jueves, 27 de febrero de 2014

INTRIGAS Y HEDOR PERSISTENTES JUNTO AL TÍBER

Pese a las densas sombras que destila este intraducible pontificado, será siempre saludable revisar una y otra vez las parciales conclusiones a que nos insta. Es ejercicio que obliga a cualquiera que acometa la tarea intelectual el volver sobre los propios pasos para contemplar críticamente las propias deducciones -no al modo de la corrosiva duda metódica, que conduce al escepticismo estéril, sino a la manera de aquel a quien urge una premura de esclarecimiento y de consolidación.

Y no habrá dificultad en admitir que la aversión que nos inspiran los modos y el estilo del pontífice reinante no recae, al menos en lo inmediato y patente, en materia de gravedad insalvable. Su mediocridad y chabacanería, su lisonja a las turbas y a los poderosos del mundo, aunque ciertamente repulsivos, no bastarían por sí mismos a señalar el carácter último, el meollo de su pontificado. Al fin de cuentas, y para mayor zozobra de la Nave de Pedro, hubo papas sobremanera veleidosos, hubo papas nepotistas y aun fornicarios. Papas malhablados al modo de Francisco debió haberlos, y quizás no pocos, sin que esto afectara la veneración incondicional que los fieles dispersos por el mundo (que jamás vendrían en conocimiento de sus mañas) les profesaban como a sucesores del Príncipe de los Apóstoles. Es cierto que, en atención a unos tiempos en los que los medios de masas ventilan incluso los estornudos y los regüeldos de las celebridades, el Papa debería guardar mayor discreción al hablar, pero -y a esto queremos llegar, a los fines de atravesar lo anecdótico- las botaratadas verbales de Francisco, espontáneas o estudiadas que sean, merecen estudiarse como epifenómenos o rasgos de males más profundos.

Explayémonos: no es novedad que no haya sanciones para los clérigos que enseñan doctrinas notoriamente erróneas: esta permisibilidad tiene tantos años como el post-concilio. Lo que resulta casi novedoso es que, habiendo en la Iglesia vía libre para atacar, v. g., a la institución del papado, los que cuestionan a la sola persona del papa reinante, poniéndose voluntariamente al margen de la machacante adulación intra y extra-eclesial, se hagan sujetos de una purga implacable. En nuestra entrada anterior, luego de recordar a tres brillantes intelectuales que fueron cesanteados en sus funciones en una radio católica italiana (a instancias, es de temer, de la declamada misericordia de Francisco, de quien éstos se mostraban razonablemente críticos), dimos cuenta de un artículo de un monje español que sufrió parejo amordazamiento. Pues bien, ahora le llega puntualmente el turno a Antonio Margheriti Mastino, que vierte de sólito sus artículos en el sitio www.papalepapale.com.

Beniamino Stella: el hombre acecha
Desconocemos si se trata de un episodio de autocensura, de censura sin más, de coacción, amenaza o qué diantres. El caso es que el autor, habiendo obtenido sus datos de una fuente confiable (confiable y vaticana, de un alto prelado ganoso de destapar pucheros), tuvo a bien trazar un sucinto retrato del entonces inminente nuevo cardenal Beniamino Stella, que en setiembre pasado había sido designado por Francisco al frente de la Congregación para el Clero en reemplazo del cardenal Mauro Piacenza, en una embestida que los ganapanes encomendados por sus respectivos medios de prensa en la Santa Sede (llamados, con eufemismo, vaticanistas) no dudaron en interpretar como la «ofensiva de Francisco contra los conservadores», como para dar una idea de la dirección que cobraba de ora en más aquel dicasterio. El artículo en cuestión, de muy evocativo título («Brilla una estrella [Stella] en la cima de la pirámide vaticana: el Benjamín [Beniamino] del papa»), que ya no puede consultarse en el sitio de publicación original (aquí), por haber sido puesto fuera de órbita, tampoco puede leerse en un blogue que lo ofrecía resumido (aquí), por haber sido puesto fuera de combate. Por fortuna un tertium quid de sugerente alias, Acta Apostaticae Sedis, al que no deben entrarle las largas garras de la política curialesca, tuvo el buen recaudo de reproducirlo íntegro. De allí transcribiremos, traducidos a nuestra lengua, unos pocos pasajes que bastarán a evidenciar, junto con la ferocidad de una censura cada vez más decidida, la vigencia nauseante y acrecida de aquellos mismos males que Francisco se ufana de querer extirpar.

¿Quién es esta Su Eminencia Reverendísima, que pasó «de la noche a la mañana de gris rector de la Academia Eclesiástica, en la que estaba aparcado en espera de la jubilación y donde se forman los futuros nuncios apostólicos, a nada menos que prefecto de la Congregación para el Clero, él que no hizo nunca de cura en su vida»? A lo que parece, y en punto a méritos intelectuales, resulta uno incapaz de saber «ni siquiera lo que sean los sinónimos. Repite las mismas palabras en cada frase y difícilmente, es más, jamás usa términos latinos (...) Por lo demás, emplea una fraseología diplomática tendiente al posibilismo, a la persuasión, gusta empezar cada frase suya con un condicional y evita cuidadosamente frases directas, quizás consideradas por él demasiado "duras"...». Hasta aquí, un prelado de los tantos que cunden en la primavera de la Iglesia. Se diría un facsímil de Bergoglio. Pero acá, contenidas en un embalaje de tan parvo lustre, acá llegan las sorpresas.

