miércoles, 18 de julio de 2018

ANATHEMA SIT BERGOGLIO

Retrato al natural de Francisco I.
un papa en consonancia con los tiempos de la Iglesia y del mundo
Quizás el aporte mayor de Francisco a la crisis inaudita que embarga a la Iglesia sea el de disipar esa ya inveterada perplejidad de las generaciones que asistieron al salto mortal de la Jerarquía conciliar -perplejidad que algunos, como Robert Beauvais, supieron compensar hace ya varias décadas con epigramáticas expresiones de certeza no exenta de alguna hilaridad, como en su Nous serons tous des protestants. A la manera en que lo hace la flora intestinal, facilitando el proceso digestivo, los bergoglemas y bergogliadas lanzados a troche y moche en estos locos años en que Calígula se sentó en el trono de Pedro han venido a cumplir la digestión final de las novedades rahnerianas procesadas sin tanta prisa en los pontificados anteriores. Tal como en la Misa se perdió la orientación (que se presume, por la fuerza del vocablo mismo, ad orientem), con rigurosa concomitancia vino a triunfar en todo ámbito de doctrina la «des-orientación demoníaca» de la que sor Lucía de Fátima había advertido sin rodeos.

Francisco viene a consagrar, al fin, esa nueva orientación que emplaza al hombre o a la más vaporosa «humanidad» en el Sancta Sanctorum. Y lo hace impugnando en brillante síntesis las mismísimas Sagradas Escrituras y la eficacia de los sacramentos, como cuando afirma en Amoris laetitia (§122) que «no hay que arrojar sobre dos personas limitadas el peso tremendo de tener que reproducir en forma perfecta la unión que existe entre Cristo y su Iglesia». El silencio "inverosímil" de la Jerarquía ante todos los atropellos de Bergoglio -tal como han calificado a este silencio algunos autores que asisten al estropicio mesándose las barbas-, cobra plena verosimilitud por mor de un proceso que tiene al Deslenguado como remate y término. Nada tan nuevo bajo el sol primaveral inaugurado por el fofo optimismo de Juan XXIII, el «Papa pánfilo».

Así nos lo advierte Miles Christi en un trabajo densamente documentado que anda circulando por estos días, y que reclama el merecido anatema para Bergoglio. Trabajo en el que la antología de desafueros verbales se vertebra en atención al pasado inmediato, pues «los errores bergoglianos se originan en el Concilio Vaticano II», como el autor lo demuestra con solvencia, aunque con Bergoglio «la revolución en la Iglesia ha alcanzado un nivel inédito, ha efectuado un auténtico salto cualitativo, haciéndose omnipresentes el error y la mentira, la blasfemia y el sacrilegio, los que se manifiestan ya con tal desvergonzado impudor y con un tan frenético recrudecimiento, que vuelven irrespirable la atmósfera espiritual». Y en tensión hacia el futuro, dando cuenta del «aspecto escatológico de la crisis actual, recordando, al decir de San Pablo, que "Dios dispone todas las cosas para bien de los que lo aman" (Rm. 8, 28). Y que el pleno desenvolvimiento del misterio de iniquidad, incluso "en el lugar santo" (Mt. 24, 15), es permitido por Dios para hacer brillar aún más su triunfo al tiempo del Juicio de las Naciones, el glorioso Dies Irae en el que será destruido el imperio del mal.»

Recomendamos a los lectores remitirse a estas páginas (que son un escabroso inventario de sandeces, blasfemias y herejías salidas de la boca de aquel que debiera ser el principal testimonio de la Verdad) a los fines de afianzar la virtud de la esperanza. Valga la paradoja, pues paradójica ha sido la victoria de Cristo en la Cruz, modelo indeleble de la que aguarda a realizarse en la consumación de los tiempos.

Enlace a «Anathema sit Bergoglio» (pdf), aquí.