martes, 15 de noviembre de 2016

MÁS SOBRE TRUMP

Con esmerado acento en la demencia senil que parece aquejar a la modernidad (si es que ésta no nació vetusta, como en aquel Relato de las edades del mundo de Hesíodo, donde se habla de unas postrimerías en que los niños nacerían con las sienes cubiertas de canas), el triunfo de Trump sigue concitando una marea de inconsecuencias a cuál más clamorosa. Los mismos que en el último tramo de la campaña electoral le reprochaban a éste el que no se manifestara dispuesto a reconocer una eventual derrota -de presumirse fraude en tal caso-, ahora vocean «not my president» sin advertir la incoherencia en la que incurren. No faltó, en un mundo que se jacta de negar la existencia del demonio para ponerlo en la jefatura del Tercer Reich, la grotesca caricaturización de Trump con el bigote de Hitler, y los pluralistas más acérrimos andan echando espumarajos de rabia por el ascenso de la "derecha".

Tal como ocurrió en Inglaterra con el Brexit, votado por pescadores y productores rurales, es un hecho que Trump fue el preferido de una devastada clase productora, de aquellos que aún se ganan el pan con el anacrónico recurso del sudor. Podría decirse -con ulterior y vibrante paradoja para la mitología política en vigor- que el candidato de derechas fue el más ampliamente respaldado por la clase obrera.  

Entonces habría que destapar un subsiguiente equívoco: aquel lumpenproletariat denostado oportunamente por Marx como "carente de conciencia de clase", rejuntado -al decir de aquél- de entre todos aquellos «vástagos degenerados y aventureros de la burguesía, vagabundos, licenciados de tropa, licenciados de presidio, huidos de galeras, timadores, saltimbanquis, lazzaroni, carteristas y rateros, jugadores, alcahuetes, dueños de burdeles, mozos de cuerda, escritorzuelos, organilleros, traperos, afiladores, caldereros, mendigos -en una palabra, toda esa masa informe, difusa y errante que los franceses llaman la bohème» y que hicieron causa común con Luis Bonaparte en los sucesos parisinos de diciembre de 1851 «a costa de la nación trabajadora», ese lumpen-proletariado que es el subproducto más vil de la Revolución es el mismo que en nuestros días deglute con el embudo toda la verborrea ecologista-feminista-igualitaria que le destilan los medios para luego apoyar en masa a la candidata del establishment, la misma que, a fuer de secretaria de Estado, comandó desde el escritorio la invasión de Libia por el petróleo y promovió en contante y sonante las sucesivas revueltas conocidas como «primaveras árabes», de oleoso beneficio para la plutocracia orbital.

El paladar no los engaña a estos zánganos teledirigidos: ellos, absueltos de las exigencias del sentido común, están para ser tropas de choque de los usureros. Como con acierto señala Agostino Nobile, los alientan, en su infatuado afán, aquellos que «emotivamente concentrados en sí mismos, egocéntricos a la máxima potencia, en la mayoría de los casos no se percatan de los efectos devastadores que sus productos, palabras y comportamientos pueden engendrar en el público», aquellas estrellas del cine y del rock que «están dispuestos a todo con tal de alcanzar éxito y de mantenerlo: viven, comen, caminan y duermen sólo para este fin» y que, junto con la otra categoría aun más peligrosa de los periodistas, «que venden montañas de mentiras con el único fin de alterar el juicio de los electores», son quienes «sostuvieron hasta el final la campaña de Hillary Clinton, una mujer que había prometido legalizar el aborto hasta el noveno mes y perseguir legalmente a las diócesis que se opusieran al "matrimonio" homosexual», entre otras lindezas. Así, el triunfo inopinado de Trump asestó un golpe de realidad a tantos integrantes de la generación llamada snowflake («cristal de nieve», por lo suave y frágil). Las Universidades que los prohíjan ya andan ofreciendo espacios seguros e incontaminados por el germen xenófobo y machista de Trump, asistiendo al alumnado con terapias post-trauma consistentes en bebidas templadas y alimentos soft y dándoles a calmar el insoportable stress «pintando, aplicándose a programas creativos, dialogando y reflexionando». Entre otras, la Illinois State University «recuerda a sus estudiantes que el instituto dispone de un servicio de asistencia psicológica "donde el consultor puede ayudar a verbalizar vuestros sentimientos, transformar vuestra angustia en acción y auto-consolaros". Entre las técnicas de auto-consolación (self-soothing) se indican: succionar un caramelo duro, mirar las nubes o tomar un baño caliente» (fuente aquí).

El retrato del adicto al clan Clinton resulta, así, patente, como también las íntimas contradicciones que taran todo el organismo psíquico y conceptual de esta viscosa generación progre destinada a la autodestrucción. Recuérdese el ruido que hizo una reciente novela de Houellebecq, quien preveía para una Francia próxima en pocos años un voto masivo de las izquierdas al candidato musulmán contra Marine Le Pen, y la consiguiente islamización de la nación gala, con la sharia aplicada en todo su rigor y abolidas por lo mismo las veleidades libertarias. Queda claro que, consumado el connubio entre la Escuela de Frankfurt y la alta finanza, todo resto de humanidad impermeable a la ideologización compulsiva debía quedar arrinconado por la tiranía de lo «políticamente correcto»; en el caso norteamericano, la novedad inaudita en este ostinato de propaganda liberal-democrática ha sido la epifanía insospechada del hombre acorralado por no comer vidrio -y esto debe decirse cumpla o no Trump con sus promesas, merezca o no merezca algún crédito.


«No juzgo sus políticas, pero quiero entender el sufrimiento que puede causar a los pobres y excluidos», se apresuró a aclarar Francisco respecto del sorpresivo ganador de los comicios. De Bergoglio no podía esperarse más, siendo acaso el único del frente mundial progre que no entró en contradicción flagrante, siquier consigo mismo (con la doctrina católica ya lo hizo hasta la náusea). Era de entender que quien considera superfluo denunciar el crimen del aborto se desentienda de censurar a Hillary Clinton, y quien presiona con el ascendiente de su potestad a los gobiernos europeos para que abran las fronteras a la migración masiva financiada por Soros se preocupe, después del triunfo de Trump, por «la situación de los refugiados y los inmigrantes», cuyos «sufrimiento y angustia» es a menudo «causado por personas pobres que tienen miedo de perder su trabajo o ver reducidos sus salarios» -vale decir, por los votantes del odioso de Trump, que no por las políticas devastadoras del saliente Obama.