miércoles, 31 de diciembre de 2014

EL BALANCE

Donde hubo un altar, oficia el barman
El fin del año civil suele instar a los hombres que se alimentan de pan a componer el temido «balance». Análogo al examen de conciencia, que de suyo aspira a ser imparcial e insobornable, acá debieran confluir, como en un punto de fuga, los fastos y nefastos del ciclo anual, pues es entonces cuando las luces y las sombras del período se revistan.

Balance o diagnóstico, retrato o cosecha, lo que estos doce meses -o el lustro, ¡bah!, o las últimas décadas- le dejan a la Iglesia es suficientemente elocuente como para alentar la menor expectativa humana de restauración. Vale decir: sabemos que es Dios mismo quien gobierna los destinos de la Iglesia, sólo que la cooperación humana exigida por el orden mismo de la gracia parece hoy, en este respecto, escatimarse tanto como para reducirse a nada. La caída vertical ya largamente ensayada, que por razón de las leyes que gobiernan a la materia se acelera más y más hacia su fin (motus in fine velocior), podría ser fotografiada en cualquiera de sus cotas descendentes, al azar, en cualquier punto de su trayectoria de meteorito, y bastará el menor de los instantes examinados para contemplar la fealdad, la impudicia, la palmaria degeneración de toda una estirpe que se decía nacida non ex sanguinibus neque ex carne, finalmente rendida a los atractivos del mundo. Se cumple así lo que crípticamente expresa el Génesis (6, 1ss) acerca de la coyunda entre los hijos de Dios y las hijas de los hombres, de la que nacieron monstruos y que motivó la punición del diluvio. Se cumple sin atenuantes ni remilgos la gran apostasía anunciada por el Apóstol (II Thess 2,3).

Otrora se ofrecía el Santo Sacrificio.
Hoy se juega al ping-pong
«Et in fronte eius nomen scriptum: Mysterium: Babylon magna, mater fornicationum, et abominationum terrae» (Ap 17,5). De manera que no hay balance, pues prácticamente carecemos de uno de los dos términos que oscilan en la balanza. Hay un misterio -el de iniquidad- corroyendo aceleradamente la obra que Dios dispuso para la salvación de la humana prole. Pues si el enemigo pudo reportarse un transitorio triunfo sobre la Creación al vulnerar a la entera naturaleza por la caída del primer hombre, ahora su malograda victoria estriba en neutralizar la obra de la Redención, minimizando sus efectos y corrompiendo las mismas fuentes de la gracia. Baste la calidad de la liturgia-pop a comprobarlo; baste la aversión generalizada en nuestros templos a todo cuanto inste a la piedad y al recogimiento.

Antigua iglesia italiana devenida hotel
La aristofobia que caracteriza a los tiempos modernos, y que se plasmó y se cebó en la universal imposición de la democracia, acabó por transfundirse de manera tan prolija y exitosa en la Iglesia que no vale ya sorprenderse ante las insistentes apelaciones al Concilio -lo que entraña, en la intención de los novatores, oponer el principio parlamentario al monárquico y supremo- ni en la convocatoria a sínodos y encuestas masivas para plebiscitar la moral evangélica, aparte de la promoción ininterrumpida de los sujetos más mediocres para ocupar las sedes de gobierno eclesiástico. Los resultados brillan con tanta facundia que acaba uno por pasmarse ante la desvergüenza de tanto prelado que sale con su mejor sonrisa -y no, como los tiempos lo exigirían, de saco y ceniza- a enfrentar a las cámaras, cuando por caso la maquinaria de prensa lo solicita para bendecir al mundo.

Pues no basta con la universal deserción, la religio depopulata que con razón traía el pseudo-Malaquías como lema para uno de los pontífices de nuestro tiempo. Una vez vaciada la religión, se impone repoblarla con nueva estofa. Ahí está el clamoroso caso de las monjas rebeldes de Estados Unidos, feministas y lesbianas apertis verbis que, lejos del menor apercibimiento pontificio, resultan halagadas por el informe del cardenal interviniente en el inverecundo pasticcio, quien termina por convocarlas al maldito diálogo tan de rigor en nuestros días. Ahí están las ininterrumpidas bofetadas y escupidas del cretino de Bergoglio al rostro sufriente de Cristo (cuyo elenco resulta increíblemente pródigo) que, no contento con alentar la comunión para el mayor número con desdeñoso desprecio de las debidas disposiciones, felicita ahora a un modisto homosexual acogido al "matrimonio igualitario" y le pide lo incluya en sus oraciones.

Atelier de artista moderno ocupando
lo que fue una iglesia católica
Con razón, y replicando a los católicos hibernantes que todavía se esmeran en cubrir las vergüenzas de Francisco, una autora comparó recientemente la figura del neopontífice a la del «gran dictador» de Chaplin, aquel que «habla sólo de la libertad y del bien para propiciar la destrucción total». En concreto, «tanta incontinencia oratoria» se vende sin rémoras «porque el mercado está listo para absorberla. ¿Nos hemos acostumbrado a la fétida consistencia de los tejidos chinos y a su nauseabundo hedor petroquímico, y por ello podemos acoger sin pestañear el perfil formalmente mínimo de los discursos de aquella que fue, por siglos, la más alta autoridad moral, aunque sus contenidos sean devastadores para todos y mortificantes para la Iglesia de Cristo? ¿Podemos verdaderamente eludir los significados de lo que se dice y no advertir el eco ensordecedor de lo que no se dice?». Y aplicándole al pontífice las palabras con que Umberto Eco describía a un exitoso conductor televisivo de su país, explica  que «este hombre debe su suceso al hecho de que en cada acto y en cada palabra del personaje al que da vida ante las cámaras, se transparenta una mediocridad absoluta unida a una fascinación inmediata y espontánea, explicable por el hecho de que en él no se advierte ninguna construcción escénica. Se vende por lo que es, de manera que lo que es sea tal como para no poner en estado de inferioridad a ningún espectador, ni siquiera al más desprevenido». El diagnóstico no podía ser más claro: se trata, al fin, de los efectos anestésicos causados por la torción democrática de los criterios. Contraída la peste en la misma Iglesia, ésta está madura para aceptar en el Solio incluso al enemigo.

Es muy de notar la premura con la que los apóstatas, sobre todo si invisten altas dignidades, se entregan al cumplimiento de las profecías más aciagas en sus mismas personas. Aquellos que, como Judas, encarnan la figura del traidor que come a la misma Mesa que el Señor, sin importarle un ardite que David ya lo hubiese desenmascarado con anticipación de mil años. Esta fiebre endemoniada de cumplir la fatalidad asignada y revestirse del oscuro brillo de las dramatis personae (acuciada por la incontrovertible orden del quod facis, fac cito) concurre a una con el embotamiento general, que hace al pueblo solícito en premiar a sus tiranos. Y los templos, como inmóviles testigos del cambio, convertidos en cocheras o en locales bailables, entregan a ojos vistas su balance. Que no resultará tanto como imprevisto o novedoso: apenas rigurosamente actual.


¿Qué debió ser antes este lavadero de autos?

miércoles, 24 de diciembre de 2014

ÉSTA ES LA NOCHE

El Greco, Natividad


«Ésta es la noche de las noches, ésta es la noche
prometida y esperada...»
Francisco Luis Bernárdez


Ésta es la noche que ilumina con su misterio
                       cuanto existe y cuanto clama
por alcanzar la Redención que, desconocida,
                       yace inerme entre unas pajas.
La universal expectativa no era bastante
                              a advertirla y estrecharla
en lo recóndito del valle de la caída
                             si el Señor no la indicaba.
Como un nictógrafo ha dejado tan hondo signo
                               la canora estrella y vaga,
que aún nacen Magos en el mundo para seguirla y,
                        por seguirla, al cabo la hallan.
Ésta es la noche que inaugura aquel exultante
                                   día nuevo de la gracia
y que una antorcha atiza y ciñe de la primera a 
                                  la postrera de las albas.
Tal como se hincan las rodillas en los abismos
                          ante el nombre del Monarca,
aun esta noche la celebran quienes le niegan
                                     un lugar en su posada.
Aquesta noche es testimonio del universo, 
                                     testimonio de las almas,
de que nos ha nacido un Niño pese a las penas
                                        de Sión, la desolada.
Es testimonio inacallable de que entre ruinas, 
                             como antaño entre las pajas,
el Señor triunfa por nosotros, para asociarnos
                                        al decoro de Su casa.


                             Fray Benjamín de la Segunda Venida


lunes, 22 de diciembre de 2014

SOBRE EL ABANDONO DEL «PLURAL MAIESTATIS»

 por Enrico Maria Radaelli
traducción por F.I.


Nota: se trata de unos fragmentos de La Chiesa ribaltata («La Iglesia revesada»), publicados en http://chiesaepostconcilio.blogspot.com.ar/2014/12/em-radaelli-sul-plurale-maiestatis.html#more. El título con el que los encabezamos es nuestro. 

A este reciente libro de Radaelli hemos aludido hace pocos meses (ver aquí). Tal como se lo señala en el blogue del que los transcribimos, estos parágrafos sirven a ilustrar, aparte del trágico abandono de una peculiarísima dicción como lo es el «plural mayestático» -sin dudas la más adecuada al magisterio pontificio-y sus nocivos efectos para la fe de la Iglesia, la ulterior y falseada recuperación del plural a los fines de consumar la torción del «sentire cum Ecclesia». La Relatio del reciente Sínodo lo comprueba, pese a que «la esencia del Primado no tolera el plural sinodal, que no tiene como sujeto al Papa sino a una asamblea de obispos que ni siquiera tiene forma deliberativa, sino apenas consultiva». 


