jueves, 27 de febrero de 2014

INTRIGAS Y HEDOR PERSISTENTES JUNTO AL TÍBER

Pese a las densas sombras que destila este intraducible pontificado, será siempre saludable revisar una y otra vez las parciales conclusiones a que nos insta. Es ejercicio que obliga a cualquiera que acometa la tarea intelectual el volver sobre los propios pasos para contemplar críticamente las propias deducciones -no al modo de la corrosiva duda metódica, que conduce al escepticismo estéril, sino a la manera de aquel a quien urge una premura de esclarecimiento y de consolidación.

Y no habrá dificultad en admitir que la aversión que nos inspiran los modos y el estilo del pontífice reinante no recae, al menos en lo inmediato y patente, en materia de gravedad insalvable. Su mediocridad y chabacanería, su lisonja a las turbas y a los poderosos del mundo, aunque ciertamente repulsivos, no bastarían por sí mismos a señalar el carácter último, el meollo de su pontificado. Al fin de cuentas, y para mayor zozobra de la Nave de Pedro, hubo papas sobremanera veleidosos, hubo papas nepotistas y aun fornicarios. Papas malhablados al modo de Francisco debió haberlos, y quizás no pocos, sin que esto afectara la veneración incondicional que los fieles dispersos por el mundo (que jamás vendrían en conocimiento de sus mañas) les profesaban como a sucesores del Príncipe de los Apóstoles. Es cierto que, en atención a unos tiempos en los que los medios de masas ventilan incluso los estornudos y los regüeldos de las celebridades, el Papa debería guardar mayor discreción al hablar, pero -y a esto queremos llegar, a los fines de atravesar lo anecdótico- las botaratadas verbales de Francisco, espontáneas o estudiadas que sean, merecen estudiarse como epifenómenos o rasgos de males más profundos.

Explayémonos: no es novedad que no haya sanciones para los clérigos que enseñan doctrinas notoriamente erróneas: esta permisibilidad tiene tantos años como el post-concilio. Lo que resulta casi novedoso es que, habiendo en la Iglesia vía libre para atacar, v. g., a la institución del papado, los que cuestionan a la sola persona del papa reinante, poniéndose voluntariamente al margen de la machacante adulación intra y extra-eclesial, se hagan sujetos de una purga implacable. En nuestra entrada anterior, luego de recordar a tres brillantes intelectuales que fueron cesanteados en sus funciones en una radio católica italiana (a instancias, es de temer, de la declamada misericordia de Francisco, de quien éstos se mostraban razonablemente críticos), dimos cuenta de un artículo de un monje español que sufrió parejo amordazamiento. Pues bien, ahora le llega puntualmente el turno a Antonio Margheriti Mastino, que vierte de sólito sus artículos en el sitio www.papalepapale.com.

Beniamino Stella: el hombre acecha
Desconocemos si se trata de un episodio de autocensura, de censura sin más, de coacción, amenaza o qué diantres. El caso es que el autor, habiendo obtenido sus datos de una fuente confiable (confiable y vaticana, de un alto prelado ganoso de destapar pucheros), tuvo a bien trazar un sucinto retrato del entonces inminente nuevo cardenal Beniamino Stella, que en setiembre pasado había sido designado por Francisco al frente de la Congregación para el Clero en reemplazo del cardenal Mauro Piacenza, en una embestida que los ganapanes encomendados por sus respectivos medios de prensa en la Santa Sede (llamados, con eufemismo, vaticanistas) no dudaron en interpretar como la «ofensiva de Francisco contra los conservadores», como para dar una idea de la dirección que cobraba de ora en más aquel dicasterio. El artículo en cuestión, de muy evocativo título («Brilla una estrella [Stella] en la cima de la pirámide vaticana: el Benjamín [Beniamino] del papa»), que ya no puede consultarse en el sitio de publicación original (aquí), por haber sido puesto fuera de órbita, tampoco puede leerse en un blogue que lo ofrecía resumido (aquí), por haber sido puesto fuera de combate. Por fortuna un tertium quid de sugerente alias, Acta Apostaticae Sedis, al que no deben entrarle las largas garras de la política curialesca, tuvo el buen recaudo de reproducirlo íntegro. De allí transcribiremos, traducidos a nuestra lengua, unos pocos pasajes que bastarán a evidenciar, junto con la ferocidad de una censura cada vez más decidida, la vigencia nauseante y acrecida de aquellos mismos males que Francisco se ufana de querer extirpar.

¿Quién es esta Su Eminencia Reverendísima, que pasó «de la noche a la mañana de gris rector de la Academia Eclesiástica, en la que estaba aparcado en espera de la jubilación y donde se forman los futuros nuncios apostólicos, a nada menos que prefecto de la Congregación para el Clero, él que no hizo nunca de cura en su vida»? A lo que parece, y en punto a méritos intelectuales, resulta uno incapaz de saber «ni siquiera lo que sean los sinónimos. Repite las mismas palabras en cada frase y difícilmente, es más, jamás usa términos latinos (...) Por lo demás, emplea una fraseología diplomática tendiente al posibilismo, a la persuasión, gusta empezar cada frase suya con un condicional y evita cuidadosamente frases directas, quizás consideradas por él demasiado "duras"...». Hasta aquí, un prelado de los tantos que cunden en la primavera de la Iglesia. Se diría un facsímil de Bergoglio. Pero acá, contenidas en un embalaje de tan parvo lustre, acá llegan las sorpresas.

