero es que son los hechos –vueltos del dominio público en los días que corren- los que nos obligan a expedirnos del modo en que lo hacemos.

Lewis tomó prestada una metáfora de David Lindsay sobre la torre de Babel para componer una de sus novelas. La metáfora alude a los efectos mortíferos de aquella atalaya ruin, como “la sombra de esa fuerza maligna”. Creemos firmemente, y con la misma firmeza esperamos, que la luminosidad benigna de la cúpula de San Pedro, disipe el eclipse que causó y sigue causando aquella torre endiablada. Pero aquí y ahora, cuando los signos prevalentes en el paisaje romano, son un rayo que causa estrépito en el cimborrio, y un cuervo que se devora a una paloma[14], necesitamos de la oración profunda y constante pidiendo la gracia de constatar que la promesa del Señor se cumple: que contra la Piedra no podrán prevalecer las potencias abisales.

La antología que sigue a continuación de estas líneas introductorias, probará con dolor filial, que no puede ya callarse el inédito mal que hoy nos sacude, como hijos y miembros de la Iglesia. Pero probará también, y eso deseamos de modo expreso y enfático, que junto al dolor nos queda la esperanza. Esa que no puede extirparnos ninguna peripecia humana, ningún naufragio, ningún viento huracanado y homicida, ninguna sombra maligna ni centella tormentosa.



NOTAS:

[1] Cfr. Horst Balz y Gherard Schneider, Diccionario exegetico del Nuevo Testamento, Salamanca, Sígueme, Biblioteca de Estudios Bíblicos,1998.
[2] Juan Straubinger, La Santa Biblia, La Plata, Fundación Santa Ana, 2001, Mc.VIII,32 y Mt. XVI, 22.
[3] Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio explicado, Barcelona,Rafael Casulleras, 1949, vol.III, p. 51.
[4] Benedicto XVI,Angelus,Palacio Pontificio de Castelgandolfo, Domingo 28 de agosto de 2011.
[5] Benedicto XVI,Los apóstoles y los primeros discípulos de Cristo, Buenos Aires, Agape, 2009, p. 50-51.
[6] Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Buenos Aires, Planeta, 2007, vol. I, p. 345.
[7] Santo Tomás, Catena Aurea, San Mateo, XVI, 22-23 y Marcos VIII, 27-33.
[8] San Agustín, Sermones, Madrid, BAC, 1985.
[9] San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, 164-168.
[10] Cfr. VIS, Vatican Information Service, 25 de mayo de 2015, Francisco reza con los pastores evangélicos pentecostales de Phoenix por la unidad de la Iglesia; http://visnews-es.blogspot.com.br/2015/05/francisco-reza-con-los-pastores.html
[11] Disertación ante fieles y dirigentes católicos, del miércoles 3 de junio de 2015, cfr. http://www.cbn.com/mundocristiano/elmundo/2015/June/Papa-Francisco-dice-que-el-Coran-es-lo-mismo-que-la-Biblia/
[12] Francisco, Audiencia al Movimiento Católico Internacional de Schoenstatt, 25 de octubre de 2014.
[13] Don Ramón y Cajal es autor de un simpático libro llamado Charlas de café [hay varias ediciones,pero tenemos a la vista la que sacó la famosa Colección Austral de Espasa Calpe, hacia 1947], en el cual dice “El hombre que se dedica a la ciencia, al laboratorio, no tiene necesidad de ser un cartujo […],y para ello, nada mejor que relacionarse con toda clase de personas siendo asiduo de cafés, peñas y casinos". No decimos con esto que el Papa debe ser necesariamente un cartujo, pero sí que le cuadra más andar de vida recoleta y de espíritu monástico, que parloteando como si estuviera en “cafés, peñas y casinos”.
[14] Los hechos aludidos son reales.El episodio del rayo sucedió el día de la renuncia de Benedicto XVI ,el 12 de febrero de 2013; y el de la paloma el 26 de enero de 2014,cuando dos niños que acompañaban a Francisco y por indicación de él,arrojan unas palomas desde el ventanal del Vaticano que suele utilizar para hablar. Cfr. https://www.youtube.com/watch?v=aUHG_miujUAA y https://www.youtube.com/watch?v=gHuI9Ofuc38


martes, 22 de septiembre de 2015

FRANCISCO COMENTA EL APOCALIPSIS EN PLENO VUELO

Un malabarista de la exégesis
Los vuelos en avión parecen arrancarle a Francisco algunas de las perlas más rutilantes de su "magisterio líquido". Alguna vez notamos el caso aquí, muy sobre el comienzo de su impar pontificado. Ahora, en raudo tránsito aéreo de Cuba a Estados Unidos, el mismo pontífice que en el curso de su primera homilía en Santa Marta se sirvió extrañamente recordar la novela de R. H. Benson Señor del mundo (anticipación profética acerca del efímero reinado universal del Anticristo), cuando incluso entre los más despistados se adensan las sospechas sobre el carácter preternatural de su gobierno, él sale al cruce de las habladurías y demuestra que no hay tema que, por urticante, le esté vedado a su lengua. Y lo hace con una anécdota que merece ser comentada línea por línea. Nos abstendremos de hacerlo, limitándonos apenas a subrayar lo más destacable del entrevero con un periodista. (Fuente: aquí).

