lunes, 7 de septiembre de 2015

LA BRECHA QUE EXTIENDE FRANCISCO

Instando al ejercicio de una caridad que, como mal entendida que es, nunca comienza por casa (sigue habiendo millares de cristianos amenazados en Medio Oriente que requerirían la protección que jamás se les ofreció desde la Santa Sede), Francisco pidió que «las parroquias, comunidades religiosas, monasterios y santuarios de toda Europa» reciban a una familia de refugiados como «gesto concreto en preparación al Año Santo de la Misericordia». Para darle impulso a la iniciativa, ya anunció que pondrá las dos parroquias del Vaticano a disposición de dos familias de prófugos sirios. Se espera, por supuesto, una adhesión asaz extendida entre los superiores de institutos de la Iglesia, si no por convicción al menos por temor a contrariar a aquel que se ha demostrado un jefe digno de temer.

En este nauseabundo contexto de crisis programadas, de virtuosas orquestaciones de imprevistos, con desequilibrios endémicos y con guerras y rumores de guerra, la aparición de un actor de tal envergadura, con un ascendiente elaborado a golpes de efecto que parasitan una dignidad ligada a la investidura más alta, la aparición -decimos- de aquel que podría ser aclamado con justicia como el Mahdi Bergoglio es todo un signo. Un catalizador del drama humanitario que los medios exhiben con cálculo y del anunciado suicidio de Occidente, incapaz desde hace décadas de oponer a la silenciosa invasión de su geografía un principio vital dotado de suficiente poder de cohesión como para impedir la disolución en ciernes. Un tábano para la remanente, exigua conciencia cristiana de algunas minorías aún adeptas a la fe de sus ancestros, aguijada casi a diario con algún insulto elaborado hábilmente en las sombras y exhibido, con alardes de triunfo, ante los medios dispuestos a amplificarlo. Un actor pronto a devenir verdugo y un verdugo con impostaciones actorales, cuyas víctimas deben rastrearse en el escenario de los hechos y en las gradas, en toda la anchura del orbe, muy fuera incluso de la Iglesia que debiera gobernar. Un rutilante mediocre, un mediocre dotado de la paradójica fuerza de un vórtice, listo para vengar, con su inexplicable éxito, el destino siempre parco que cabe a los seres anodinos.

Programa tan digno del peor Tolstoi podía caber, por desgracia, en las mientes de un pontífice cuya carrera se desenvolvió en el tobogán más crítico de la historia de la Iglesia, y el grosero pecado de irrealismo que éste acusa -desconociendo que el Corán llama a la conquista del mundo, y que muchos de sus protegidos que irrumpen en Europa rechazan la ayuda alimenticia embalada en sobres de la Cruz Roja por simple aversión al símbolo de la Cruz- puede ser el resultado de una formación a todas luces deficiente, de una inteligencia abstractiva francamente nula, de hábitos de oportunismo ya demasiado connaturalizados. En honor de estas notorias flaquezas de Francisco y lamentando las desastrosas consecuencias que pueden preverse de su infeliz propuesta habíamos pensado encabezar estas líneas con un término que nos parecía bastante consonante, y titularlas «El irresponsable».

Pero no: es responsable.