Por muy obvio que parezca que estas asambleas deben emitir sus textos en plural, como ocurre con los documentos de las Conferencias Episcopales -el simple hecho de ser muchos los sujetos involucrados en su redacción así lo exige-, lo cierto es que, al igual que en la moderna democracia y por vía de sutiles transposiciones semánticas adscritas a las tácticas publicitarias, acaba aquí también otorgándose al número razón de autoridad. Cosa que ocurre, v.g., cuando las Conferencias Episcopales, instituciones de derecho eclesiástico reciente, invaden la competencia del Obispo, institución de derecho divino -como ocurrió en el caso de mons. Livieres, removido de su cargo por haber presuntamente faltado a la comunión episcopal. La apelación al principio cuántico travestido de communio resulta en estos casos demasiado evidente, y no hay encomiable administración apostólica que baste a aventarlo. Consta así que el plural synodalis o «plural de bulto», remedo simiesco del plural maiestatis y burda sustitución del criterio cualitativo por el numérico, acaba constituyéndose como un eficaz vehículo verbal de la tiranía revolucionaria y de la legitimación de la apostasía. A esto nos llevó el abandono de aquel principio unitario implícito en la confesión del Unus Dominus, una fides, unum baptisma.




§ 19. Sobre el particular y específico plural maiestatis papal

El plural maiestatis, hay que recordarlo, es aquella figura retórica introducida en la praxis de gobierno eclesiástico en el siglo IV por aquel esclarecido pastor que fue el Papa san Dámaso I (366-84), a través de la cual un Sumo Pontífice recuerda (a sí mismo, aparte de recordarlo al universo de fieles a los que se dirige) que su propia expresión como Doctor de la Iglesia universal no brota solamente de su corazón, sino que lo hace en unión intencional con el Doctor y Maestro sobrenatural de la Iglesia, nuestro Señor Jesucristo, de quien él es por gracia Vicario, de manera que se obliga a pronunciar un «Nos» que reúne místicamente- y por tanto realmente, aunque no físicamente- dos «Yoes»: el propio yo y el «Yo» de Cristo, es decir, de Dios.

No sólo eso, sino que representando y manteniéndose la propia vicariedad en continuidad temporal ininterrumpida, de manera de garantizar la continuidad de la enseñanza de la verdad como si se tratara de una sola y única enseñanza a pesar de su extensión a lo largo de siglos y milenios, su expresión tiene por sujeto un «Nos» que recoge, aparte del «Yo» de Cristo y el propio yo, también el «yo» de todos los Papas que a éste precedieron y que lo sucederán, con el fin de reunir la suma Autoridad de los cientos y cientos de Papas en un solo «Nos» puntiforme, que hace y que da unidad de voz a todo el universo en unión con su Creador.

En otros términos: aquella pequeña palabra «Nos» del plural maiestatis, tal como se lo concibe en la Iglesia, no sólo recoge el magisterio de siglos y milenios en un solo e ínfimo vocablo (lo que ya es mucho), sino que en la semántica legible en ese mínimo lema une tales siglos y milenios a la eternidad, y éste es el "todo" sobrenatural que resulta subrayado en el «Nos».

El plural mayestático papal se distingue esencialmente, por lo tanto, de todo otro plural de la retórica, como el plural didáctico, el plural narrativo, el plural impersonal etc., todas figuras urgidas de fines prácticos y humanos, a diferencia de la nuestra, impulsada por objetivos sustanciales y sobrenaturales: unir la palabra humana a la divina; o más bien: recordar que cierta palabra humana -la de un Papa- está a veces, de algún modo enteramente místico, particularmente vinculada a la palabra divina.

La ventaja del uso de plural maiestatis papal, como se puede comprender, es infundirle al documento que se emite una autoridad que de otra manera sería imposible, como se ha visto, y, en segundo lugar, una igualmente imposible -aunque del todo reconocible- objetividad: al igual que el ''yo" afirma la subjetividad de un pensamiento, el "Nosotros", ensanchando el sujeto como se ha visto aquí, e involucrando en él incluso a Dios, afirma la más fría y distante objetividad, otorgando con ello la mejor garantía de veracidad, tan necesaria para convencer a los corazones de la inmensa intención de bien, y de bien seguro, que se tiene para con ellos.


§ 20Contra la "bonhomía" ejercitada por el Papa Juan XXIII: naturaleza extrajurídica -es más: fuertemente afectuosa- del lenguaje aseverativo y jurídico de la Iglesia

Porque ésta es la paradoja a descubrir en aquello que se está diciendo acerca del «Nos» y su carga formal de autoridad y de objetividad: que detrás de la apariencia glacial (cool, diríamos hoy), distante y "terrible" de un pronombre lo suficientemente poderoso como para representar, incluso en su pequeño yo, al Padre sobrenatural de toda verdad, se oculta un sentimiento que no podría ser más cálido, más tierno, más palpitante, ya que se trata del amor más ardiente, la más vibrante y sentida preocupación por ofrecer las mayores garantías a sus fieles, a sus propias ovejas, de que todo lo que desciende de aquel «Nos» es seguro, es verdadero, es bueno, está garantizado, porque se afirma al unísono, en consonancia, en armonía con el Padre mismo de la Verdad.

No se dirá y no se insistirá nunca lo suficiente que el discurso formal, en la Iglesia, cuanto más reviste las formas jurídicas, frías y legales, más arde en verdad al rojo vivo a causa del amor, porque el lenguaje de la Iglesia tiene más que ningún otro la misión de asegurar que todo lo que está diciendo es la pura verdad, es toda la verdad y sólo la verdad, y tan extrema garantía sólo puede darla la Iglesia cosiendo la propia palabra a la tela más asertiva, firme y rigurosa ofrecida por el lenguaje.

Esto hay que decirlo, en particular, contra la así llamada 'bonhomía' y la falsa benignidad que le imprimió al magisterio de la Iglesia el Papa Juan XXIII a partir de la Gaudet Mater Ecclesia (posturas, estas, sobre cuya indudable problematicidad nos centraremos, según es necesario, más adelante, en los §§ 35- 6), porque se sabe que ciertas afirmaciones, si realmente se siente uno obligado a hacerlas, como en este caso, deben justificarse y explicarse lo mejor posible, y con la más pía y obsequiosa de las atenciones.

Volviendo a nosotros, el amor que subyace en el lenguaje jurídico de la forma dogmática es amor verdadero, denso, fuerte, ardiente, no contaminado por fines secundarios de ningún tipo, como el deseo de no molestar a nadie, de no sacudir a nadie, de mostrar a todos, incluso, la bondad sonriente y desarmada con que la verdad de nuestro Señor y de la Iglesia se acerca a las almas.

Ya se ha visto -y más aún se verá- cuánto  resulte dañina tan maquiavélica sub-intención, y deletérea, y gravemente perjudicial para la forma de la Iglesia -que es original e insuperablemente dogmática- y para la misma salus animarum a la que ella está llamada a atender, y, sobre todo, para la justicia sublime de Dios.

Sobre el plural maiestatis habría aún muchas otras cosas que decir, pero lo que aquí simplemente se desea señalar es que su ausencia debilita en mucho el tono general de una Carta encíclica, privándola ab origine -al menos en el plano de la percepción- de un requisito que parecería no obstante útil -cuando no sustancial-para el magisterio papal, mientras éste tenga la intención de ponerse en un nivel significativo, no ordinario, aunque pretenda aplicarse sólo a un plano pastoral (y por tanto no vinculante, no irreformable, no infalible sino sólo apelativo y sugerente santas y universales indicaciones).

Considérese cualquiera de las Cartas encíclicas papales hasta Pablo VI incluido (su Humanae Vitae se encuentra todavía en plural maiestatis, no así ninguna de las escritas por Juan Pablo II). Tomemos por ejemplo la Mystici Corporis, firmada por Pío XII, publicada el 06/29/1943. Aun bajo este punto de vista ésta es verdaderamente ejemplar, ya que de su lectura se desprende de inmediato, desde las primeras palabras, cómo la firma en plural haya influido -y diríase aun, determinado- toda su construcción: se respira inmediatamente una seriedad de propósitos, un rigor -antes religioso que intelectual-, una determinación a la verdad y al realismo y, por último, una franqueza pastoral, que infunden en el lector la conciencia de estar recibiendo -casi de estar tocando con las manos, en las preciosas palabras que salen de allí- algo importante, algo vital y resolutivo justamente para él mismo.

El «Nos», ese "Nos" ahí, le dice pronto al lector -junto a otros instrumentos lingüísticos mucho más presentes en la forma asertiva del lenguaje que brota de aquella peculiar fuente dada por el plural maiestatis papal- que los conceptos expresados que se están gradualmente captando son realidades que deben tomarse muy en serio: indudables, decisivas. Por el contrario, en la Lumen Fidei, el lector fiel se percatará en cambio de que, ausente el «Nos», el augusto Autor puede lanzar en la balanza del juicio, aparte de brillantes y simplemente bellas verdades, también y desgraciadamente la sugerencia de otros bien precisos y peligrosos errores.

Pero si todo esto es cierto, si todo esto tiene aquella correspondencia con la realidad que con razón se espera -máxime cuando se habla en el momento presente de hechos angulares, netos, "de peso"- esto significa que este famoso «Nos» debiera definirse no sólo como plural maiestatis sino también como plural caritatis, plural amoris: plural de caridad donativa y de amor desinteresado, o sea plural determinado por y dirigido a la caridad.

Porque la caridad es el nervio esencial, el corazón del lenguaje asertivo, como de hecho lo saben todos los portadores sanos de amor: los padres y las madres, p. ej., que enseñan con infinito cuidado los rudimentos de la vida a sus hijitos, y los enamorados, al punto de que, más allá de todo lenguaje poético, más allá de toda señal fascinante más o menos portadora de símbolos amorosos transversales y de delicadas figuras evocadoras, cerrado el proscenio de los bailes, de las músicas y de los cantos, pueden recíprocamente comunicarse algo cierto y definitivo acerca de su amor sólo si se dicen, muy sencillamente y sin rodeos: "yo te amo", con un anatema adjunto: "no tendrá que haber ningún otro que te lo diga en absoluto jamás". Si no utilizan estas fórmulas básicas y asertivas no tendrán nunca en el corazón la certeza de su sentimiento, que es la primera, fundamental y decisiva cosa que deben saber acerca de su vínculo.

