viernes, 22 de noviembre de 2013

PASTORAL DE LA INANICIÓN

Fue monseñor Brunero Gherardini quien señaló sagazmente que la pastoral adogmática cobijada por el Concilio Vaticano II (pronto e inevitablemente, dadas la premisas, trocada en anti-dogmática) entrañaba un oxímoron o «contradicción en sus términos». Porque pastoral, pastor, son términos dimanados de pascor, «pacer», «alimentarse», siendo el pasto el alimento por excelencia del rebaño. Análogamente, el dogma -y como es ya sabido- constituye la sustancia nutricia de la inteligencia informada por la fe. Por lo que el buen prelado italiano, a la vista de los frutos del Concilio, propuso remitir la tan sobada «pastoral» postconciliar a Pasteur, y hablar ergo de la «pasteurización de la fe» para mejor precisar el contenido de la palabra-talismán socorrida por tanto parlero de mitra. Una pasteurización, digámoslo, tan abusiva, que avanzó una de-sustanciación del «pasto», con la consecuente anemia y endeblez de sus víctimas. Pastoral de la inanición o dieta de hambre, lo mismo da.

Ya lo había dicho Von Hildebrand: «el desconocimiento de la verdadera naturaleza del aspecto pastoral va acompañado de la preponderancia de lo pastoral con relación a lo dogmático. Si debemos pensar que toda alteración de la Revelación de Cristo, escudada en motivos pastorales, es una ofensa a Dios, hemos de pensar también que la pastoral pierde su sentido y su justificación cuando se la coloca más alto que la verdad divina de la Revelación». Y es que ocurre una reversión similar a la que hoy se nota en la enseñanza escolar; esto es: una hipertrofia de los recursos pedagógicos con visible abandono del objeto mismo de la enseñanza. Lo que, comprobado hasta la saciedad en tantos otros aspectos de la realidad humana de nuestro tiempo -que sería largo y digresivo detenernos a especificar-, debe llevarnos a hablar de patología, más aún: de una penosa patología pneumática consistente en el desprecio de los fines a trueque de una morosa indefinida permanencia en los medios o, lo que es lo mismo, de tomar los medios por fines, lo que supone un violentar la realidad.

Éste es el caldo fofo en el que se cuecen los programas pastorales en boga, en una indistinción ya demás flagrante entre Iglesia y mundo. Lo que causa particular escozor si nos volvemos a la doctrina perenne de la Iglesia, que hace pastores de los obispos, y a éstos encargados de ejercer el ministerio de los apóstoles: apacentar a la Iglesia. Es una realidad que ya echaba de menos un Rosmini, al recordar con nostalgia que «en los primeros siglos, la casa del obispo era el seminario de los sacerdotes y diáconos. La presencia y la vida santa de su prelado resultaba ser una lección candente, continua, sublime, en la que se aprendía conjuntamente la teoría en sus doctas palabras y la práctica en sus asiduas ocupaciones pastorales. Y así, se veía crecer magníficamente a los jóvenes Atanasios junto a los Alejandros. Junto a los Sixtos, los Lorenzos. Casi cada gran obispo preparaba de entre su gran familia alguien digno de sucederle, un heredero de sus méritos, de su celo, de su sabiduría». ¡Ea, monsignori: esta es la pastoral que reclamamos!

Nos consta a todos que los modos de la sucesión hoy son ¡ay! muy diferentes de aquellos. Queremos decir: la fidelidad al original ya raya en el calco. Tanto, que si pudiera creerse posible la clonación de una sustancia incorpórea, ya tendríamos caso en el que confirmarlo. Porque a monseñor Poli hay que admitirlo el perfecto facsímil espiritual de su predecesor, hoy con jurisdicción en Roma. ¿O no es gesto aprendido en la escuela de Bergoglio esa macanuda invitación a "tomar unos mates" a los imberbes que profanaron la Iglesia de san Ignacio, mientras se insta a la B'nai B'rith a profanar la catedral con una liturgia ecuménica?

Al verlo, nadie podrá suponer que se halla ante un san Ignacio de Antioquía, ni siquiera ante el Cipriano cartaginés que, todavía no maduro para el ulterior martirio, supo huir de las milicias de Decio. Creemos que un estudio fisiognómico de monseñor Poli podría reconocer más bien en él los rasgos de un despachante de aduanas, de un funcionario cualquiera de la administración pública aquejado de un cierto disgusto por las rutinas cotidianas. Pero no a un héroe de la resistencia católica frente a los embates llegados desde los cuatro ángulos.

Se podrá objetar que no es serio vincular a una obra o a un programa con una facha, pero la disposición del alma que delatan ciertos rostros no parece fácil de ignorar. Omitido, en todo caso, el gris sujeto portador de una tal credencial, todo nos lleva a volver al punto en que empezamos: la pastoral, la pastoral.