sábado, 4 de agosto de 2018

ALGUNAS ACLARACIONES SOBRE EL “SENSUS FIDEI”


                                                                                                   por Dardo Juan Calderón
No sin temor y a raíz de algunas dudas expresadas, entiendo necesario hacer una breve explicación sobre este concepto o “lugar teológico” (que es una forma moderna de llamarlo), a fin de aclarar y afirmar una vez más el error del comentado Roberto De Mattei. El temor es que siendo un asunto complejo se termine entendiendo menos que antes, pues no es este medio -un blog- donde más adecuadamente se pueda tratar; por ello recomiendo la lectura del libro que seguiremos de guía, que es el libro del P. Álvaro Calderón, “La lámpara bajo el Celemín”, en su apéndice segundo. Pero primero diremos por qué lo seguimos a este y no a otro, ya que muchos se sienten picados por tener que reconocerle autoridad y, a estos que no la reconocen, les recomiendo no leer nada y seguir con sus cosas. Es un asunto entre amigos de buena fe en el que vamos a dar por buenas las conclusiones del autor.

En primer lugar recurrimos a él porque no hay otro. Me explico: lo que nos aqueja son verdades católicas que han sido tergiversadas por el modernismo triunfante en el Concilio Vaticano II, que no es lo mismo que el llano protestantismo, sino más sutil y más solapado, forma que le ha permitido inficionar el entendimiento de nuestra fe en muchos autores de ganada fama y desde hace muchos años, que parecían nimiedades, pero que hoy las vemos desembocar en atrocidades. El método del Padre es atacar estos errores prescindiendo en todo lo posible de todo autor que desde el renacimiento vienen arrastrando algunas escorias, tomar a Santo Tomás y al Magisterio seguro, y desde allí juzgar la deriva modernista “conciliar”. Y en muchos temas –como en éste- es el primero en hacerlo (los demás no tenían el Concilio, sus textos, sus derivas y sus mentores) y por tanto, no encontrarán el asunto en otro lado bajo esta perspectiva, que es la perspectiva que da el hecho de que aquellas sutiles derivas hoy son gruesos errores, y se evidencia entonces la peligrosidad que conllevaban, siendo que no lo parecían tanto.

Creo necesario agregar – una vez más – que pertenecemos a esa línea de pensamiento que siempre dijo que los frutos del Concilio Vaticano II serían estos que hoy vemos, que nunca creímos que había aspectos de él que podían anunciar otra cosa más feliz y que, me atrevo a decir, la descomposición anuncia seguir a galope mientras no se tire el totum documental de ese Concilio.

El error que proviene de un mal entendimiento del sensus fidei -en sentido modernista- ha calado muy hondo en los más “confiables” ámbitos “tradicionalistas”; lo han expresado profusamente en los blogs comúnmente tenidos por tradicionalistas. ¿Por qué lo han comprado? Porque tienen un problema que no pueden resolver y que es: la obediencia que niegan al “magisterio conciliar” (en algunos casos se reducen al magisterio de Francisco), ¿cómo fundamentarla sin caer en cisma o herejía?

Si los católicos de vieja data siempre hemos creído que hay que hacer y pensar lo que dice y manda el Papa… ¿Cómo justificamos ahora esta desobediencia? Y van a trabajar en el sentido de que, en realidad, nunca hubo que hacer y pensar lo que decía el Papa, que esto de obedecer al Papa y tomarlo tan en serio es un asunto del siglo XIX, una exageración ultramontana, porque para ellos y su entender, tanto el Papa como nosotros estábamos atados a una regla objetiva de fe que estaba por encima de ambos. Es decir, que, para desobedecer a estos Papas sientan el hecho de que nunca hubo que obedecer a ninguno, o por lo menos no darle a sus magisterios el carácter de certeza absoluta porque tales afirmaciones vengan de ellos, sino porque tales afirmaciones responden a esa regla objetiva que está sobre ellos. Papas todos a los que vamos a juzgar en lo que dicen por una regla o norma objetiva “superior a sus autoridades”. (Si bien piensan, en esta postura el papado es un simple cargo a los efectos del orden interno, pero no hay en él mismo un misterio)

¿Cuál sería esta regla que rige por sobre los mismos Papas?

