En la situación de anomalía sin descuentos en que se encuentra la Iglesia, no nos está siendo ahorrada -incluso entre las voces críticas de este pontificado, tan dolorosamente singular- alguna que otra señal de cansancio. Al fin de cuentas el sol sigue saliendo cada día, y un papa proclive a escandalizar en cada parada no alcanza a detener la costumbre rotatoria de los astros. Y entonces se cierne la tentación de absorber la anomalía en la regla, y de atenuar la horrísona verba papal por el recurso a alguna que otra dicción correcta, y de reconocerle incluso algunas virtudes -que, sin duda, las ha de tener. Estas cosas no atemperan nada; en rigor, no hacen más que confirmar el tenor de las falencias que, exhibidas como triunfos, acaban por herir gravemente la dignidad papal en el hombre que de momento la inviste.
Para provecho y aliento en la contienda, ofrecemos la traducción de un artículo aparecido ayer en el diario Il Foglio y reproducido en varios sitios italianos. Ellos nos recuerdan que hay un contexto aún más amplio que el párrafo del que se entresaca alguna afirmación malsonante de Francisco, y que incluso el párrafo que se trae en su defensa puede ser un testigo comprometedor. Que de nada sirve meter el sensus fidei en el alambique para ahorrarle mortificaciones, y que el análisis urge la síntesis, sin escapatorias.
ESTE PAPA NO NOS GUSTA
por Alessandro Gnocchi y Mario Palmaro
Cuánto haya costado la imponente exhibición de pobreza de la que el papa Francisco fue protagonista el 4 de octubre en Asís, no es cosa que se sepa. Cierto es que, en tiempos en los que está tan de moda la simplificación, se nos ocurre que la histórica jornada ha tenido muy poco de franciscano. Una partitura bien escrita y bien interpretada, si se quiere, pero privada del quid que hizo que el espíritu de Francisco, el santo, resultara único: la sorpresa que desaira al mundo. Francisco, el papa, que abraza a los enfermos, que se apretuja con la multitud, que bromea, que improvisa discursos, que asciende al Panda, que abandona a los cardenales durante el almuerzo con las autoridades para ir a la mesa de los pobres, era cuanto menos descontado que pudiera esperarse, y ocurrió puntualmente. Naturalmente con gran concurso de prensa católica y para-católica lista a exaltar la humildad del gesto y soltando un suspiro de alivio porque, esta vez, el papa habló del encuentro con Cristo. Y de la prensa laica diciendo que, ahora sí, la Iglesia se pone a tono con los tiempos. Toda buena mercadería para el titulador de medio calibre que quiere cerrar de prisa el diario y mañana se verá.
No hubo ni siquiera la sorpresa del gesto clamoroso. Pero incluso ésta sería bien poca cosa, en vistas de cuánto el papa Bergoglio ha dicho y hecho en sólo medio año de pontificado concluido con los guiños a Eugenio Scalfari y con la entrevista a Civiltà Cattolica.
Los únicos que se vieron derrotados, en este caso, habrían sido los "normalistas", aquellos católicos que se esfuerzan patéticamente en convencer al prójimo, y aún más patéticamente en convencerse a sí mismos, de que nada ha cambiado. Es todo normal y, como de costumbre, es culpa de los diarios que tergiversan al papa a gusto, el cual diría sólo de manera distinta las mismas verdades enseñadas por sus predecesores.
Aunque el periodismo sea el oficio más antiguo del mundo, resulta difícil dar crédito a esta tesis. «Santidad», pregunta por ejemplo Scalfari en su entrevista, «¿existe una visión única del Bien? ¿Y quién la establece?». «Cada uno de nosotros», responde el papa, «tiene una visión del Bien y del Mal. Nosotros debemos animar a cada uno a dirigirse a lo que piensa que es el Bien». «Usted, Santidad» acosa jesuíticamente Eugenio, a quien no le parece real, «ya lo escribió en la carta que me mandó. La conciencia es autónoma, dijo, y cada uno debe obedecer a la propia conciencia. Creo que esta es una de las frases más valientes dichas por un Papa». «Y aquí lo repito», confirma el papa, a quien tampoco le parece cierto: «cada uno tiene su propia idea del Bien y del Mal y debe elegir seguir el Bien y combatir el Mal como él lo concibe. Bastaría eso para cambiar el mundo».