-Santidad, sus reflexiones, también sus denuncias sobre la iniquidad del sistema económico mundial, el riesgo de autodestrucción del planeta, son también denuncias incómodas en el sentido de que tocan también intereses fuertes, el tráfico de armas, etcétera. En víspera de este viaje, surgieron consideraciones bastante extrañas, y también medios bastante importantes del mundo las retomaron y sectores de la sociedad norteamericana que llegaron a preguntarse también si el Papa es católico. Ya había habido discusiones de los que hablaban del Papa comunista, ahora hasta están los que hablan del papa que no es católico. Ante estas consideraciones, ¿usted qué piensa?
-Un cardenal amigo me contó que fue a lo de él una señora muy preocupada, muy católica, un poco rígida, pero buena católica. Y le preguntó si era verdad que en la biblia se hablaba de un anticristo y él le explicó. Y también en el Apocalipsis ¿no? Y después, si era verdad que se hablaba de un anti-papa, que el anti-cristo, el anti-papa. ¿Pero por qué me hace esta pregunta? Preguntó el cardenal. Porque yo estoy segura de que el papa Francisco es el antipapa. ¿Y por qué pregunta esto, por qué tiene esta idea? Y, porque no usa los zapatos rojos, así, histórico. Los motivos, de pensar si uno es comunista, no es comunista. Yo estoy seguro de que no he dicho una cosa más que no hubiera estado en la doctrina social de la Iglesia.

jueves, 17 de septiembre de 2015

NULIDADES DE BERGOGLIO

Remitimos a un artículo recientemente publicado en Adelante la fe en el que el autor, Juan Andrés de Jorge García Reyes, replica a aquel otro de Paolo Pasqualucci que ofrecimos en nuestro último post. Conscientes de que no podemos disputar en el terreno de la normativa sacra con quien se presenta como doctor en derecho canónico, formularemos nuestros reparos sencillamente a la luz del sensus fidelium común a todo bautizado, sabedores de que es esa certeza sobrenatural la que informa, a la postre, al Ius Canonicum.

Pasqualucci había reparado en que los recientes motu proprio de Francisco, al introducir como causal de nulidad la «falta de fe» de los contrayentes, incurría en posible error in fide y en consecuente corrupción de la doctrina. Bien se ha señalado que, entre otras absurdas consecuencias que le son anejas, esta disposición invalidaría de plano todos los matrimonios mixtos. García Reyes aduce -pese a reconocer que, de hecho, se estaría introduciendo una forma más agresiva del "divorcio disimulado" ya vigente- que, de derecho, en los textos de Francisco
no se niegan manifiestamente los principios del matrimonio canónico: sus bienes y fines, la indisolubilidad, la unidad, la fidelidad, la procreación, la necesidad de un proceso canónico -aunque sea en apariencia- para establecer la nulidad. En el fondo el Papa sigue la evolución del Derecho Canónico habida desde el Concilio Vaticano II y en la reforma del año 1983: en ellas se practicaba de hecho el divorcio disimulado (la nulidad a petición de los cónyuges por cualquier causa), aunque se mantenía una cierta capa de formalidad jurídica que sostenía los principios jurídicos de siempre.
La novedad surgida consiste en que el Papa ha acelerado y facilitado aún más este modo de proceder, aunque manteniendo en principio las formalidades jurídicas mínimas. Con la salvedad de que las nuevas normas están repletas de ambigüedades, cabos sueltos, generalidades y falta de delimitación que exigiría la seguridad de una mínima técnica jurídico-canónica.
De hecho se va a la destrucción del matrimonio. Pero no es fácil, con la legislación actual en la mano, sostener la presencia de una herejía formal
como lo desliza Pasqualucci, infiriendo
el motivo de la falta de fe de uno de los contrayentes como causa de nulidad como el indicativo de que el matrimonio pasa de ser un sacramento, con efectos de ex opere operato, a un sacramental con los efectos propios del ex opere operantis. Pero de nuevo hay que tener en cuenta que el problema se centra en la interpretación de lo que haya de entenderse por falta de fe. Pasqualucci lo entiende como algo diferente de la tradicional exclusión de la sacramentalidad del vínculo. Pero la dicción de la nueva legislación es ambigua y puede significar, en realidad, una u otra cosa (la falta de fe que puede generar la simulación del consentimiento o el error que determina la voluntad).
Creemos, por el contrario, que en el insoslayable contexto en el que esta nueva legislación viene a proponerse, de no mediar aclaración sobre el concepto de «falta de fe», éste debe interpretarse no tan restrictivamente -negación explícita de la sacramentalidad del vínculo- sino en su sentido más primario y obvio -falta del don sobrenatural de la fe en el momento del consentimiento. Viene sugiriéndolo el propio Bergoglio desde hace tiempo, trayendo con frecuencia a cuento las desdichadas máximas de su predecesor en el arzobispado de Buenos Aires, el cardenal Quarracino, para quien «la mitad de los matrimonios eran nulos porque se casan sin madurez, sin darse cuenta de que es para toda la vida, quizás se casan por motivos sociales». Lo que le daría una insostenible torción subjetiva al derecho sacro (¿cómo comprobar esta falta de fe, sin una manifiesta y objetiva declaración de esta falta al momento de celebrarse el matrimonio?), a la par que reflotaría  la herejía de los donatistas, que condicionaban la validez de los sacramentos a la disposición interior de sus ministros. [Dejamos entre paréntesis, para no irnos por las ramas, otras causales insólitas enunciadas por Bergoglio para dar lugar a la nulidad del vínculo, como «la brevedad de la convivencia conyugal», «la persistencia obstinada en una relación extraconyugal en el momento de la boda o en un tiempo inmediatamente posterior», no menos que aquel sugestivo «etc.» del final.]