«Uno podría pensar que ha sido el Secretario de Estado, Parolin, quien le dijera al Papa que nombrase a su viejo amigo Stella en el vértice de la Congregación para el Clero, pero en cambio es cierto lo contrario: ha sido Stella quien se jugó alma y vida con el Papa para hacer que lo nombrara a Parolin, uno de los tantos nuncios del mundo, que no era ni siquiera cardenal (y que, según su misma confesión, sólo una vez en la vida se había encontrado con Bergoglio), al más alto cargo vaticano. Porque si no lo habéis comprendido aún, es Stella quien se halla en el vértice de la pirámide, es él quien maniobra con todo y dispone los nombramientos, tiene facultad de vida o muerte sobre enteras legiones de carreras eclesiásticas, es él quien a esta altura ya es miembro de todas las congregaciones vaticanas (...) Es él quien está también detrás del nombramiento del cardenal Lorenzo Baldisseri (¡qué casualidad, también diplomático!) como Secretario del Sínodo.
Stella ha sido, por lo tanto, el máximo fautor de la designación de Parolin desde la misma elección de Francisco: él mismo lo indicó apertis verbis en el primer coloquio oficial con el nuevo papa Francisco, el 6 de junio. Digo "oficial" porque en realidad había habido otros, de incógnito, y en el momento más delicado, no con el papa sino con el cardenal Bergoglio, antes de la clausura del cónclave. Me lo confirma la misma fuente episcopal con una irónica interrogación retórica: "¿usted sabe ciertamente que Su Eminencia Bergoglio se encontró varias veces con Stella en las semanas previas al cónclave, y entre ellas la última fue justo mientras se abrían las puertas del cónclave?"
No, naturalmente no lo sé. "Y de hecho nadie, o por mejor decir, poquísimos lo saben". ¿Cómo puede ser que nadie haya visto a Bergoglio, un papable durante la sede vacante -o sea, uno que era especialmente observado- entrar nada menos que a la fábrica de los nuncios y los arzobispos a reunirse con el Star? Ésta mi ingenua pregunta. Simplemente parece que se llegó en horarios en los que no había nadie en el portón de ingreso, salvo acaso una única vez. Pero esa "vez" alcanzó para hacer saber a quien debía saber, especialmente después del resultado del cónclave. Que fue una bendición también para el "visitado": el nuevo Star del Vaticano, el Benjamín del papa. Entonces Bergoglio creía entrar sin ser visto.
Pero, ¿qué es lo que iba a hacer Bergoglio, de incógnito, al despacho de Stella? ¡Bah! ¿Y en qué horarios iba, para ser precisos? El primer día del cónclave acudió, entonces, por última vez. Hubo una tarde, y una noche luego de cenar, al menos según las ocasiones que se comentan por ahí. Pero, en todo caso, la pregunta que cuenta es otra: ¿no parece extraño que uno como Bergoglio, con su estilo, su idiosincracia "anticortesana" y "antimundana", envíe justamente a la Academia, el templo de la "mundanidad espiritual", a un cura suyo? ¿No enviaste a nadie en veinte años, y lo envías en el "fin" de tu carrera? Y por colmo te allegas tú mismo a la Academia, y no para encontrar a los curas que enviaste desde Buenos Aires.
Pero, ¿qué quería, entonces, de Stella? ¿Porqué toda esta confidencialidad con un diplomático? Parece que ambos se conocieron en América Latina, quizás justamente en Aparecida (...) Pero una cosa es segura como la muerte: sobre el "final" de su carrera Bergoglio envió a Roma a varios curas suyos para prepararlos para "algo", aparte de para informarse acerca de los asuntos romanos, sobre todo de la "cháchara" curial, que no desdeñaba saber, y aun, se dice, lo divertía. Y bromeando, bromeando, se sabe, se "aprende". Y quizás los curas de Bergoglio le hayan contado sobre él a Stella, el futuro prefecto de la Congregación del Clero y deus ex machina del Vaticano».
Stella con el papa que había previsto
La personalidad del Jerarca aparece envuelta en sombras, indescifrable. Tanto como su carrera, muy poco nota por lo demás. Aquí otra semejanza con Bergoglio. «¿Ha manifestado alguna vez ideas eclesiológicas particulares? Difícil de decir. No es tipo de manifestarse a sí mismo: por la educación recibida como por la carrera que se impuso, sería la ruina (...) No habla, deja que sean los otros los que hablen, quizás lanzando alguna carnada de manera tendenciosa, sobre este o aquel sector neurálgico, para cosechar la reacción, para examinar la fidelidad, para explorar la eventual imprudente oposición. Jano bifronte, no hace ni dice nada sino para tener información...»
«Todo esto no hace de Stella un guardián del orden; del suyo sí, en todo caso, pero no del orden general de la Iglesia. No es en modo alguno imparcial como parece. Ningún hombre neutral podría vivir en esos ambientes: un simulador sí, pero no un hombre puro. Stella es lo contrario: parcial y partisano, favorece más bien a las personas que quiere más que a las merecedoras (pero, por lo demás, el Vaticano es el Edén de los "típicos recomendados", donde más que las cualidades cuentan las fidelidades individuales, las relaciones fiduciarias, las intimidades corporativas, las complicidades de cordada), y lo está demostrando también en su nuevo rol de prefecto de una de las más importantes congregaciones».
La correspondencia con Bergoglio sigue siendo estrecha, casi digna de hacerse apéndice a las «Vidas paralelas» de Plutarco. Y acá viene la parte decididamente repugnante de la historia, suficiente a explicar desde el riñón mismo de su gobierno la deriva descendente de la Iglesia. Resulta que las delegaciones diplomáticas de la Santa Sede reconocen distintas categorías según los destinos misionales posibles, siendo la más rutilante, como es de prever, la de los países centrales, los económicamente ricos. Allí fueron sistemáticamente a parar, desde hace unos cuantos años, aquellos que fueron los favoritos de Stella durante el período en que éste estuvo al frente de la Academia Pontificia Eclesiástica, la institución que forma a los que trabajarán en las nunciaturas. Estos validos del neo-cardenal no tenían por qué ser «una tibia de santo, ni astros de inteligencia, ni unos ases en los estudios. Y de hecho el problema es que, en ciertos casos, los "favoritos" eran justamente los peores entre los alumnos. Fuera sólo éste el problema: parece que alguno de estos ilustrísimos cadetes habría sido enviado a la Academia por el propio obispo para tenerlo lejos de la diócesis: tenerlo consigo equivalía a colocar una bomba de relojería en el tabernáculo de la catedral. Por sospechas e incluso por acusaciones verdaderas y probadas, del género de las hoy más peligrosas (pero por ahora no podemos decir más). Y qué casualidad, con el clásico método del promoveatur ut removeatur se lo enviaba a la Academia. Donde ha "brillado" por la luz refleja propia de los "pupilos" nacidos bajo una buena Estrella [Stella] por la borricada, la incontinencia sobre cuyo género será laudable callar. Tanto tronó que llovió: con un tal curriculum un "pupilo" de Stella puede muy bien, no obstante todo, adjudicarse en el primer round la misión diplomática más ambicionada y suculenta. Pero como enseña el Evangelio, "las prostitutas se os adelantarán en el Reino de los Cielos", aunque también en la tierra, según parece».
«Quizá sea justamente para evitar curiosidades "peligrosas" e incidentes con los alumnos (del tipo, qué se yo, de uno que espigara los singulares nombres y descubriera incluso que es refugium peccatorum más bien que de schola diplomaticorum), quizás sea por esto (es más: es cierto) que la Academia Eclesiástica, en el sitio oficial vaticano, ha decidido no actualizar la lista de sus alumnos que, nótese el caso, permanece fija nada menos que en el año 2002, es decir, doce años atrás: una era geológica, que ha visto pasar tres pontificados.
Pregunto a mi excelente interlocutor acerca del sucesor de Beniamino Stella en la presidencia de la Pontificia Academia Eclesiástica (...) "Uno del cual debes siempre guardar tus espaldas", y ríe groseramente, y también su secretario, "sobre todo si lo precedes en las escaleras" (...) El hecho es que Gianpiero Gloder ha sido recientemente consagrado arzobispo por el papa Francisco, quizás el primero que consagra. Tiene 55 años y un curriculum asaz escaso como para acceder  tanta gloria, a la cabeza de la Pontificia Academia Eclesiástica, sucediendo a Stella. 
Aun no habiendo cumplido una misión en el extranjero (menos de dos años en Guatemala), devino presidente. Era hasta hace poco el ecónomo de la Academia (2001-2008) cuando, nótese bien, ha sido puesto desde el 2005 ¿a hacer qué...? Esto es lo más importante... como cabeza de la Oficina para los asuntos especiales, justo justo cuando Ratzinger se convirtió en el Papa. Pero en realidad, ¿qué hacía ahí? Corregía desde un punto de vista "político" los discursos del Papa (...) ¿Pensáis que haya hecho un buen trabajo para merecer una tan fulminante promoción en aquella que (jerárquicamente hablando) puede considerarse una sede de excelencia? ¿Qué concluimos, pues? Que tiene amigos muy poderosos, de otra manera no habría permanecido en el exterior poco menos de un año. Sobre todo tiene un mérito, el más grande, como para convertirlo en un astro naciente: que ha manipulado los discursos políticos de Benedicto como para ser, de hecho, la causa de los tropiezos y de los peores incidentes diplomáticos de aquel pontificado. O mejor: simplemente no los ha controlado o no ha querido modificarlos, el hecho está en que, políticamente, los problemas de los discursos de Benedicto eran sus problemas. No resueltos. No por nada hizo carrera. Ha nacido bajo una buena Estrella».
Devastación sin tregua



viernes, 21 de febrero de 2014

AMORDAZANTE BUENISMO

Hay una relación insoluble, que responde a la naturaleza misma de las cosas, entre demagogia y despotismo. Entre el líder lisonjero y las turbas que lo aclaman se entabla una empatía fundada en la común aversión a la verdad, a la integridad del bien, a toda forma de pureza y plenitud. Egotismo reflejo, indecoroso "toma y daca" hecho de gestos y alusiones epidérmicas capaces de ocultar sus reales y vergonzosas aspiraciones, las muchedumbres ululantes y aquel que deviene a la vez su heraldo y su verdugo suelen requerir algún sacrificio expiatorio. «Scitis quia hi qui videntur principari gentibus, dominantur eis» (Mc 10,42).