A Vaticano II ya concluido y a post-concilio más que aviado, en el capítulo 32 de la Veritatis Splendor Juan Pablo II escribía, refutando a «algunas corrientes de pensamiento moderno» que «se han atribuido a la conciencia individual las prerrogativas de una instancia suprema del juicio moral, que decide categóricamente e infaliblemente acerca del bien y el mal (...), al punto que se ha llegado a una concepción radicalmente subjetivista del juicio moral». Incluso el "normalista" más antojadizo debiera encontrar difícil conciliar el Bergoglio 2013 con el Wojtyla 1993.
En presencia de un tal cambio de ruta, los diarios hacen su honesto y descontado trabajo. Retoman las frases del papa Francisco en evidente contraste con aquello que los papas y la Iglesia han enseñado siempre y las transforman en titulares de primera página. Y entonces el "normalista", que dice siempre y doquiera aquello que piensa L' Osservatore Romano, sacan el contexto a colación. Las frases extrapoladas del bendito contexto no reflejarían la mens de aquel que las pronunció. Sin embargo -y es la historia de la Iglesia quien así lo enseña-, ciertas frases de sentido completo tienen sentido y son juzgadas con prescindencia del contexto. Si en una larga entrevista alguien sostiene que «Hitler ha sido un benefactor de la humanidad», difícilmente podrá evadirse ante el mundo invocando el contexto. Si un papa dice en una entrevista «yo creo en Dios, no en un Dios católico», es que el pastiche se ha consumado sin atenuantes. Hace dos mil años que la Iglesia juzga las afirmaciones doctrinales aislándolas del contexto. En 1713, Clemente XI publica la constitución Unigenitus Dei Filius, en la que condena 101 proposiciones del teólogo Pasquier Quesnel. En 1864, Pío IX publica en el Syllabus un elenco de proposiciones erróneas. En 1907, san Pío X adjunta a la Pascendi dominici gregis 65 frases incompatibles con el catolicismo. Y son sólo algunos ejemplos para decir que el error, cuando se encuentra, se reconoce a ojos vista. Un repasito al Denzinger no haría mal.
Por otro lado, en el caso de las entrevistas de Bergoglio, el análisis del contexto puede incluso empeorar las cosas. Cuando, por ejemplo, el papa Francisco le dice a Scalfari que «el proselitismo es una solemne tontería», el "normalista" explica de prisa que se está hablando del proselitismo agresivo de las sectas sudamericanas. Lamentablemente, en la entrevista, Francisco dice a Scalfari «no quiero convertirlo». Se sigue que, en la interpretación auténtica, cuando se define "solemne tontería" el proselitismo, se entiende el esfuerzo hecho por la Iglesia para convertir a las almas al catolicismo.
Sería difícil interpretar el concepto de otra manera, a la luz de las bodas entre Evangelio y mundo, que Francisco bendijo en la entrevista de Civiltà Cattolica. «El Vaticano II», explica el papa «supuso una relectura del Evangelio a la luz de la cultura contemporánea. Produjo un movimiento de renovación que viene sencillamente del mismo Evangelio. Los frutos son enormes. Basta recordar la liturgia. El trabajo de reforma litúrgica hizo un servicio al pueblo, releyendo el Evangelio a la luz de una situación histórica completa. Sí, hay líneas de continuidad y de discontinuidad, pero una cosa es clara: la dinámica de lectura del Evangelio actualizada para hoy, propia del Concilio, es absolutamente irreversible». Así, justamente: no más el mundo medido a la luz del Evangelio, sino el Evangelio deformado a la luz del mundo, de la cultura contemporánea. Y quizás cuántas veces tendrá aún que ocurrir, a cada vuelta del cambio cultural, emplazando cada vez la relectura precedente: no otra cosa que el "concilio permanente" teorizado por el jesuita Carlo Maria Martini.