Queda en pie, con todo, la objeción más relevante: la Iglesia no ha exigido de sólito la posesión de la fe stricto sensu en los contrayentes, sino aquello que se conoce como intención general. De ahí la cita que Pasqualucci trae de Juan Pablo II: «una actitud de la pareja de novios que no tome en cuenta la dimensión sobrenatural del matrimonio, puede hacerlo nulo sólo si afecta a la validez en el plano natural, en el cual es puesto el mismo signo sacramental». En otras palabras: «la doctrina de la voluntas generalis o intentio generalis, que defiende el papa Benedicto XIV, consiste en el conocimiento elemental y suficiente de la esencia del matrimonio que el contrayente posee en el momento de intercambiar el consentimiento matrimonial, por lo que tan sólo en el caso de que alguno de los contrayentes estuviera en un error sobre las propiedades esenciales del matrimonio o sobre su dignidad sacramental y que este error fuera plasmado en una condición expresa podría realizar un consentimiento inválido, ya que se presume que la intención general que poseen los nubentes en el momento de contraer matrimonio coincide con el proyecto que Dios tiene sobre el matrimonio y que ellos, en razón de su naturaleza, son capaces de comprender y aceptar. Por tanto, para que los contrayentes contrajeran un matrimonio inválidamente habría que demostrar que la intención de estos, que es la que constituye el consentimiento matrimonial, ha sido contraria a la intención general de contraer según el plan divino sobre el matrimonio y que nos ha sido revelado en Cristo. Así pues, únicamente la positiva voluntad contraria sobre las propiedades esenciales del matrimonio o sobre su sacramentalidad, y que se manifestaría en una condición explícita, haría nulo el matrimonio (Domingo Moreno Ramírez, Relevancia de la sacramentalidad del matrimonio en relación con la nulidad del consentimiento. Ediciones Universidad San Dámaso, Madrid, 2014, pp.136-7).

Con el autor de la nota que repasamos, no dudamos de que «se continúa socavando la institución matrimonial por medio de ambigüedades, de declaraciones que parecen mantener la doctrina pero cuyos contenidos la destruyen. En definitiva, el método característico de la teología neomodernista que hoy día impregna toda la Iglesia». Pero sostenemos que el eficacísimo "método de las formulaciones ambiguas" termina por ser traicionado por sus mismos promotores. Porque si a la psicología del apóstata (y más cuando la apostasía afecta a una alta dignidad) le es inherente la impostura, la simulación, esto es hasta el momento de la -llamémosle así- "declaración formal de apostasía", que supone un acto de prepotencia -es decir, una falaz demostración de victoria. Tal fue el afán hipertélico que consumó la derrota de Satanás en el Gólgota, en la hora misma y poder de las tinieblas. La transposición flagrante del límite doctrinal -trátese o no del asunto que tocamos en este artículo-, a modo de un "quitarse la máscara", podría señalar de una buena vez la salida de esta horrible coyuntura postconciliar, separando chivos de corderos. Lo sugiere casi patológicamente el autor de la Evangelii Gaudium en su nº 222: «hay una tensión bipolar entre la plenitud y el límite». Ergo: al traste con el límite, que nos impide ser en plenitud. Anomia, o bien «yo (cada cual), legislador».