Estos pseudo-tradicionalistas, en general van a coincidir en que es LA TRADICIÓN, pero ¿qué es la Tradición? Y… resulta que la tradición ES lo que dicen los Papas que ES, es decir, el Magisterio de la Iglesia es el que nos dice qué es Tradición. Y todo se torna un círculo vicioso, porque no podemos salir del MAGISTERIO PETRINO. Y le van a buscar la vuelta para salir, y nosotros le vamos a buscar la vuelta para no salir.

Entonces, para refutar este “magisterio”, hay que romper la vieja y tradicional idea de que los maestros de la fe, para los fieles, son el Papa y los Obispos, es decir, la Jerarquía o “Iglesia Docente”, de la que siempre hemos creído que en sus definiciones y por regla general en toda su docencia, da la “regla próxima de la fe para el fiel, hic et nunc” (aquí y ahora). Pero como ahora y aquí estos personajes dicen burradas y nosotros nos damos cuenta de que son burradas, ese viejo dogma parece haber demostrado su caducidad. Ya no es más la jerarquía la que enseña… y entonces… ¿quién enseña?

Ocurre algo peor todavía para perplejidad del fiel: si estos Papas no enseñan con seguridad ¿enseñaron los otros? Y con esta interrogación cae todo el castillo del Magisterio Eclesiástico ¡cataplum! No era la jerarquía la regla de la fe, sino que debe haber otra que no dependa de las personas. (Una salida fácil a este problema es el sedevacantismo: para ellos esto pasa porque los conciliares NO SON Papas, y los otros sí lo fueron. Asunto concluido y salvado, aunque comienzan otros problemas mayores).

Estos buenos contradictores de los malos Papas –no sedevacantistas- hacen otro planteo (bien expreso en la obrita de De Mattei): el Magisterio “no es la regla de la fe”, es más, ni siquiera es parte del corpus de la Revelación ¡¡¡zambomba!!! (él dirá: no es un “lugar teológico”, que sí lo es el semsum fidelis). Para mejor agregan: no puede ser esta regla un criterio “subjetivo” atado a la persona de Pedro, ese magisterio está subordinado a algo “objetivo”, a base de lo cual juzgamos si el maestro se equivoca o acierta (es decir: los alumnos ponen a juicio la enseñanza del maestro). ¿Y cuál es este “cuerpo” objetivo?... ¿La Escritura?... eso mismo dijo Lutero y habría que quemarlo en la hoguera. ¿La escritura y los primeros Padres? eso dicen algunos bloggeros que no valen ni la leña. Pero… sabemos los que leemos, que bien puede haber múltiples interpretaciones de estas enseñanzas contenidas en la Escritura y en los Padres… ¿quién interpreta los textos y define con certeza? Parece que lo debe hacer el bloggero, y pa’ eso, me quedo con Francisco, o con mi tía, o con quien se me pinte. Pero en todos estos nombrados, Luteriño y los bloggeros, no se presenta el problema porque, junto al modernismo, no creen que haya que definir dogmas ni haber certezas, sino acuerdos significantes con valor histórico temporalmente reducido (esto viene de Kant). Para ellos la fe no se sustenta en proposiciones dogmáticas cuyo valor significativo es concluyente y eterno, sino en “acuerdos teológicos” o iluminaciones del Espíritu, inexpresables en un lenguaje racional, que se expresan en un consenso. Pero dejemos ahí, que es largo esto.

De Mattei dice algo más: la regla es La Tradición; pero ¿qué es la tradición si no es el magisterio quien la expresa, la define, la circunscribe y la aplica? ¡Quién le pone el punto final a la discusión! Y pareciera que no queda otra que el punto final lo ponga el MAESTRO, es decir, Cristo mismo. ¿Pero cómo? Porque Cristo no puede haber dejado esto sin precisar y habernos dejado en un lío.

