jueves, 18 de octubre de 2018

LA SOMBRA GROTESCA DE UN JUDÍO DE NARIZ GANCHUDA (parte 2)

por Dardo Juan Calderón

Escuchemos lo que decía a la luz del día y con toda sinceridad un buen judío:

“Según nuestra doctrina, la religión judía no es la sola en asegurar la salud. Son salvos todos aquellos que, no siendo judíos, creen en un Dios supremo y tienen una conducta moral, obedeciendo así a las leyes dichas “noáquidas”, aquellas que Dios prescribió a Noé. (…) Es únicamente para los judíos que a más de las leyes noáquidas se prescribieron las de la Thora, la Ley de Moisés, las que tuvieron su razón de ser en el proyecto divino para formar un pueblo destinado a una acción religiosa en el mundo.

La esperanza de Israel no es la conversión del género humano al judaísmo, sino al monoteísmo. En cuanto a las religiones bíblicas, ellas son, declaran dos de nuestros más grandes teólogos, confesiones que tienen por objeto el preparar con Israel el advenimiento de la era mesiánica anunciada por los profetas. Por tanto nosotros llamamos ardientemente a trabajar en común para la realización de este ideal esencialmente bíblico. (…) De esta manera podremos alcanzar la era mesiánica que será aquella del amor, de la justicia y de la paz entre los hombres”
(Discurso de Jacob Kaplan - Gran Rabino de Francia- el 10 de Febrero de 1966, luego de un diálogo con el P. Daniélou S.J. en el Teatro de los Embajadores en París. Cualquier parecido con el espíritu del Concilio Vaticano II, no es mera casualidad).

En 1966, lo que se mantenía en el secreto, aquel “mensaje maligno” judío y masón, ya los judíos lo podían declarar abiertamente y ser aplaudidos por los católicos. El objetivo “satánico” que siempre acusaron los integristas y que se mantenía secreto en los conciliábulos judíos, en las logias masónicas y sectas protestantes que inspiraron y organizaron aquellos en la cristiandad, era este humanismo naturalista. Los mismos masones salieron de sus ocultos refugios a la luz del día cuando la Iglesia católica había reconocido como propios sus objetivos y se rendía sin condiciones al asedio. Desde Juan XXII, hasta Francisco, todos incluidos, hacían propio el credo judío: EL HUMANISMO.

Nos dice Louis Medler en su excelente obra “Mgr. DELASSUS” (recién reeditada por Edition du Sel) en la nota 4 de la pág 101:

“Jaques Maritain, queriendo negar que el judaísmo infiel a Cristo sea una contra-iglesia, niega en efecto la existencia de toda contra-iglesia, pues afirma que Israel “no es una Contra Iglesia. Ya que él no existe contra Dios, o contra la Esposa” Y por tanto él considera que Israel constituye un “cuerpo místico” dotado de una misión de “activación terrena de la masa del mundo”, paralela a la obra de acogimiento sobrenatural confiado a la Iglesia. No se está tan lejos, en efecto, de las vistas de Mgr. Delassus y de la tesis del P. Meinvielle. Con la sola diferencia de que para Maritain, esta obra de “estimulación del movimiento de la historia” es positiva, siendo que para el P. Meinvielle, es simplemente un mesianismo invertido y naturalista –de ese naturalismo que es precisamente, a los ojos de Mgr. Delassus, el motor de la conjuración anticristiana.”

La Iglesia nunca odió a los judíos, siempre hemos sabido que son nuestros pecados los que formaron el patíbulo donde Murió; pasaron a ser cristianos aquellos que reconocen la culpa de haberlo torturado y matado con nuestras faltas y se dejó el nombre de judíos para aquellos que siguieron afirmando que era un falso Mesías y que bien muerto estaba por blasfemo y confundidor. La diferencia estaba en creer o no en la misión sobrenatural de Jesús y en el camino sobrenatural a nuestra redención, en la total primacía de lo sobrenatural.

Ni que hablar de racismo en una institución donde sus mejores hombres pertenecieron a esa raza. Si los judíos fueron un pueblo molesto después de la diáspora y dentro de las naciones católicas fue por errores y debilidades de esos pueblos que lo permitieron con sus propios vicios, ya que en las naciones católicas fuertes el judío siempre fue puesto en su lugar y encontró la debida protección (en especial tenemos cerca el último Imperio Austro-Húngaro como ejemplo). Si Isabel La Católica hubo de expulsarlos fue por el desmadre que malas políticas anteriores produjeron y para salvarlos del odio, pero no por una inquina religiosa ni racial.

Siempre la Iglesia supo que había “cabezas” judías que querían provocar una victimización de algunos de sus miembros como prueba contundente de la malicia católica que se supone a partir de su talante miliciano y, siempre hubo idiotas –o deudores- que se prestaron para ese juego muy a pesar de los acuciantes avisos y condenas que venían del Magisterio contra estas derivas iracundas e irracionales. Los relatos satánicos de ciertas prácticas de algunos judíos que se generalizaban para exacerbar el odio de los simplones –que algunas existieron- y aquellos “Protocolos” u otros parecidos escritos, no pocas veces provinieron de judíos provocadores pero muchas más de reaccionarios insensatos, hasta llegar a la trampa mortal del “holocausto” del siglo XX, enorme error político -publicitariamente magnificado- de las naciones cristianas, siendo que la Iglesia fue la única que intentó con sus pocos medios de impedirlo.