Los líderes ungidos por el clamor de las turbas descastadas suelen padecer de una sed de absoluto a la inversa, renunciatarios del duc in altum a trueque de la exploración de los abismos. Alcáncense o no las cotas irremontables, las «profundidades de Satanás» que dice la Escritura, queda siempre la posibilidad de acorralar al justo y amordazar al profeta: son todas variantes del ofrecimiento a Moloch. El «giro antropológico» del Vaticano II lo pudo: junto con ascenso de los menos dignos y el que la tumefacción fuera celebrada con vivas, se fue logrando, a ojos vista, la inmolación ritual de los aguafiestas.

La intrepidez, como el sol, no ha de faltar muy largamente, y aun en estación tan plomiza el Señor tendrá a bien desatar la lengua de aquellos que, al modo de Quevedo, sean capaces de desafiar a los hodiernos Olivares:
no he de callar por más que con el dedo,
ya tocando la boca o ya la frente,
silencio avises o amenaces miedo
pero la Iglesia de masas disimula sus horrores disfrazando de harapientos a sus conde-duques, nimbándolos con una apariencia de austeridad que entraña la rapiña más desbordada. La Iglesia sine nobilitate de Bergoglio (esto es, la que desprecia los signos visibles de la dignidad de sus ministros, depone paramentos pontificios y hace lepra de la curia y roña de las prelaturas), la Iglesia de los heresiarcas arribistas, la neo-Iglesia que niega la dignidad del cargo para proponer el culto a la persona, triunfalista si las hay, no carece de recursos para apagarle el micrófono a Gnocchi y Palmaro y, más recientemente y como es noto, a De Mattei, si sus preocupaciones por el rumbo que se le ha impreso al gobierno de la Nave resultan expuestas con acuidad y buen tino. Y tienen el descaro de pregonar el buenismo. Francamente, ni siquiera interesa saber quién dio la orden: el espíritu es uno y común a súbditos y a superiores, como en las tiranías. Por otro lado ya se sabe, desde los primeros tiempos de la Iglesia, que vendrían tiempos «en que no se podrá sufrir la sana doctrina» (II Tim 4,3).

Ni el solideo ya le queda
Este es el carácter "latinoamericano", de tiranuelos, que Bergoglio lleva al gobierno de la Iglesia, e increíblemente recibe el respaldo del Viejo Mundo. Recuerda a la admiración que los graeculi de las postrimerías dispensaban a los mismos bárbaros a los que antaño despreciaban, quizás porque reconocían en la rusticidad de éstos al menos alguna traza del vigor y la vitalidad que ellos habían perdido en su paulatina decadencia.

Gracias al aporte de nuestra amiga Maite C. publicamos, para rescatarlo de una censura cruel y sin miramientos, un artículo aparecido el pasado 11 de febrero en un espacio virtual que se suma a la ristra de los amordazados por la "pauta oficial", a saber: http://valdejimena-horcajo.blogspot.com, ya inhallable. El autor, un anónimo monje benedictino, repasa las aporías aún no resueltas que planteó hace un año la dimisión de Benedicto XVI y las vincula con algunas profecías privadas bastante divulgadas por estos días. Es mérito de este ignoto autor el volver a llamar la atención sobre el hipotético y no expresado móvil de la renuncia de Ratzinger, y sobre una irregularidad notoria en la declaración del deponente pontífice, que viciaría radicalmente el acto de renuncia. Estas cosas fueron señaladas en su momento sin que nunca se ofreciera una explicación convincente a las mismas (incluyendo la presunta violación de los precintos que sellaban las cámaras pontificias durante el cónclave, de que dimos cuenta aquí), y sin embargo perdura en el éter el ostinato de la elección "canónicamente válida". No nos arrogamos aventurar una conclusión sobre un asunto que nos excede ampliamente: simplemente nos negamos a simular que sea normal la permanencia de dos Papas en Roma, tanto como la unánime aclamación que recibe aquel que ejerce el "ministerio activo" por parte de los enemigos seculares de la Iglesia. Todo en medio de la más ostensible dilapidación del depositum fidei y de la persecución más sañuda a quienes manifiestan públicamente su perplejidad.


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SE CUMPLE UN AÑO DE LA DIMISIÓN DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI Y LA CRISTIANDAD SIGUE ESTUPEFACTA




San Francisco de Asís:
“Habrá un Papa electo no canónicamente que causará un gran cisma”.

Ana Catalina Emmerick, religiosa agustina:
“Vi una fuerte oposición entre dos Papas, y vi cuan funestas serán las consecuencias de la falsa iglesia (…) Esto causará el cisma más grande que se haya visto en el mundo"

La Santísima Virgen dijo explícitamente en La Salette: 
“Roma perderá la Fe y se convertirá en la sede del anticristo”.

