domingo, 29 de marzo de 2015

UN HIT ESTRENADO EN RAMOS

Habrá que darle la razón sin chistar a monseñor Gänswein, aquel prelado devenido nexo entre ambos pontificados (el emérito y el ministerial, en tanto secretario personal del primero y prefecto de la Casa Pontificia, en lo que al segundo respecta) cuando, montado en ambas grupas del camello, afirma en recentísima entrevista que «lo que resulta un tanto difícil [de Francisco] es una cierta imprevisibilidad en el actuar, en los cambios, sorpresas de último momento que nunca faltan» (fuente aquí). Se sabe que desde que Bergoglio se lanzó a predicar a su «Dios de las sorpresas» a trueque del Dios objeto de contemplación admirativa, las sorpresas como de ilusionista de feria no cesaron. Pero se trató por regla de sorpresas desagradables: conejos que salían muertos de la galera, palomas que no eran tales las que asomaban por las mangas sino cuervos a lo Hitchcock...

Esta del afán inmoderado de sorprender, en lo tocante al Papa, parece ya una patología severa que algún profesional tendrá que encuadrar en sus apropiados términos clínicos. Si se lo hace con vistas a atraer la atención de los incautos, será menester revisar las estratagemas de marketing, pues salta a la vista que el recurso acabó siendo empalagoso al paladar de las muchedumbres. Así lo comprueba hoy el sitio Call me Jorge, reproduciendo las fotografías de la plaza San Pedro en los tres últimos domingos de Ramos, con afluencia notablemente decreciente.

El citado Gänswein no ahorra en la nota citada las alusiones a la continuidad entre ambos pontificados pese a los estilos personales tan distintos, por lo que tampoco le discutiremos este aserto. La ratzingeriana «hermenéutica de la continuidad» -aplicada esta vez a la existente entre los papados posconciliares, única ciertamente reconocible, con los encuentros multirreligiosos de Asís, las loas a Lutero, los pedidos públicos de perdón al mundo y el encomio de la "sana laicidad"- continúa su avance, ensanchado su cauce por el tenaz empuje del limo que va añadiéndose a su paso y que socava las orillas. Un aluvión de fango pronto a borrar la distinción entre Iglesia y mundo, haciendo de aquélla una delegación tímida de éste.







Vale reconocer, con todo, una visible discontinuidad, y ésta se refiere siquier al decoro de las celebraciones, que en tiempos de Benedicto XVI todavía conservaban notorios rasgos católicos. La inverecundia rupturista consta hasta la náusea en el modo de iniciar las celebraciones de Semana Santa, como lo ilustran los vídeos consignados abajo. En el último Ramos de Benedicto, coro y orquesta entonaron aquel himno procesional atribuido al obispo Teodulfo de Orleans (750-821), el Gloria, laus et honor que acompasa el ingreso a la basílica remembrando las aclamaciones de la plebs hebraea en la entrada triunfal del Señor en Jerusalén.





Francisco, en cambio, fiel a la previsible mecánica de sus sorpresas, estrenó en Ramos una cancioncita de cuya letra es autor, correspondiéndole la música a un ignoto compositor (¡!) argentino. No creemos necesario comentar nada de lo que supone esta porquería infiltrada en ocasión tan solemne, verificándose a toda prisa una nueva cota en la oleada profanatoria en pleno vigor, aquella «abominación de la desolación en el lugar santo» (Mt 24, 15) de la que el Señor nos advierte. Sólo comprobar cómo a la absoluta ausencia de belleza se le adjunta proporcionadamente el silencio en relación al sacrificio redentor pronto a consumarse. Naturalismo del más ramplón y pésimo gusto, y ambos en una plaza disminuida en fans, a los que ya no contenta tanta escasez de recursos. Esa «canalla indomesticable [...] que no sirve sino para hacer pueblo, para gritar, para meter bulla, [y] que en los días solemnes desacredita las mejores causas» (Galdós) acabará por soltar un bostezo plúmbeo sobre el pontificado del Demagogo, y la institución del emérito será el efugio para decorar el fracaso de la Iglesia democrática.





NOTA: habiéndole dado curso a estas líneas vinimos a saber, gracias al aporte de un lector, que en la procesión de Ramos de Francisco se entonó el mismo himno que tradicionalmente se emplea en tal ocasión, aquel señalado en el primer vídeo, correspondiente al último Domingo de Ramos de Benedicto XVI. No se trata, entonces, de que el Gloria, laus... haya sido sustituido por el himnete sensibloide que se publica a continuación. Sí se trata de que, no apenas acabada la función cultual con que se inicia la Hebdómada Santa, ese atentado contra el buen gusto y contra el sentido trascendente de nuestra fe sonó a todo volumen en la plaza San Pedro, en un hecho seguramente sin precedentes, digno de alojarse en la Caja de Pandora del Papa Sorpresas.