Suguiendo este surco se va elevando sobre el horizonte la idea de una nueva Iglesia, el «hospital de campaña» evocado en la entrevista a Civiltà Cattolica donde resulta que los médicos, hasta el día de hoy, parecen no haber cumplido bien su oficio. «Estoy pensando en la situación de una mujer que tiene a sus espaldas el fracaso de un matrimonio en el que se dio también un aborto», continúa diciendo el papa. «Después de aquello esta mujer se ha vuelto a casar y ahora vive en paz con cinco hijos. El aborto le pesa enormemente y está sinceramente arrepentida. Le encantaría retomar la vida cristiana. ¿Qué hace el confesor?». Un discurso construido sabiamente para ser rematado con una pregunta después de la cual se vuelve al comienzo para mudar argumento, casi destacando la incapacidad de la Iglesia para responder. Un pasaje desconcertante si se piensa que la Iglesia satisface desde hace dos mil años tal dilema con una regla que permite la absolución del pecador, con la condición de que esté arrepentido y que se esfuerce en no permanecer en el pecado. Y sin embargo, subyugadas por la desbordante personalidad del papa Bergoglio, legiones de católicos se han tragado la fábula de un problema que en realidad no ha existido jamás. Todos allí, con sentimiento de culpa por dos mil años de presuntas supercherías a expensas de los pobres pecadores, a agradecerle al obispo venido desde el fin del mundo, no el haber resuelto un problema que no existía, sino el haberlo inventado.
El aspecto inquietante del pensamiento subentendido en tales afirmaciones es la idea de una alternativa insanable entre rigor doctrinal y misericordia: si está el uno, no puede estar la otra. Pero la Iglesia, desde siempre, enseña y vive exactamente lo contrario. Son la percepción del pecado y el arrepentimiento por haberlo cometido, junto al propósito de evitarlo en lo futuro, los que hacen posible el perdón de Dios. Jesús salva a la adúltera de la lapidación, la absuelve, pero la despide diciendo «vete y no peques más». No le dice: «vete, y date por segura de que mi Iglesia no ejercitará ninguna injerencia espiritual en tu vida personal».
Visto el consenso prácticamente unánime del pueblo católico y el enamoramiento del mundo, contra el cual y no obstante el Evangelio debiera poner sobre aviso, diríase que seis meses del papa Francisco han cambiado una época. En realidad se asiste al fenómeno de un líder que dice a la multitud aquello que la multitud quiere que se le diga. Pero es innegable que esto se ejecuta con gran talento y mucho oficio. La comunicación con el pueblo, que se ha convertido en pueblo de Dios allí donde de hecho no hay más distinción entre creyentes y no creyentes, es sólo -en una pequeñísima parte- directa y espontánea. Incluso los baños de multitud en la plaza San Pedro, en la Jornada Mundial de la Juventud, en Lampedusa o en Asís, son filtrados por los medios de comunicación que se encargan de suministrar los acontecimientos juntamente con su interpretación.
El fenómeno Francisco no se substrae a la regla fundamental del juego mediático sino que, más aún, se sirve de él casi hasta volvérsele connatural. El mecanismo fue definido con gran eficacia a comienzos de los años ochenta por Mario Alighiero Manacorda en un provechoso librito con el provechosísimo título de El lenguaje televisivo. O la loca anadiplosis. La anadiplosis es una figura retórica que, como ocurre en este renglón, hace empezar una frase con el término principal contenido en la frase precedente. Tal artificio retórico, según Manacorda, se ha convertido en la esencia del lenguaje mediático. «Estos modos puramente formales, superfluos, inútiles e incomprensibles en lo tocante a la sustancia» decía, «inducen al oyente a seguir la parte formal, es decir la figura retórica, y a olvidar la parte sustancial».
Con el tiempo, la comunicación de masas ha terminado por sustituir definitivamente el aspecto formal por el sustancial, la apariencia a la verdad. Y lo ha hecho, en particular, gracias a las figuras retóricas de la sinécdoque y de la metonimia, con las cuales se representa el todo por la parte. La velocidad crecientemente vertiginosa de la información impone descuidar el conjunto y lleva a concentrarse sobre algunos particulares elegidos con pericia para dar una lectura del fenómeno complexivo. Cada vez más a menudo, diarios, tv, sitios de internete, resumen los grandes eventos en un detalle.
Desde este punto de vista, parece que el papa Francisco estuviera hecho para los mass media y que los mass media estuvieran hechos para el papa Francisco. Basta sólo con citar el ejemplo del hombre vestido de blanco que desciende por la escalera del avión llevando un andrajoso bolso de cuero negro: perfecta utilización de sinécdoque y metonimia a la vez. La figura del papa resulta absorbida por aquel bolso negro que anula la imagen sacral transmitida por siglos para devolver otra completamente nueva y mundana: el papa, el nuevo papa, está todo presente en aquel particular que exalta la pobreza, la humildad, la entrega, el trabajo, la contemporaneidad, la cotidianidad, la proximidad a cuanto de más terreno se pueda imaginar.