El Papa Benedicto XVI dio a conocer a la Iglesia su renuncia el lunes 11 de febrero de 2013. Ese día leyó una Declaratio que surtió efecto, por deseo suyo, el 28 de febrero a las 8:00 de la tarde. Sin embargo, la decisión de renunciar la tomó con un mes y medio de antelación. Antes de las Navidades de 2012, y con motivo del expediente que le fue entregado el 17 de diciembre, llegó a la conclusión de que era mejor hacerse a un lado por el bien de la Iglesia. De esa decisión fueron testigos su hermano, el Padre George Ratzinger, y otros prelados cercanos al Papa, tal y como lo declaró el Cardenal de Barcelona Lluis Martínez Sistach. 
El expediente que le llevó a renunciar fue elaborado por la comisión de tres cardenales que el Papa nombró para investigar el origen de la filtración de documentos confidenciales conocida como “Vatileaks”. 
Pero es lógico que al Papa no le preocupaban tanto los documentos publicados en el libro “Sua Santità”, escrito por Gianluigi Nuzzi, sino uno específico filtrado directamente al periódico “Il Fatto Quotidiano”, y es el que le entregó personalmente el Cardenal Darío Castrillón, traducido al alemán, y que se refiere al conocimiento que tuvo el Cardenal de Palermo, Paolo Romeo, de que existía un complot para asesinar al Papa. 
El expediente que le entregaron a Benedicto XVI los cardenales Herranz, Tomko y De Giorgi, con la investigación sobre el complot para asesinarlo, llevó al Papa a imaginar el terremoto que su muerte hubiera ocasionado a la Iglesia, desatando una pugna infernal de influencias y maniobras turbias derivadas de los antagonismos internos de la curia de cara a la sucesión. No por temor a la muerte, sino por el posible daño a la Iglesia, el Papa decidió que mejor era retirarse para desmontar las amenazas y adelantar una sucesión pacífica. 
En un Informe que elaboró el sacerdote jesuita Arnaldo Zenteno, publicado el 9 de abril de 2013 en grupobasesfys.blogspot.mx, señala lo siguiente en el número 3): 
“En el encuentro almuerzo con Benedicto XVI en Castel Gandolfo, este le confió al Papa Francisco que una de las causas que influyeron en su renuncia eran las amenazas que recibió y por temor a ser envenenado, pues ya se había tomado la decisión de matarlo, por lo que Benedicto XVI en una jugada para neutralizar ese atentado contra su vida, hace pública su renuncia con lo cual desarmó el intento de matarlo”. 
En este sentido, si bien es cierto que el Papa declaró renunciar “libremente”, el hecho es que en mayor o menor medida fue forzado por la presión de una acometida, por lo que su libertad, según la doctrina canónica, fue condicionada in radice. Si bien el Papa tomó la decisión de renunciar de acuerdo a las facultades que le concede el Código de Derecho Canónico, la tomó bajo la coacción de una violencia moral, lo cual, según el No. 125 del mismo Código, invalida desde la raíz la decisión última y hace inválido el acto. Es como quien libremente decide casarse pero, si hay ocultos presión, miedo o engaño, el matrimonio es nulo por inexistencia, aunque se haya expresado públicamente un compromiso manifiestamente “libre”. 
Hay que reconocer que si bien la Iglesia ha considerado siempre una ley sagrada que la elección del Papa es ad vitam, es bueno que el Derecho Canónico contemple la posibilidad de la renuncia para casos de extrema gravedad, como puede ser el exilio, la persecución u otra causa grave. En este sentido, la renuncia prevista en el Canon 332 del C.D.C. es como una puerta de salida de emergencia, y es conveniente que exista, tanto así que le ayudó a Benedicto XVI a huir de la amenaza que se cernía sobre su persona y sobre la Iglesia, a pesar de que él era consciente, máxime con el ejemplo heroico de su antecesor, de que la elección papal es ad vitam y no es negociable, como tampoco pueden ser negociables sus cláusulas. 
Además, hay un elemento adicional al de la presión, para afirmar que la renuncia de Benedicto XVI fue inválida, y es la evidencia de que en el decreto leído por el Papa no existió renuncia legítima alguna debido a un error en latín. 
En la Declaratio de la “renuncia” del Papa Benedicto XVI, tal y como fue oficialmente difundido por el Vaticano y publicado en L´Osservatore Romano, existe un solecismo muy evidente, es decir, un error sintáctico que consiste en poner de forma incorrecta los elementos de una frase. 
En la parte medular de la renuncia se lee: “declaro me ministerio Episcopi Romae Successoris Sancti Petri, mihi per manus Cardinalium die 19 aprilis MMV commissum renuntiare” (en español: “yo declaro renunciar al ministerio de Obispo de Roma, sucesor de San Pedro, que me ha sido confiado por las manos de los cardenales el 19 de abril de 2005″). Esa frase es totalmente ininteligible, al contener un error gramatical, pues commissum, que depende de ministerio, es complemento del verbo renuntiare, por lo cual debería estar en dativo, en concordancia con él, es decir, debería decir commisso. 
Ahora bien, en derecho canónico, todo escrito legislativo que contenga una falta de latín es nulo. Ya el Papa San Gregorio VII (cfr. Registrum 1.33) declaró nulo un privilegio acordado a un monasterio por su predecesor Alejandro II, “en razón de la corrupción de la latinidad”.
Otro ejemplo. En la epístola decretal Ad audientiam, del Papa Lucio III, que se encuentra en el cuerpo del derecho canónico (cfr. Epístolas decretales de Gregorio IX, de Rescriptis, c. XI) se establece que “la falsa latinidad invalida un rescrito papal”. En ese decreto, el Papa prohibió dar crédito a cualquier documento pontificio “si contiene una falta de construcción evidente”. La glosa (en el texto oficial publicado por orden del Papa Gregorio XIII, en 1582) explica porqué un decreto papal no debe contener ninguna falta, y porqué cualquier error de latín constituye tal presunción de nulidad que ninguna prueba en sentido contrario puede ser admitida. 
Afirmar que un decreto es nulo no significa que necesariamente se trate de un documento falso, pero si revela un error que puede ser manifiesto o subrepticio. Es decir, el Papa Benedicto XVI pudo haberlo redactado con descuido, o cubriendo un verdadero mensaje oculto al haber sido la renuncia realizada bajo presión. Lo primero resulta bastante inverosímil, pues es de suponer que un texto tan importante fue revisado por el Papa no una sino varias veces. 
En conclusión, no parece que el error de latín cometido por Benedicto XVI haya sido una indolencia, sino un propósito intencional, lo cual nos estaría hablando no solo de la nulidad absoluta del decreto pontificio, lo cual es un hecho, sino también de la presión por la que fue motivado, así como de la puerta trasera que el Papa Benedicto quiso dejar abierta. 
 Natalia Tsarkova,  retratista oficial de los pontífices, desconcertada ante los Dos Papas
Lo cierto es que, a partir del 13 de marzo de 2013 comenzaron a cumplirse las profecías que hablan de “Dos Papas en Roma”, existiendo oficialmente uno emérito y otro en funciones. Jamás en la historia de la Iglesia se ha dado esta situación, predicha por santos y místicos, y es muy difícil que vuelva a suceder. 
Lo grave es que, según las profecías y revelaciones privadas, cuando haya dos Papas en Roma (pueden ser los actuales u otros dos en el futuro) habrá un cisma en la Iglesia, una división ocasionada por una herejía del Papa ilegítimo y la reacción del verdadero Vicario de Cristo, el cual alzará la voz para denunciar la apostasía. En ese momento, habrá una repentina invasión de Rusia sobre Europa, en coincidencia con la Guerra de Ezequiel (Ez 38), que consiste en el ataque de Rusia y países árabes en contra de Israel. Entonces, el Papa legítimo será perseguido y tendrá que huir de Roma para refugiarse, mientras que el antipapa se quedará gobernando la Iglesia apoyando la falsa paz, la sacrílega unificación de las religiones. Esa falsa paz será el soporte religioso del gobierno mundial del anticristo. El antipapa traicionará la fe aceptando la coalición de todos los credos y renunciando a la propia identidad católica.

Y hay otras muchas revelaciones privadas y anuncios de jerarcas de la Iglesia:
• Dice el P. Paul Kramer: “El antipapa y sus colaboradores apóstatas serán, como dijo la Hermana Lucía, partidarios del demonio, los que trabajarán para el mal sin tener miedo de nada”.
• Dio a conocer el Papa San Pio X: “He tenido una visión terrible: no sé si seré yo o uno de mis sucesores, pero vi a un Papa huyendo de Roma entre los cadáveres de sus hermanos. Él se refugiará de incógnito en alguna parte y después de breve tiempo morirá una muerte cruel”.

• Juan de Rocapartida: “Al acercarse el Fin de los Tiempos, el Papa y sus cardenales habrán de huir de Roma en trágicas consecuencias hacia un lugar donde permanecerán sin ser reconocidos, y el Papa sufrirá una muerte cruel en el exilio”.



martes, 18 de febrero de 2014

CAMBIO CLIMÁTICO Y ESPERANZA CRISTIANA

Robert Hugh Benson
Un artículo publicado recientemente en un sitio creado en honor de R.H. Benson (http://bensonians.blogspot.com.ar/2014/01/el-cambio-climatico-en-el-senor-del.html) llama la atención sobre cierto pasaje en los capítulos finales de «Señor del mundo», pasaje que corre el riesgo de ser soslayado como mero aditamento descriptivo en la trama esjatológica de la novela, cuando en verdad no hace sino predecir el revolverse de los elementos en el embudo de la declinación última de los tiempos. Después de referirse a una desconocida Londres, con césped que amarilleaba y copas de árboles ya mustias bajo el azote de calores extremos (citaremos según la versión Castellani),
«lo que desconcertaba era el aspecto del aire, como lo que los libros viejos describían de los tiempos del reinado del humo. No había ni la frescura ni la transparencia de la mañana; era imposible apuntar en ninguna dirección el origen del pesado nublo, porque era parejo en todas partes. Incluso en el cenit faltaba el azul; parecía pintado con una brocha fangosa, y el color mostraba apenas una opaca aureola roja. Sí, pensó, esto parece uno de esos cuadros modernos; no había el tinte del misterio de una ciudad nublada, sino más bien inverosimilitud, irrealidad. Las sombras parecían carecer de límites, las figuras y los conjuntos de coherencia, como en la obra de un paisajista chabacano. Hace falta una buena tormenta, pensó; o bien, podía ser, un terremoto más en otra parte del mundo podía, en sarcástica demostración de la unidad del globo, aliviar la tensión en esta parte. Bueno, la jornada valía la pena de emprenderse, más no fuera que por el fresco y por el interés de observar los cambios climáticos...»
Tal la impresión que la naturaleza desquiciada suscita en Oliver Brand, parlamentario al servicio del tirano orbital Juliano Felsenburgh, el Anticristo. Pocas páginas después, en el asediado campamento de los santos, en Galilea, en el que hacen mora el último papa (de incógnito) y una mermadísima jerarquía y algunos monjes y fieles,
«el cielo era como un averno, negro y vacuo; no había un rayo de luz, aunque la luna seguramente había salido. Él la había visto cuatro horas antes trasponer lentamente el Tabor, una hoz roja. A través del valle, mirando desde el parapeto no había nada; pues por unas pocas yardas yacía sobre la tierra irregular un alanza quebrada de luz de un postigo mal cerrado; y debajo de ella, nada. Hacia el norte, nada tampoco; hacia el oeste un fulgor, pálido como ala de polilla, de los techados de Nazareth...»
Y aun:
«le pareció que el amanecer había llegado, pues aquel horroroso cielo era visible al fin. Una enorme bóveda, opaca y color humo, parecía curvarse hacia los espectrales horizontes a los dos lados donde las lejanas sierras alzaban sus agudos filos como recortadas en papel (...) Parecía todo irreal, como una sombría y fantástica pintura hecha por un ciegonato que nunca hubiese visto la luz. El silencio era hondo y total.»
Se advierte en estos pasajes la atención que el buen converso y novelista inglés vuelca sobre uno de los aspectos más gravosos del mundo distópico propiciado por los febriles sueños utópicos. No decimos que esta alteración de las coordenadas cósmicas sea inmediato efecto de la acción del hombre, cosa por lo demás hipotética y de comprobación acaso imposible: la tierra conoció cíclicas convulsiones mucho antes de que el hombre talara los bosques y contaminara la atmósfera. Simplemente asertamos que el cambio en los usos y costumbres, en la valoración y en los paradigmas morales de estos últimos lustros ha sido tan drástico y radical, que el «cambio climático» no hace sino y casi irónicamente acompañarlo, como un lazarillo que a su vez cojeara. Porque el hombre agrede a la naturaleza no sólo por la polución industrial, sino por la promoción de la contra-natura en todas sus repulsivas formas en vigor. Arcades ambo, y bien contemporáneos que son, resulta cuanto menos estúpido constatar la gravedad de los trastornos naturales sin siquiera reparar en la aniquilación del ethos -o en su falsificación, a expensas de una principalía del consenso.

