miércoles, 21 de enero de 2015

DUPLICIDAD

«Sea vuestro hablar sí, sí; no, no. Lo demás viene del Maligno»  (Mt 5, 37)

Un caso de bilingüismo, como de serpiente. Ayer fue fustigar el fantasma de las familias católicas y numerosas de antaño, como si los fantasmas perturbaran en algo la muda -al parecer perfectiva e irrevocable- de los hábitos y de los principios sobre los que éstos se cimientan; hoy fue «da consuelo y esperanza ver tantas familias numerosas que acogen a los hijos como un verdadero don de Dios». Creemos haber hablado alguna vez de esta sorprendente virtualidad -ya que no virtud- de la glotis de Francisco. La gracia gratis data de la bilocación, de que dan testimonio las biografías de varios santos, se trueca en éste en notoria bilocución. Son habilidades adquiridas en la escuela de aquel santo doctor y fundador de impar progenie: san Perón.

Pero no somos tan simplones como para aceptar las excusas de un farsante consumado. Primero, porque no creemos -como tantos que se esmeran en cubrirle las vergüenzas al rey desnudo- en que sus palabras sobre la familia conejil deban ser situadas en el contexto de su reciente viaje a Filipinas, con el drama de la pobreza extrema ante sus retinas, etc. etc. El verdadero contexto de las palabras de Bergoglio son sus agobiantes dislates de cada día, que autorizan la presunción de que su demasía (ese «lo demás» que excede a la límpida locución esperable de un pontífice) viene de soterra. Y sus palabras aludían a familias católicas, numerosas, como se usaba otrora, hijas de aquella Iglesia que todavía no había abrazado las novedades conciliares, la misma que concita las habituales y coléricas reprensiones del pontífice. Como lo hizo con ocasión de este último viaje, por harta vez:

¿Hace tiempo se decía que los budistas iban al infierno? Pero también que los protestantes, cuando yo era niño, iban al infierno, es lo que nos enseñaban. Y recuerdo la primera experiencia de ecumenismo que tuve: tenía cuatro años o cinco e iba caminando por la calle con mi abuela, que me llevaba de la mano, y en la otra acera iban dos mujeres del Ejército de la Salvación, con ese sombrero que ya no se usa y con ese moño. Yo pregunté: “¿Abuela, esas son monjas?”. Y ella me respondió: “No, son protestantes, ¡pero son buenas!”. Fue la primera vez que escuché hablar bien sobre las personas que pertenecen a otras confesiones. La Iglesia ha crecido mucho en el respeto por las demás religiones, el Concilio Vaticano II ha hablado sobre el respeto de sus valores. Hubo tiempos oscuros en la historia de la Iglesia, hay que decirlo sin vergüenza...

Así tendría que salir a predicar.
Y amordazado por detrás del velo
Ciertamente, lo dice sin vergüenza. Pero lo más grave del discurso de las familias numerosas, poco notado en general y bien apuntado en un comentario que nos enviaron a nuestra entrada anterior, estriba en la re-interpretación fullera que Bergoglio propicia de la Humanae vitae, aquella Encíclica tan resistida de Paulo VI cuyo objeto fue señalar la ilicitud de los métodos anticonceptivos, y que Bergoglio refunde como mera condena del neo-malthusianismo. «Habiendo relativizado este pronunciamiento magisterial, procede a llevar la cuestión [del uso de anticonceptivos] al fuero interno». Ya lo había hecho su finado amigote, el levantisco cardenal Mejía, desde las páginas de su malfamada revista Criterio en los mismos días de la salida de aquella Encíclica: «la enseñanza de la Sede romana no es un absoluto» porque ésta de la bioética «es la zona más crepuscular y delicada del ejercicio del Magisterio», pues aunque la Iglesia «tiene el derecho a proclamar enseñanzas que se refieren a la ley natural (...) entramos en una zona donde el progreso de los conocimientos humanos, las limitaciones culturales y las transformaciones de la historia tienen su parte». «El límite -culmina Mejía- no es impuesto a la conciencia, sino que brota, en la enseñanza de la Encíclica, de las raíces de la conciencia misma». Francisco recogió el motivo: «el rechazo de Paulo VI no se refería a problemas personales, sobre los cuales pedirá luego a los confesores que sean misericordiosos y que comprendan las situaciones», sino al neo-malthusianismo. No sólo tienen la osadía de afirmar que la ley no está en las cosas sino en el sujeto, que la conciencia es infalible y que un acto malo por su objeto puede dejar de serlo a tenor de las circunstancias (y que el pecado está en las ideologías y en los programas, pero no en los actos personales), sino que pretenden hacer cómplice al Magisterio de esos mismos y venenosos errores. Y de paso, para alivio del montón, se entreabren las compuertas de un cambio de doctrina respecto de los anticonceptivos.

Eso sí: al día siguiente, a alabar a las familias numerosas.