El efecto final de tal proceso lleva a disponer el concepto impersonal de papado como telón de fondo, y a la contemporánea salida a escena de la persona que lo encarna. El efecto es tanto más detonante si se observa que los destinatarios del mensaje asumen el significado exactamente opuesto: exaltan la gran humildad del hombre y piensan que éste le da lustre al papado.
Por efecto de sinécdoque y de metonimia, el paso sucesivo consiste en identificar la persona del papa con el papado: una parte por el todo, y Simón ha destronado a Pedro. Este fenómeno logra ciertamente que Bergoglio, aun expresándose formalmente como doctor privado, transforme de hecho cualquiera de sus gestos y cualquiera de sus palabras en un acto de magisterio. Si luego se piensa que aun la mayor parte de los católicos está convencida de que todo lo que dice el papa sea sólo y siempre infalible, el juego está completo. Por más que se pueda protestar que una carta a Scalfari o una entrevista a quien sea valgan incluso menos que el parecer de un doctor privado, en la época mass-mediática el efecto que producirán resultará inconmensurablemente mayor que el de cualquier pronunciamiento solemne. Es más: cuanto más formalmente pequeños e insignificantes resulten el gesto o el discurso, tanto mayor efecto tendrán y serán considerados como irreprochables e irrecusables.
No por caso la simbología que sostiene este fenómeno está hecha de pobres cosas cotidianas. El bolso negro llevado en la mano en el avión es un ejemplo de escuela. Pero también cuando se habla de la cruz pectoral, del anillo, del altar, de los objetos sagrados o de los paramentos, se habla del material con el que están hechos y ya no más de lo que representan: la materia informe le ha sacado ventaja a la forma. De hecho, Jesús ya no se encuentra más en la cruz que el papa lleva al cuello porque la gente es inducida a contemplar el hierro con el que el objeto fue producido. Una vez más la parte se engulle al Todo, que acá se escribe con T mayúscula. Y a la «carne de Cristo» se la busca en otra parte y cada uno acaba por identificar donde quiere el holocausto que más le viene a gusto. En estos días, en Lampedusa; mañana, quién sabe.
Es el éxito de la sabiduría del mundo, que san Pablo rechazaba como estulticia y que hoy es empleada para releer el Evangelio con los ojos de la tv. Pero ya en 1969 Marshall McLuhan escribía a Jacques Maritain: «los ambientes de la información electrónica, que han sido completamente etéreos, nutren la ilusión del mundo como sustancia espiritual. Éste es un razonable facsímil del Cuerpo Místico, una ensordecedora manifestación del anticristo. Al fin de cuentas, el príncipe de este mundo es un destacadísimo ingeniero electrónico».
Más tarde o más temprano tendremos que despertarnos del gran sueño mass-mediático y volver a cotejarnos con la realidad. Y será también necesario aprender la verdadera humildad, que consiste en someterse a Alguien más grande, que se manifiesta a través de leyes inmutables incluso por el Vicario de Cristo. Y será necesario recobrar el coraje de decir que un católico sólo puede sentirse turbado ante un diálogo en el que cualquiera, en homenaje a la pretendida autonomía de la conciencia, sea incitado a caminar hacia una suya y personal visión del bien y del mal. Porque Cristo no puede ser una opción entre tantas. Al menos para su Vicario.
Don Flavio, con su permiso, doy salida a este artículo en mi blog.
ResponderEliminarAdelante, pues,amigo.
Eliminar"Para provecho y aliento en la contienda...'
ResponderEliminarD. Flavio, como suele decir nuestro maltrecho Borbón, jeje, en sus discursos de las grandes ocasiones, "me llena de orgullo y satisfacción" que nos acerque este texto, precisamente con esa finalidad. ¡Que ya tocaba algo de aliento...! Que fueran saliendo voces críticas gritando ¡basta, por Dios! que ya hemos leído unas cuantas, pero, vaya, este repaso junto con el último del señor Magister, en fin, algún pitido le habrá provocado en los pabellones auditivos al otro "bobón".
En otro orden de cosas y, como me interesan las contiendas (mi nick ya da una pista) dialécticas, encuentro que el artículo es como haber plantado cara directamente al Mal que nos viene sableando con saña insistente, y habernos merendado, de paso y con delectación, toda la falsa y calculada palabrería de este "ser". Así que espero impaciente el contraataque que, no me extrañaría nos dejara más helados de lo que habitualmente consigue.