Por supuesto: si no quieren comunicarse esta certeza, esa es otra cuestión. Pero si lo quieren, si quieren estar recíprocamente seguros de su mutuo amor, otro lenguaje más seguro, decidido e indubitable que éste no lo hay. Es por eso que digo que el lenguaje asertivo, "dogmático", del presente del indicativo y de las afirmaciones inequívocas es el lenguaje del amor por excelencia, tanto que el Profeta exclama: «cuando me llegaron tus palabras las devoré con avidez: tu palabra era la alegría y el deleite de mi corazón (Jer 15:16)», porque es una palabra que anuncia el evento, y la alegría que rodea un evento sólo puede ser descrita con palabras (otra cosa es la sonrisa, o la lumbre de los ojos risueños: éstos "dicen" la alegría, pero su descripción la otorga sólo la palabra).

Como se puede notar, es suficiente la lectura "lingüística" de una Encíclica para adentrarse y entender toda su sustancia.


§ 21. Asimetría teológica entre la decisión del papa san Dámaso -utilizar el plural maiestatis- y la del papa Juan Pablo I -abandonarlo-

Juan Pablo I: efímero pontificado
con, al menos, una notoria y perdurable decisión
La decisión de firmar con rúbrica singular en lugar de hacerlo en plural sus propios actos de magisterio y de gobierno, dadas las consideraciones hechas en torno a la semántica del plural maiestatis en vigor en todos los Sumos Pontífices desde el siglo IV hasta el siglo XX al pie de los documentos y actos de magisterio de especial valor, como lo son las Cartas encíclicas (gr. enkyklos, "en torno", "en círculo", es decir, universales, uso que se extendió rápidamente también a los actos de magisterio privado e incluso a los actos personales), es decisión que ofrece fuertes y razonables motivos de perplejidad, sea acerca de la certeza veritativa en el contenido de un magisterio tan miserablemente, tan "humanamente" convalidado, sea sobre el verdadero alcance del "amor de dedicación", de caritas, introducido por los Papas en aquellos documentos suyos: ¿estarán o no estarán éstos aún llenos de aquella sustancia veritativa sobrenatural bastante más clara y casi más audazmente expuesta, casi al punto de "exponernos el rostro" de la Altísima y Divinísima Trinidad, dada por la aureola (= pequeña aura) del pronombre de primera persona del plural formulado con el «Nos»? Y si esa decisión, por el contrario, según lo sostienen sus fautores, en nada menoscaba esa certeza veritativa, ¿por qué entonces el magisterio bimilenario de la Santa Iglesia Romana consideró favorablemente por siglos adoptar esta áurea costumbre, incluyendo en su numinoso carisma no sólo los actos del magisterio sino la persona misma del Papa, motivando todo esto, justamente, por los referidos argumentos?

Hay que considerar que, de hecho, teológicamente hablando, la decisión adoptada en el siglo IV por el papa san Dámaso -encender la aureola del plural maiestatis- no es precisamente simétrica  a aquella completamente opuesta adoptada en el siglo XX por el papa Juan Pablo I, luego mantenida y convalidada por los Papas sucesivos -apagar la aureola del plural maiestatis-: la primera, de hecho, no hizo más que explicitar un concepto subyacente en el magisterio -la «Logocracia» que reina en la historia- por el cual, expresándolo en situaciones específicas, en nombre (horizontalmente) de la universalidad doctoral de la Iglesia -es decir, de todos los obispos del mundo- y hablando (verticalmente) en nombre de Dios, el «Yo» de aquel hombre elegido Vicario de Cristo, quienquiera que fuese, en la sucesión Apostólica petrina venía a encontrarse en aquella íntima relación con el «Yo» colegial de la Iglesia y con el ser divino, de manera de poder ser expresada sólo por el aura de un «Nos» incluso en aquellos siglos en los cuales -del I al IV- había sido de hecho expresada sólo por un «Yo»: en cuyo «Yo» el halo del «Nos» ya irradiaba empero su luz, toda implícitamente ardiente.

La segunda decisión, en cambio, aquella del papa Luciani, que desechaba el «Nos» y retomaba el uso del «Yo» singular, anulaba con esto justamente el concepto mismo de unión mística (que no equivale a decir irreal, pero en tanto unión supremamente real quiere decir, a causa del carácter sobrenatural de uno de los dos componentes, "mistérica"), de vínculo ideal e intencional (horizontal y vertical), con el fin de reducir, encoger el augusto Hablante a la sola persona de aquel Papa ahí, desvinculándolo y haciéndolo ajeno al contexto eclesial y divino que, según se dijo, habría podido en cambio ceñirlo siempre como una aureola, casi haciéndolo hablar de hecho, si así puede decirse, por su intermedio. Pero, al hacerlo, despojó a la Logocracia de sí misma.

Así pues, la decisión tomada por el papa san Dámaso I después de 366 (año de su elección), no hizo más que recoger y explicitar la conciencia de la realidad divina de las cosas, realidad divina hasta entonces presente de todos modos en la mente de todos, se tratara de san Pedro o del más humilde de los fieles, pero no expresada aún apertis verbis, aún no manifestada con la boca en la misma medida en que estaba en el corazón. Se insinúa aquí el clásico principio de Lérins que da a una doctrina un valor de credibilidad magisterial cercano al dogma: «quod semper, quod ubique, quod ab omnibus creditum est», «[creemos sólo en] lo que siempre, en todas partes y por todos se ha creído»: primero implícitamente, ahora de manera explícita. La decisión del papa Juan Pablo I y sus sucesores, en cambio, debido a su naturaleza negativa, a causa de su naturaleza autoprivativa, ya no puede ser leída en el sentido de que implique aquella realidad divina, aquella Logocracia hoy soslayada, sino como un claro aunque no explícito rechazo de ésta, quizás incluso como una silenciosa desmentida de la misma.

Con esto no se quiere decir que ésta fuese la intención de aquel que hizo esa elección, ya que las razones podrían ser también otras (por ejemplo, la búsqueda de una cierta simplicidad, o de un cierta humildad de exposición, tal como para quitarse de encima, de alguna manera, aquellos que se suponían -aunque inopinadamente, y de hecho erróneamente- paramentos inútiles, ¡incluso dañosos! a la verdad con la que debía presentarse a la Iglesia).

El hecho es que la decisión se tomó, y fue tomada y aprobada en la sucesión de uno y dos, y tres, y cuatro Pontífices. Y si alguien cree que ésta fue motivada en el fondo por razones no estrictamente religiosas -es decir, teológicas- sino "ideológicas", "de conveniencia de estilo" (o sea, como dice Livi  en Verdadera y falsa teología, a través de filosofías falsificadas como las arriba citadas, como el maquiavelismo utilitario), sigue siendo perfectamente posible que se tengan razones para creerlo así, ya que esta decisión va de la mano con otras opciones análogas, como se verá más adelante.

¿Fue una decisión des-dogmatizante? Ciertamente ayudó a esfumar la auctoritas, a alejar la potestas del dogma de la personalitas del Papa: la figura del Papa-Dogma empezaba también con esto a ser vulnerada, y el férreo, crístico, el sobrenatural cerrojo veritativo que le sujeta el pulso al «misterio de iniquidad» sufría ciertamente aquí una primera y significativa limadura (llamativa, sí, pero al parecer, teológicamente no del todo relevante).

lunes, 15 de diciembre de 2014

AQUEL GRAVOSO AYUNO EUCARÍSTICO

No será un maestro de la polisemia como Quevedo, pero lo cierto es que Francisco logra a menudo agolpar tal cantidad de desmanes en una sola frase que obliga a reconocerle dotes poco usuales. Tanto, que si un venturo Von Pastor se diera a componer la historia de los papas de nuestro oscuro período podría anteponer a los dicta y a los acta Francisci  el virgiliano horresco referens  a mo' de acápite, pudiendo aderezarse la analecta con gárgolas y toda una siniestra imaginería a mo' de guardas. Morisquetas con vida propia, capaces de morder los dedos del lector o de escupirle tinta a la cara: tal el complemento más adecuado a una colección de este tenor.

Un mérito tiene, en todo caso, este pontificado, y cumple en buena ley enunciarlo: el de venir a ser como el sumidero de todos los topicismos típicos del fofo clero conciliar. La paciente acumulación de alusiones insípidas, de desleídas verdades que pueden pasar también por sus contrarias, toda esa inane abundancia de lugares comunes y palabras sin nervio fundadas en la mera adhesión sensible (sensiblera) a Cristo, esa fe afirmativa pero con ruido a hueco propia de la impostura modernista (tan parecida a su medio hermana, la sola fides luterana), todo este inerte montón propalado durante décadas desde casi todas las diócesis del mundo ha venido a confluir, al fin, en ese imprevisto foco de efervescencias que es la lengua de Francisco, señaladamente fértil en estupideces, en vulgaridades, en errores y aun en blasfemias más o menos manifiestas. Como si un furor oculto, escondido -pero capaz de hacer incontenible acto de presencia en el curso de un sermón o una entrevista-, acabara por dar al traste con tan calculado disimulo y exhibiera al cabo el sulfuroso genio de la Contraiglesia.

La más reciente de las erupciones orales del Santo Padre, en todo caso, luce como una de las más horrísonas en estos veintiún meses de extravío, y es mucho decir. Resulta que en el curso de una de sus homilías diarias, luego de ensayar el consabido "tiro al blanco de la moral católica" y luego de insultar por enésima vez a la ley de la Iglesia por su dolosa comparación con las prescripciones farisaicas, el Obispo de Roma tuvo a bien acotar que

«Pío XII nos liberó de aquella cruz tan pesada que era el ayuno eucarístico. Tal vez alguno de ustedes lo recuerdan. Ni siquiera se podía beber una gota de agua. ¡Ni siquiera! Y para lavarse los dientes, se tenía que hacer sin tragar agua. Yo mismo de joven fui a confesarme de haber hecho la comunión, porque creía que una gota de agua había ido dentro. Es verdad ¿o no? Es verdad.»

