miércoles, 31 de julio de 2013

FRANCISCO TOMA VUELO

Por una extraña manera
mil vuelos pasé de un vuelo
(San Juan de la Cruz)

Sí, fue no más ser puesto Francisco en vuelo desde los católicos carnavales cariocas hacia Roma, hinchado aún por el gas del éxito temporal, las palmadas de la prensa y las aclamaciones de las turbas, que (sentido de la oportunidad, le dicen) al fin decidió expedirse, en charla con los periodistas, acerca de aquellos temas sobre los que se venía echando de menos su pronunciamiento. El diálogo en cuestión -tenido a bordo del avión con setenta plumíferos de esos que los diarios comisionan so capa de "vaticanistas"- constituye una de esas piezas que bien podría servir, en los cursos introductorios de las carreras de humanidades, para someterlo al llamado "análisis de texto", tantas las protuberancias y asideros que ofrece a la razón examinadora.

Que de los labios de Bergoglio no deba esperarse la emanación de teologúmenos brillantes era cosa harto sabida, habiendo éste cursado su teología -según opinión más probable- en el Club Hípico Argentino. Pero que se abstenga de confirmar la doctrina de la Iglesia en lo tocante a bioética y moral sexual recurriendo a indecorosas evasivas, es cosa de veras grave. Remitimos a http://www.lanacion.com.ar/1605441-entrevista-completa-papa-francisco-avion-vatileaks-corrupcion-iglesia-lobby-gay-argentina-jo para el texto completo. Proponemos sólo unas pocas observaciones:

1- El uso del término "pecados de juventud" para referirse a la conducta escandalosa de un alto prelado (que bajo esta carátula fue sumariado en la Santa Sede mons. Ricca hace catorce años, al ocupar la nunciatura en Montevideo) resulta, aparte de sofístico, insultante. A la vez que aventura que este hombre, pese a su historial de pecados públicos, será confirmado en su actual y delicado cargo en el IOR.

2- Después de haber reconocido la existencia de un "lobby gay" en el Vaticano -en confidencias luego hechas públicas hace un par de meses-, ahora minimiza la cuestión, como si se tratara de un asunto irrelevante. A más que induce a confusión el preguntarse: «¿quién soy yo para juzgar a un gay?», porque ofrece a la embotada psiquis de las masas la sugestión de que, así como el Papa y la Iglesia no sólo no condenan al pecador -cosa que sólo a Dios corresponde, y esto debe recordarse-, el pecado también queda sin sanción alguna.

3- «El problema no es tener esta tendencia. El problema es hacer un lobby». Contra la enteca argumentación del Papa, tener "esta tendencia" es ciertamente un problema. Tanto, que en aquellos que logran combatirla redunda en mayor mérito. Trascendida la mera tendencia, el consentir en la práctica es ya un pecado grave, que «clama al Cielo» según la Escritura. Y desconocer que el vínculo entre homosexualidad y lobby es tan lamentable como próximo, es desconocer la psicología misma del pecado, especialmente de los más vergonzosos. Algo nos enseña el capítulo 19 del Génesis, antes de narrarse la destrucción de Sodoma. Allí se nos cuenta de esos dos ángeles que se alojaron en la casa de Lot, mientras afuera «los sodomitas, todo el pueblo, jóvenes y ancianos sin excepción, cercaron la casa. Llamaron a Lot y le dijeron: "¿dónde están esos hombres que han venido a ti esta noche? Sácanoslos para que abusemos de ellos». Éste es acaso el primer "lobby gay" del que se conserva registro escrito porque, ¿qué es el lobby sino una conspiración con miras a ejercer el poder en común, a menudo haciéndolo contra quienes quedan afuera del mismo?  Se sabe que en el abuso sexual prevalece más el ejercicio de un poder violento ejercido contra el otro que el mero placer venéreo.

Bien han señalado algunas voces autorizadas que la homosexualidad, aparte de constituir un fermento corrosivo en el interior de la Iglesia, cristaliza en una terrible herejía (hoy, por lo demás, extendida por doquier, en el deporte y el espectáculo, en la política y  la educación, con su correspondiente acción lobbista). Se trata de la herejía negadora del orden natural, es decir, de la obra creadora de Dios, sobre la que se ejerce una violencia enconada e inaudita. Es el peligro que acompaña al pecado: el endurecerse en él hasta revertir todo orden objetivo. Ingresando ya en la esfera de lo demoníaco, que Bergoglio finge desconocer o del que, al menos, restringe su alcance.