Aunque Dios nos guiará en la estrategia de defensa. Es nuestro Aliado de lujo. Y no nos fallará nunca.
Saludos.
Querido Flavio, siempre es un auténtico placer leer tu blog, ya lo sabes. En este caso trayendo a colación un gran y fuerte artículo, cuya traducción te agradezco.
ResponderEliminarUn análisis perfecto con el que estoy completamente de acuerdo. Francamente, el autor lo ha bordado.
¿Cómo nos va a gustar un Papa que no hace de Papa, tal como entendemos los católicos, apostólicos y romanos lo que significa el Sumo Pontífice en este mundo, que no es otra cosa que ser el representante de Dios Nuestro Señor?.
No veo en nada de lo que dice y hace a Jesucristo, veo a un personaje que va por libre y nos va a dejar una Iglesia hecha unos zorros (con perdón), a no ser que el Espiritu Santo intervenga. Pero por favor, que no tarde mucho.
Un fuerte abrazo.
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ResponderEliminarUn hereje no puede ser Papa... Bergoglio pisotea las condenas realizadas por el Magisterio infalible precedente. Ergo...
ResponderEliminarUn apóstata no puede ser Papa... Bergoglio celebra las fiestas de los "hermanos mayores" hebreos. Ergo...
¿Por qué se le sigue adjudicando el título de "Papa"? Hay que ser coherentes, caramba.
- Adversus Haereses-
Amigo: no faltamos a la coherencia llamándolo "Papa". Simplemente reservamos el juicio de drama hodierno de la Iglesia al Único que puede desatar este nudo.
EliminarPor lo demás, las aporías de la sedevacancia acaban por ser insolubles. ¿Cómo queda a salvo la calidad visible y unitaria de la Iglesia, desprovista de su garantía específica, el primado? De mi parte, el método que sigo en punto tan delicado es el de la «epojé». Dios no permitirá que esta situación se prolongue demasiado: quedaría comprometida su promesa, lo que es imposible. Mientras tanto, me permito abordar con resignada ironía el estropicio del pontificado, alternando el título de "Papa" con el de "Neopapa", Francisco con Francisculus, etc. Me han sugerido que incluya "Papiso" y otros. Acepto propuestas.
Qué tal 'Papurri'? Suena cariñosón
EliminarPapuchis, jejeje
Eliminaruy, recién tengo la oportunidad de leer este escrito. Realmente brillante.
ResponderEliminarTengo entendido que los autores trabajaban en Radio María y esto les costó el puesto.
Lo interesante para mí, es el análisis de los dichos bergoglianos en el contexto mundial en que vivimos, donde la gente no responde ya a secuencias lógicas de razonamiento en base a hechos concretos, sino solamente al estímulo visual y sentimental. ¿Que sabe la gente cual es la diferencia entre magisterio ordinario, extraordinario? ¿Como podría el 99% de los católicos considerar que el no ser "documentos magisteriales" como dijo Lombardi, o no hablar ex cathedra, reducen el valor de estas declaraciones a una simple opinión?
Muchos conocidos creen que Bergoglio es un antipapa, más nunca podría ser "el falso profeta" que encarne a la "Bestia de la Tierra" del libro de las revelaciones, por considerar que este papel le queda grande.
Parafraseando a los articulistas "En realidad se asiste al fenómeno de un líder que dice a la multitud aquello que la multitud quiere que se le diga. Pero es innegable que esto se ejecuta con gran talento y mucho oficio"
No estamos ante ningún improvisado. Lo que para nosotros, pocos católicos con una básica formación, es escandalizante, para la inmensa mayoría es dogma, y un dogma que más que "atarlos" de acuerdo al pensamiento bergogliano, los libera, pero los libera del deber ser de las cosas.
El "cambalache" de Don Santos Discepolo se quedó corto.
Estamos prontos a la redención final. Pidamos la perseverancia.
Saludos en Cristo y María
Ahora que le veo por aquí, don Augusto, me hace gracia eso que, según usted, algunos conocidos suyos le dicen:
ResponderEliminar" más nunca podría ser "el falso profeta" que encarne a la "Bestia de la Tierra" del libro de las revelaciones, por considerar que este papel le queda grande."
Les puede rebatir, aparte de con las conclusiones propias que ha expuesto, diciéndoles que no hay nada más peligroso que la estupidez, y que, además, como decía Einstein, jeje, es infiniiiiiita!!
