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Los astros se horrorizaron esa vez |
Entre los dos polos del cinismo y la hipocresía: así naufraga la nueva Iglesia. Cinismo como el del cardenal de peluca y prefecto de los Institutos de Vida Consagrada, João Braz de Aviz, que dedica a los frailes de la devastada orden de los Franciscanos de la Inmaculada sendos documentos en los que los alienta -perífrasis fatigada por diezmilésima vez- a reconocer los "signos de los tiempos", de los negros tiempos que corren. A rendirse, en una palabra, tomando sobre un total de 84 notas (al menos en el segundo de los documentos en cuestión, que el primero arroja similares cifras), 73 del magisterio volátil de Francisco, entre la Evangelii gaudium, fragmentos de homilías, la explosiva entrevista con Antonio Spadaro, etc. De las restantes notas, dos son de Benedicto XVI, dos de Juan Pablo II, dos de la Congregación que dirige el mismísimo peluquín y otras dos de san Ambrosio, sin la más mínima alusión a algún texto magisterial anterior al Vaticano II. Es seguramente una manera de actualizar aquella insistente enseñanza de Francisco acerca del «salir la Iglesia de sí misma», en la más cruda acepción de "tirar por la borda" la propia identidad. Ya lo supo san Gregorio Magno: «de dos maneras podemos salir de nosotros mismos. La primera es cuando nos zambullimos en pensamientos rastreros. La otra cuando nos sublimamos por la gracia de la contemplación. Así el que apacentaba puercos se rebajó a la divagación del espíritu y a la impureza, mientras que el otro [Pedro, cfr Act 12, 7ss.], a quien el ángel rompió las cadenas que lo amarraban -llevado y arrebatado por el espíritu-, fue levantado sobre sí». La equivocidad de la enseñanza post-conciliar, ya con cincuenta años de experiencia, se vuelve diáfana por la evidencia de sus definitivos efectos: «salir de sí mismo» significa para éstos revolcarse en el cieno, teniendo a los cerdos por confidentes de su desgracia.
Hipocresía, decíamos, porque últimamente no le han faltado ocasiones a Francisco para llamar en auxilio de sus entuertos a los santos de otras edades, haciéndolos garantes de los mismos. Hace poco más de un mes manoteó el santo recuerdo del papa Pío XII para avalar su proverbial laxismo en relación con las disposiciones para comulgar (esta vez en lo relativo al ayuno). Ahora se sirve convocar a una jornada de oración mundial por la paz para el día que se cumplan los 500 años del natalicio de santa Teresa de Jesús. «Se va a comunicar a todas las conferencias episcopales para que a lo largo de ese día, después de que el Papa haya comenzado la oración, todo el mundo, incluidos miembros de otras religiones, puedan unirse a ella durante una hora de silencio, al estilo teresiano», informaron con lacónica desvergüenza los divulgadores. Sinceramente, preferimos que Bergoglio omita toda mención a los santos de la Iglesia y continúe ensalzando en cambio a sus Romero, sus Angelelli, sus Arrupe, ya que lo suyo es como de un anti-Midas: lo que toca lo vuelve barro.
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La paz con el dragón, el último sapo que nos quiere hacer tragar Francisco |