«Sea vuestro hablar sí, sí; no, no. Lo demás viene del Maligno» (Mt 5, 37)
Un caso de bilingüismo, como de serpiente. Ayer fue fustigar el fantasma de las familias católicas y numerosas de antaño, como si los fantasmas perturbaran en algo la muda -al parecer perfectiva e irrevocable- de los hábitos y de los principios sobre los que éstos se cimientan; hoy fue «da consuelo y esperanza ver tantas familias numerosas que acogen a los hijos como un verdadero don de Dios». Creemos haber hablado alguna vez de esta sorprendente virtualidad -ya que no virtud- de la glotis de Francisco. La gracia gratis data de la bilocación, de que dan testimonio las biografías de varios santos, se trueca en éste en notoria bilocución. Son habilidades adquiridas en la escuela de aquel santo doctor y fundador de impar progenie: san Perón.
Pero no somos tan simplones como para aceptar las excusas de un farsante consumado. Primero, porque no creemos -como tantos que se esmeran en cubrirle las vergüenzas al rey desnudo- en que sus palabras sobre la familia conejil deban ser situadas en el contexto de su reciente viaje a Filipinas, con el drama de la pobreza extrema ante sus retinas, etc. etc. El verdadero contexto de las palabras de Bergoglio son sus agobiantes dislates de cada día, que autorizan la presunción de que su demasía (ese «lo demás» que excede a la límpida locución esperable de un pontífice) viene de soterra. Y sus palabras aludían a familias católicas, numerosas, como se usaba otrora, hijas de aquella Iglesia que todavía no había abrazado las novedades conciliares, la misma que concita las habituales y coléricas reprensiones del pontífice. Como lo hizo con ocasión de este último viaje, por harta vez:
¿Hace tiempo se decía que los budistas iban al infierno? Pero también que los protestantes, cuando yo era niño, iban al infierno, es lo que nos enseñaban. Y recuerdo la primera experiencia de ecumenismo que tuve: tenía cuatro años o cinco e iba caminando por la calle con mi abuela, que me llevaba de la mano, y en la otra acera iban dos mujeres del Ejército de la Salvación, con ese sombrero que ya no se usa y con ese moño. Yo pregunté: “¿Abuela, esas son monjas?”. Y ella me respondió: “No, son protestantes, ¡pero son buenas!”. Fue la primera vez que escuché hablar bien sobre las personas que pertenecen a otras confesiones. La Iglesia ha crecido mucho en el respeto por las demás religiones, el Concilio Vaticano II ha hablado sobre el respeto de sus valores. Hubo tiempos oscuros en la historia de la Iglesia, hay que decirlo sin vergüenza...
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Así tendría que salir a predicar. Y amordazado por detrás del velo |
Eso sí: al día siguiente, a alabar a las familias numerosas.