Tiene toda la razón cuando afirma que cualquier cosa salida de la boca de este hombre, se toma como dogma porque libera del deber. Lo fácil, amigo. Ese es un buen engaño, un buen método para embaucarnos sutil e inconscientemente.
O abrimos nuestras mentes y estamos vigilantes, o caeremos en la trampa del Maligno.
Yo siempre pido Su Luz y, a cambio, como bien señala, nuestra perseverancia.
Saludos.
Yo diría que es el pastor necio que nos habla Zacarías.
ResponderEliminar"Y me dijo el Señor: Toma aún los aperos de un pastor insensato; porque he aquí, yo levanto en la tierra a un pastor que no visitará las perdidas, ni buscará la pequeña, ni curará la perniquebrada, ni llevará la cansada a cuestas, sino que comerá la carne de la gorda, y romperá sus pezuñas."
este pastor necio será todo lo contrario al Buen Pastor que procuraba el bien de sus ovejas, de su rebaño, que hasta llegó a dar su vida para salvarlas. Este pastor necio esquilará las ovejas, se aprovechará de ellas, y hasta llegará a darles muerte para obtener su alimento, es decir, obtendrá beneficios propios a costa de un gran sufrimiento por parte de las ovejas.
las destruirá despiadadamente, sin remordimientos, ni conciencia. Pero, a pesar de todo su proceder nefasto, perjudicial y mortífero, el mundo le seguirá, la gente no verá su verdadera naturaleza.
Un saludo. Que Dios nos ayude y nos guíe...
el número de los necios es infinito ... me parece que algo asi está en la Biblia
ResponderEliminarExcelente artículo!
ResponderEliminarReconozco en el artículo un sincero deseo por parte de los autores de defender la Iglesia, y de enaltecer su doctrina, es decir, reconozco que lo escrito se ha escrito con la mejor intención y con recta conciencia, aunque para resumir, no comparto las tesis que en el artículo se citan sobre el Papa Francisco. La Iglesia no son los símbolos (aunque estos son importantes), la Iglesia no está, no puede estarlo, en un maletín, en una cruz, en un anillo. La Iglesia ni siquiera puede estar enteramente en las muy bien intencionadas opciones del Papa por llevar el evangelio también a los no creyentes. Porque la Iglesia es Jesucristo (no los símbolos, no un hombre común, no un cardenal concreto), La Iglesia es la Persona concreta de Jesucristo, y cito a Juan Pablo II para recordar que el Cristianismo por tanto, no es una ideología, no es una filosofía, no es un estilo de vida, más aún, el Cristianismo no son las profecías sobre el fin de los tiempos. El Cristianismo es en esencia Cristo mismo, una persona concreta con la que puedo encontrarme, a la que puedo conocer, con la que puedo intimidar. No de otra manera se entendería el gran misterio Cristiano: La Eucaristía, Dios que se hace verdadero alimento para el hombre, Pan y Vino que son Verdaderamente El Cuerpo y La Sangre del señor. En este sentido, el artículo a pesar de sus buenas intenciones, se convierte en un Juicio, un Juicio al Vicario de Cristo, un juicio que a pesar de las buenas intenciones llama a la división, al cisma. Nada peor que en un mundo tan necesitado del evangelio, entre los propios católicos creemos división y resentimientos. El Papa, según el mismo lo ha dicho, es hijo de la Iglesia, y lo será hasta su muerte. La clave de la comprensión de sus palabras debe leerse según sus propias palabras, en que no es posible en la misión enseñar primero la regla moral, luego la catequesis y por último el kerigma. No es posible así. La tradición de los apóstoles lo que enseña es que ante todo, al pueblo pagano (y pensemos por ejemplo en los hombres de Corintio o de Roma, a los que San Pablo predicaba), lo primero que se le anuncia es el Kerigma, el Amor del Dios desconocido, a quien nunca habían visto, pero que siempre ha estado con ellos. Luego del kerigma la catequesis, y luego la regla moral. Toda evangelización que no respete esta lógica termina en ideología, termina en todo menos en la Verdad. No me sorprende que el Papa hable de la conciencia como punto de partida para hacer el Bien, o acaso, ¿dónde más podrá Dios posar su mirada?, ¿qué otra cosa podrá tocar sino la conciencia del hombre?, aún del ateo, aún del agnóstico, del no creyente. No me escandaliza que se hable de que la verdad humana es relativa, también Juan Pablo II afirmó por ejemplo, que la vida no es un valor absoluto, entre otras cosas porque es cierto, toda verdad es relativa, la única verdad, la Verdad con mayúsculas, es Cristo, como hermosamente lo explica en los albores del siglo XXI uno de los inspiradores del pensamiento del Papa Benedicto, Hans urs Von Balthasar. La verdad es Cristo, y todo lo demás son verdades incompletas: la ciencia, el arte, las ideologías….Sólo veo en el Papa Francisco, una disposición total a seguir el magisterio de sus predecesores, con un ánimo catapultado a un mundo que no ve a Cristo. Cuando los pecadores veían a Cristo, no podían menos que seguirlo. No seguimos a un príncipe humano, no seguimos a los símbolos, seguimos a Cristo mismo. Las bases sólidas están puestas, Juan Pablo II y Benedicto, harto hicieron por fortalecer nuestras bases. Es tiempo ya, y así lo entendió Benedicto XVI, de salir a la periferia del mundo a anunciar a Cristo, es bueno, justo y necesario que se vuelva a escuchar cuando se habla de los cristianos: mírenlos como se aman, y mirándoles crean y se salven. María santísima, que supo guardar cada palabra del señor en su corazón, nos aliente en la unidad y disipé la división. Milton J.