Este paso o salto allende el límite lo exige ese sentido de justicia irresistible a la criatura, que hace que los mismos réprobos -según conocida imagen explotada por la literatura y los miniaturistas medievales- se arrojen voluntariamente en las llamas aunque no dejen luego de maldecir sus penas.

sábado, 12 de septiembre de 2015

¿NO SE ALTERA ACASO LA DOCTRINA SOBRE EL MATRIMONIO?

por Paolo Pasqualucci
traducción: F.I. El título no corresponde al original)

El autor propone algunos fértiles interrogantes a propósito de los dos recientes documentos por los que Francisco entiende reformar los procesos de nulidad matrimonial, deduciendo que «si se puede demostrar que la bergogliana reforma del procedimiento canónico altera el significado del matrimonio católico, entonces la doctrina se ve afectada y nos encontramos ante la posibilidad de error in fide manifiesto de parte del Papa». Sin necesidad de remitirse a Trento ni al viejo Codex Iuris Canonici, fincando no más en el código juanpablista y aun remitiéndose al Catecismo publicado por el papa polaco (cuya enseñanza en punto al sacramento del matrimonio no se aleja de la doctrina tradicional), quedan identificadas con claridad las temerarias innovaciones de Bergoglio. El autor se sirve para ello de una fuente escrita que anuncia para el 30 de septiembre (en el Angelicum, de Roma) una conferencia internacional en preparación para el Sínodo Ordinario del mes de octubre, retomando de la misma fuente un pasaje con que inicia sus agudas observaciones. A saber:


1. Aquí, el paso crucial:

"En estos dos documentos, de manera discutible, es nuestra impresión (y esperamos que sólo sea nuestra impresión y pueda ser desmentida), aparte de algunas otras innovaciones cuestionables que habían sido anticipadas en diferentes niveles y adelantadas desde el pasado extraordinario sínodo de 2014, se haya infligido un grave vulnus a la teología de los sacramentos, degradando -según parece- la dignidad del sacramento del matrimonio a aquella de... mero sacramental. En efecto, desde el momento en que se hace depender [Reglas Procesales, art.14 § 1] la validez -o poco menos- del matrimonio de la fe de alguno de los contrayentes (que es cosa muy diferente de la tradicional exclusión de la sacramentalidad del vínculo), de hecho, ésta viene a subyacer a la santidad de sus ministros (¡en el matrimonio, los ministros son ambos novios!). El matrimonio, por lo tanto, ya no es válido ex opere operato, sino más bien ex operae operantis (cfr. Cat.I.C n. 1127-1128), y su disolución deviene, de hecho, un auténtico divorcio... Esperamos que la nuestra sea sólo una impresión y que reciba una aclaración adecuada".

Comentario del quisque de populo. Cosa de nada: el matrimonio que de hecho decae de sacramento a contrato o acuerdo entre las partes, si su validez depende de la buena disposición interior de las partes, ejemplificada aquí en la posesión mayor o menor (por las partes) de la fe católica auténtica, si uno dice que faltaba esta fe en el momento del fatal, entonces, ¿el matrimonio ya no es válido? ¿Nunca ha habido tal matrimonio? Por cierto, ¿cómo saber que esta fe faltaba? Estamos en plena chacota. Los "sacramentales", dice el Cat.I.C 1667, son «signos sagrados [imposición de las manos, señal de la cruz, aspersión con agua bendita] por medio de los cuales, con una cierta imitación de los sacramentos, se significan y, por impetración de la Iglesia, se obtienen efectos especialmente espirituales». El matrimonio católico se convertiría así en "una cierta imitación del sacramento" si su validez llegara a depender de la fe personal de cada contrayente. ¿No son, en cambio, "los frutos" del sacramento los que dependen de la disposición personal de aquel que, en este caso, es el ministro? Los frutos, no la validez. Su eficacia, no su validez.



2. El texto anterior repropone la doctrina correcta, confirmada por Juan Pablo II en su discurso a la Rota Romana el 30 de enero de 2003:

«La importancia de la naturaleza sacramental del matrimonio, y la necesidad de la fe para conocer y vivir plenamente esta dimensión, podría dar lugar a algunos malentendidos, ya sea acerca de la admisión a la boda que al juicio sobre su validez. La Iglesia no rechaza la celebración de la boda a quien está bene dispositus, aunque esté imperfectamente preparado desde el punto de vista sobrenatural, siempre que tenga la recta intención de casarse de acuerdo con la realidad natural del matrimonio. No se puede, en efecto, configurar, junto al matrimonio natural, otro modelo de matrimonio cristiano con requisitos sobrenaturales específicos. Esta realidad no debe olvidarse al momento de delimitar la exclusión de la sacramentalidad (cf. Can. 1101 § 2) y el error determinante acerca de la dignidad sacramental (cf. Can. 1099) como posibles motivos de nulidad.
Para las dos figuras es fundamental tener en cuenta que una actitud de la pareja de novios que no tome en cuenta la dimensión sobrenatural del matrimonio, puede hacerlo nulo sólo si afecta a la validez en el plano natural, en el cual es puesto el mismo signo sacramental. La Iglesia católica ha reconocido siempre los matrimonios entre los no bautizados, que se convierten en un sacramento cristiano a través del bautismo de los cónyuges, y no tiene ninguna duda acerca de la validez del matrimonio de un católico con una persona no bautizada si se celebra con la debida dispensa».
Comentario: es evidente que la "reforma" deseada por la "misericordia" del Papa Bergoglio, aún más que "una herida al matrimonio cristiano" [aquí], según lo descrito por Roberto De Mattei, inflige una herida al fin del matrimonio cristiano en cuanto tal. Al fin, porque de hecho se traslada el acento del plano objetivo -aquel de la acción del sacramento en sí- al plano subjetivo, el de las disposiciones interiores de los sujetos contrayentes, hasta ahora justamente limitado a la eficacia de la acción del sacramento respecto de ellos mismos y no aplicable a su validez (que es, precisamente, ex opere operato, es decir, intrínseca, inherente a la cosa en sí, ya que establecida de esa manera por Dios). El mismo De Mattei señala en su artículo, y con razón, que al tradicional y doctrinalmente irreprensible favor matrimonii se sustituye ahora un favor nullitatis, también doctrinalmente inaceptable, «que viene a constituir el elemento primario del derecho, mientras que la indisolubilidad se reduce a un "ideal" impracticable». De hecho, «la afirmación teórica de la indisolubilidad del matrimonio se acompaña en la práctica [de ahora en adelante] al derecho a la declaración de nulidad de cualquier vínculo fracasado. Bastará, en conciencia, considerar inválido el propio matrimonio para hacerlo reconocer como nulo por parte de la Iglesia. Es el mismo principio por el que algunos teólogos consideran "muerto" un matrimonio en el que de acuerdo con ambos, o con uno de los cónyuges, "ha muerto el amor"» (ibid).

Pero justamente la introducción de un "favor nullitatis" es cosa no sólo contraria a la práctica hasta aquí seguida a través de los siglos por la Iglesia, sino también a la sana doctrina. Hay aquí también, según me parece, una implicación doctrinal a investigar, un subyacente "error in fide". Que consiste, a primera vista, en contraponer a la indisolubilidad, establecida por la Primera y la Segunda Persona de la Ssma. Trinidad, el "derecho" de los singulares contrayentes a la felicidad individual así como ellos la entienden. Básicamente, en dar prioridad a una pretensión que, en la mayoría de los casos, es fruto del generalizado hedonismo hoy predominante. De esta manera, con todo, el hombre prevarica en su relación con Dios.


3. En su artículo el profesor. De Mattei también pone también apropiadamente de relieve los efectos devastadores producidos no sólo por la abolición de la "doble sentencia conforme" -ya desastrosamente experimentada en los EE.UU. entre 1971 y 1983- sino también por la institución del obispo diocesano como juez único que puede instruir a su discreción un "proceso breve" para llegar rápidamente a la sentencia. A este propósito, agrego que en la introducción a su motu proprio el Papa justifica esta nueva atribución del obispo como correcta y necesaria aplicación del espíritu del Concilio Vaticano II: estamos ante la aplicación de la nueva colegialidad introducida en ese Concilio.

Así, el Papa escribe en Mitis iudex etc.:
a- «Por tanto, es la preocupación por la salvación de las almas... la que empuja al Obispo de Roma a ofrecer  a los Obispos este documento de reforma, ya que éstos comparten con él la tarea de la Iglesia, cual es tutelar la unidad en la fe y en la disciplina en lo tocante al matrimonio, bisagra y origen de la familia cristiana» (Carta Apostólica en forma de Motu Proprio "Mitis Iudex Dominus Iesus", w2.vaticanva / content / Francis / es / motuproprio etc., p. 02/15). ¿Y de esta manera está él convencido de "proteger la disciplina sobre el matrimonio"? En fin: el Papa se presenta aquí principalmente como cabeza del Colegio episcopal, el obispo de los obispos (Obispo de Roma), más que como cabeza de la Iglesia universal. ¿Para esto entonces emplea siempre el título de "obispo de Roma"? ¿Para demostrar, en el espíritu del Concilio, que él actúa ante todo como cabeza del colegio de los obispos, más que como Cabeza de la Iglesia universal?