De entre los varios signos que Jesús ofrece a los suyos como indicadores del fin de los tiempos, agrupados habitualmente bajo el membrete de Apocalypsis synoptica (a saber: aparición de falsos mesías y falsos profetas, guerras y rumores de guerra, persecución a los cristianos, fin de la ocupación gentílica de Jerusalem, señales sidéreas y telúricas varias), hay una que despunta sólo en Lucas (21, 25 ss.), y que merece especial atención en nuestros días. Dice la Vulgata:
et erunt signa in sole et luna et stellis, et in terris pressura gentium prae confusione sonitus maris et fluctuum, arescentibus hominibus prae timore et exspectatione, quae supervenient universo orbi; nam virtutes caelorum movebuntur.
La destacamos en negrita: Mateo y Marcos también hablan del oscurecimiento del sol, de la luna y las estrellas, y de la «conmoción de las columnas celestes»; no así del «estruendo del mar y de las olas», que es dato que aporta sólo Lucas. Acá también cabe reconocer correspondencias bastante estrechas entre trastornos naturales y hechos espirituales de pareja gravedad, de los que aquellos podrían ser un a modo de signos subsecuentes. El sol podrá, en efecto, oscurecerse; pero antes lo hizo el papado, con la imparable devaluación de sus signos de hito en hito (al menos desde la deposición de la tiara por Paulo VI, pasando por la renuncia de Benedicto XVI hasta alcanzar la licuefacción diaria de la dignidad pontificia en Francisco). Pulchra ut luna llamó Orígenes a la Iglesia, belleza que en nuestros días parece estribar en lo oculto, como en el novilunio. Que la luna deje de dar su esplendor no es más inadmisible que el entenebrecimiento -¡ay! ya constatado- de la misma Iglesia, llamada a reproducir la luz de Cristo. Que las estrellas caigan como fruta sobremadurada no hará sino reflejar la defección casi universal de los sacerdotes, prevista en todo su dramatismo al menos desde La Salette. Y el estruendo de las aguas y su asalto a la tierra firme no será sino paralelo a la mundanización creciente de la Iglesia, mimetismo el de ésta que no sirve a saciar la sed del mar embravecido: que lo diga la ONU si no, que ya parece lanzada a un decidido ataque a fondo contra todo lo que recuerde la soberanía del Creador sobre su entera Creación.

A la zaga de tan penoso desquicio en el orden del espíritu, la natura parece plegarse al descompás. Ya son muchas las latitudes que podrían decir, con Lucrecio y con Leopardi, que la naturaleza es más una madrastra
Olas gigantes en las costas de Albión
que una madre. Si hasta un concejal británico se animó a sugerir que las recientes inundaciones en su país se debieron a la aprobación de la ley de "matrimonio" homosexual, razón por la que fue suspendido de su partido. Causalidad no pasible de positiva comprobación, lo cierto es que en diversas partes de Europa se vivió un invierno altamente inusual, con lluvias copiosas donde correspondían nevadas, con temperaturas primaverales en la alta montaña. Estados Unidos vivió su propio destierro siberiano, con temperaturas de hasta 50º bajo cero. En nuestra pampa húmeda y en otras regiones de la Argentina, a cuarenta y cinco días sucesivos de calores agobiantes les siguió un duradero temporal, del todo impensable para el pleno verano, con inundaciones incluso en provincias de secano, como Catamarca, Mendoza y San Juan. El autor de este blogue vio hincharse el río que pasa a treinta metros de su casa, con amenaza de inundación finalmente fallida. En un área rural que conocía fenómenos semejantes con una frecuencia de 20 a 25 años, a éste le tocó sortear tres anegamientos en sólo cinco años.

Como para evidenciar la más cruda fisonomía del hombre moderno, no faltan quienes aprovechan estos castigos para salir a excursionar por las zonas siniestradas, cámara fotográfica en mano, captando ávidos el retrato de lo inverosímil que se regala a sus retinas: casas como barcos, copas de árboles peinando la corriente. Ni falta el tonto audaz que sale a montar la cresta de las olas gigantes, erguido en equilibrio sobre su leño. Es la conversión del drama en espectáculo, la garantía de que esta raza de tele-espectadores está negada al escarmiento. Tal como se lee en Apocalipsis 9, 20 ss: «los hombres que no fueron exterminados por estas plagas no se arrepintieron de las obras de sus manos, ni cesaron de adorar a los demonios (...), ni se arrepintieron de sus homicidios, de sus maleficios, de sus fornicaciones ni de sus robos».

En medio de la amenaza creciente de las fuerzas naturales y políticas desbocadas, así como el pequeño y perseverante contingente de la novela de Benson esperaba el fulmíneo bombardeo del enemigo entonando gregorianos, pluguiera a Dios que aprendamos a salmodiar con toda el alma aquello de
   no tememos aunque tiemble la tierra,
y los montes se desplomen en el mar.
Que hiervan y bramen sus olas,
que sacudan a los montes con su furia:
El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

lunes, 10 de febrero de 2014

LA MEDIDA DE LA INDIGNACIÓN

Como complemento a la anterior entrada, reproducimos aquí otro testimonio que, en los días casi iniciales de la ¿reforma? litúrgica, debió impactar por el tono fuertemente polémico contra el Ordo motiniano y por la pluma de la que manaba. Se trata de un artículo aparecido en la revista Vigilia Romana en noviembre de 1971 y firmado por monseñor Domenico Celada, teólogo y liturgista, y profesor de Música e Historia del canto gregoriano en la Universidad lateranense. El autor, que colaboró con el «Breve examen crítico del Novus Ordo» firmado por los cardenales Ottaviani y Bacci, se cuenta entre los más fervientes impugnadores de las excrecencias introducidas en la liturgia a partir de 1969.

Nótese la afinidad del tono con el usado por el Señor en su Elenchus contra pharisaeos (Mt. 23, 13 ss.), o en las imprecaciones no menos incisivas que dirige a los judíos en Juan 8, 21 ss. En este caso, los destinatarios son los ideólogos y fautores de la ruptura en la tradición litúrgica, que una propaganda tan dolosa como eficaz logró presentar como “apertura”.