Nosotros entendíamos –con la Iglesia toda y de siempre, formalmente definido en Trento y Vaticano I- que lo ponía a través del Papa y los Obispos, otorgándoles la “asistencia infalible del Espíritu Santo”, “Roma locuta, causa finita”, y entonces era el mismo Cristo el que solucionaba la cosa a través de la Iglesia Docente. Pero buscaron otra salida, que para que no sea “subjetiva” (en la persona de Pedro) y sea “objetiva”, cayeron en el más grande subjetivismo. (Esto también es un poco fino, pero hagan el esfuerzo). Pues verán que de ser Cristo el que zanja el asunto, pasamos a ser nosotros los que zanjamos el asunto, pero no cada uno de nosotros individualmente con la escritura en la mano –que esto es Lutero- sino un “nosotros colectivo”, un “sentido común de la fe de los fieles” que vendría a ser el depositario de la “certeza” en la fe y no ya la Jerarquía.

A eso le llaman el sensus fidei o sensum fidelis. ¿Se lo inventaron? No completamente, como hacen los modernistas, usaron algo que existía y le metieron un poco de fraude moderno. (Los términos en latín suelen cambiar, a efectos de pasar de “sentido común de la fe” a “sentido común de la fe de los fieles”).

El “sentido común de la fe de la Iglesia” (sensus fidei), de toda ella, jerarquía y fieles, teníamos tradicionalmente entendido que no podía fallar o defeccionar en la fe hasta el punto que la Iglesia fracasara. Lo que la Iglesia CREE no tendrá defecto. Es una promesa (esto es el “sensus fidei” tradicional). Para ello debía garantizarse una “certeza de origen revelado y divino” a la cual referirse como última instancia, una forma en la que el fiel se asegurara de que tales artículos de fe son ciertos de toda certeza para hoy y para siempre. “La Virgen María fue concebida sin pecado original. Punto. Lo declaró el Papa.”

Ahora ¿de qué manera nos da Cristo esta certeza? Podía hacer esto: dar esta garantía mediante la infusión de la fe con sus contenidos y sus artículos, a cada uno de nosotros en el bautismo mediante la gracia. Y listo el pollo. Sin mediación de maestros en cuanto a los “contenidos”. Yo nacía, y al bautizarme sabía que María era Concebida sin pecado original, y así todo el credo. Después el Papa nos escuchaba y lo ponía en una fórmula lingüística provisional.

Pero no lo hizo así. Nos dio una naturaleza social y resulta que lo que aprendemos, lo aprendemos de otros, lo recibimos, y este acto de entrega es La Tradición. Tenemos maestros. Y entonces puso la certeza en cabeza de algunos maestros, el Papa y los Obispos, para que enseñen. Es decir, que los contenidos de la fe no los recibimos “inmediatamente” de Dios, sino “mediatamente” de la Jerarquía por la catequesis, y no que la fe no sea infusa por la gracia y sea sólo producto de voluntad e inteligencia, sino que el “medio” que Dios eligió para que esto se produzca, es decir, que se nos meta en el caletre la proposición y el alma la acepte sin rechazo, se produce por la gracia bautismal que nos ha infundido la virtud de fe, pero a través del Magisterio. Creo necesario repasar esto.

El bautismo infunde en el niño la virtud de la fe, que es hábito sobrenatural para aceptar la Verdad Revelada, pero luego hay que llenar esa “aptitud” de contenidos. El niño por el bautismo no sabe que Cristo es Dios, ni que María su Madre Virginal, ni que Dios es Uno y Trino, pero tiene la virtud de que una vez que le es propuesto por la autoridad, por la Iglesia Docente, dócilmente acepta cosas tan oscuras o arcanas en virtud del bautismo y sus gracias recibidas, pues lo que aporta el bautismo, es justamente esa docilidad a la Verdad. Esa fe del niño puede ser en el transcurso de su vida sobre unas pocas proposiciones, o sobre muchas, o sobre toda la Doctrina, todo depende de la tarea que hicieron sus maestros y él mismo cuando madura.