b- Poco después, escribe: «el Obispo mismo es el juez. Para que sea finalmente traducida a la práctica la enseñanza del Concilio Vaticano II en un ámbito de gran importancia, se ha establecido dejar en claro que el propio Obispo en su Iglesia, de la que ha sido constituido pastor y cabeza, es por eso mismo juez entre los fieles que se le han confiado» (pág. 3/15). La enseñanza del Concilio debía versar claramente en el sentido de dar mayores poderes a los obispos en sus diócesis, más que a las Conferencias Episcopales. De esta manera se otorga la posibilidad, a los obispos más abiertos a las instancias del Siglo, de hacer trizas la indisolubilidad del matrimonio cristiano.
¡Vamos, anímense! ¡Les doy facilidades! 
Como nota De Mattei, en los tribunales establecidos por ellos y dirigidos por ellos, directamente o a través de interpósita persona (por una "comisión no necesariamente formada por juristas", sic), «la combinación del canon 1683 y el artículo 14 sobre las reglas de procedimiento tiene, bajo este aspecto, un carácter explosivo. Sobre las decisiones pesarán inevitablemente consideraciones de naturaleza sociológica: los divorciados vueltos a casar gozarán, por razones de 'misericordia', de un carril preferencial» (art. cit.)

¿Qué significa aquí "carácter explosivo"? Es preciso aclararlo, para entender toda la perversidad de esta "reforma". El canon 1683 CIC 1983 decía que «si se puede demostrar en el nivel de apelación un nuevo motivo de nulidad del matrimonio, el tribunal puede admitirlo y juzgar sobre éste como si estuviera en primera instancia». El canon 1683, reformado en función del proceso más breve ante el Obispo, dice que «al mismo Obispo diocesano le compete juzgar la causa de nulidad de matrimonio con el proceso más breve cuando:
1- la solicitud se hace por ambos cónyuges o por uno de ellos, con el consentimiento del otro; 
2- concurran circunstancias de hechos y personas, apoyadas por testimonios o documentos, que no requieran una investigación o una instrucción más completa, y pongan de manifiesto la nulidad».
Y aquí está el punto: ¿cuáles son o pueden ser las circunstancias arriba aludidas? ¿Quién las establece? Están indicadas en una lista provisoria, justamente por el art. 14 § 1 de las reglas procesales, el artículo que menciona la "falta de fe" antes mencionado. He aquí la lista no exhaustiva de las "circunstancias":
«Entre las circunstancias que pueden permitir el tratamiento del caso de nulidad del matrimonio por medio del proceso más breve de acuerdo con los cc. 1683-1687, se enumeran, por ejemplo: la falta de fe que puede generar la simulación del consentimiento o el error que determina la voluntad, la brevedad de la convivencia conyugal, el aborto procurado para impedir la procreación, la persistencia obstinada en una relación extraconyugal en el momento de la boda o en un tiempo inmediatamente posterior, el ocultamiento doloso de la esterilidad o de una enfermedad grave contagiosa o de hijos nacidos de una relación anterior o de encarcelamiento, la causa del matrimonio completamente ajena a la vida matrimonial y consistente en el embarazo no previsto de la mujer, la violencia física infligida para extorsionar el consentimiento, la falta de uso de razón probada por documentos médicos, etc. ".
¿Qué significa "etc."? ¿Que nos encontramos ante un "quien tenga más para ofertar, que lo haga"? ¿Todas estas "circunstancias" se reducen a las invocadas tradicionalmente para manifestar la nulidad del vínculo o representan, al menos en parte, una novedad? La "falta de fe" es seguramente una novedad, como lo hemos visto. Pero si la lista de las "circunstancias" no es taxativa, o bien rigurosamente delimitada en el ámbito de las normas del código, entonces ¿debemos creer que su amplitud se deja librada a la discreción del obispo "juez" o de la "comisión de expertos" por él controlada? Así, pues, el obispo-juez puede crear el derecho que vaya a aplicarse, puede fabricar él mismo la norma en la forma de "circunstancias" siempre nuevas para declarar la nulidad del matrimonio. Explosivo, por tanto, el dispositivo del canon 1638 y del art. 14 § 1 de las reglas procesales, en el sentido en que puede, sin duda, hacer "explotar" el matrimonio católico, destruyéndolo por completo.

lunes, 7 de septiembre de 2015

LA BRECHA QUE EXTIENDE FRANCISCO

Instando al ejercicio de una caridad que, como mal entendida que es, nunca comienza por casa (sigue habiendo millares de cristianos amenazados en Medio Oriente que requerirían la protección que jamás se les ofreció desde la Santa Sede), Francisco pidió que «las parroquias, comunidades religiosas, monasterios y santuarios de toda Europa» reciban a una familia de refugiados como «gesto concreto en preparación al Año Santo de la Misericordia». Para darle impulso a la iniciativa, ya anunció que pondrá las dos parroquias del Vaticano a disposición de dos familias de prófugos sirios. Se espera, por supuesto, una adhesión asaz extendida entre los superiores de institutos de la Iglesia, si no por convicción al menos por temor a contrariar a aquel que se ha demostrado un jefe digno de temer.

