sábado, 15 de septiembre de 2018

LOS SIETE DOLORES DE MARÍA

Durero, políptico de los diete dolores.


Como Eva oyó de labios del Altísimo
el pregón de sus penas merecidas,
así Vos, oh Señora, aunque inocente,
sin mota de pecado concebida,
oísteis el anuncio de la espada
que vuestro corazón traspasaría.

Probasteis a la vez en el destierro
la pena que les cupo a nuestros padres,
y Egipto floreció con recibiros
para que en vuestras huellas germinasen
en breve los cenobios que darían
al Cielo gran cosecha de diamantes.

Supisteis los afanes, las angustias
cuando, eclipsado el rostro de aquel Niño
(engendrado todo Él como el relente,
que la aurora del tiempo antes nacido),
corristeis a buscallo apriesa al Templo
sin otro rastreador que el amor mismo.

Lo visteis en la vía dolorosa
bajo el peso soberbio del pecado
que le labró la Cruz que fue su cetro.
Al pie del sacrificio consumado
las lágrimas vertisteis, que la sangre
de la divina Víctima asperjaron.

Por fin, fue a descansar en vuestros brazos
quien no tenía donde reclinarse
y aquí tanto dolor, si contenido
por sostener el santo cuerpo exangüe,
debió probar mil nuevos estallidos
en el sinfín de vuestros hontanares.

El sepulcro sellado con la piedra
os lo arrebataría con el signo
del profeta raptado por el pez.
No habrá desolación mayor ni atisbo
de penas incoadas bajo el cielo
que iguale aqueste luto entenebrido.

Vuestros dolores válgannos, Señora,
en estas horas de estrechez sombría,
en estas horas de eclipsadas lumbres
y de balumba y de impiedad maldita,
en estas luengas horas de clamores
que al Cielo enderezamos a porfía
para que venga el Reino prometido
y todo lo restaure a su medida.


Fray Benjamín de la Segunda Venida