martes, 5 de mayo de 2015

POSTA PARA EL PAPA

Cuando se supo, hace ya un tiempo, que la estrategia de mercadeo de la imagen pontificia alentada por la propia Santa Sede incluía una invitación universal a escribirle a Francisco por correo postal, las papeletas empezaron a irrumpir como nunca en los Sacros Palacios, para zozobra de los barrenderos. Y no era para menos en un mundo de atormentados: «cada vez son más los fieles y los infieles que sienten el deseo de confiarle al Santo Padre las propias preocupaciones y pedirle una oración. Pero no sólo esto: hay muchísimos que envían al papa Francisco poesías, cartas y otros objetos para demostrarle al Obispo de Roma su afecto», decía hace más de un año un medio italiano, para luego alentar a los interesados a dirigirse a Sua Santità Francesco, Casa Santa Marta, 00120 Città del Vaticano. No hace falta detallar cuántos y cuán sensibleros comentarios y mensajes de apoyo a Bergoglio llovieron también sobre el medio digital que ofrecía tamaña bagatela. Ni es menester recordar los resultados de tal iniciativa, a juzgar por las clamorosas ocasiones en que Francisco se sirvió alzar el teléfono para invitar a alguno de sus remitentes a comulgar sin parar mientes en las disposiciones requeridas.

Hartos de verificar la latitudinaria vocación a tragarse sapos -y no sin ánimo de revancha-, nos hemos sorprendido en el mester de enviar nuestra epístola a Francisco pero no al modo acostumbrado, insertando mansamente el sobre en el buzón, sino haciendo un diminuto bollo con la misma y tratando de embocarlo en alguno de los orificios del conocido «juego del sapo». Es más: hacíamos de cuenta que la boquiabierta «vieja» que ocupa el fondo del tablero era el propio pontífice, y nos esmerábamos en hacer blanco en esa gruta de proferir desatinos y blasfemias. Es poco probable que la certera puntería alcanzada en alguna ocasión haya sido premiada con el despacho de la carta hasta la Santa Sede a través de conductos invisibles, o llevada por alguno de los cuervos que frustran de sólito el lanzamiento de palomas desde el balcón papal. Su contenido, es cosa casi segura, no alcanzará nunca las retinas de Francisco.

La carta que sí esperamos haya llegado a las manos del Papa es aquella que reproduce Castigat ridendo mores, tomada a su vez de una publicación italiana del pasado mes de enero. Y dice, con filial reverencia:

Santidad:
           Mi madre decía siempre a sus siete hijos:
“...el demonio existe realmente sobre la tierra para inducir a los hombres en tentación.
Lo probó también con el mismo Jesús mientras estaba en el desierto para hacer penitencia. Pero ustedes no deberían nunca tenerle miedo, si se acercara demasiado, aunque bajo la falsa apariencia de un ángel; ustedes pueden usar siempre contra él un arma fácil e infalible: hagan inmediatamente la señal de la Cruz y aquél desaparecerá e irá a refugiarse en lo más profundo del infierno donde ha sido condenado a permanecer eternamente”.
          Yo estoy convencida que el haber puesto en práctica el consejo de mi madre, me ha                  
          salvado de las insidias del maligno.
Pero ahora, un extraño fenómeno me embaraza: cada vez que veo avanzar sobre la pantalla televisiva su figura sin adornos – pero inmersa en un mar de exaltada humildad-, será por vieja costumbre -pues sí, lo confieso-, yo un bello signo de la Cruz me lo hago (“io un bel segno della Croce me lo faccio”).
          Pero siempre en Dios Nuestro.
Vuestra devota. M. G. Bo.