En este nauseabundo contexto de crisis programadas, de virtuosas orquestaciones de imprevistos, con desequilibrios endémicos y con guerras y rumores de guerra, la aparición de un actor de tal envergadura, con un ascendiente elaborado a golpes de efecto que parasitan una dignidad ligada a la investidura más alta, la aparición -decimos- de aquel que podría ser aclamado con justicia como el Mahdi Bergoglio es todo un signo. Un catalizador del drama humanitario que los medios exhiben con cálculo y del anunciado suicidio de Occidente, incapaz desde hace décadas de oponer a la silenciosa invasión de su geografía un principio vital dotado de suficiente poder de cohesión como para impedir la disolución en ciernes. Un tábano para la remanente, exigua conciencia cristiana de algunas minorías aún adeptas a la fe de sus ancestros, aguijada casi a diario con algún insulto elaborado hábilmente en las sombras y exhibido, con alardes de triunfo, ante los medios dispuestos a amplificarlo. Un actor pronto a devenir verdugo y un verdugo con impostaciones actorales, cuyas víctimas deben rastrearse en el escenario de los hechos y en las gradas, en toda la anchura del orbe, muy fuera incluso de la Iglesia que debiera gobernar. Un rutilante mediocre, un mediocre dotado de la paradójica fuerza de un vórtice, listo para vengar, con su inexplicable éxito, el destino siempre parco que cabe a los seres anodinos.

Programa tan digno del peor Tolstoi podía caber, por desgracia, en las mientes de un pontífice cuya carrera se desenvolvió en el tobogán más crítico de la historia de la Iglesia, y el grosero pecado de irrealismo que éste acusa -desconociendo que el Corán llama a la conquista del mundo, y que muchos de sus protegidos que irrumpen en Europa rechazan la ayuda alimenticia embalada en sobres de la Cruz Roja por simple aversión al símbolo de la Cruz- puede ser el resultado de una formación a todas luces deficiente, de una inteligencia abstractiva francamente nula, de hábitos de oportunismo ya demasiado connaturalizados. En honor de estas notorias flaquezas de Francisco y lamentando las desastrosas consecuencias que pueden preverse de su infeliz propuesta habíamos pensado encabezar estas líneas con un término que nos parecía bastante consonante, y titularlas «El irresponsable».

Pero no: es responsable.

viernes, 4 de septiembre de 2015

TIMEO DANAOS ET DONA FERENTES

En la resonante Carta del Santo Padre Francisco con la que se concede la indulgencia &c, apenas un párrafo después de que se dispone (entre otras providencias tomadas para el «Año de la Misericordia») que la absolución sacramental de las mujeres incursas en aborto quede en manos de cualquier sacerdote sin expresa delegación de facultades de parte del obispo -como lo prevé la normativa sacra para tales casos-, sobresale (casi se tratara de otra libérrima concesión en favor de pecadores reos de un delito no menos grave) la voluntad papal de otorgar validez y licitud al sacramento de la confesión ministrado por sacerdotes de la FSSPX durante el período del inminente año jubilar. Sin excluir los agradecimientos de rigor, la Casa General de la Congregación aclaró, en carta al Santo Padre, que «en el ministerio del sacramento de la penitencia, [la FSSPX] siempre se ha apoyado, con absoluta certeza, en la jurisdicción extraordinaria que confieren las Normae generales del Código de Derecho Canónico», lo que pone a la cosa en sus justos términos en tiempos de conspicua marea modernista («estado de necesidad»). Pues si es cierto que detrás de las leyes hay razones que no pueden soslayarse impunemente, también es cierto que la tentación del ius-positivismo puede afectar a la Iglesia, opacando las evidencias de orden espiritual que indican un verdadero estado de excepción.

Lo último que se nos ocurriría suponer, en un pontífice consagrado con pelos y señales al ejercicio de la confusión y menoscabo de la conciencia cristiana, es que con esto haya obrado un acto de buena fe. Si no bastaran las resoluciones tomadas en contra de los odiosos tradicionalistas (tales como las despóticas defenestraciones del fundador de los Franciscanos de la Inmaculada y del finado monseñor Livieres sin derecho a defensa y sin explicitación de motivos, aunque muy presumiblemente por el delito de celebrar la Misa en latín), baste al menos la abrumadora mole de palabras y gestos desplegados por Francisco durante su mandato, todos en un único sentido y éste siempre contrario al Evangelio: las bendiciones a transexuales y activistas pro-aborto, la coyunda con la hez de la política anticristiana, el impulso del sincretismo religioso, las burlas a la piedad genuinamente católica, etc.