Sumemos un nuevo problema: el hombre cree por fe “proposiciones” que se le hacen al intelecto, formuladas en conceptos definidos en un lenguaje conceptual, son una Doctrina. La fe, es fe en una doctrina, formulada en un lenguaje humano dirigido a la razón, con validez siempre y en todo lugar. Y otro problema más: el hombre no puede tener certeza en eso que cree por efecto de propia ciencia, porque ni lo ve, ni lo toca, ni lo entiende; ninguna ciencia lo convence de la Trinidad ni de la Encarnación; la certeza le viene cuando la autoridad se lo confirma, es decir, no “de adentro”, sino “de afuera”. Lo cree porque lo dijo Cristo, porque lo reveló Dios mismo, y como él no escuchó ni a Cristo ni al Padre, lo cree porque se lo dice la Autoridad de la Iglesia ¿Quién? ¡¡ La Iglesia Docente!! El Magisterio. Es decir que el Magisterio le aporta esas verdades mediante proposiciones conceptuales que exceden su comprensión, pero que se aceptan en virtud de la gracia del bautismo, en virtud de la fe infusa y se confirman en las mismas declaraciones del magisterio.

Entonces, es a través de la Jerarquía Sacerdotal -en cuanto a las proposiciones de la fe- que nosotros adquirimos las verdades de la Fe (sin que esto implique que no es el mismo Dios quien las propone por este medio) y es a través del sacramento que se nos infunde la “capacidad” o “docilidad” de aceptarlas. ¿Por qué Lo hizo así? ¡Porque se le dio la gana! Él sabrá por qué así lo quiso, y hay razones para ponderarlo, pero se hace largo. De la misma manera nos da su Cuerpo mediante un Sacerdote, y todos los sacramentos (menos el matrimonio que de eso los curas no querían hacerse responsables, sólo querían hacer cosas agradables).

Yo y usted, lector, sabemos qué creemos, pero ¿tenemos la certeza total de aquello en que creemos? Pues no, porque no lo podemos confirmar con la inteligencia, no podemos estar seguros de que un Dios se haya hecho Hombre. No podemos darnos certeza de algo que no es propio de la luz de la ciencia que tenemos y que podemos tener como hombres, sino que es una certeza sobrenatural, que se acepta por la fe y sólo se comprenderá con la luz de la gloria de los bienaventurados que tendremos si nos salvamos. Nuestra certeza nos la da la confirmación que hace de ella la Autoridad, es externa, y esa autoridad de decir algo que esté exento de posibilidad de error, aunque no lo comprendamos en sí mismo, la garantiza Cristo, que es Dios. Y para que sepamos los fieles que esas jerarquías vienen de Él, puede darles la posibilidad de hacer milagros que nos convenzan –como hizo con sus Apóstoles- pero, fundamentalmente es a través de la fe en “el magisterio infalible” del Papa y los Obispos, y siempre en la aceptación de que estas verdades pueden formularse y transmitirse en un “idioma” humano, que depurado y definido, tiene valor para siempre.

Entonces, ¿qué es para nosotros el sensus fidei? Pues esa dinámica entre los maestros y los alumnos que se sella con la gracia de Dios. Pero que tiene su causa eficiente, es decir que NACE desde Cristo “mediante” el magisterio eclesiástico y reposa en la docilidad de los fieles. En suma y entre nosotros, sensus fidei y magisterio es la misma cosa, pero funcionando bien. Es lo que siempre hemos creído porque siempre es lo que nos han enseñado.

Como ven, mantiene la estructura “bipolar” (dirían los sociólogos de izquierda) y más aún, jerárquica, de la Iglesia tal como la formó Cristo. Pastores y ovejas conformando un rebaño hacia un mismo fin y creyendo las mismas verdades que los pastores han propuesto a las ovejas.

¿Qué han hecho de esto los novadores? Y ¿Por qué les ha venido bien a los tradicionalistas confundidos? Veamos.

Los novadores se han querido sacar al Magisterio de encima, todo magisterio, y los confundidos, sólo al magisterio conciliar, pero caen en lo mismo que los otros. Y los argumentos les vienen bien a los dos.