Sin dejar por ello de mesarse las barbas ante lo espantoso de la enseñanza, el buen lector podrá comprobar sin esfuerzo que hay tres o cuatro agravios contra la fe de la Iglesia condensados en tan breve pasaje, a saber:

1- «...nos liberó de aquella cruz tan pesada...». No es de católicos cabales asociar la cruz, signo e instrumento de nuestra redención, a la mera idea de «carga» o «fardo», sin más. El Señor no habla nunca de liberarse de la cruz, sino de lo contrario: si quis vult post me venire, abneget semetipsum et tollat crucem suam (Lc 9, 23). Bergoglio ve a la cruz con ojos profanos, con mal disimulado rencor.

2- «...que era el ayuno eucarístico». Era cosa asaz pesada, según Francisco, el ayuno eucarístico de tres horas. Pero el Señor recuerda que «la reina del sur vino de los confines de la tierra a oír la sabiduría de Salomón, y acá hay uno que es más que Salomón». ¿Qué esfuerzo puede ser excesivo comparado con la excelsitud de un tal Objeto que lo reclama?

3- «Ni siquiera se podía beber una gota de agua». Acá o falsifica a sabiendas con tal de fortalecer la desventurada tesis, o habla con grosera ignorancia, pese a haber conocido en su juventud el régimen entonces en vigor. Lo detalla el nº 635 del Catecismo de San Pío X al prescribir para el ayuno eucarístico la abstención «de alimento sólido o bebida alcohólica tres horas antes de comulgar, y de alimento líquido o bebida no alcohólica, una hora antes de la comunión. El agua natural puede tomarse a cualquier hora y en cualquier caso», pues ésta no rompe el ayuno. [Nota: sobre este punto, recomiendo leer el aporte de Martin Ellingham más abajo, en la casilla de comentarios]

Este pasaje, pronunciado para fustigar a los "rígidos" que mantienen que "la disciplina no se toca, es sagrada" en el contexto siempre latente de las presiones por extender la comunión a los re-casados, redondea así su sentido y aviesa intención. Habría que recordarle a Bergoglio y a su gota de agua que la única disposición vital que permite comprobar experimentalmente aquello de que «mi yugo es suave y mi carga ligera» es la plena centralidad de Dios y no la del hombre: entonces los mandatos divinos se hacen cumplideros y se gruñe menos. Lo dice el Tridentino en su decreto sobre la justificación: Dios no manda cosas imposibles, sino que al mandar avisa que hagas lo que puedas, y pidas lo que no puedas, y ayuda para que puedas.

viernes, 12 de diciembre de 2014

CON LAS BESTIAS, AL CIELO

Y entonces Francisco se decidió a dilatar los lindes de su delirante apocatástasis incluyendo a los animales. Pues si no era suficiente con aquella reciente y entusiasta lección relativa a la gloria irrestrictatodos nosotros nos encontraremos allí. Todos, todos, allí, todos. Es bello»), ahora -y abusando por enésima vez de la petrina potestad de atar y desatar- resulta que metió a las mascotas en el empíreo, a empujones. Según lo reportan los azorados cronistas, «un día veremos a nuestros animales de nuevo en la eternidad de Cristo. El Paraíso está abierto a todas las criaturas de Dios».

Alguien tendría que advertirle al Santo Padre que sus sorprendentes máximas, si es que las inspira su declamado "Dios de las sorpresas" (que no, sin dudas, el Dios «admirable en sus obras y en sus santos»), corren el riesgo de causar un tedio insoluble a fuerza de atraer la atención por vías tan poco fecundas. Que acaba volviéndose repetitivo y machacón con sus sorpresas, que sus recursos resultan previsibles hasta el sopor. Y sobre todo: que si bien el foris canes del Apocalipsis no versa precisamente acerca de los perros sino de otra porción entre los protegidos de Su Santidad, lo cierto es que sirve a señalar con eficacia los límites de la Ciudad Celeste.

Goya. De los «Caprichos»: Tú que no puedes.
Uno de los más visibles frutos de la demencia de la vida moderna, después de la fortísima caída de la natalidad experimentada en los últimos 50-60 años, es la adopción de mascotas a las que se les concede el trato de hijos. Esto, en el fondo, supone menos la ilusión de creer dotados a los perros de condición personal que lo contrario: sentirse el hombre degradado al nivel de las animalias. Se cumple irónicamente, en pago a la presunción antropocéntrica, aquello de Daniel 5, 21: «su corazón fue hecho semejante al de la bestias y marchó a convivir con los onagros». O lo que en una de las vibrantes invectivas de León Bloy contra sus contemporáneos, a quienes fustigó por no temer el «alcanzar un destino de perros, hijos de perra, parientes del cerdo».

Hay un poema de un autor francés poco traducido en nuestra lengua, Francis Jammes, contemporáneo y amigo de Paul Claudel, que se titula Oración para ir al cielo con los burritos. Allí se lee, a guisa de súplica final:

Dios mío,
haz que me acerque a Ti
con los burritos [...]
haz que,
en ese recreo de las almas,
inclinado sobre tus aguas divinas,
yo me parezca a los burritos
que contemplarán su pobreza humilde
y suave en la limpidez
del amor eterno.

Pero esto no deja de ser atribuible a la fantasía y a la emotividad del poeta, que quisiera rescatar para el Cielo todo cuanto cae bajo su simpatía cordial. La invención teológica de Bergoglio supone otra cosa, y el cielo que éste parece indicar -a juzgar por la ancha y espaciosa senda que señala como conducente a él- no debería ser otro que aquel cuyo ingreso custodia el can Cerbero.

sábado, 6 de diciembre de 2014

PEDIDO DE COLABORACIÓN CON LA JUSTICIA FRANCESA

Transcurrieron ya casi tres meses desde que se destapara el caso del automóvil con patente vaticana interceptado en un puesto fronterizo de montaña con cuatro kilos de cocaína y doscientos gramos de marihuana. Visto que la causa, a juzgar por el sorprendente silencio posterior al clamor inicial, parece estancada -si es que alguna vez  fue incoada-, se diría oportuno iniciar una campaña de ayuda a la justicia local para que ésta resuelva el desusado intríngulis del capelo salpicado de polvos alcaloideos.

El caso sorprende desde donde se lo mire, máxime cuando desde hace años la rabiosa ofensiva de los medios no ha perdido oportunidad para enlodar a la Iglesia ante cualquier traspié (real o imaginario) de alguno de sus hombres. ¿No será que derribadas las últimas barreras, los postreros reparos que la Iglesia oponía al aluvión fangoso de la modernidad, la ya muy experimentada «separación de la Iglesia y el Estado» se convirtió, como por arte de magia, en la más procaz de las coyundas? ¿No será que el declive imparable que va de la prepotente aconfesionalidad del Estado a la pusilánime aconfesionalidad de la Iglesia en pleno vigor logró que aquél, como en la Edad Media, prestase su brazo -el brazo secular- al servicio de ésta (al menos, para sacarla de aprietos)? La aplicación del maritainiano "humanismo integral", es decir, de un laicismo sin réplica eclesiástica -más aún: bendecido por la Jerarquía-, ¿suponía acaso en ambas espadas la concesión de recíprocos salvoconductos para delinquir? Si es así, los despechados espectadores de este drama con ribetes de opera buffa haríamos bien en tronar en los oídos responsables ese dictum temible, capaz de voltear mitras con su sola enjundiosa vibración:"¡devuelvan la plata!".

Habrá que llamar a comparecer a aquel viejo principio metafísico del operari sequitur esse (principio en el que debe fundarse también una moral que no se extravíe en la tiranía del consenso) para dar razón de los nauseantes crímenes del progresismo. Dicho en concreto: a la apostasía de origen no pueden sino seguirle obras de réprobos, y los desórdenes morales son consecuencia casi obvia de la pérdida de la fe. El cardenal Mejía, entreverado a sus 91 años o por acción o permisión en estos casos policiales, supo tomar parte activa en los años sesenta, a fuer de director de la revista Criterio, en aquel aparato furtivo del progresismo marxista llamado IDO-C (sigla que vale por Centro Internacional de Información y Documentación sobre la Iglesia Conciliar), según datos aportados por Carlos Sacheri en La Iglesia clandestina, aquel libro que le costó la vida. Aparte del enrarecimiento doctrinal y práctico allí fomentado para su ulterior trasvase a las diócesis de todo el mundo, es de notar la astucia con la que sus fautores operaron, dotando jurídicamente al IDO-C de carácter «aconfesional» (siendo que estaba dirigido por un sacerdote holandés y eran mayoritarios los clérigos en sus filas) a los fines de esquivar sanciones eclesiásticas. Luego vino, para el caso de Mejía, la lenta y paulatina infiltración y el seguro ascenso, según la implacable lógica de la Iglesia enrarecida a instancias de prelados como Casaroli, Bugnini et al. Un retrato convincente de este recóndito cardenal argentino y de su pérfida fisonomía moral trazado por el padre Castellani, junto con algunas notas sobre su secretario personal (que comparte con Maccarone la debilidad por los taxis) puede leerse aquí.

Un cardenal que lleva mejor su dignidad
que el cardenal Mejía y afines
Mejía es amigo de Francisco y Francisco es amigo del mundo, y «los amigos de mis amigos son mis amigos», aunque «el que quiera ser amigo del mundo se constituye en enemigo de Dios» (St 4,4). Como es muy de dudar que expedientes del tipo de la "recolección de firmas" puedan surtir algún efecto en orden a acelerar el esclarecimiento del caso, será ocasión de instar a ocasionales testigos a despertar de la modorra a las autoridades respectivas: debe quedar, al pie de los Alpes franceses, algún quijotesco juez dispuesto a jugarse el pellejo por la justicia si se le arriman los datos suficientes. Se impone, pues, la recolección de indicios: quizás no falte empleado administrativo de la Santa Sede que haya comprobado una mayor fluencia bursátil entre el IOR y los centros de producción de droga, ni aquel oído que haya recibido la confidencia de algún toxicómano acerca de ensotanados proveedores de solaz. Ni aquel ocasional asistente a la bendición impartida por Francisco a las hojas de coca que captara, entre las risitas de la abominable comitiva (pedisecuos de la dirigente indigenista-homosexualista-kirchnerista Milagros Salas) la solapada invitación a visitar despachos vaticanos encalados con el oro que provee el vegetal andino, de uso ancestral.