4- Preguntarse, a este propósito: «¿quién soy yo... etc, etc?», cuando la respuesta obvia la da el Señor: tu es Petrus, denota la soberbia del hombre que se pone a sí y a sus apreciaciones por encima de su ministerio (siendo éste, por colmo, el mayor de los ministerios que puede confiarse a un mortal).

5- Nótese cómo, luego de eludir definiciones en relación con el aborto y el "matrimonio" entre homosexuales aduciendo que «no era necesario volver sobre eso (...), los jóvenes saben perfectamente cuál es la postura (sic) de la Iglesia», la periodista termina acorralándolo sin proponérselo en torno a la cuestión de la latitud y dignidad que debe atribuirse a su ministerio: «¿cómo se siente siendo Papa? ¿Es feliz?». A lo que él responde: «hacer el trabajo de obispo es una cosa linda (...) Sí, me gusta ser obispo».

Junto con estas espeluznantes declaraciones, aparece la restricción -léase prohibición- de celebrar la Misa Tradicional hecha a los Franciscanos de la Inmaculada, una de las escasas congregaciones abocadas a la restauración de la liturgia. Sobre el asunto, http://chiesa.espresso.repubblica.it/articolo/1350567?sp=y. Esto está en línea con la obsesión de Bergoglio, ya otras veces expresada, contra el restauracionismo que él define como "pelagiano" -sin que aclare nunca el sentido de la desopilante atribución-. O como lo precisa en su discurso a los obispos en Brasil, en referencia a estas aborrecidas opciones: «ante los males de la Iglesia se busca una solución sólo en la disciplina, en la restauración de conductas y formas superadas que, incluso culturalmente, no tienen capacidad significativa. En América Latina suele darse en pequeños grupos, en algunas nuevas Congregaciones Religiosas, en tendencias a la “seguridad” doctrinal o disciplinaria. Fundamentalmente es estática, si bien puede prometerse una dinámica pero hacia adentro: involuciona. Busca “recuperar” el pasado perdido. Y créame que a mí me asusta». Nuestros son los subrayados, para destacar el carácter evolucionista que impregna el pensamiento del Obispo de Roma.

Habría que explicarle a Francisco que este programa "restauracionista", lejos de alentar una romántica "vuelta al pasado", no hace sino -comprobado lo avanzado de la crisis de la Iglesia- buscar remedio en la afirmación de aquello que Ella siempre afirmó. No en lo pasado, sino  en lo permanente e inmutable. Se trata, en todo caso, de un programa que apela a la conversión, a la "vuelta" a la casa del Padre.

Horroriza, con todo, comprobar lo inmisericorde de los términos en que se provee una tal descomedida restricción. Como bien lo exponen Gnocchi y Palmaro en Corrispondenza Romana:
El detalle está allí, hacia el término del decreto de la Comisión para los Institutos de Vida Consagrada, firmado por el secretario, el franciscano José Rodríguez Carballo. Se dice: «finalmente, tocará a los frailes franciscanos de la Inmaculada el reintegro de los gastos sostenidos por dicho comisario y por los colaboradores eventualmente nombrados por él, como así también los honorarios por su servicio». Precisamente así, con una humillación que evoca la costumbre de los regímenes totalitarios de cargar a cuenta de los familiares de los condenados el costo de las balas empleadas para la ejecución. 
En una sola jugada, no sólo es desautorizado el fundador de una orden floreciente y de los vértices que lo asisten, sino también el motu proprio de Benedicto XVI que liberaliza la celebración de la misa en rito gregoriano, el pontífice que lo ha emanado y, en definitiva, la Misa misma. Porque, después del detalle de los gastos a cargo de la víctima de una disposición inicua, llega el hundimiento final: «el Santo Padre Francisco ha dispuesto que todo religioso de la Congregación de los Frailes Franciscanos de la Inmaculada está obligado a celebrar la liturgia según el rito ordinario y que, eventualmente, el uso de la forma extraordinaria (Vetus Ordo) tendrá que ser explícitamente autorizado por las autoridades competentes, para cada religioso y/o comunidad que lo solicite»
Tratándose de la única orden explicitada en el documento, es por lo tanto evidente que éste es el problema: la Misa en rito antiguo. Y a qué conduzca el terrible vicio de celebrar tal rito lo explica el comisario, padre Fidenzio Volpi, (según el cual) éste llevaría al reato de lesa «eclesialidad», un concepto que quiere decir todo y nada a la vez. Quizás, para comprender el contenido de este término, haga falta poner atención a lo ocurrido en Río de Janeiro durante la Jornada Mundial de la Juventud, al mismo tiempo en que los Franciscanos de la Inmaculada eran comisariados. Baste pensar, para dar un sólo ejemplo de aquel que los medios bautizaron el «Woodstock de la Iglesia», en la grotesca exhibición de obispos que bailan el flasmob (...) Si ésta es la «eclesialidad», se comprende porqué los Franciscanos de la Inmaculada la violan constantemente: llevan el sayo, hacen ayunos y penitencia, rezan, celebran la Misa, practican y enseñan una moral rigurosa, van a misionar llevando a Cristo antes de la aspirina, no combaten el Sida con los preservativos, tienen una doctrina mariana que gusta poco a los hermanos separados de cualquier orden y grado. Y son pobres y humildes con los hechos más que con las palabras. 