Para ellos, esa promesa de que la Iglesia no defeccionará, está garantizada NO EN EL MAGISTERIO, sino por un sentido común de fe que reside “en el sentido común de los fieles”, así solitos y sin magisterio, y a eso le llaman estos últimos (De Mattei) “tradición”, que es una ensalada de escritura, santos padres, doctrina y etc, pero cuya certeza viene de Dios directamente a los fieles, no pasa por la mediación de los Papas. Y tampoco es individualmente a cada uno que llega, sino como comunidad, es infuso en la comunidad, lo llaman hasta instintivo. Allí está, en ese magma de contenidos, amparado por una asistencia del Espíritu Santo a la asamblea de los fieles.

Como es medio difuso, no son proposiciones conceptuales, sino más del tipo de las ideas platónicas, y no son “proposiciones conceptuales expresadas en un idioma humano”, es decir, fórmulas. Al decir De Mattei que son como “instintos”, nos da una idea de lo que quieren decir, pero el hombre racional no tiene instintos, tiene razón. ¿Cómo los expreso? Y allí aparece la Iglesia Docente para ellos. Parece que este contenido instintivo es leído y luego expresado por los Santos de la Iglesia, por prohombres providenciales como… San Atanasio o ¡¡¡Plinio Correa de Olivera!!! (lo dice expresamente) (Hasta podría ser Monseñor Lefebvre), quienes son los encargados de traducir a proposiciones lo que el pueblo fiel piensa y cree. La certeza está en los fieles, no en la Jerarquía, es la Jerarquía que va a buscarla en ese “sentir” de los fieles, y no los fieles los que van a buscarla en esa “doctrina” de la Jerarquía.

Pero claro… esto no cala en definiciones magisteriales, sino en “tendencias”, que usan de fórmulas no definitivas y todo un bodrio, porque los maestros ya no enseñan, sino que interpretan este “sensum” irracional y lo expresan como pueden con las herramientas conceptuales que tienen en su momento histórico (esto es Ratzinger), y tienen que estar siempre consultando estas “bases” para ver si están en lo correcto; y a la vez tienen que estar conscientes que el “idioma” que usan para expresarla, no contiene “lo que se cree”, sino que lo expresa de alguna manera provisional en un acuerdo semántico.

Si vuelven a leer más arriba, verán que ya la fe infusa no es sólo el hábito, la virtud de creer en las proposiciones del Magisterio, sino que lo infundido es ya también el contenido, no en forma de proposiciones inteligibles, sino intuitivas (¿?) . Para ellos no es un Papa el que dice si María es Concebida sin pecado, sino que está en el sentir de los fieles, y el Papa cuando lo advierte, lo expresa. Y por ejemplo, no les gustarán nada los dogmas tridentinos, como el de la Infalibilidad del Papa, porque salieron de “arriba” y fueron “impuestos” por autoridad del Papa y los Obispos en un Concilio. Y quizá alguno les guste, pero entonces el trabajo que harán no es consultar si el Papa lo definió, sino si el Papa sacó bien la conclusión de ese contenido intuitivo de la comunidad eclesial.

Deben haber escuchado en varios lugares que “El Papa no puede decir algo nuevo, sino expresar algo que ya está en la revelación”. Es otra verdad mal usada, que en el lenguaje que ellos usan, quiere decir lo que más arriba hemos dicho: “el Papa expresa verdades que están en la comunidad eclesial”. Y no es así. El Papa puede y debe enseñar, con certeza infalible, cosas nuevas ante realidades nuevas. Por ejemplo: “el comunismo marxista es intrínsecamente perverso”. “Fulano de tal es Santo”. “Tal doctrina moderna es condenable, Sea Anatema”. “Lutero es un pelandrún”. El mismo syllabus antimoderno. ¿No es esto nuevo? ¿No es esto magisterio infalible? ¿Lo sacó del sentir de los fieles, o de su propio juicio, que una vez expresado con certeza adquiere la infalibilidad? El Papa no tiene la obligación de demostrar que su conclusión representa el “sentir” de los fieles, el Papa enseña a los fieles la Verdad que pasa a ser, por fuerza de su autoridad, de inmediato y por la docilidad de la fe, sentir de los fieles.