Y entre paréntesis: habrán de tenerse como maravillas de la ingeniería fluvial el haber logrado que el Rin desembocara en el Tíber durante el último Concilio, y que el Tíber, a su vez, se vuelva ahora afluente del lago Titicaca.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

GALERÍA DEL DESQUICIO ECUMÉNICO



Llevando a sus últimas desatinadas consecuencias -al menos, hasta lo que al día de hoy se haya visto- el dictado conciliar acerca de los «elementos de santificación y verdad» pasibles de ser hallados fuera de la Iglesia (Nostra aetate, 2; cfr. Lumen gentium,16), en el giro de unos pocos días se lo ha visto a Francisco en su salsa, inclinándose ante el patriarca ecuménico Bartolomé I para ser bendecido por éste, y rezando luego en la mezquita azul de Estambul junto al gran muftí. El multipolarismo religioso propiciado por el romano pontífice (ya sin embozos, para las cámaras, con el fin inocultable de condensar en imagen el desquicio doctrinal) se nos ofrece como el clímax de esta prolongada estación post-conciliar que vio trocada, para sorpresa de los astros, la certitudo fidei en su mismísima opuesta.

Mérito del autor de Il blog di Baronio ha sido ofrecer el siguiente antídoto humorístico a una impostura de tan vasto y deletéreo alcance. Nos hacemos eco entre risas y llanto.


Georg van Bergoglien,
obispo luterano de Roma

Jorge Mario I,
patriarca de Roma


Bergoglio,
imán de Roma



Francisco,
reencarnación conciliar del Dalai Lama


Rabí Bergoglio,
gran rabino de Roma


Ber Go Glin,
del templo sintoísta de Roma

Jorgesh Bergoglijt,
santón hindú del Tíber

Jorghbhergogl,
ministro ecuménico maya del templo de Roma


Baila-con-los-ateos,
jefe de la tribu de los conciliares

lunes, 1 de diciembre de 2014

EL PAPA QUE NO QUERÍA A LOS SACERDOTES

por Antonio Margheriti Mastino
(traducción por F.I.)

[Nota: en aras de la resistencia activa que este ruinoso pontificado nos despierta y urge, reproducimos este jugoso artículo aparecido hace unos días en un medio italiano. El autor aclara que hace meses no publica nada acerca de Francisco y las cosas de la Iglesia, y que después de escritas estas líneas volverá a llamarse a silencio. El original puede consultarse aquí).



CALÍGULA


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Debe haber sido a fines de octubre. Mediodía. Corte de los milagros y feria de las vanidades de Santa Marta. El Papa Bergoglio, gran comilón, entra en el restaurante con su séquito de trepadores clericales medio apóstatas (para una mejor escalada, sin el fardo de la fe sobre los hombros). Avanza frenético e imperioso. De repente afloja el ritmo. Y arroja una mirada sobre un pobre curita en sotana que, sentado en una mesa, estaba consumiendo su comida. Lo escanea con aquella suya mirada gélida que las personas cercanas a él -pero no íntimas suyas- le conocen cuando las cámaras de televisión se apagan y, de repente, mientras sigue caminando, se dirige a uno de sus pretorianos y ordena: «¡aquel sacerdote no me gusta! ¡Que no lo vea más aquí!». Calígula. Que no teniendo esta vez un caballo para condecorar con el laticlavio senatorial, se contenta con privar de forraje a un anónimo curita. Lo curioso (es más, lo triste) es que ni siquiera sabía quién era aquel pobre curita allí en sotana -en un ambiente en el que incluso el papa anda de civil, según alguno cuenta- que comía su plato de pasta. Sin duda tenía que ser un santo. Algo en el estómago de Bergoglio se revolvió. ¿Y qué? Porque estas cosas aquí, en Santa Marta, trátese de obispos o sacerdotes, ocurren muy a menudo: sé de obispos que dejaron la suite imperial entre lágrimas. Y no por la emoción.

A menudo acude a mi mente, en estos días en los que debo tomar (y tal vez haya tomado) una decisión difícil al respecto, la observación de santa Catalina de Siena. Cuando se hablaba de cómo se debía reaccionar ante un papa difícil de seguir -y no por culpa de los fieles, sino del mismo papa-, ella le respondía al confesor: hay cosas que podemos decir sobre el papa y del papa, y otras que no podemos decir porque es el papa legítimo (cosa por lo demás difícil de resolver en sus aviñoneses tiempos), pero podemos orar allí donde no podamos hablar. Una lección que, en todo caso, el papa Bergoglio tendría que aprender para sí mismo: habla demasiado, y -como él mismo lo admite- le queda poco tiempo para rezar, y se queda fácilmente dormido cuando lo hace. Debiera tratar de hacerlo de rodillas: tal vez permanecería despierto.

«¡Luchad, luchad!», les dice a los anarco-comunistas de los centros sociales; «haced lío, rebelaos, criticad», les dijo a los apacibles jóvenes católicos en la Iglesia salesiana de Términi, en Roma. «Las críticas hacen bien», le dijo por teléfono al bueno de Mario Palmaro. Él mismo, siendo cardenal, cuando venía a Roma se hacía contar todos los chismes del "Palacio", y ahora sabemos que no era sólo por curiosidad que quería saber. Nos disculpará entonces el papa Bergoglio si también nosotros nos acodamos al "chismorreo" que él siempre censura en tren de charla, y que -va de suyo- él mismo desencadena. Y que, como admitió el cardenal Burke, lo hace a propósito, para luego tenderse con los brazos cruzados a disfrutar del espectáculo de las diatribas que provocó al día siguiente con las cosas contradictorias que "por casualidad" declaró el día anterior. No es sólo diversión: es uso científico del chismorreo. Un día voy a explicar por qué lo hace.


EL SIDA DE LA IGLESIA: LOS JESUITAS

Sólo Dios sabe lo mucho que odio a los jesuitas.

Estaba leyendo anoche las memorias del cardenal francés del siglo XVIII, François-Joachim de Bernis. Tal vez no sea sincero en su sobriedad, negada elegíacamente, por lo demás, por su amigo Casanova (fue embajador del rey de Francia en Venecia) en las porquerías que éste escribió, que aún hoy se hacen pasar por literatura. Pero las virtudes de la ciencia y la prudencia no le faltaban: una sutil mente política y diplomática, que supo evitar muchos conflictos y muchos más habría ahorrado si lo hubieran escuchado más en la corte, y ciertamente Dios habrá querido tenerlo en cuenta, esperamos, cerrando un ojo a las supuestas flexibilidades de sus pudenda. Y en cualquier caso, aceptó perderlo todo (dinero, bienes y títulos, así como la patria), negándose a firmar su rendición a la constitución civil del clero impuesta por los revolucionarios franceses. Murió en Roma en el exilio, sin añorar lo que otrora había sido.

¡Tanto hizo, santo varón!, en el cónclave de 1769 para que se eligiera a un Papa contrario a los jesuitas, virus de inmunodeficiencia de la Iglesia de ayer, de hoy y de siempre.Y lo logró con el desafortunado Clemente XIV. Un franciscano. Que, efectivamente, suprimió a la Compañía y murió luego entre miles de sufrimientos, algunos dicen que envenenado. Por obra de los jesuitas, claramente, dijeron siempre sus contemporáneos: no creo que sea cierto, pero sé que los jesuitas, si hubiesen querido, habrían sido absolutamente capaces: su amoralidad es conocida desde siempre y por todos, por esto los reyes los expulsaron, las aristocracias siempre les desconfiaron y el pueblo no los quiso nunca: porque son retorcidos, y tarde o temprano perversos, insinceros y dobles en todos los casos. Como bien lo comprendió Blaise Pascal.

Que su obra nunca haya sido acompañada por la gracia, lo demuestra el hecho de que todos los fuegos de paja que encendieron por todas partes, a menudo con artificio y simulación (en Asia, la India, Japón, China, en todas partes), se apagaron como estopa apenas se fueron, y no quedó nada: Dios sopló sobre sus hechizos y los disolvió. Pío VII, finalmente, unas décadas más tarde, restableció a los jesuitas volviendo a poner de pie a la triste Orden: terminó encarcelado y enviado al exilio. Casi un castigo divino.

Hoy tenemos a un jesuita en el Trono, al cual, concluidas las votaciones, se le aconsejó tomar el nombre de Clemente, como "vindicador" -vengador pues, palabras del Jesuita-, por el benemérito papa que suprimió a su Orden: Clemente XIV. Pero también podría ser que el nombre de Clemente reflejara mal su ánimo. Y de hecho suspendió (fue él quien lo mandó así) a los mejores franciscanos: los de la Inmaculada. Como "vengador", no siendo "clemente".

Hace unos meses, una estudiosa que entiende de Órdenes religiosas, señalando estos últimos tiempos con un papa jesuita, casi me hizo estremecer por las conclusiones que extrajo fríamente: «yo sostengo lo mismo que algunos santos han dicho de los jesuitas, a quienes también tenían en el garguero: ¿por qué el Señor habría querido a la Compañía de Jesús sino para acelerar su última venida? ¿Y cómo podría ocurrir esta aceleración sino con una Compañía que, tomando literalmente el Evangelio, remase a menudo contra la Iglesia terrena?».

