viernes, 19 de abril de 2013

¡NECIOS Y TARDOS DE CORAZÓN PARA APLICAR LA LETRA AMBIGUA DEL CONCILIO!

Justo en los días en que un purpurado tan afecto a las novedades como el cardenal Kasper acababa de admitir que los documentos del Concilio fueron redactados con una ambigüedad intencional que los hacía pasibles de una hermenéutica «en uno u otro sentido», el papa Francisco, fiel a su estilo no exento de anfibologías, señaló en el curso de su homilía de la misa del pasado martes 16 que

«ir hacia adelante: ¡esto nos fastidia! (...) Después de cincuenta años, ¿hemos hecho todo lo que nos dijo el Espíritu Santo en el Concilio? No. Festejamos este aniversario, hacemos un monumento, pero que no nos fastidie. No queremos cambiar. Es más: hay voces que quieren volver atrás. Esto se llama ser testarudos, esto se llama querer domesticar al Espíritu Santo, esto se llama hacerse necios y tardos de corazón».

Como la aseveración, con toda la carga de dramatismo que conlleva, quedó allí flotando, sin alusión expresa a quiénes sean sus imputados, concedámosle a Bergoglio el beneficio del equívoco, haciéndola revertir no en el sujeto que se sospecharía como su acreedor -los tradicionalistas, capciosamente motejados por la progresía como cangrejos, que marchan "en reversa"- sino precisamente en los novadores. Pero que lo haga por nosotros el buen sacerdote que firma como Cesare Baronio en su propio blogue, y que dice -vertido a castilla- poco más o menos lo que sigue:

Muchos han querido recoger en las palabras del Obispo de Roma una áspera crítica hacia el tradicionalismo, el conservadurismo, y en general hacia cualquier actitud que no se demuestre abierta y entusiasta hacia la novedad absoluta, hacia la innovación más osada.
Cierto es que Bergoglio no corre ni remotamente el riesgo de ser considerado un conservador, menos que menos un tradicionalista: es entonces razonable suponer que sus afirmaciones, aun en el lagunoso y desmedrado estilo que distingue a sus homilías, resulten entendidas en el sentido que los más les atribuyeron.
Sin embargo, de la misma manera que Caifás al condenar a Nuestro Señor como blasfemo ante el Sanedrín, dio la verdadera y profunda clave de lectura de la Pasión redentora de nuestro Salvador, Expedit unum hominem mori pro populo, creemos que deba advertirse cómo, sin quizás siquiera darse cuenta, Bergoglio haya dicho una verdad incontestable, que empero se le vuelve inexorablemente en contra.
Es certísimo, de hecho, que hay testarudos que, no obstante la crisis que aflige a la Iglesia desde hace décadas, se obstinan en querer ir para atrás, reproponiendo el indigesto sancocho conciliar recalentado y rancio. Es certísimo que, después de cincuenta años de fracasos, hay necios que atienden al conciliábulo romano con el entusiasmo que los hijos de las flores secas (N. del T.: no dimos con esta referencia. Al parecer, sería el nombre de un grupo de rock) muestran hacia los requechos ideológicos sesentaiochescos. Es certísimo que, después del pontificado de Benedicto XVI, hay tardos de corazón que echan de menos las liturgias harapientas de Wojtyla, los bailes de salvajes en San Pedro, los conventillos ecuménicos de Asís y todo el repertorio del grotesco circo conciliar.
Es a éstos, queremos creer, a quienes involuntariamente aludía Bergoglio; y quizás, en un curioso lapsus freudiano, él se desmintió a sí mismo, a su querer volver a una presunta figura compinche del Vicario de Cristo, zapatos grandes y cerebro fino (N.: proverbio de la Italia meridional, que señala el buen sentido de los hombres de campo), desautorizado no sólo en las insignias propias -a las que, aunque tímidamente, Benedicto XVI había devuelto en parte su auge- sino incluso en la sustancia, envileciendo el rol soberano del Papa en beneficio de la colegialidad, presentando al sucesor del Príncipe de los Apóstoles como a un prepósito de campaña o a un coadjutor parroquial de periferia, imponiendo orgullosamente el propio discutibilísimo ego en detrimento de la sagrada majestad del Sumo Pontífice.
Y nos preguntamos, retóricamente: ¿quién es el testarudo, necio y tardo de corazón? 




3 comentarios:

  1. I "figli dei fiori" sono i "children of flowers". Io li chiamo figli dei fiori secchi perché, dopo decenni, sono ormai appassiti, assieme alle loro ideologie...

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  2. Bergoglio obviamente es el testarudo, bien rudo con el orden de Dios, introyecta en los otros su propio error. Muy buena nota Cesare Baronio.
    La vergüenza argentina que queda impresa en la historia de la Iglesia.

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  3. A pesar de conocer la promesa divina sobre el Vicario de Cristo, algo que no deja de causar admiración es que, investido como Papa, sin quererlo él mismo, va profetizando; quizá contra él mismo, pero lo hace... ¿como Caifás en su momento?

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