Paulo VI con el concejo de pastores protestantes
que intervinieron en la elaboración de la misa nueva
♦♦♦ 
Hace tiempo que deseaba escribiros, ilustres asesinos de nuestra santa Liturgia. No ya porque suponga que mis palabras pudieran tener algún efecto en vosotros, caídos hace ya mucho tiempo en las garras de Satanás y devenidos sus obedientísimos siervos, sino para que todos aquellos que sufren por los innumerables delitos cometidos por vosotros puedan reconocer su propia voz. No os ilusionéis, señores. Las llagas atroces que habéis abierto en el cuerpo de la Iglesia claman venganza ante el rostro de Dios, justo vengador. Vuestro plan de subversión de la Iglesia a través de la liturgia es antiquísimo. Intentaron realizarlo muchos predecesores vuestros mucho más inteligentes que vosotros, que el Padre de las Tinieblas ha acogido ya en su reino. Y yo recuerdo vuestro resentimiento, vuestra risa maliciosa y burlona, cuando le augurabais la muerte, una quincena de años atrás, a aquel gran Pontífice que fue el siervo de Dios Eugenio Pacelli, luego de que éste comprendiera vuestros designios y se os hubiera opuesto con la autoridad de la Tiara. Después de aquel famoso convenio de “liturgia pastoral”, sobre el cual cayeron como una espada las clarísimas palabras del papa Pío XII, vosotros abandonasteis el místico concejo espumando enojo y veneno.

Ahora os salisteis con vuestro propósito. Por el momento, al menos. Habéis creado vuestra “obra maestra”: la nueva liturgia. Que esta no sea obra de Dios se demuestra sobre todo (prescindiendo de las implicaciones dogmáticas) por un hecho muy simple: es de una fealdad espantosa. Es el culto de la ambigüedad y del equívoco, y no pocas veces el culto de la indecencia. Bastaría esto para entender que vuestra “obra maestra” no proviene de Dios, fuente de toda belleza, sino del antiguo escarnecedor de las obras de Dios.

Sí, habéis quitado a los fieles católicos las emociones más puras, derivadas de las cosas sublimes de las que se ha nutrido la liturgia por milenios: la belleza de las palabras, de los gestos, de las músicas. ¿Qué les habéis otorgado en cambio? Un certamen de fealdades, de “traducciones” grotescas (como es sabido, vuestro padre que está allá abajo no posee el sentido del humorismo), de emociones gástricas suscitadas por los maullidos de las guitarras eléctricas, por gestos y actitudes –y es poco decir- equívocos.

Pero, si no fuese suficiente, hay otro signo que demuestra cómo vuestra “obra maestra” no viene de Dios. Y son los instrumentos de los que os habéis servido para realizarlo: el fraude y la mentira. Habéis logrado hacer creer que un Concilio habría decretado la desaparición de la lengua latina, el archivado del patrimonio de la música sacra, la abolición del tabernáculo, el revesamiento de los altares, la prohibición de doblar las rodillas ante Nuestro Señor presente en la Eucaristía, y todas vuestras otras progresivas etapas, que toman parte (dirían los juristas) de un “único designio criminoso”.

Vosotros sabíais muy bien que la “lex orandi” es también la “lex credendi”, y por tanto que, mudando una, habríais mudado la otra. Vosotros sabéis que, apuntando vuestras lanzas envenenadas contra la lengua viva de la Iglesia, habréis prácticamente ultimado la unidad de la fe. Vosotros sabíais que, decretando el acta de muerte del canto gregoriano y de la polifonía sacra, habríais podido introducir a vuestro antojo todas las indecencias pseudomusicales que desacralizan el culto divino y echan una sombra equívoca sobre las celebraciones litúrgicas. Vosotros sabíais que, destruyendo tabernáculos, sustituyendo los altares por las “mesas para la refección eucarística”, negándole al fiel que doble las rodillas delante del Hijo de Dios, en breve habríais extinguido la fe en la real Presencia divina. Habéis trabajado muy atentamente. Os habéis ensañado contra un monumento en el que habían puesto manos Cielo y tierra, porque sabíais que con esto destruiríais a la Iglesia. Habéis llegado a quitarnos la Santa Misa, arrancando nada menos que el corazón de la liturgia católica (esa Santa Misa a cuya vista nosotros fuimos ordenados sacerdotes, y que nadie en el mundo nos podrá jamás prohibir, porque nadie puede pisotear el derecho natural).

Lo sé, ahora podréis reir por cuanto estoy por decir. Y reíd nomás.

Habéis llegado a quitar de las Letanías de los santos la invocación “a flagello terremotus, libera nos Domine”, y nunca como ahora la tierra ha temblado en cualquier latitud.

Habéis quitado la invocación “a spiritu fornicationis, libera nos Domine”, y nunca como ahora nos hemos encontrado tapados por el fango de la inmoralidad y de la pornografía en sus formas más repelentes y degradantes.

Habéis abolido la invocación “ut inimicos sanctae Ecclesiae umiliare digneris”, y nunca como ahora los enemigos de la Iglesia prosperan en todas las instituciones eclesiásticas, a todo nivel.

Reíd, reíd. Vuestras risotadas son groseras y sin alegría. Es bien cierto que ninguno de vosotros conoce, como nosotros las conocemos, las lágrimas de la alegría y del dolor. Vosotros no sois ni siquiera capaces de llorar. Vuestros ojos bovinos, ténganse por bolas de vidrio o de metal, miran las cosas sin verlas. Sois similares a las vacas que miran el tren.

Antes que a vosotros, prefiero al ladrón que arranca la cadenita de oro al niño, prefiero al carterista, prefiero al atracador a mano armada, prefiero incluso al profanador de tumbas. Gente mucho menos sucia que vosotros, que le habéis rapiñado al pueblo de Dios todos sus tesoros.

En espera de que vuestro padre que está allá abajo os acoja también a vosotros en su reino, “allá donde habrá llanto y rechinar de dientes”, quiero que sepáis de nuestra invencible certeza: que aquellos tesoros nos serán restituidos. Y será una “restitutio in integrum”. Vosotros habéis olvidado que Satanás es el eterno vencido.

Monseñor Domenico Celada

miércoles, 5 de febrero de 2014

PADRE CALMEL: UNA SANTA RÉPLICA A LA RUPTURA LITÚRGICA

Para los fieles que conocieron la Misa tradicional y comprobaron las deficiencias evidentes del nuevo rito (incluso cuando se lo celebra con el mayor de los decoros posibles), y que no pueden asistir regularmente a la Misa de san Pío V por hallarse lejos del lugar de su celebración más próxima, surgen inevitables las inquietudes de conciencia acerca de la Misa nueva: si ésta es realmente válida, si confiere eficazmente la gracia, etc. No tratándose de asuntos sujetos a comprobación empírica ni pudiendo asumirlos como objeto de una elucidación al modo de las ciencias positivas, y careciendo de toda opción en lo referente al culto, es de creer que esta dolorosa pena resulte insoluble en esta vida. A no ser que, por un improbable que no cabe en las mientes de nadie, resulte ungido en el próximo cónclave un Papa que renueve explícitamente las condenas de un Pío X al modernismo y se avenga a restaurar la liturgia de siempre contra la acción disolvente de todos los zorros, lobos y chacales que han venido a ocuparse tan solícitamente del culto público.

No menor horror causa en los azorados testigos del caso el comprobar que, a la disrupción obrada en este terreno hace ya cuarenta y cinco años, no le siguiera una reacción condigna de parte de clérigos y fieles. Lo que, para mayor honor de la Desposada del Cordero, resulta felizmente contradicho por el ejemplo de unos pocos de sus hijos, como el que presentamos a continuación. En un articulo titulado Contrarrevolución litúrgica. el caso "silenciado" del padre Calmel la autora, Cristiana de Magistris, nos expone el coraje del dominico francés y su lucidez sin sombras acerca del carácter demoledor de los cambios introducidos en la liturgia, que (en mutua implicancia, según aquello de lex orandi, lex credendi) acabaría por afectar -apagándola- a la fe. Nótese el tenor de la justificación que Paulo VI hace de la ruptura, asumiendo a la nueva misa nada menos que como un «gimnasio de sociología cristiana». Nótese a su vez el reclamo de los novadores a la obediencia, virtud religiosa burlada por ellos sistemáticamente mientras no estuvieron al comando de diócesis y dicasterios.

Y admiremos juntos la perseverancia de este digno hijo del fundador de su Orden, hoy tan degradada. Bien supieron los antiguos que la resistencia equivale a la victoria.