Palabras duras que, a conciencia, considero verdaderas. La conciencia... esta gran olvidada por la Iglesia del post-concilio delirante, aquel que sin embargo atizó fuego y llamas por la "libertad de conciencia" en temas religiosos (entre otros, y en una y otra vertiente, la progresista y la conservadora, desconociendo su naturaleza y trocándola por una especie de bon ton religioso, cuando no por un general "romped los esquemas", ya que toda verdad sería relativa). Esta reina y tesoro de la catolicidad, la Conciencia, reducida a esclava de cualquier moda y de cualquier poder, justo en el momento en el que se pensaba liberarla de "cadenas" imaginarias que, por ello, nunca había tenido antes.


NO LE GUSTAN LOS SACERDOTES. ESPECIALMENTE SI SON ITALIANOS

Hablábamos del papa Bergoglio. Lo sabemos: no le gusta la Iglesia católica así como es y como era, no le gusta Roma, no le gustan nuestras costumbres, detesta a nuestros obispos connacionales (no en todos sus detalles, no sea que los latinoamericanos resulten peores), no le gustan las monjas de clausura (y por esto mandó desmantelar gradualmente la clausura), no le gustan los muy devotos, no le gusta el catolicismo identitario, no le gustan las misas en latín, no le gustan las luchas-marchas-rosarios pro life; en la práctica, no le gustan los católicos. No le gusta nada de nada, excepto las extravagantes, superficiales y ya comprobadamente fallidas ideas liberal-pentecostales que tiene en mente: le gusta el sentimentalismo, en el sentido propio latinoamericano, es decir: no los buenos sentimientos sino la representación enfática y teatral de éstos. La hipocresía, se hubiera dicho en otros contextos, si no se supiese que los sentimentalismos, más bien que un buen corazón, ocultan los nervios débiles.

Pero por encima de todo, no le gustan los sacerdotes: el sacerdote clásico. Besos y abrazos y augurios de buen ramadam a los imanes, visitas de amistad a los pastores evangélicos, besos en las manos de los rabinos, pero a los sacerdotes católicos sólo patadas en los dientes. ¡Cada santa mañana! Ahora los echa también del restaurante de Santa Marta. ¡Mi madre, cómo los acomoda cada día, apenas sale el sol, en aquellos que se hacen pasar como "sermones" y que a menudo parecen sólo difamación diaria, científica, sistemática de aquellos sacerdotes que como pontífice debería alentar y proteger! Los sacude, los insulta, se burla de ellos y los ridiculiza delante de todos, incluso a veces los trata de "pedófilos", los trata como a siervos tontos, trapos para los pies.

Sólo ante dos sacerdotes se ha inclinado a besarles literalmente manos y pies: ante aquel empresario de lo políticamente correcto de izquierdas que es don Ciotti, y ante otro viejo cura nonagenario conocido por su homosexualismo y por haber actuado de megáfono para todas las modas ideológico-clericales del momento, de la comunista al gender.

Me escribió un sacerdote genovés:

«a mí me enseñaron que coram populo se defiende siempre y a toda costa la propia familia, la propia hacienda, los propios colaboradores, supuestos todos los etcétera. Luego, en sede idónea, se lavan los trapos sucios, y aun se desinfectan. Pero no se difama a la institución de la que se es cabeza».



LA FÁBRICA DE LAS NO-NOTICIAS: SANTA MARTA

La otra mañana de nuevo. Montó sobre el pedestal de las vanidades en Santa Marta, y olvidando que él mismo es un sacerdote como todos los otros se atrevió a decir, y dijo, entre otras cosas: «sabemos lo que dice Jesús a aquellos que son causa de escándalo: 'es mejor ser arrojados al mar'». Y entonces los periódicos titulan, literalmente: «Papa: que arrojen al mar a los sacerdotes». Siempre habla de dinero: está obsesionado.

Aparte de que Jesús a nadie dijo que tirase al mar a nadie (en todo caso tirarse solo), ¿de qué está hablando? ¿Dónde es que ocurren estas cosas? Yo no las he visto nunca en torno, y ¡diablos si no entiendo de Iglesias, si no soy a menudo y de buena gana un azotador, si no denuncio lo que debe denunciarse! Nada, no existen: Bergoglio hojea los periódicos todos los días, lee maniáticamente todas las noticias que se refieren a él, luego subraya los artículos -a menudo de periódicos anticlericales- que montan pamplinas sobre los sacerdotes, o al menos distorsionan y exageran anómalamente los hechos. Él los memoriza, los reelabora, y luego los usa (para fines que son bien conocidos por él, y ahora también por mí). Haciendo una no-noticia, un dato colectivo de una realidad simulada e hipotética, un hecho incontrovertible, endémico. Es la des-realidad de un pontificado que se juega todo en los efectos especiales y en los juegos de espejos mediáticos. El festival del peor lugar común de bar proyectado sobre el de Santa Marta.

No-noticias lanzadas como piedras sobre los consagrados, que al desenvolverlas dejan sólo un gran vacío: vacío como aquella valija (¿qué había dentro? Nada, papeleo) que Bergoglio llevaba consigo en los aviones en los viajes papales. ¿Para qué servía una maletilla vacía? Para aparentar, para simular, para crear artificialmente una noticia, añadir un ladrillo al monumento, un cincelado al becerro de oro, para representarse mediáticamente a sí mismo. Y a la iglesia que vive en su imaginación post-católica, pero que -a esta sí- se propone concretizar. A través de los medios de comunicación. Se la crea a designio y se hace a sí mismo a un lado cuando el "tiempo" que tiene en mente haya llegado. «Pero Dios tenía otros planes», está escrito en las presuntas profecías de la Emmerich.


JORGE MARIO LUTERO: LA NUEVA "VENTA DE LAS INDULGENCIAS"

En el mismo artículo tomado de la "homilía", leo: «Y el escándalo: cuando el Templo, la Casa de Dios, se convierte en una casa de negocios, como en aquellas bodas: se alquilaba la iglesia». Curioso que quien habla sea el mismo personaje que hace unas pocas semanas, sin preguntar a nadie, motu proprio arrendó nada menos que la Capilla Sixtina, que es la iglesia de las iglesias, a la Porsche -la compañía de automóviles- para filmar sus publicidades comerciales.

«Me gustaría una iglesia más pobre», dijo al inicio de su pontificado: como de costumbre, los buenos sentimientos (es decir, las demagogias cripto-marxistas) favorecen siempre los buenos negocios. Como bien lo saben, últimamente, en el IOR y en el Vaticano, que se ha convertido en el paraíso de los lobbies financieros extranjeros -de ser ese banquito para sacerdotes que fue hasta hace unos pocos meses- gracias a Bergoglio y a los amigos a quienes debe su elección.

«Han transformado la casa de oración en una cueva de ladrones». Decía el otro día, entonces. Los sacerdotes, siempre, es culpa de ellos: palabra de uno que nunca fue párroco, prefiriendo ser el caudillo de los otros jesuitas argentinos, de los que fue finalmente alejado, dados los desastres y la rebelión general que había generado con sus métodos brutales entreverados de superficialidad. Y añade: «¿cuántas veces vemos, entrando en una iglesia, incluso hoy día, que hay una lista de precios?».

¿A quién se refiere exactamente? No habla de nadie -lo que es peor, no se refiere a hechos: él secuestra y hace suyo, cabalgándolo, un vendaval mediático, un lugar común laicista, una leyenda metropolitana, y se fortalece con la oleada mediática de retorno. ¿Para qué le sirve toda esta fuerza que succiona de las cosas, dejándolas poco a poco exánimes? Yo lo sé, lo he entendido, pero no lo voy a decir aquí.

¿Dónde, pues, se inspiró para este asunto? Claro: en los periódicos que exponían la media farsa y la media broma de un párroco, un no-evento sucedido en Lucania. No es que no haya sacerdotes venales; como siempre y como en todas las categorías, hay ladrones y los habrá siempre: recientemente un sacerdote de la Toscana pidió € 800 para celebrar un matrimonio en su hermosa iglesia. Pero no es que hubiese publicado las tarifas para embolsar ilícitamente el dinero que probablemente despilfarra manteniendo a sus prostitutas privadas (tal vez incluso embarazadas), a escondidas. Como los estafadores. Pero, ¿se puede hacer de un simple caso individual un dato colectivo?

¿Tendremos entonces que decir que porque el Papa promovió a su corte a un monseñor de cuyo currículum la única gloria son las intrigas de luces rojas, certificadas por la policía aquella vez que lo hincharon a golpes en un escuálido local gay, tendremos que decir que el papa es un promotor de la prostitución masculina? Habiendo llamado a Roma, eligiéndolo del montón, a un sacerdote español no sólo ultraprogresista sino pornócrata -jactándose de esto en los periódicos-, ¿debemos, por tanto, decir que todos en el Vaticano, empezando por el papa, son unos cochinos?

Hay que decir que sacerdotes ladrones, cuando los hay, se los encuentra a todos afiliados en las filas del clero más liberal y progresista: es decir, los principales patrocinadores de Bergoglio y de su culto.

Yo en mi vida y por muchos años he sido monaguillo, de ojear estrechamente, a 360 grados, la parroquia. Y el párroco (he visto párrocos como el mío) decía a los esposos: «los costos de la boda son 50.000 liras, pero si no tenéis no cuenta». Un día quiso escribir sobre la caja de las ofrendas: quien tiene ponga, quien no tiene tome. Era un ferviente sacerdote, mariano y conservador en punto a costumbres. Un sacerdote católico como la mayoría, la mayoría de los buenos sacerdotes. ¿Pero qué le importa a Bergoglio, que dice odiar toda ideología confundiendo con ésta incluso a la Doctrina, y mostrando que el primer ideologizado es justamente él?

Leo y releo aquella frase epicentral de aquel texto que antes de ser gran literatura es profecía de un gigante espiritual, Soloviev, El relato del Anticristo: «él creía en Dios, pero en el fondo de su corazón, se prefería a sí mismo».