«Uno podría pensar que ha sido el Secretario de Estado, Parolin, quien le dijera al Papa que nombrase a su viejo amigo Stella en el vértice de la Congregación para el Clero, pero en cambio es cierto lo contrario: ha sido Stella quien se jugó alma y vida con el Papa para hacer que lo nombrara a Parolin, uno de los tantos nuncios del mundo, que no era ni siquiera cardenal (y que, según su misma confesión, sólo una vez en la vida se había encontrado con Bergoglio), al más alto cargo vaticano. Porque si no lo habéis comprendido aún, es Stella quien se halla en el vértice de la pirámide, es él quien maniobra con todo y dispone los nombramientos, tiene facultad de vida o muerte sobre enteras legiones de carreras eclesiásticas, es él quien a esta altura ya es miembro de todas las congregaciones vaticanas (...) Es él quien está también detrás del nombramiento del cardenal Lorenzo Baldisseri (¡qué casualidad, también diplomático!) como Secretario del Sínodo.
Stella ha sido, por lo tanto, el máximo fautor de la designación de Parolin desde la misma elección de Francisco: él mismo lo indicó apertis verbis en el primer coloquio oficial con el nuevo papa Francisco, el 6 de junio. Digo "oficial" porque en realidad había habido otros, de incógnito, y en el momento más delicado, no con el papa sino con el cardenal Bergoglio, antes de la clausura del cónclave. Me lo confirma la misma fuente episcopal con una irónica interrogación retórica: "¿usted sabe ciertamente que Su Eminencia Bergoglio se encontró varias veces con Stella en las semanas previas al cónclave, y entre ellas la última fue justo mientras se abrían las puertas del cónclave?"
No, naturalmente no lo sé. "Y de hecho nadie, o por mejor decir, poquísimos lo saben". ¿Cómo puede ser que nadie haya visto a Bergoglio, un papable durante la sede vacante -o sea, uno que era especialmente observado- entrar nada menos que a la fábrica de los nuncios y los arzobispos a reunirse con el Star? Ésta mi ingenua pregunta. Simplemente parece que se llegó en horarios en los que no había nadie en el portón de ingreso, salvo acaso una única vez. Pero esa "vez" alcanzó para hacer saber a quien debía saber, especialmente después del resultado del cónclave. Que fue una bendición también para el "visitado": el nuevo Star del Vaticano, el Benjamín del papa. Entonces Bergoglio creía entrar sin ser visto.
Pero, ¿qué es lo que iba a hacer Bergoglio, de incógnito, al despacho de Stella? ¡Bah! ¿Y en qué horarios iba, para ser precisos? El primer día del cónclave acudió, entonces, por última vez. Hubo una tarde, y una noche luego de cenar, al menos según las ocasiones que se comentan por ahí. Pero, en todo caso, la pregunta que cuenta es otra: ¿no parece extraño que uno como Bergoglio, con su estilo, su idiosincracia "anticortesana" y "antimundana", envíe justamente a la Academia, el templo de la "mundanidad espiritual", a un cura suyo? ¿No enviaste a nadie en veinte años, y lo envías en el "fin" de tu carrera? Y por colmo te allegas tú mismo a la Academia, y no para encontrar a los curas que enviaste desde Buenos Aires.
Pero, ¿qué quería, entonces, de Stella? ¿Porqué toda esta confidencialidad con un diplomático? Parece que ambos se conocieron en América Latina, quizás justamente en Aparecida (...) Pero una cosa es segura como la muerte: sobre el "final" de su carrera Bergoglio envió a Roma a varios curas suyos para prepararlos para "algo", aparte de para informarse acerca de los asuntos romanos, sobre todo de la "cháchara" curial, que no desdeñaba saber, y aun, se dice, lo divertía. Y bromeando, bromeando, se sabe, se "aprende". Y quizás los curas de Bergoglio le hayan contado sobre él a Stella, el futuro prefecto de la Congregación del Clero y deus ex machina del Vaticano».
Stella con el papa que había previsto
La personalidad del Jerarca aparece envuelta en sombras, indescifrable. Tanto como su carrera, muy poco nota por lo demás. Aquí otra semejanza con Bergoglio. «¿Ha manifestado alguna vez ideas eclesiológicas particulares? Difícil de decir. No es tipo de manifestarse a sí mismo: por la educación recibida como por la carrera que se impuso, sería la ruina (...) No habla, deja que sean los otros los que hablen, quizás lanzando alguna carnada de manera tendenciosa, sobre este o aquel sector neurálgico, para cosechar la reacción, para examinar la fidelidad, para explorar la eventual imprudente oposición. Jano bifronte, no hace ni dice nada sino para tener información...»
