lunes, 8 de mayo de 2017

FÁTIMA ES UN HECHO, NO UNA HERMENÉUTICA

Editorial de Radicati nella fede, año X, mayo 2017, n. 5
(traducción del original por F.I.)


Fátima es un hecho. Punto y aparte.

Si hay algo que todos deben reconocer en el centenario de las apariciones de la Virgen en tierras de Portugal es que no se puede prescindir de Fátima. Sea que las reconozcas como verdaderas, sea que permanezcas un poco en suspenso, de Fátima no puede uno desertar: ella señala una como "bofetada" de cristiandad en el siglo más laico que la historia haya jamás conocido; señala una emergencia de la conciencia católica, la más puramente católica que se pueda imaginar en la vigilia de la Segunda Guerra Mundial y de aquella que muchos llaman la Tercera -es decir, el Concilio Vaticano II y su turbulento post-concilio. 

El hecho mismo de que la Iglesia no las haya desmentido, sino incluso reconocido repetidamente, aun con la peregrinación de tres Papas (el cuarto, el actual, está en vísperas de ir) pone a las apariciones en el centro de la historia de la Catolicidad entre el 1900 y el 2000.

Y no es ni siquiera necesario aclarar el misterio del tercer o del cuarto secreto, aún sin desvelar, para entender que Fátima acierta de lleno en aquella falsificación de la vida de la Iglesia que fue dramáticamente obrándose a instancias del «aggiornamento». Alcanza con repasar los dos primeros secretos, aquellos conocidos con claridad, para entender que el Cielo intervino a los fines de corregir aquel desastre que los hombres de Iglesia irían a construir poco después. La visión del infierno, el anuncio del final de la Primera Guerra Mundial y luego el anuncio de la Segunda si los hombres no se hubieran arrepentido y enmendado son la más solemne declaración de que el nuevo catolicismo, horneado en los años '60, no tiene nada que ver con la Revelación, nada que ver con el Evangelio de Cristo.

Es fuerza decirlo: ¡bastan los dos primeros secretos para escandalizarse si se cuenta uno entre los católicos modernizados!

Sí, porque Fátima es la solemne reafirmación de que la historia depende de Dios, justamente de Dios. Que las guerras no son el inicio del mal sino el fruto del pecado de los hombres. Fátima nos recuerda que nuestras acciones nos suceden; que la traición en relación a Dios se paga, tanto en la vida personal como en aquella pública, a no ser que intervenga un salutífero arrepentimiento. Fátima, la Virgen en Fátima, habla por los pastores de la Iglesia que ya no hablan; advierte a sus hijos que es menester reparar la ofensa infligida a Dios y que de esto dependerá la historia del mundo, de las naciones y de los pueblos, y no sólo la vida personal.

Fátima reafirma la existencia del infierno y su dramática posibilidad, al paso que poco tiempo después toda la pastoral de la Iglesia prohibiría tocar el tema. En una palabra: Fátima es tan diáfana en su contenido como para ser tenida como una página evangélica; pero justamente del Evangelio en su contenido más simple de conversión, de condenación y salvación, la Iglesia se estaba preparando a no decir más nada.

Ciertamente se hablará mucho de Fátima en estos meses, pero se hará mucho para traicionarla. Se la reducirá a la experiencia espiritual de tres niños, subrayando en todo caso que Dios es providencia y no abandona a los hombres. Se la reducirá a una especie de "escuela de oración", como aquellas que estaban tan en boga en los años '80, pero se tendrá especial cuidado en recordar en profundidad lo que la Virgen dijo en referencia a la historia de la humanidad y de la Iglesia. Se anulará a Fátima dentro de la gran hermenéutica de la Iglesia de hoy: todo es releído de acuerdo con el "espíritu del Concilio", incluso Fátima, aun siendo tan evidentemente lejana.

Los católicos de hoy están tan inmersos en el Naturalismo (para el cual Dios permanece más allá de la historia sin determinar su curso) que no soportan el hecho de que estalle una guerra porque los cristianos ya no observan los mandamientos. Para los católicos reprogramados merced a los distintos sínodos diocesanos, la historia tiene razones económicas y sociales, jamás religiosas.

En cambio Fátima, eco del Evangelio, dice lo contrario: las causas son siempre religiosas. De la obediencia -o de su falta- a Dios, a Jesucristo, depende todo.

El tercer secreto, sea el que sea, no será de una naturaleza distinta de aquella de los dos primeros: confirmará que la historia de la humanidad e incluso aquella de la Iglesia dependen de la santidad -o de su merma- de los cristianos. El tercer secreto reafirmará que incluso la Iglesia puede renovarse, mas no según los obtusos análisis humanos sino en la observancia de la voluntad de Dios, cosa sólo posible por la gracia de los sacramentos.

Preparémonos entonces a vivir con la simplicidad de los niños -de los niños de Fátima- este centenario, conscientes de que no se trata de la celebración de un hecho pasado sino de una poderosa admonición actual: si los hombres continúan ofendiendo a Dios, estallará una guerra peor... Y que sea guerra militar o guerra moral importa poco, sabido de que en ambas las almas están expuestas al peligro de la condenación eterna, de la cual la Virgen quiere sustraernos.

Preparémonos a vivir el centenario de Fátima acogiendo la gran llamada de la devoción al Inmaculado Corazón de María, verdadero y propio "puñetazo en el estómago" para el cristianismo modernizado: la comunión reparadora que cambia el curso de la historia.