ResponderEliminar«...la Iglesia no son los símbolos (aunque estos son importantes), la Iglesia no está, no puede estarlo, en un maletín, en una cruz, en un anillo...»
ResponderEliminarNi se reduce a sola doctrina, claro está. Pero la Iglesia, en virtud del misterio de la Encarnación, es también todas estas cosas -doctrina y símbolos- que nadie tiene el derecho de minusvalorar. De-culturada, a-histórica, de-dogmatizada, de la Iglesia no queda sino una nube, humo, nada.
La historicidad de la Iglesia, por lo demás, no supone la cristalización definitiva de su manifestación. Hasta de la liturgia, remontable al tiempo de los apóstoles, se ha dicho que sufrió un desarrollo orgánico, y por ello mismo imperceptible. Lo definitivamente inaceptable es que el hombre -incluso el Papa- pretenda adueñarse de un depósito que no le pertenece, y transformarlo a su antojo. Sobran enseñanzas de los doctores sacros que dan cuenta de la oportunidad de resistir incluso al Papa si se verifica un estropicio semejante.
«...luego del kerigma la catequesis, y luego la regla moral. Toda evangelización que no respete esta lógica termina en ideología, termina en todo menos en la Verdad...»
Correcto, y san Pablo así lo entendió. Pero el kerygma supone, como es obvio, la facultad de la razón: para alcanzar a comprender -siempre dentro de nuestras limitadas posibilidades de comprensión- verdades tan insondables como las que enseña la fe, primero es menester que la facultad específica no se encuentre embotada. San Pablo no se presentó ante un mundo dispuesto a negar los primeros principios, y por la apelación inicial a la razón pudo finalmente transmitir la fe. Hoy el panorama es otro (lo que no excluye la exigencia de evangelizar, está claro). Pero corroyendo y desvirtuando la identidad misma de la Iglesia, haciendo que ésta niegue lo que siempre sostuvo (así se trate de uno, dos o tres aspectos de su doctrina, y no muchos más), ¿qué coherencia puede contener su mensaje?, ¿qué rationabile obsequium ofrece una tal Iglesia a su Fundador? El Cuerpo Místico de Cristo deja de ser una realidad viva y unida a su Cabeza -el Logos divino- para reducirse, ahora sí, a mera ideología. Esto es, a un exudado idealista completamente ajeno a la razón de ser de las cosas -y, en este caso, de la Iglesia-, que no depende del arbitrio humano.
¡Ahí le estaba yo esperando, don Flavio, como agüita de Mayo!
ResponderEliminar¡Cargadito de Razón y viento en popa, a toda vela, cortando el mar de la sinrazón!
¡Buen revés!
Apreciado Flavio, le dejo la siguiente reflexión, que creo seria y oportuna:
ResponderEliminarLA PIEDRA DE DENTRO DE LA PIEDRA - Patricio Shaw
"Un sacerdote inglés jesuita penetrante escribió un libro en defensa del Papado contra los protestantes. El libro es muy extenso y está en inglés del siglo XVI.
