viernes, 6 de junio de 2014

POLÍTICA CLERICAL vs. POLÍTICA RELIGIOSA

Ya resulta demasiado transparente (incluso más que la sotana blanca de Francisco, que deja ver como al desgaire sus pantalones negros) la intencionalidad toda política de los actos promovidos por la Santa Sede, como así también de algunas entre las desconcertantes palabras que lanza el pontífice a rodar, no menos que de sus silencios. Sobre la dirección predominantemente política que puede alcanzar un pontificado -complicada en pulseadas, en zigzagueos, en asuntos de imagen y en índices de popularidad-, el de Juan Pablo II fue lo bastante aleccionador como para desayunarnos recién hoy de cuánto pueda hipertrofiarse esta esfera, que fuera con acierto llamada la de la «Cenicienta del espíritu». Quizás queriendo relanzar al Papado como a fuerza capaz de terciar eficazmente en las disputas sublunares (cosa siempre menos frecuente desde el maldito día de la Ruptura protestante, evidenciándose un progresivo repliegue de la potestad temporal del Papa con hitos funestos como la invasión napoleónica de los Estados Pontificios, y aun la garibaldina), lo cierto es que el papa polaco acentuó esta voluntad de que la Iglesia tuviese parte protagónica en los destinos políticos del orbe, arrimando a las tesis mundialistas (one-worlders) la impronta cristiana, aunque deslavazada por los inevitables compromisos del caso.

«Si Bossuet le hubiese gritado a Luis XIV como san Ambrosio a Flavius Teodosius Magnus, se hubiese evitado la Revolución Francesa. Si el padre Lachaise le hubiese dado un tirón a Luis XV como san Juan Nepomuceno al otro rey bohemio, todavía era posible ahorrar al mundo el Terror y la Guillotina [...] Solamente el poder espiritual, representado en los países católicos por la Iglesia, puede posibilitar con su función normal -y en nuestros tiempos con salidas heroicas- la que llaman fecunda revolución desde arriba, que es hoy día lo único para evitar la infecunda revolución desde abajo» (Castellani). Si esa revolución «desde arriba» no tiene hoy ni visos de probabilidad, esto es sencillamente porque la política religiosa (fundada en el llamado clamoroso a la metanoia) le cedió toda iniciativa a la política clerical, hecha de pactos, de recortes, de concesiones recíprocas entre las partes. Ahí están las flores de Paulo VI a la ONU con motivo del vigésimo aniversario de la creación de este organismo, que para aquél representaba nada menos que «el camino obligado de la civilización moderna y de la paz mundial... Los pueblos del mundo recurren a las Naciones Unidas como última esperanza de concordia y paz».

Que no estamos ya en los días de la Unam Sanctam es cosa bastante evidente. Pero que el Obispo de Roma se conceda habituales injerencias -y jamás en el sentido de una «política religiosa», sino apenas regiminosa- en las turbiedades democráticas de su país, de las que no se sale sino con nuevos tiznes, es una prueba de la degradación de la política incluso clerical. Que debiera llamarse ya cloacal, como parece denotarlo a toda hora la marcha de la administración implícita -y la manifiesta- de los asuntos que convocan a la Iglesia a expensas del «efecto Francisco». Ahí está el ominoso silencio de los obispos gallegos ante una nueva ley local de promoción de las aberraciones sexuales, la más reciente muestra de muchos otros traspiés que tienen por actores a hombres de la Jerarquía. Y ahí está la nueva efigie de político católico, Matteo Renzi, reciente ganador de las elecciones europeas, de quien se ha ponderado «el éxito de una versión de catolicismo eficiente y compasivo, simpático y simple, que hoy, en la época del papa Francisco, es quizás el único catolicismo potable». Sandro Magister, a propósito de la "clave pluralista" que se le alaba a Renzi, precisa que ésta «es la que le consiente a él y a otros católicos de nueva generación llegados al poder el sostener con tranquilidad la fecundación artificial heteróloga, el matrimonio entre personas del mismo sexo, la adopción de hijos por parejas homosexuales y otros semejantes "derechos" [...] Aparte del clima del papa Francisco, estos nuevos políticos católicos se benefician del giro consumado en el vértice de la Conferencia Episcopal Italiana, donde el nuevo secretario de nómina papal Nunzio Galantino teoriza el desplazamiento de acento de la defensa de la vida y la familia a la promoción de instancias más "sociales" como trabajo y salud».