Equo ne credite, Teucri!  Lo único auspicioso del caso -sabido que Dios escribe derecho en los renglones torcidos por los hombres- es que muchos fieles añorantes la tradición y hasta aquí acometidos por escrúpulos acerca del presunto carácter "cismático" de la empresa lefebvrista, podrán, gracias a la misericordia de Francisco, acudir a sacerdotes católicos para confesar sus culpas y, de paso, asistir a sus misas. Y que, a despecho de los planes que Bergoglio pudiera acariciar, y en vista del posible cisma mil veces anunciado, unos y otros (católicos adscritos a la Fraternidad y católicos aún resistentes en Babilonia) acaben confluyendo sin recíprocos recelos en la Iglesia fiel. Lo que no es poco, caramba. Pero el precio -de no consumarse la división que parece inevitable- sería el de prolongar indefinidamente, gracias a medidas como ésta, esa situación de convivencia en una misma sociedad visible de las «dos Iglesias» aludidas por el padre Meinvielle en el final de su «De la cábala al progresismo»:
«no hay dificultad en admitir que la Iglesia de la publicidad pueda ser ganada por el enemigo y convertirse de Iglesia Católica en Iglesia gnóstica. Puede haber dos Iglesias, la una la de la publicidad, Iglesia magnificada en la propaganda, con obispos, sacerdotes y teólogos publicitados, y aun con un Pontífice de actitudes ambiguas; y otra, Iglesia del silencio, con un Papa fiel a Jesucristo en su enseñanza y con algunos sacerdotes, obispos y fieles que le sean adictos, esparcidos como "pusillus grex" por toda la tierra. Esta segunda sería la Iglesia de las promesas, y no aquella primera, que pudiera defeccionar. Un mismo Papa presidiría ambas Iglesias, que aparente y exteriormente no sería sino una [...] La eclesiología no ha estudiado suficientemente la posibilidad de una hipótesis como la que aquí proponemos». 

Éste descrito por Meinvielle ha sido, en rigor, el statu quo eclesial a lo largo de todo el post-concilio. Si algo ha hecho Bergoglio es inclinar definitivamente la balanza hacia la Iglesia de la publicidad, lo que vuelve sospechoso, por su crasa extemporaneidad, su donativo. Más bien -aparte un posible propósito de neutralizar toda oposición pasando incluso por generoso y bien dispuesto- podría pensarse, en línea con sus filias más notorias, en un intento de integrar a la Tradición católica en un panteón multirreligioso en el que cabrían indistintamente todas las confesiones: católicos ortodoxos y heréticos, judíos, musulmanes, animistas, agnósticos de café-bar, cultores de la Tierra y de Marilyn Monroe -más o menos como en los tiempos del Imperio romano, con la sola e indolora exigencia de avenirse a tributar unos pocos granos de incienso al Emperador. No podemos afirmar categóricamente que ésta sea la intención de Bergoglio; lo que sí sabemos es que puede ser la de Satanás.

Dos son los principales mandamientos:
cuidado del inmigrante musulmán
y cuidado del medio ambiente
Por lo pronto, en una insuperable síntesis de creativismo litúrgico y autorreferencialidad sin tope, la misa celebrada en Roma por la «Jornada mundial de oración por el cuidado de la creación» contó con la lectura de un pasaje de la Laudato Si' en lugar de la epístola paulina. Bien lo afirmó Ettore Gotti Tedeschi, el ex-interventor del IOR en los días de Benedicto, con un tono infrecuente para los tiempos que corren: la gnosis, aquella fuerza en perpetua guerra contra la Iglesia, apela hoy al problema inmigratorio, al problema ambiental, al problema del fundamentalismo y la violencia religiosa para reducir a la Iglesia al silencio y la impotencia. «Así como parece decidido hacer creer que los problemas de miseria moral sean consecuentes a aquellos de miseria económica, se estimula a la Iglesia a privarse de riquezas y distribuirlas, y a interrumpir así el proceso de evangelización [pues] evangelizar es contrario a la realidad histórica multirreligiosa y multicultural, y también priva de su libertad al prójimo y lesiona peligrosamente la cultura de otros pueblos. [...] Habiéndose decidido, al parecer, dejar acelerar el proceso de inmigración y declararlo necesario, [...] a la Iglesia se la alienta a ocuparse de consolar, y menos de educar. Pero lo más grave es que todo el mundo debe acoger el programa "ambientalista" como religión universal que reunirá a todos los pueblos de la tierra».

No hace falta decir que el programa coincide estrechamente con el de Francisco, que pronto sesionará ante la ONU para refrendarlo. Por eso sus regalos, como los de los dánaos, no son para saltar de alegría: su benevolencia debiera ser más temible que sus garras.