martes, 3 de marzo de 2015

¡AY DE MÍ SI EVANGELIZARA!

Imitándose tresdobladamente a sí mismo, haciendo uso de una fraseología ramplona y previsible que no tiene nada que tributarle a ese «Dios de las sorpresas» revelado en la pensión de Santa Marta, Francisco instruyó a los obispos norteafricanos acerca de cómo arrostrar el avance de los terroristas islámicos: se trata de acoger a todos “amablemente y sin proselitismo”, demostrando que son “una iglesia con las puertas abiertas” capaces de alentar el diálogo ecuménico e interreligioso con el Islam para contribuir “a un mejor conocimiento mutuo”. Incurso en el llamado error socrático, consistente en explicar toda maldad como ignorancia (error ahora agravado por la materia de la culpa, cual es la persecución y muerte de quienes representan a Cristo a los ojos de los infieles), abundó que es “el desconocimiento [...] la fuente de tantas incomprensiones, e incluso de enfrentamientos”, perífrasis ésta que vale por degüellos y crucifixiones masivas.


Justamente por estos días se difundía la editorial de una valiosa revista digital, Radicati nella fede, que señalaba que «no será la religión de la masonería la que nos libre del Islam». No lo será sin dudas aquella pésima doctrina enseñada por buena parte de la hodierna Jerarquía eclesiástica consistente en «releer toda la Revelación, todas las verdades de fe, toda la acción pastoral y sacramental subordinándolas a la ideología de la modernidad, que en el fondo se resume en el colocar en el centro al hombre en lugar de Dios». Este «cristianismo agnóstico», viéndose forzosamente enfrentado a las hordas de Mahoma, les pide a éstas «que acepten la modernidad, que pongan en el centro a la persona en vez de Dios» a los fines de encontrar un ámbito común para el ejercicio del sobado diálogo. «El catolicismo reinterpretado a la moderna tiene el descaro de exponerse» con su verdadero rostro a los infieles, que por fuerza «comprenderán que no creemos más en Dios».

Se ha abandonado la certeza en la capacidad persuasiva de la Verdad, que conlleva su pathos y sus límpidas exigencias, a cambio del fetiche de la no-violencia, que no sirve ni siquiera para atenuar la violencia de un enemigo reo de falaces convicciones y de odio sanguinario. Y lo más paradójico es que la réplica musulmana a estas mojigaterías no se reduce sólo al uso del cuchillo, sino en ocasiones al de la mismísima razón. No sin ejercitar la fantasía, pongamos unos párrafos del ensayista persa y muslim Seyyed Hosein Nasr en boca de los yihadistas convidados por nuestros obispos al banquete del diálogo y los derechos humanos: los encapuchados, bien conocedores de lo que constituye nuestro oprobio y la causa de nuestra debilidad en enfrentarlos, podrían aducir sin disputa que
hoy en día, la discusión del concepto de libertad en Occidente está tan profundamente influida por la noción renacentista y posrenacentista del hombre como ser en rebeldía contra el cielo y dueño de la tierra, que es difícil considerar el significado de la libertad en el contexto de una civilización tradicional como la del Islam. Es necesario, por tanto, resucitar el concepto del hombre tal como lo entiende el Islam a fin de poder estudiar seriamente el significado de la libertad en el contexto islámico. Tratar de estudiar la noción de libertad en el Islam desde el punto de vista del significado que se ha atribuido a este término en Occidente a partir de la aparición del humanismo es algo que carece de sentido”. Se podría decir que la mayoría de las discusiones que se plantean en occidente sobre la libertad, versa sobre la libertad de hacer o actuar, mientras que desde el punto de vista del hombre tradicional, la forma más importante de libertad es la libertad de ser, de experimentar la pura existencia misma.
La pura libertad pertenece sólo a Dios; por lo tanto, cuanto más somos, más libres somos. Y esta intensidad en el modo de existencia sólo se puede alcanzar mediante la sumisión y la conformidad con la Voluntad de Dios, el único que es en sentido absoluto. No hay libertad posible en la huida y la rebelión contra el Principio que es la fuente ontológica de la existencia humana y que nos determina desde arriba. Rebelarse contra nuestro propio Principio ontológico en nombre de la libertad es quedar cada vez más esclavizado en el mundo de la multiplicidad y la limitación. 
Los jurisconsultos consideran la libertad humana como un resultado del abandono personal a la Voluntad divina, más bien que como un derecho personal innato. Para ellos, puesto que estamos creados por Dios y no tenemos poder para crear nada por nosotros mismos (en el sentido de la creación ex nihilo), dependemos ontológicamente de Dios y por lo tanto sólo podemos recibir lo que nos es dado por el origen de nuestro propio ser. 
Los derechos humanos son, según la charia, una consecuencia de las obligaciones humanas, y no su antecedente. Poseemos ciertas obligaciones para con Dios, la naturaleza y los demás seres humanos, todas las cuales están definidas por la charia. Como resultado del cumplimiento de estas obligaciones obtenemos ciertos derechos y libertades que, a su vez, también están definidos por la Ley divina. Los que no cumplen estas obligaciones no poseen derechos legítimos, y cualquier pretensión de libertad que expresen con respecto al entorno o a la sociedad es ilegítimo y constituye una usurpación de aquello que no les pertenece.

Exceptuando las repetidas alusiones a la charia y al Islam, son palabras que pudieran arrancarle al Señor, para nuestra renovada vergüenza, las entonces dirigidas a aquel intérprete de la Ley (Mc 12, 34): «tú no estás lejos del reino de Dios». Porque lo que es el Papa y sus colaboradores, amordazados por los respetos humanos y por lealtades contrarias al Evangelio, cabe aquello de que «ni vosotros entráis ni dejáis entrar...» (Mt 23, 13).