IMAGINAR TARIFARIOS EN ITALIA, NO VER LA SIMONÍA EN ALEMANIA

Prosigue el ex arzobispo de Buenos Aires, diócesis mandada a default justamente por Bergoglio: «Cuando aquellos que están en el Templo -sean sacerdotes, laicos, secretarios, pero que tienen que gestionar en el Templo la pastoral del Templo- se vuelven traficantes, el pueblo se escandaliza. Y nosotros somos responsables de esto. Incluso los laicos, ¿eh? Todos. Porque si yo veo que en mi parroquia se hace esto, tengo que tener el valor de decírselo en la cara al párroco. Y la gente sufre aquel escándalo. Es curioso: el pueblo de Dios sabe perdonar a sus sacerdotes. Cuando tienen una debilidad, cuando resbalan en algún pecado... sabe perdonar».

¿Entendisteis el mensaje en código? Que los sacerdotes no se centren en los "sacramentos", sean condescendientes como consigo mismos y con ellos lo son los laicos. ¿Se entiende o no que está hablándole a la nuera para que la suegra entienda? ¿Que todavía no ha digerido la píldora amarga del sínodo? Bueno, ahora nos faltaba esto: los sacerdotes, despiadados, que "no perdonan", y los laicos, pobrecitos que no sólo están llamados a juzgarlos, sino incluso a perdonarlos magnánimamente. Chismorreos que nada tienen que ver con la realidad.

Si pensamos que es el mismo papa aquel que desde que momentáneamente perdió la partida del Sínodo no se da tregua, y calma su ira buscando cabezas para cortar y ¡caramba si no las corta!

Si es el mismo papa elegido por los cardenales progresistas alemanes, que él instrumentaliza dejándose instrumentalizar, y que del dios Mammon y de la simonía han hecho su divinidad mayor y su sacramento único: iglesia entre las más ricas y progresistas del mundo la alemana, con miles de empleados, con sacerdotes que ganan incluso más de € 4.000 por mes, y que se atrevieron a lo imposible.

Como escribí en su momento, también el amigo Antonio Socci (y algunos, antes de hablar mal de su libro sin haberlo leído, y de citar indebidamente su nombre, deberían enjuagarse la boca con lejía) ha reiterado ayer en su página de féisbuc:

¿Dinero y sacramentos? Querido papa Bergoglio, opóngase a las desconcertantes decisiones de los obispos alemanes (como lo hizo Ratzinger) en vez de denigrar a nuestros párrocos. ¡Aquellas sí que son una vergüenza! No sé si las hay en la Argentina, pero yo francamente en Italia nunca vi una iglesia con una lista de precios... Por supuesto, la denuncia del papa subraya una cuestión real (la gratuidad de la gracia y, por lo tanto, de los sacramentos), pero en esos términos corre el riesgo de sonar como una denigración de los pobres párrocos. Señalaría en cambio al papa Bergoglio un caso mucho más desconcertante de mala relación entre los sacramentos y el dinero, referido a la Iglesia alemana. En tiempos de Benedicto XVI la Santa Sede se opuso a estas decisiones de los obispos alemanes. Sería el caso de que el papa Bergoglio se ocupase de ellos, en vez de avergonzar a los párrocos. Además, él conoce bien al episcopado alemán, porque es precisamente aquél, muy progresista, el que ha sido su principal promotor en el Cónclave y el mayor defensor de la tesis kasperianas en el Sínodo. He aquí, en una página tomada de mi libro No es Francisco, lo que sucede en Alemania:

«Con el debido respeto a la proclamada "Iglesia de los pobres", la Iglesia alemana es una verdadera potencia económica, ya que disfruta de colosales ingresos del Estado... una cifra seis veces superior al ocho por mil de la Iglesia italiana, aunque la Iglesia alemana esté compuesta sólo por 24,3 millones de católicos (menos de la mitad en comparación con Italia). También el mecanismo es diferente. En Alemania -con el debido respeto a la separación de Iglesia y Estado, tan exaltada por los progresistas- es un impuesto contante y sonante que se impone a los que se inscriben en el censo como católicos (como sucede también a los protestantes, a favor de la Iglesia Evangélica). Justicia y respeto a la libertad harían suponer que éste fuera un impuesto al que someterse libremente. En cambio, en la práctica, se ha convertido en una especie de "supersacramento" superior al bautismo, porque el impuesto y la pertenencia a la Iglesia coinciden, y puede uno sustraerse al impuesto sólo si se sale de la Iglesia, con la gravísima consecuencia de ser considerado apóstatas y ser excluido de los sacramentos (incluyendo el funeral eclesiástico).

Un decreto de la Conferencia Episcopal Alemana ha establecido que el rechazo de la contribución económica implica la pérdida, para los fieles, de la pertenencia a la Iglesia.

Esta posición inaudita es cuestionada por la Santa Sede (al menos en la época Ratzinger) y es particularmente desconcertante por qué, al mismo tiempo, la mayoría del episcopado alemán presiona por una Iglesia 'misericordiosa' y 'cercana al mundo', con la solicitud de la comunión para divorciados vueltos a casar, superación del celibato sacerdotal, aflojamiento de 'limitaciones' en cuestiones de ética sexual, etc.».

El filósofo Robert Spaemann, amigo de Joseph Ratzinger, señaló que en Alemania hay hombres que niegan la resurrección de Cristo que siguen siendo profesores de teología católica y pueden predicar como católicos durante las Misas. En cambio, los fieles que no quieren pagar la cuota para el culto son expulsados ​​de la Iglesia. Hay algo que no corre.

Pero como decía el buen Giovanni Giolitti, piamontés como Bergoglio: para los amigos la ley se interpreta, para los enemigos se aplica.


«¡SE LO DIGO A BERGOGLIO!»


No es casualidad que durante el sínodo, en el aula, después de que se difundiera el vídeo donde Kasper, como buen alemán, manifestaba todo su desprecio racial contra los obispos africanos contrarios a sus tesis -que resultaron ser las de Bergoglio-, y que él había negado existir (ley del contrapaso: se dice que en los días del Motu Proprio fue justamente él quien difundió el vídeo de Monseñor Williamson), luego éste armó una escena gorda.

En resumen: mientras el cardenal Burke hace corrillo con otros hermanos, pasa el cardenal Kasper que, enfurecido, se desliza entre ellos, señala con el dedo al hermano Burke y lo apostrofa: «¿ha sido usted de veras quien dio difusión a ese vídeo?». Burke se vuelve y, gélido, responde: «Eminencia, ha sido usted quien dio la entrevista». En ese punto estalló la ira de Kasper y, se sabe, así como in vino veritas, también en los ataques de ira se desata la verdad, por infantil que ésta sea: «¡Yo le mostraré! ¡Lo pagará! ¡Se lo digo a Bergoglio!». Se lo dice "a Bergoglio", él. Si acaso al "santo padre": a Bergoglio. Como quien dijera "a mi amigo", es uno de los nuestros: cosa nostra. Es todo cosa de ellos, incluso la Iglesia parece haberse convertido en una propiedad inmueble de la que ellos son propietarios -como los sacramentos, a la verdad-: es de ellos, y disponen a su gusto. Y sobre todo en Alemania, a cambio de una paga.

De hecho, pocos días después, Bergoglio llama a Burke y le confirma: "¡usted cambia de cargo!". Stop. A los amigos, todo; a los enemigos, ni justicia...


JUDAS, EL MORALISTA LADRÓN


La "caja" de los apóstoles: Judas, ahorcado, mientras
los demonios salen de sus entrañas que cuelgan
Dice aun Il Foglio: «Francisco ha explicado entonces porqué Jesús se malquista con el dinero: "porque la redención es gratuita; Él viene a traernos la gratuidad de Dios, la gratuidad total del amor de Dios. Y cuando la Iglesia o las iglesias se vuelven traficantes, se dice que ...¡eh, no es tan gratuita la salvación...! Es este el motivo por el que Jesús toma el látigo en la mano para hacer este rito de purificación en el Templo"».

Aparte de que en el Templo eran muy otras las razones profundas de los "latigazos", aparte de que Jesús no estaba, de hecho, malquistado con el dinero (siendo él mismo pudiente y con amigos todos ricos, y eran pudientes los apóstoles que se escogió), aparte de esto, recuérdenle a Bergoglio que Jesús mandó a los apóstoles que tuviesen una caja para su subsistencia y para sostener la "causa".

Cierto, es verdad: el cajero era un ladrón. Judas. Un ladrón que, como los progresistas de hoy, predicaba el bien y el mal hurgaba: se quejaba de cuando se "despilfarraban" aceites preciosos para ungir los pies de Jesús, «mientras en cambio se podrían vender y dar lo recaudado a los pobres», tal como una vez lo dijo Bergoglio de las iglesias. Pero Juan escribe y explica: «Esto decía Iscariote. No porque fuera bueno, sino porque era ladrón y se apropiaba del contenido de la caja de los apóstoles». Pero, ¿podemos decir que todos los apóstoles eran "ladrones" -como el papa sugiere acerca de los sacerdotes- porque el cajero, Judas, lo era? Judas era un moralista y, como con todos los moralistas, finalmente se descubrió su maldad. Que reflexione sobre esto Bergoglio, más bien.


NO LE IMPORTA LO QUE ES VERDADERO. SINO LO QUE LE SIRVE

Escribe esta mañana un talentosísimo, devoto y apacible sacerdote siciliano, don Giovanni Salvia, mostrando las uñas por un momento, con toda la razón del mundo:

«A Francisco, el hombre vestido de blanco, con todo respeto le pregunto: ¿fue usted párroco alguna vez? ¿Quién paga las facturas de la luz de la iglesia, la calefacción, los gastos ordinarios y extraordinarios, las actividades pastorales, los ornamentos sagrados, la restauración de las obras de arte, el organista, los colaboradores? El Código de Derecho Canónico, ¿no expresa como un deber de los fieles el subvenir a las necesidades de la Iglesia? Hoy, gracias a la colecta de los fieles, he podido hacer una ofrenda a los misioneros comprometidos en Albania para los niños adoptados. Las jornadas de colecta que el Papa nos pide que hagamos para juntar dinero, como la Jornada Mundial Misionera, y la de la caridad el 29 de junio, y no hablemos de todas las jornadas a favor de la Iglesia diocesana, para el periódico L'Osservatore Romano (periódico del Vaticano), L'Avvenire (de los obispos italianos) y el Diocesano, para el Seminario, jornada por los emigrantes, por los desastres naturales, y podría seguir la lista, ¿de dónde podemos tomar el dinero para regular una actividad administrativa ordenada, como nos obliga el Derecho Canónico? Quizás por mi negligencia no haya yo entendido bien su mensaje».