«Todo esto no hace de Stella un guardián del orden; del suyo sí, en todo caso, pero no del orden general de la Iglesia. No es en modo alguno imparcial como parece. Ningún hombre neutral podría vivir en esos ambientes: un simulador sí, pero no un hombre puro. Stella es lo contrario: parcial y partisano, favorece más bien a las personas que quiere más que a las merecedoras (pero, por lo demás, el Vaticano es el Edén de los "típicos recomendados", donde más que las cualidades cuentan las fidelidades individuales, las relaciones fiduciarias, las intimidades corporativas, las complicidades de cordada), y lo está demostrando también en su nuevo rol de prefecto de una de las más importantes congregaciones».
La correspondencia con Bergoglio sigue siendo estrecha, casi digna de hacerse apéndice a las «Vidas paralelas» de Plutarco. Y acá viene la parte decididamente repugnante de la historia, suficiente a explicar desde el riñón mismo de su gobierno la deriva descendente de la Iglesia. Resulta que las delegaciones diplomáticas de la Santa Sede reconocen distintas categorías según los destinos misionales posibles, siendo la más rutilante, como es de prever, la de los países centrales, los económicamente ricos. Allí fueron sistemáticamente a parar, desde hace unos cuantos años, aquellos que fueron los favoritos de Stella durante el período en que éste estuvo al frente de la Academia Pontificia Eclesiástica, la institución que forma a los que trabajarán en las nunciaturas. Estos validos del neo-cardenal no tenían por qué ser «una tibia de santo, ni astros de inteligencia, ni unos ases en los estudios. Y de hecho el problema es que, en ciertos casos, los "favoritos" eran justamente los peores entre los alumnos. Fuera sólo éste el problema: parece que alguno de estos ilustrísimos cadetes habría sido enviado a la Academia por el propio obispo para tenerlo lejos de la diócesis: tenerlo consigo equivalía a colocar una bomba de relojería en el tabernáculo de la catedral. Por sospechas e incluso por acusaciones verdaderas y probadas, del género de las hoy más peligrosas (pero por ahora no podemos decir más). Y qué casualidad, con el clásico método del promoveatur ut removeatur se lo enviaba a la Academia. Donde ha "brillado" por la luz refleja propia de los "pupilos" nacidos bajo una buena Estrella [Stella] por la borricada, la incontinencia sobre cuyo género será laudable callar. Tanto tronó que llovió: con un tal curriculum un "pupilo" de Stella puede muy bien, no obstante todo, adjudicarse en el primer round la misión diplomática más ambicionada y suculenta. Pero como enseña el Evangelio, "las prostitutas se os adelantarán en el Reino de los Cielos", aunque también en la tierra, según parece».
«Quizá sea justamente para evitar curiosidades "peligrosas" e incidentes con los alumnos (del tipo, qué se yo, de uno que espigara los singulares nombres y descubriera incluso que es refugium peccatorum más bien que de schola diplomaticorum), quizás sea por esto (es más: es cierto) que la Academia Eclesiástica, en el sitio oficial vaticano, ha decidido no actualizar la lista de sus alumnos que, nótese el caso, permanece fija nada menos que en el año 2002, es decir, doce años atrás: una era geológica, que ha visto pasar tres pontificados.
Pregunto a mi excelente interlocutor acerca del sucesor de Beniamino Stella en la presidencia de la Pontificia Academia Eclesiástica (...) "Uno del cual debes siempre guardar tus espaldas", y ríe groseramente, y también su secretario, "sobre todo si lo precedes en las escaleras" (...) El hecho es que Gianpiero Gloder ha sido recientemente consagrado arzobispo por el papa Francisco, quizás el primero que consagra. Tiene 55 años y un curriculum asaz escaso como para acceder  tanta gloria, a la cabeza de la Pontificia Academia Eclesiástica, sucediendo a Stella. 
Aun no habiendo cumplido una misión en el extranjero (menos de dos años en Guatemala), devino presidente. Era hasta hace poco el ecónomo de la Academia (2001-2008) cuando, nótese bien, ha sido puesto desde el 2005 ¿a hacer qué...? Esto es lo más importante... como cabeza de la Oficina para los asuntos especiales, justo justo cuando Ratzinger se convirtió en el Papa. Pero en realidad, ¿qué hacía ahí? Corregía desde un punto de vista "político" los discursos del Papa (...) ¿Pensáis que haya hecho un buen trabajo para merecer una tan fulminante promoción en aquella que (jerárquicamente hablando) puede considerarse una sede de excelencia? ¿Qué concluimos, pues? Que tiene amigos muy poderosos, de otra manera no habría permanecido en el exterior poco menos de un año. Sobre todo tiene un mérito, el más grande, como para convertirlo en un astro naciente: que ha manipulado los discursos políticos de Benedicto como para ser, de hecho, la causa de los tropiezos y de los peores incidentes diplomáticos de aquel pontificado. O mejor: simplemente no los ha controlado o no ha querido modificarlos, el hecho está en que, políticamente, los problemas de los discursos de Benedicto eran sus problemas. No resueltos. No por nada hizo carrera. Ha nacido bajo una buena Estrella».
Devastación sin tregua