domingo, 12 de octubre de 2014

EL MAL OLOR DE LA «RELATIO SYNODI»

Difícilmente haya podido acuñarse una sentencia tan esclarecedora de la insoluble enemistad entre Iglesia y Mundo como aquella que un edicto imperial romano fijó con admirable precisión: christianos esse non licet. La querella que la naturaleza (la naturaleza caída) le mueve sin descanso a la gracia, la siempre tensa vecindad entre dos opuestos linajes espirituales forzados a vivir en el mismo mundo, todo esto constituye el auténtico drama de la historia, irreconocible a una visión superficial. No la lucha de clases sino la de destinos: tal es el motor íntimo de las sucesivas edades históricas, no menos que su principio unitario.

Bien pronto quedó patente la oposición entre aquellos que, obedientes a Cristo, aspiraban a un ideal moral alcanzable sólo a instancias de la gracia y aquellos otros que, a expensas de su orgulloso naturalismo, apelaban a la falibilidad del hombre para cerrarlo sobre sí mismo -como la crisálida- y recusar aquel ideal como ilusorio. Así fue como pudo ladinamente invocarse el viejo lema de Delfos contra la aspiración cristiana, calumniada como a hybris. La puja entre esta doble vertiente espiritual que informa dos contrarias actitudes vitales explota, después de un prolongado armisticio, con la revolución moderna, anticipada por el nominalismo, aviada por la ruptura protestante y manifiesta ya sin ambages por la Ilustración y sus retoños.

Sin que pueda negarse la emergencia de un cierto "existencialismo cristiano" (con Pascal como paradigma), valdrá detenerse en aquel otro existencialismo mucho más extendido, a menudo declaradamente ateo, consistente en «la voluntad de exaltar el hecho de vivir, de experimentar, de actuar, de "existir" en oposición al hecho de pensar, y particularmente de pensar acerca de la existencia» (Julien Benda, Tradition de l'existencialisme). Este existencialismo, en polémica con la philosophia perennis y aun con el mismo Logos divino, es el que viene introduciéndose en la Iglesia sin descanso. Es el que informa las premisas de aquellos prelados capitaneados a la sazón por el cardenal Kasper, que abogan por el crudo dato fáctico, sociológico, contra toda referencia a un ideal forjado al reflejo de leyes inmutables establecidas por el Legislador supremo. La pretensión es la de consagrar los usos contra toda regulación dimanada de lo Alto. Sustituir el salmo 118 por alguna ajada oda a Prometeo.

Por eso no extraña que los progresistas recurran con frecuencia a la trampa para conseguir sus fines. Sofocada la conciencia moral, la astucia campea y se impone a toda otra moción. El Sínodo sobre el que venimos doliéndonos antes de que empezara a sesionar no supo dar muestras sino de una exquisita actividad lobbista, del finísimo esmero puesto en alentar una opinión pública favorable a las tesis heréticas, del desprecio por la legalidad de los procedimientos, emulando en todo esto a la célebre conjura de los obispos del Rin en el Concilio Vaticano II, referencia demasiado obvia hoy para todo aquel que desee dar al traste con las enojosas prescripciones morales de la Iglesia.

Ahora bien: para sorpresa de todos, parece que en la asamblea cundió (según testimonian algunos pocos sitios digitales que le arrancaron alguna información al mudo cerco sinodal) una vasta oposición a las propuestas del cardenal Kasper, cosa que alentaba, entre otras comprometidas cuestiones, la confirmación de la doctrina tradicional de la Iglesia acerca del matrimonio. Pero llegan novedades de esas que exhalan mal olor. Las traducimos tal como las presenta Chiesa e postconcilio:

con una jugada sorpresa, el Papa decidió añadir seis nuevos padres al restringido grupo responsable de la elaboración de la Relatio Synodi, el documento conclusivo de este Sínodo extraordinario sobre la familia. Además del Relator general, el cardenal Peter Erdo, del secretario especial, monseñor Bruno Forte, y del secretario general, el cardenal Lorenzo Baldisseri, serán también parte de la "comisión" los cardenales Gianfranco Ravasi y Donald Wuerl (arzobispo de Washington), los obispos Víctor Manuel Fernández (rector de la Pontificia Universidad Católica Argentina), Carlos Aguiar Retes, Peter Kang U-Il y el Prepósito general de la Compañía de Jesús, el padre Adolfo Nicolás S.I.
Un breve excursus sobre sus posiciones hasta aquí nos da la idea de la dirección que difícilmente vaya a torcerse. El Relator general Erdo se destacó por su "decir y no decir". De mons. Forte recordamos el «enfoque de la ternura». Del cardenal Baldisseri hemos señalado su manifestación de la voluntad del Papa:  «hay una puerta que ha permanecido cerrada hasta el momento y que él quiere que se abra». Al intelectual Ravasi lo recordamos por haber entonado su himno a Kasper desde las columnas de Sole24Ore. El cardenal Wuerl hace algunas afirmaciones doctrinalmente sólidas, pero luego tropieza en la pastoral: «una cosa es afirmar doctrinalmente lo obvio, otra cosa es aplicarlo en el orden en el que la gente lo vive». Fernández se ha distinguido por numerosos paralelismos entre la evolución de la enseñanza de la Iglesia en el Vaticano II y el Sínodo hoy en curso, citando literalmente algunos textos del Papa, sobre todo de la Evangelii Gaudium. Peter Kang U-Il, presidente de la Conferencia Episcopal coreana, no dejó de señalar lo difícil que es equiparar, como se acostumbra hacerlo, el modelo «del amor divino de la Trinidad» con aquel del amor humano entre los esposos, que «está herido por el pecado» y por lo tanto no puede ser considerado fuera de una historia marcada por luchas y limitaciones. Y para terminar, el "papa negro" jesuita, monseñor Nicolás, de quien no podemos no recordar que «la discusión, libre y franca, se está orientando hacia el cambio, la adaptación pastoral a la realidad cambiante de los tiempos modernos. Es un signo de la época, porque en los últimos años ha habido fuerzas que han tratado de retrotraer a la Iglesia a los tiempos anteriores a la gran estación conciliar».

Cumple, pues, archivar las nociones mismas de derecho divino y natural: la inexorabilidad del devenir histórico así lo exige. Ya lo había comprobado antes del Sínodo el Instrumentum laboris: la expresión «ley natural» resulta problemática e incluso incomprensible, y lo que establece la ley civil se convierte en mentalidad dominante. Más aún: «moralmente aceptable», y no se puede ir a contramano de los tiempos.

Se trata, claro, de la vigencia de la vieja fórmula, finalmente adoptada en contubernio de mitrados relapsos: christianos esse non licet.