Has entendido muy bien, pero de la verdad de las cosas, como de la teología, a Bergoglio le importa poco: existe sólo aquello que le sirve. Y lo que le sirve a él le sirve a los medios de comunicación, para alimentar artificialmente el "efecto Bergoglio", que no existe sino como malentendido, pero incluso éste está calculado. Porque a Bergoglio le sirve. Y le sirve para un fin que tiene claro en su mente y que no tardará en mostrarnos.

Qué importan las dificultades cotidianas del pequeño párroco de periferia: no le "sirve" saberlo, y si lo sabe no le importa. Lo que cuenta es el ''efecto", la implicación mediática de cada gesto suyo, de cada palabra y pensamiento por más aparentemente superficial y teológicamente fallido que sea. Cada cosa, a su tiempo, servirá: él siembra y deposita "efecto" sobre efecto, sabrá él luego cuándo es el momento de la "cosecha" sobre los estratos geológicos de "efectos". Apunta gélido y decidido a esa meta misteriosa para los más.

«Ya parece una carrera entre Renzi y Bergoglio», dice alguno. Pero Bergoglio no es Renzi [N: el primer ministro de Italia]: a paridad de confusión, si la de Renzi es real, la de Bergoglio es sólo aparente: tiene clarísimo en su cabeza lo que quiere hacer, y aunque reventaran el mundo y la Iglesia lo va a hacer. «Pero Dios tenía otros planes», se decía poco antes. No es cualquier humo aquel que vierte cada día: es opio.


SACERDOTES CONFUNDIDOS POR AQUEL QUE TENDRÍA QUE ORIENTARLOS

Los pobres blancos cotidianos de Bergoglio: los sacerdotes, pero no aquellos à la page, secuaces de la moda, conformistas y, a menudo, adinerados. No. Los curitas simples que buscan como pueden permanecer fieles a la misión que le fue asignada por la Iglesia, cuando la Iglesia tenía una. A falta de la cual se aferran al catecismo y al Evangelio. Uno de aquellos a los que un obispo toscano, cuando entrevió uno, le dijo, hace unos meses -siendo que debía proceder como si fuera su padre-: «cuando curas como usted hayan desaparecido o hayan sido erradicados de la Iglesia, habremos resuelto el 50% de los problemas». «El Señor lo bendiga, Excelencia, aunque se niegue a ser para mí como un padre». Se había atrevido a vestir la sotana, el curita. El obispo era uno de esos que se hizo sacerdote en los años locos en los que el mismo Bergoglio devino tal, es decir, aquel mismo que quería ir a Brasil (cuenta alguien, si es cierto no lo sé) a la JMJ en clergy, hasta que lo tomó de las solapas el cardenal Sodano, poniéndole encima la sotana. Tuvo que contentarse con la maletilla vacía.

Me decía un "anónimo" laico protector de muchos sacerdotes que están en dificultades -un verdadero mecenas de las almas consagradas, que les devuelve valor para afrontar el ministerio, a pesar del viento en contra que los quiere doblegar- que en los últimos meses han aumentado de forma exponencial aquellos que se confían a sus cuidados: sacerdotes desorientados, desmotivados, frustrados justamente por aquel que los tendría que alentar y sostener. Y una amiga muy católica aconsejaba aceptar la prueba a la cual el Señor "nos somete" con este Papa. Yo mismo verifico esta desorientación todos los días entre el clero joven que me escribe. Uno de ellos, ordenado hace poco en Milán, me dice:

«ya no puedo más pronunciar durante la Misa las palabras "en unión con nuestro papa Francisco"».

Me movió un poco a ternura, y le sugerí una fórmula de compromiso: entonces puedes decir: «en unión con nuestro papa Francisco, y Benedicto». Total, a esta altura, en la Misa cada uno dice lo que le parece. El mismo problema con otro: le aconsejé que optara por un genérico "en unión con Pedro". Sé bien cuán peligroso sea despegarse del ancla de la salvación que es Pedro, el papa, sea quien sea: el diablo usa los malos papas precisamente con el fin de separar a los fieles y a los sacerdotes de Roma. Y está, hoy, a un solo paso...


«NO ERA UN VICARIO: ERA ÉL MISMO»

Exploro mi correo féisbuc y me doy cuenta de algo que estaba en el aire desde hace algún tiempo: después de que el mal humor invadiera a un tercio de la dura cerviz del Sacro Colegio, después de que gradualmente se encamina a enajenarse las simpatías de la mitad del episcopado, la tolerancia a los antojos de Bergoglio alcanzó el límite dentro del mismo clero menudo. Ahora ya me resulta cada vez más raro encontrar a un sacerdote capaz de hablar bien de él, humillado y confundido como están por sus juegos mediáticos. Tomo al azar el mensaje de un sacerdote a quien le cobré afecto, ya que es fundamentalmente inocente, sobre todo es puro en su corazón. Recuerdo cuando me escribía tembloroso, adelantando alguna duda sobre el entonces nuevo papa. Dudas que poco a poco fueron sustituidas por certezas que, con todo, conociéndolo yo a Bergoglio desde hace años, le había anunciado a tiempo. Me escribe hoy, en efecto:

«no termino de reírme de los improperios que escuché dirigidos contra el romano pontífice de parte de un querido hermano mío. De parte de alguien como él. ¡Piensa que en este seminario nunca una palabrota! Parecía la reencarnación del Cura de Ars. Esta noche lo llamé para atisbar sus humores después de la enésima tontería de Bergoglio acerca de las tarifas en la iglesia. Y éste, desde el teléfono, comenzó a mandarlo a aquel país, motivándome a mí incluso con su justa ira. Éste está en las afueras de Milán, forzado a apretarse el cinturón entre la hipoteca, las facturas y la indiferencia de la gente y, sintiéndose embromado por un estúpido feligrés en relación con las "tarifas" citadas por Bergoglio, montó en cólera. Tal vez tratando de dinero el papa acertó justo en el centro. Ahora a los ojos de la mayoría de los sacerdotes es indefendible. ¡Pero qué indigencia! ¡Dónde nos hemos precipitado!».

Yo estaba realmente sorprendido por la notoria altivez de este joven sacerdote de quien siempre admiré la delicadeza, más precisamente la inocencia.

Luego añade:

«¡de todos modos, Bergoglio es un religioso! Habla... habla del dinero porque él, como todos los religiosos, recurría a la caja común. ¡Es un utopista! Vivan los sacerdotes acostumbrados en serio a compartir la vida de las ovejas, también en lo tocante al traficar el estiércol del demonio. Que más allá de todo, sin embargo, nos mantiene con los pies en la tierra».

Es la escuela de Giussani: que por suerte para él murió católico, habiendo finado hace una década.

En la primavera me encontré con un joven sacerdote que se había reunido con el papa: me mostró la foto. Le pregunté: «bah, entonces, ¿qué te pareció Bergoglio de cerca? Sé que eres un "receptivo"».

«Vi de cerca a Benedicto XVI, le he hablado: siempre tuve la impresión de un hombre que te penetraba con la mirada, te entendía, te aceptaba y te quería quienquiera que fueses: incluso después de una jornada llena de viajes y reuniones, él estaba siempre dispuesto a recibirte. En ese minuto en que estuve, en cambio, con Francisco, éste me hizo sólo preguntas de rutina: cómo te llamas de dónde vienes qué estudias dónde cumples tu acción pastoral. Le respondí, pero comprendí que no le importaba nada. Cuando le dije que para la atención pastoral me iba junto a los vagabundos de Roma en Términi, ¿sabes lo que me dijo? "Bueno, gracias, reza por mí, adiós". Ni siquiera me estaba escuchando. Yo le dije que lo saludaban, que me habían pedido que le diese sus saludos, que lo esperaban. Nada: si le hubiese dicho que no hacía atención pastoral sino que me iba con prostitutas, habría sido lo mismo. Frío, pero de esa frialdad del hombre superior que no te cala porque, quienquiera que seas, siempre serás inferior. Con Benedicto era siempre una sorpresa: estabas frente a él y entendías que la persona importante ¡eras tú! Un día me le acerqué y le dije: santidad, ¿sabe que dentro de una semana me hago sacerdote? Él me miró conmovido, se detuvo y entre otras cosas, me dijo: felicidades, cuando celebres tu primera misa, al final impartirás mi bendición sobre tus seres queridos y tus amigos por primera vez».

Insisto, socarrón: pero entonces, viendo a Francisco, ¿a quién viste?

«Antonio, yo soy muy receptivo. Cuando me encuentro con alguien -no digo tanto como que soy como el padre Pío, lejos de mí el decirlo-, pero cuando me encuentro con alguien tengo a menudo la percepción de los pecados que ha cometido; me ocurre muy a menudo en el confesionario, pero más allá de esto, pensé haberte respondido: mi percepción ha sido la de no estar frente al vicario de Cristo, sino a un hombre ebrio de sí. No era un Vicario, era él mismo».

Es hora de que la Curia empiece a hacer el trabajo que mejor sabe hacer: neutralizar. Más vale prevenir que curar. Por lo demás, la invisibilidad del Secretario de Estado, Parolin, dice mucho acerca de cuál sea el serpeante y creciente sentimiento en esos salones semi-abandonados. Mientras tanto, un rey de la Curia, un viejo zorro de cardenal otrora gran elector de Bergoglio, hablando con el cardenal Ruini tiró ahí sin especificar: «en efecto, durante el cónclave hubo enchastres...» Quien quiera entender, que entienda.