Padre Roger Calmel, gloria oculta
de la orden de santo Domingo
♦♦♦
Religioso dominico y teólogo tomista de espesor poco común, director de almas apreciado y buscado por todo el territorio francés, escritor católico de una lógica convincente y de una claridad inequívoca, el padre Roger Calmel-Thomas (1914 - 1975) se distinguió durante los tumultuosos años del Concilio y del post-Concilio por su acción contrarrevolucionaria, ejercida -a través de la predicación, de los escritos, y sobre todo con el ejemplo- tanto en el plano doctrinal como en el litúrgico.
Pero en un punto muy preciso la resistencia de este hijo de santo Domingo ha alcanzado el heroísmo: la Misa, ya que es en la redención obrada por Cristo en el Calvario y perpetuada en los altares que se fundamenta la fe católica. 1969 fue el año fatídico de la revolución litúrgica, largamente preparada y finalmente impuesta por vía de autoridad a un pueblo que no la había pedido ni la deseaba. 
El nacimiento de la nueva Misa no fue pacífico. En oposición a los cantos de victoria de los novatores, se hallaban las voces de quienes no querían pisotear el pasado casi bimilenario de una Misa que se remontaba a la tradición apostólica. Esta oposición contó con el apoyo de dos cardenales de Curia (Ottaviani y Bacci), pero fue completamente ignorada. 
La entrada en vigor del nuevo Ordo Missae fue programada para el 30 de noviembre, primer domingo de Adviento, y la oposición no tendía a aplacarse. El mismo Paulo VI, en dos audiencias generales (19 y 26 de noviembre 1969), intervino presentando el nuevo rito de la Misa como la voluntad del Concilio y como ayuda a la piedad cristiana. 
El 26 de noviembre el Papa dijo: «el nuevo rito de la Misa: es un cambio que remite a una venerable tradición secular, y por eso afecta a nuestro patrimonio religioso hereditario, que parecía tener que disfrutar de una fijeza intangible, y que parecía tener que traer a nuestros labios la oración de nuestros antepasados ​​y de nuestros santos, y darnos el consuelo de una fidelidad a nuestro pasado espiritual que nosotros actualizábamos para transmitirlo luego a las generaciones venideras. En esta contingencia comprendemos mejor el valor de la tradición histórica y de la comunión de los santos. Toca este cambio el desenvolvimiento ceremonial de la Misa, y advertiremos, tal vez con un poco de molestia, que las cosas ya no se desarrollarán más en el altar con aquella identidad de palabras y gestos a la que estábamos tan acostumbrados, casi al punto de no prestarle más atención. Este cambio también afecta a los fieles, y quisiera concernir a cada uno de los presentes, quitándolos de sus acostumbradas devociones personales, o de su sopor habitual. ... ». Y continuaba diciendo que hay que entender el significado positivo de las reformas y hacer de la misa «un tranquilo pero comprometedor gimnasio de sociología cristiana». 

«Será bueno -advirtió Paulo VI en la misma audiencia- que comprendamos las razones por las que se introduce esta grave mutación: la obediencia al Concilio, que ahora deviene obediencia a los obispos que lo interpretan y ejecutan las prescripciones...» . Para sofocar la oposición al Papa no quedaba sino el argumento de autoridad. Y es sobre este argumento que se jugó todo el partido de la revolución litúrgica. 
El padre Calmel, que con sus artículos fue colaborador asiduo de la revista Itinéraires, había ya abordado la cuestión de la obediencia, que se convirtió en el post-Concilio en el argumento de punta de los novatores. Pero -así lo afirmaba él- es precisamente en virtud de la obediencia que debemos rechazar cualquier compromiso con la revolución litúrgica: «no se trata de crear un cisma, sino de conservar la tradición». Con silogismo aristotélico hacía notar: «la infalibilidad del Papa es limitada, por lo que nuestra obediencia es limitada», señalando el principio de la subordinación de la obediencia a la verdad, de la autoridad a la tradición. La historia de la Iglesia tiene casos de santos que estaban en conflicto con la autoridad de los papas que no eran santos. Pensemos en san Atanasio excomulgado por el papa Liberio, en santo Thomas Becket suspendido por el papa Alejandro III. Y especialmente en Santa Juana de Arco. 
El 27 de noviembre de 1969, tres días antes de la fecha fatídica en la que entró en vigor el Novus Ordo Missae, el padre Calmel expresó su rechazo con una declaración de excepcional importancia, publicada en la revista Itinéraires. 

«Yo me atengo a la Misa tradicional -declaró- aquella que fue codificada, pero no fabricada por san Pío V en el siglo XVI, de acuerdo con un uso plurisecular. Rechazo, por lo tanto, el Ordo Missae de Paulo VI. 

