jueves, 21 de agosto de 2014

¿PIDEN QUE EXPLICITEMOS?

Para responder a la arrogante petición de principios puesta por el CELS a la Iglesia, según hicimos alusión en nuestra entrada anterior (a saber: que ésta explicite «su posición institucional respecto al actual proceso de justicia por delitos de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura cívico-militar»), habría que someter a éstos a simétrica cuestión: con qué cara son capaces de rastrear y escarbar en los delitos y los presuntos delitos cometidos por agentes de las Fuerzas Armadas y de Seguridad, cuando ellos detonaron bombas, secuestraron y torturaron a mansalva a sus cautivos y mataron a traición, por la espalda, a menudo a hombres desarmados.

Así como parece ciertamente imposible ir más lejos que el marxismo en punto a perversidad, siendo éste algo así como la última y más fétida floración de la declinante modernidad, así se diría que la impostura alcanza aquí la preeminencia que en opuestas cosmovisiones ocupa el honor. Porque es un hecho conocido que la táctica del marxismo consiste en apelar a la legalidad luego de haber ultrajado a la legalidad, en el preciso momento en que se hace objeto de justa reacción punitiva. Pegar primero y con alevosía, y luego chillar como marranos ante el contragolpe: tal es el asedio demoníaco que se le tiende a la ley y a la conciencia del hombre, aterrorizada a designio y sin descanso; tal es la traición que se le hace a esa indulgencia más o menos común a los sencillos, a los hombres no picados de gruesa perfidia.

El marxismo apura hasta las heces el desorden inaugurado por el liberalismo, no consintiéndole a éste detenerse en mitad del remolino revolucionario. Caos, revesamiento, desasosiego febril: y a cada nueva vuelta de la espira infernal la insultante afectación de legalidad, como para reponer conciencias horrorizadas antes de perpetrarles nuevo expolio. Legalidad sin legitimidad, como en el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), comandado por un probo en la carnicería y la rapiña como Horacio Verbitsky. Words, words, words, asegún el conocido suspiro de Shakespeare: pero palabras teñidas de sangre ajena.

Acá está lo que piensa la Iglesia -o, al menos, la Iglesia fiel- acerca del funesto montaje de los derechos humanos de estos malditos: se les responderá elípticamente, como Jesús solía hacerlo, por parábolas. Acá está uno de nuestros maestros, que nos quitaron a balazos. Acá habla y les da una soberana lección la Iglesia que pretenden interpelar. Y retempla de paso, como el buen acero, nuestra fidelidad a su enseñanza.