En suma. Democratizaron la fe. Nace del pueblo y se expresa por sus representantes. Vox populi, vox dei. Inversión de todo. Eso es el sensum fidei para ellos, y con eso enfrentan y juzgan al magisterio. Para ellos, sabremos si el Papa y los Obispos dicen la Verdad si lo que dicen ya está impregnado en ese “sentir común”, y si no, pues no. La misma doctrina podrá ser juzgada con este criterio ¿y quiénes hacen el juicio? LOS PERITOS. Esto es el “pentecostalismo” de Bouyer, según el cual el Espíritu Santo bajó sobre todos los fieles y otorgó esta especie de “infalibilidad en el sentir común”, y no sólo en la persona del Papa.

Aniquilaron la doctrina como expresión definitiva de las Verdades de la fe. Aniquilaron la jerarquía y el sacerdocio (verán que todos son proclives a organizaciones laicas, asistidas por sacerdotes que aprenden del rebaño y lo expresan, sí, pero laicas. Como TFP, Opus o lo que corno sea).

El Padre Calderón definirá, con Santo Tomás, al Sensus Fidei, como: “docilidad de los fieles en la enseñanza del magisterio”. Docilidad que infunde la gracia y que “no puede confundirse, NO PUEDE ERRAR”. (Acá les va a doler aún más la cabeza, pero afírmense). Decimos que la Fe de la Iglesia no puede errar, nunca, y esto es dogma, dogma que mal entendido lleva a este malentendido que tratamos.

La fe como virtud sobrenatural sólo cree lo que es Verdad, nunca yerra, lo que es error no se CREE con fe, sino con confianza humana. Digamos que no hay virtud de fe para el error, sólo para la Verdad. Nadie tiene una fe errónea, simplemente no tiene fe. Por eso la fe de la Iglesia NUNCA YERRA y por eso confiamos en el sensus fidei. Pero ¿cómo sabemos cuándo es fe y cuándo confianza humana? Ya que esa distinción, dijimos, no la podemos hacer con nuestra ciencia. ¿Cómo sabemos que el musulmán tiene una confianza humana pero no tiene Fe? Pues lo sabemos … POR LA CONFIRMACIÓN DEL MAGISTERIO EN LA DOCTRINA.

Sobre esa Piedra edificó Su Iglesia. Rebajar el Magisterio Petrino a una actividad de doctos, de filósofos o de sociólogos, ¡aún de teólogos! Es destruir la Iglesia.

¡Muy lindo! Dirán ustedes. Eso es lo que creía mi abuela, pero ¿qué hacemos con estos nuevos Papas conciliares y su magisterio?

¡Ahhh! ¡Qué terrible encrucijada!

Lo primero… no se vuelvan locos y no traten de solucionarlo con lo poquito que vemos, con nuestras poquitas luces y virtudes. Sin duda es una prueba. No recurran a caminos que contradicen verdades dogmáticas acuñadas y seguras. No escuchen falsos profetas. La solución vendrá de manos de Cristo mismo en el momento que deba venir.

¡Pero no nos deje en suspenso! Me dirán. ¿Cómo lo soluciona Usted? ¡Cómo hace para no darle bolilla a Francisco y seguir siendo un “papista”!

Bueno… cuesta un Perú. Yo creo que el Padre Calderón ha logrado solucionarlo… ¡Ése! Y… yo no tengo ni la culpa ni el mérito, pero me ha convencido. Lo desarrolla en el libro citado. Libro que la mayoría no podrá leer tan fácil con frutos, y aunque no corresponde tamaña simplificación, les voy a tirar una punta:

Los Papas hasta Pio XII mantuvieron la buena costumbre de “proponer” con autoridad infalible “verdades” a nuestra fe. Es decir, que ejercían el Magisterio. Y además sostenían en la misma condición infalible todo el corpus doctrinal anterior. Era una papa, además de un Papa, porque en todas las cosas que son de ciencia humana o confianza humana, opinaban, pero cuando queríamos confirmar nuestra fe, la confirmaban con certeza infalible. Pero ahora –hic et nunc- el que me tiene que “cantar la posta” es Francisco.