¿Por qué? Porque, en realidad, no existe este Ordo Missae. Lo que existe es una revolución litúrgica universal y permanente, permitida o deseada por el Papa actual, y que reviste, por el momento, la máscara del Ordo Missae del 3 de abril de 1969. Es derecho de todo sacerdote negarse a usar la máscara de esta revolución litúrgica. Y estimo que es mi deber como sacerdote negarme a celebrar la misa en un rito equívoco.
Si aceptamos este nuevo rito, que promueve la confusión entre la misa católica y la cena protestante -como afirman los dos cardenales (Bacci y Ottaviani), y como lo demuestran sólidos análisis teológicos- entonces pasaremos sin demora de una misa intercambiable (como lo reconoce, por lo demás, un pastor protestante) a una misa completamente herética y, por lo tanto, nula. Iniciada por el Papa, y luego por él abandonada a las Iglesias nacionales, la reforma revolucionaria de la misa conducirá al infierno. ¿Cómo aceptar el hacerse cómplice? 
Me preguntaréis: manteniendo la Misa de siempre de cara y contra todo, ¿has pensado en aquello a lo que te expones? Claro. Me expongo, por así decirlo, a perseverar en el camino de la fidelidad a mi sacerdocio, y por eso a rendir al Sumo Sacerdote, que es nuestro Juez Supremo, el humilde testimonio de mi ministerio sacerdotal. Me expongo también a tranquilizar a los fieles extraviados, tentados de escepticismo o de desesperación. Todo sacerdote, de hecho, que permanezca fiel al rito de la Misa codificado por San Pío V, el gran Papa dominico de la Contrarreforma, permite a los fieles participar en el Santo Sacrificio sin ningún posible equívoco; de comunicarse, sin el riesgo de ser engañados, con el Verbo de Dios encarnado e inmolado, vuelto realmente presente bajo las sagradas Especies. Por el contrario, el sacerdote que se conforma al nuevo rito, compuesto por varias piezas de Paulo VI, colabora de su parte para instaurar gradualmente una misa fraudulenta donde la Presencia de Cristo no será más auténtica, sino que se transformará en un memorial vacío; por lo mismo, el Sacrificio de la Cruz no será más que una comida religiosa donde se comerá un poco de pan y se beberá un poco de vino. Nada más: como los protestantes. La negativa a colaborar con la instauración revolucionaria de una misa equívoca orientada a la destrucción de la Misa, ¿qué desgracias temporales, qué daños podrá traer? El Señor lo sabe: por lo tanto, basta con su gracia. En verdad, la gracia del Corazón de Jesús, derivada hasta nosotros por el santo Sacrificio y por los sacramentos, basta siempre. Es por ello que el Señor nos dice con tanta tranquilidad: "el que pierda su vida en este mundo por mi causa, la salvará para la vida eterna". 
Reconozco sin dudar la autoridad del Santo Padre. Afirmo, sin embargo, que todos los Papas, en el ejercicio de su autoridad, pueden cometer abusos de autoridad. Sostengo que el papa Paulo VI cometió un abuso de autoridad de una gravedad excepcional, al construir un nuevo rito de la misa según una definición de la misa que ha dejado de ser católica. "La Misa -escribió en su Ordo Missae- es la reunión del pueblo de Dios, presidida por un sacerdote, para celebrar el memorial del Señor". Esta definición insidiosa omite a priori lo que hace la Misa católica, siempre y para siempre irreductible a la cena protestante. Y esto porque para la Misa católica no se trata de cualquier memorial; el memorial es de tal naturaleza que contiene realmente el sacrificio de la Cruz, porque el Cuerpo y la Sangre de Cristo están verdaderamente presentes en virtud de la doble consagración. Ahora bien: mientras esto aparece tan claro en el rito codificado por San Pío V de modo de no poder inducir a error, en aquel fabricado por Paulo VI permanece fluctuante y equívoco. Parejamente, en la Misa católica el sacerdote no ejerce una presidencia cualunque: marcada por un carácter divino que lo introduce en la eternidad, él es el ministro de Cristo, que hace la Misa a través de él; muy otra cosa es asimilar al sacerdote a un pastor cualquiera, delegado por los fieles para mantener el buen orden en sus asambleas. Ahora bien: mientras esto es ciertamente evidente en el rito de la Misa prescrita por San Pío V, se halla en cambio disimulado e incluso eliminado en el nuevo rito.
La simple honestidad entonces, pero infinitamente más el honor sacerdotal, me exigen no tener el descaro de traficar la Misa católica, recibida en el día de mi ordenación. Y como de lo que se trata es de ser leal, y sobre todo en una materia de una gravedad divina, no hay autoridad en el mundo, ni siquiera la autoridad pontificia, que pueda detenerme. Por otra parte, la primera prueba de fidelidad y de amor que el sacerdote tiene que dar a Dios y a los hombres es la de custodiar intacto el depósito infinitamente precioso que le fue confiado cuando el Obispo le impuso las manos. Es, sobre todo, sobre esta prueba de lealtad y amor que seré juzgado por el Juez Supremo. Confío que la Virgen María, Madre del Sumo Sacerdote, me obtenga la gracia de permanecer fiel hasta la muerte a la Misa católica, verdadera y sin inequívoco. Tuus ego sum, salvum me fac (soy todo tuyo, sálvame)».
Frente a un texto de este espesor y una toma de posición tan categórica, todos los amigos y partidarios del padre Calmel temblaron, esperando de Roma las penas más duras. Todos excepto él, el hijo de santo Domingo, que no dejaba de repetir: "Roma no va a hacer nada, no va a hacer nada ...". Y, en efecto Roma no hizo nada. Las sanciones no llegaron. Roma calló ante este fraile dominico que no temía a nada con excepción del Juez Supremo, a quien debía dar cuenta de su sacerdocio. 
Otros sacerdotes, gracias a la declaración del padre Calmel, tuvieron el coraje de salir al descubierto y hacer frente a los abusos de una ley injusta e ilegítima. Contra los que recomendaban la obediencia ciega a las autoridades, él mostraba el deber de la insurrección. «Toda la conducta de santa Juana de Arco muestra que ella ha pensado así: por supuesto, es Dios quien lo permite; pero lo que Dios quiere, al menos mientras me quede un ejército, es que yo libre una buena batalla y haga justicia cristiana. Luego fue quemada [...] Someterse a la gracia de Dios no significa no hacer nada. Lo que significa es hacer, permaneciendo en el amor, todo lo que está en nuestro poder [...] A quien no haya reflexionado sobre las justas insurrecciones de la historia, como la guerra de los Macabeos, las cabalgatas de santa Juana de Arco, la expedición de Juan de Austria, la revuelta de Budapest, a quien no haya entrado en sintonía con las nobles resistencias de la historia [...] yo le niego el derecho de hablar de abandono cristiano [...] El abandono no consiste en decir: Dios no quiere la cruzada, dejemos hacer a los moros. Ésta es la voz de la pereza». 
No se puede confundir el abandono sobrenatural con una obediencia supina. «El dilema que se plantea a todos -advertía el padre Calmel- no es elegir entre la obediencia y la fe, sino entre la obediencia de la fe y la cooperación con la destrucción de la fe». Todos nosotros estamos invitados a hacer «dentro de los límites que nos impone la revolución, el máximo de lo que podamos hacer para vivir de la tradición con inteligencia y fervor. Vigilate et orate». 
El padre Calmel había comprendido perfectamente que la forma de violencia ejercitada en la Iglesia post-Conciliar es el abuso de autoridad, aplicada exigiendo una obediencia incondicional. A la que el clero y muchos laicos se plegaron sin intentar ningún tipo de resistencia. «Esta falta de reacción -notaba Louis Salleron- me parece trágica. Porque Dios no salva a los cristianos sin ellos mismos, ni a su Iglesia sin ella».
«El modernismo hace caminar a sus víctimas bajo el estandarte de la obediencia -escribía el religioso dominico-, poniendo bajo sospecha de orgullo cualquier crítica de las reformas, en nombre del respeto que se debe al Papa, en nombre del celo misionero, de la caridad y de la unidad». 
En cuanto al problema de la obediencia en materia litúrgica, el padre Calmel señalaba: «la cuestión de los nuevos ritos consiste en el hecho de que son ambivalentes, por lo que no expresan de manera explícita la intención de Cristo y de la Iglesia. La prueba está dada por el hecho de que incluso los herejes los utilizan con tranquilidad de conciencia, mientras que rechazan, como siempre han rechazado, el Misal de san Pío V». «Hay que ser o tontos o miedosos (o lo uno y lo otro a la vez) para considerarse obligados en conciencia a leyes litúrgicas que cambian con mayor frecuencia que la moda femenina y que son aún más inciertas». 
En 1974 decía, en una conferencia: «la Misa le pertenece a la Iglesia. La nueva misa no pertenece sino al modernismo.Yo me atengo a la Misa católica, tradicional, gregoriana, ya que ella no pertenece al modernismo [...] El modernismo es un virus. Es contagioso y es menester rehuirlo. El testimonio es absoluto. Si rindo testimonio a la Misa católica, es necesario que me abstenga de celebrar otra. Es como el incienso quemado a los ídolos: o un grano, o nada. Así que: nada».
A pesar de la abierta resistencia del padre Calmel a las innovaciones litúrgicas, nunca llegó de Roma ninguna sanción. La lógica del padre dominico era demasiado apretada, su doctrina demasiado ortodoxa, su amor a la Iglesia y a su tradición perenne demasiado leal para que se lo pudiese atacar. No se intervino en contra de él, ya que no se podía. Entonces se envolvió el caso en el silencio más criminalmente cómplice, al punto de que el teólogo dominico -conocido, en parte, en el mundo tradicional francés- es poco menos que desconocido en el resto del orbe católico. 
En 1975, el padre Calmel se apagaba prematuramente, coronando su deseo de fidelidad y resistencia. En su Declaración de 1969 había pedido a la Santísima Virgen «permanecer fiel hasta la muerte a la Misa católica, verdadera y sin equívocos». La Madre de Dios colmó el deseo de este hijo predilecto, que murió sin haber nunca celebrado la misa nueva para permanecer fiel al Supremo Juez, a quien debía rendir cuentas de su sacerdocio.

Fuente: http://www.conciliovaticanosecondo.it/

domingo, 2 de febrero de 2014

NUNC DIMITTIS

Rembrandt, Simeón y el Niño Dios

Despachad ya, Señor, al siervo vuestro
y huélguese en la paz de su Maestro,

según vuestra palabra fidedigna
que asperjabais con mano tan benigna.

¿Qué mirarán los ojos, los absortos
de miraros? ¿Dónde hallarán confortos?

¿Qué otro esplendor verán, qué otra alegría
tan diáfana como la de este Día?

Día sin nube, día en que las arras
le concedisteis, y hasta las hondarras

sorbió de su venturo refrigerio
cual destilado a vuestro tierno imperio.

Día que es vuestro rostro y su decoro.
No demoréis, Señor, ese tesoro

al siervo éste que clama ya a las puertas
de vuestro Tribunal, y halla entreabiertas.

¡Oh luz de las naciones y alta gloria
de vuestro fiel rebaño, la victoria

dejadnos contemplar de vuestro Verbo!
¡Y dispensad, Señor,
por vuestro honor,
de aqueste largo andar a vuestro siervo!



Fray Benjamín de la Segunda Venida