The Rocke of the Churche, Wherein the Primacy of S. Pedro and of his Successors the Bishops of Rome is proued out of Gods Worde, by Nicolas Sander, D. of diuinity. Lovanii, apud Ioannem Foulerum, Anno D. 1567
En un momento dado el libro se opone a la interpretación que los protestantes hacen fuera de contexto de las palabras de Nuestro Señor Jesucristo “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”, entendiendo por esa piedra sólo la Fe y Confesión de Fe de Pedro, excluyendo su persona y las circunstancias pasadas y futuras de esas palabras de Nuestro Señor.
Lo interesante de la refutación que el autor del libro citado hace de este punto de vista, es que reconoce en la Fe y la Confesión de Pedro la cualidad de piedra de fundación: para más claridad, “una piedra propia de la piedra”, pero señala que ella debe verse en referencia a la persona de Pedro, a la promesa pasada: “te llamarás Cephas (=Piedra), y a la Confesión presente de Pedro: “Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo”, y al don futuro de Nuestro Señor de las llaves del cielo a Pedro. El autor da tres otros significados de las palabras de Nuestro Señor a San Pedro (los primeros dos son refutables: Cristo y el cristiano) y concluye así:
“El cuarto y perfecto sentido es que Pedro, con respecto a su oficio en la Iglesia de Dios, es decir, por la promesa de Cristo que es pasada, y por la Confesión llena de Fe de su divinidad que se hace presentemente, y por el poder de apacentar sus ovejas, que entonces era venidero, es esta piedra sobre la cual se edifica la Iglesia.”
En nuestros días trágicos estas penetraciones ayudan a entender qué elementos hacen a un Papa, y uno de ellos es la Fe y su Confesión, como piedra de la coincidencia integral de la piedra.
No basta ser elegido en cónclave sucesor de verdaderos papas. No basta nada de la presunta persona papal en ausencia de la Fe Católica y su Confesión (objetiva y habitual). El gran teólogo agustiniano medieval Agustín Triunfo de Ancona señala que Cristo por la mediación de la Fe en Él es el elemento material, subjetivo y fundamental propio del poder papal (forma papal, diría Mons. Guérard des Lauriers, ya dada en la elección, por lo que tenemos en el antedicho elemento, no la materia extrínseca y previa a la forma del Papado, sino la materia, que también es sujeto y fundamento, intrínseca y concomitante al poder que es la forma del Papado) al que un Papa da su consentimiento necesario, conjuntamente con el consentimiento a otros tres elementos, para recibirlo (que no significa que sea el elemento material del Papado mismo, ya dado en la elección). Los otros tres modos son el causal-efectivo (Dios), el formal-quidditativo (el ordenamiento jerárquico) y el final-directivo (la gloria de Dios y la salvación de las almas por la doctrina y los sacramentos, como también diría Mons. Guérard des Lauriers).
La piedra que es el Papa no puede destruirse a si misma, pues Dios no habría podido dar fundación autodestructiva a su Iglesia que es la comunicación de Cristo mismo (Bossuet). Orígenes, citado por el san Alfonso, dijo: “si las puertas del infierno prevalecieran contra la piedra sobre la que está edificada la Iglesia, prevalecerían contra la Iglesia”.
Él que destruye la “piedra de dentro de la piedra” no puede ser la piedra y no puede ser Papa."
Un saludo cordial.
-Adversus Haereses -
Gracias, amigo A. H., por su valioso aporte.
EliminarLa elección en cónclave legítimamente convocado, con ser una garantía visible, no puede ser despreciada. De hecho, la historia de la Iglesia demuestra -aun en el espinoso caso, digamos, de un Liberio- que esa ininterrumpida transmisión de las llaves no recayó nunca en un hereje o cismático. Acá se comprueba la eficacia de la promesa divina.
Creo que la anomalía de la situación actual está lejos de poder aventarse por la simple afirmación de que Francisco es antipapa -salvo que esta condición quedara comprobada por nulidad del cónclave, o por explícita defección al momento de expresarse aquél ex cathedra. La segunda cosa, acaso, ayudaría a desvelar la primera. ¡Tal demostración, se lo aseguro, tranquilizaría la conciencia de muchos que nos horrorizamos ante este pontificado! Quedaría todo más claro. Pero mucho me temo que está en la naturaleza misma de las dolorosas pruebas que esperan a la Iglesia el tener que sobrellevar este trance, admitiéndolo a Bergoglio como papa. Acaso hasta que la Parusía o sus pródromos inmediatos manifiesten lo contrario.
Gracias y saludos.