Y saben qué… de una manera providencial… me la canta. Me dice: “no estoy diciendo nada propuesto a la Fe. Resulta que no estoy seguro de lo que digo, además no quiero andar imponiendo nada a nadie. No niego lo de los anteriores, porque ni niego ni afirmo, pero estoy en la duda, no de lo que dijeron y definieron, sino de si hoy es oportuno sostenerlo de esa manera conceptual, es más, dudo de que se pueda decir algo de esta manera nunca jamás, porque dudo de que haya un lenguaje humano que pueda expresar cosas en un mismo sentido y para siempre. Me hice liberal, kantiano, y hablo en un lenguaje conceptual ambiguo. En realidad, Sr. fiel, usted no está obligado a tomarme muy en serio en cuestiones de fe (pero no saque las manos del plato del orden administrativo, porque le pego en los dedos)”.

De esta manera, el juicio sobre lo que dice Francisco o los otros Papas conciliares, no sale de otro lado que no sea del mismo Papa que lo dice. No hay otra “regla” fuera de Él. No lo tomo muy en serio porque él me dice que no lo haga, y tomo muy en serio a los anteriores porque dijeron que sí lo haga.

¿Puede un Papa siendo Papa hacer semejante abandono de su función magisterial? Sí. Siempre ha habido muchas partes de las predicaciones de los Papas que no han tenido este carácter de certeza, que eran opiniones, y que podían ser discutidas; pero habían otras que no, que eran infalibles. Y calculo que ha habido Papas que nunca dijeron nada con certeza impuesta e infalible y que hasta en muchos puntos dijeron torpezas. Que es lo que pasa ahora. Y que traen confusión a los fieles, pero no al que sabe escuchar, pues si alguien cualquiera me dice “te digo tal cosa de posta, posta” sabemos la diferencia que tiene con cuando me dice “…tengo esta opinión, pero no estoy seguro”. Y es de esta última manera que han hablado siempre los Papas conciliares, la más de las veces diciéndolo de forma expresa para cualquier buen entendedor, y algunas otras que se deducen de la “herramienta conceptual” que usan; pues si hablo en filosofía idealista y moderna, estoy dando aviso seguro de que no voy a concluir en certezas de validez universal, soy liberal. Pero… si Francisco propusiera una Verdad definida con certeza infalible en un lenguaje propiamente asertórico, para que obligatoriamente sea creída por todos los fieles, porque él mismo está convencido del valor eterno de dicha verdad y de la posibilidad de expresarla en un lenguaje que lo garantice… no tendríamos ninguna regla por sobre él para corregirlo.

En suma, no podemos enfrentar al Papa sino con lo que el mismo Papa nos dice de sus propios juicios y proposiciones. No hay una regla por sobre él, la llamemos como la queramos llamar, sensus fidei, Tradición, Escritura, antiguos padres o lo que corno sea. Pues lo que estas cosas contienen sólo él puede definirlas y expresarlas en proposiciones dogmáticas.

Por fin, ustedes dirán… y ¿si se le ocurre declarar de forma dogmática e infalible algo que contradice la fe? Como por ejemplo: “mando creer que Dios no es Trino y Cristo no es Dios, sea anatema quien así no lo haga”. Bueno… eso no va a pasar. Esta confianza es fe en la Promesa. No lo van a hacer. No se atajen ni abran el paraguas antes de que llueva. Porque la prueba del momento es mantener la fe en docilidad, en obediencia, en humildad, bajo autoridad y en la confianza de que no nos darán una piedra si pedimos un pan, ni un escorpión si pedimos un huevo. Nuestra regla será el Magisterio Petrino, hoy y siempre, sin desesperar porque Cristo duerme en la Barca en medio de la tormenta.

La certeza de nuestra fe está garantizada por el Magisterio de la Iglesia, el de los Papas y los Concilios, al que recurrimos en todas sus declaraciones definitivas e infalibles, y por ninguna otra cosa que se nos ocurra. Y esta adhesión de los fieles al Magisterio, es lo que conforma el verdadero “sentido de la fe”. Y la duda y no aceptación de las “opiniones dubitativas” de los Papas conciliares, no las tomaremos con valor de certeza y sólo como opiniones, porque ellos mismos nos dicen que las tomemos de esa forma.