Lo que nos interesa concluir es lo siguiente: la Iglesia fue asediada por estas fuerzas organizadas que querían imponer un humanismo naturalista en el que el hombre se redimiría a sí mismo por un orden social y un esfuerzo económico, y quitar toda significación sobrenatural a la Redención operada por Cristo para nuestra existencia personal y social. Una doctrina que busca un logro natural y pospone lo sobrenatural para un mañana que nunca llega y que ya no importa. La “revolución” propone realizar este ideal de sociedad de justicia, de paz y de encuentro entre los hombres, lo que no es otra cosa que el mesianismo judío como hemos demostrado más arriba y lo reafirma el hecho histórico de tenerlos a ellos siempre dentro de las cabezas principales de todas estas revoluciones, en pos del cual, y como decía nuestro buen Domingo Faustino, para estos civilizados no había que ahorrar sangre de gauchos.

Sabían estas fuerzas que el gran “enemigo” de esta idea era el catolicismo y su organización terrena o Institución, que era la Iglesia, que descreía de estos “planes” si no se partía de una conversión previa a lo sobrenatural y bajo su tutela (¿¿tutela??¡¡qué espanto de palabra para un hombre evolucionado!! ¡¡Para las Naciones Modernas!!) . Contra ella concentraron sus fuerzas y para ello había que terminar con factores políticos que la sostenían, como la Monarquía, que ya cristiana o corrompida, no puede justificar su existencia sin un principio por lo menos providencial.

Una vez logrado cooptar todo el mundo político con esta idea de “construcción de un mundo mejor”, motorizado y centrado por la preeminencia del dinero (economía) como fautor imprescindible de la felicidad en esta tierra (y que viene a suplantar el efecto que la gracia tiene en la economía sobrenatural. Sin contar con la gracia, sólo se puede contar con el dinero), la Iglesia demostraría toda su maldad al oponerse a tal ideal maravilloso y atarse a vetustos planteos que hacían permanecer el mal en la tierra a pesar de las demostraciones maravillosas del progreso tecnológico obtenido.

Era el momento para la Iglesia –anunciado por otra parte- de resistir aislada, testimonial y mártir (volar a los montes), depurándose interiormente de los captados por la idea filantrópica y economicista nefasta de la prioridad de lo natural y de sus falsos magos tecnológicos; actitud que coronó el pontificado de nuestro último Papa Santo, San Pio X.

La más elaborada de las estrategias del enemigo fue la de convencer al católico de que esta “crisis” que sufrimos es la crisis de una doctrina locamente sobrenaturalista, integrista, desarraigada de la realidad y desconocedora de los bienes de la modernidad, que se demostraba caduca a sí misma por no lograr efectos visibles para un acuerdo con los otros, para la paz y la abundancia entre los hombres, y alimentando una confrontación eterna. Que se caía desde dentro por propia debilitación al desarmarse en el aire el enemigo fantasmagórico que había creado –el “mundo maligno”- frente a otro “mundo” que despertaba al progreso como en la sinfonía de Dvorak y estaba descubriendo y aplicando los medios para lograr esa paz y esa abundancia: la tierra prometida de leche y miel.

Puestos en planos naturales, tal cual lo enseña Maritain en la cita que trajimos (y que no es ningún estúpido), hay que aceptar que el judío tiene una preeminencia de talante y una formación tradicional en su doctrina que le hace tomar la cabeza del movimiento intrahistórico y económico de forma irremediable -creer o reventar–, y esto porque nuestro combate es sobrenatural y en eso no fallamos ni desfallecemos, tenemos a Cristo, a su Iglesia y su Gracia nos basta y, en ese plano venceremos y el judío será “vencido” finalmente por su conversión. Es cuando tentamos vías naturalistas donde toda nuestra torpeza se rebela, donde en todos los ensayos de ese naturalismo encontraremos sin duda alguna la fuerza de los argumentos y el liderazgo de ese pueblo excepcional para lo económico y seremos sus ovejas, surgiendo entonces de nosotros un odio plebeyo hacia una superioridad que, en buen romance, deberíamos despreciar como a la nada que es.

La “cuestión judía” como un “secreto maligno” ya es cosa del pasado pues ha sido develada, no es ningún secreto bien guardado en protocolos secretos, sino una doctrina gritada a todas voces: era y es “el naturalismo”. Y es hoy que los hombres de Iglesia se han convertido a esa doctrina y le rinden el debido culto al mesías judío, al “pueblo de Dios”, con el Novus Ordo redactado al rescoldo del “culto de acción de gracias pascual” judío, por el masón Bugnini y el infiltrado protestante Bouyer.