Bien señalan los autores del artículo que este género de rigor hoy se aplica sólo contra la ortodoxia y la ortopraxis litúrgica, mientras en las diócesis y en las congregaciones esparcidas por el mundo «se enseñan doctrinas no católicas, se exalta la teología de la liberación, se revesan las disciplinas y las reglas de órdenes milenarias, se impugna la autoridad de la Iglesia» sin que lluevan las correspondientes sanciones canónicas.

Atropellos y despojos como los que hoy se emprenden contra esta orden ya los perpetraron antaño en Buenos Aires el entonces cardenal Bergoglio y sus esbirros contra otra orden religiosa floreciente, para lo que se sugiere visitar  http://pagina-catolica.blogspot.com.ar/2013/07/frailes-de-la-inmaculada-y-un-drama.html#more. Sobradamente consta que esta clerecía infestada de modernismo detesta el florecimiento, el retoño y aun la mera yema florífera. La mustiedad es su gloria; la rapiña, su virtud.

La historia de este último siglo de la Iglesia es la de una lenta pero eficaz ocupación de la misma de parte de una contra-Iglesia parasitaria, que acabará muy factiblemente por sustituirla. «Embriagada de la sangre de los mártires», según expone el Apocalipsis, terminará por vaciar -si esto pudiera hacerse- todo su patrimonio espiritual.

Sin negar absolutamente la validez de la nueva Misa, se puede reconocer en ésta -con su debilitamiento del sentido sacrificial-propiciatorio, con su acelerada descomposición formal- un jalón hacia la «supresión del sacrificio cotidiano» de que habla Daniel (8, 11). Después de la liberalización de la Misa de siempre por Benedicto, negar o restringir abusivamente el permiso de celebrarla a los sacerdotes de una de las pocas familias religiosas que lo hacían es muy factiblemente un nuevo paso en tal sentido. El término del proceso ya lo describe san Pablo en la Segunda a los Tesalonicenses: el Adversario sentándose en el santuario de Dios, haciéndose pasar a sí mismo por Dios. Este pavoroso desenlace ya no parece tan lejano: bastará darle una vuelta de tuerca antropológica a la liturgia, introducir alguna rúbrica que favorezca un sentido nuevo y autocelebratorio, eliminar el canon de la Misa... ¿quién sabe? Si la doctrina está a punto para ser transmutada por completo, es comprensible que la liturgia tenga que seguir el mismo paso.

San Ignacio de Loyola, cuya memoria hoy celebramos, haga llegar su intercesión ante el trono de Dios. Lo haga por esta Iglesia enferma y por la Compañía que él fundó, símbolo el más acabado de la crisis de la Iglesia, que en nuestras latitudes y en los inmediatos años pre-conciliares no hesitó en expulsar de su seno a una de sus mayores glorias, el padre Leonardo Castellani, y que luego del concilio prohijó a quien podría ser considerado su contrafigura, el actual pontífice.