No obstante esta certeza sea alentadora, horroriza comprobar los estragos causados por una deficiente formación doctrinal. A modo de ejemplo, y a propósito de una opinión aún hoy bastante extendida en muchos católicos, que pretende que los dolores padecidos por el Redentor en la cruz sólo pudieron ser sobrellevados a causa de su naturaleza divina -como si la sagrada humanidad del Verbo no hubiese sufrido las afrentas, los azotes y los clavos- ya Chesterton decía que muchos cristianos actuales profesan el monofisismo sin percatarse de ello. Mismo argumento cabe respecto de cien otros puntos de doctrina: el veneno de docetistas, pelagianos, maniqueos, y cuanta otra fauna herética haya entorpecido la difusión de la verdadera fe en los primeros tiempos de la Iglesia, hoy copa las mientes de no pocos bautizados, e inficiona cátedras y publicaciones.
Esta tirria a la doctrina, a la que san Pablo se refirió en la Segunda a Timoteo (4, 3) como propia de los hombres de los novísimos, «que tendrán una apariencia de piedad, negando empero la virtud de la que ésta dimana» (3, 5), acaba por restringir la misión que Jesús encomendó a los suyos antes de su Ascención en un mero «ite» sin el consecuente «docete», como lo exhibe esa evangelización sin contenido cierto hoy tan en auge. De lo que se trata es de emular el río de Heráclito, que siempre corre sin ser nunca el mismo. Ya san Pío X tuvo ocasión de deplorar, en días asaz menos dramáticos que los nuestros, el que «entre los cristianos de nuestros días son muchísimos los que viven en una extrema ignorancia de las cosas que deben saberse para alcanzar la eterna salvación (...), y cuando decimos entre los cristianos no entendemos solamente la plebe o las personas de estamento inferior, disculpables acaso porque, sujetos a servidumbre, apenas tienen ocio como para pensar en sí mismos y en lo que les conviene: sino que -y sobre todo- a aquellos que, aun no faltándoles ingenio ni cultura, mientras son muy conocedores de las cosas profanas, viven despreocupados y como al azar en orden a la religión» (Encíclica Acerbo Nimis, sobre la enseñanza del catecismo). Queda rotundamente afirmada la necesidad de alcanzar un saber de salvación.
Pero hete aquí que, para estupor incluso de los seres inanimados -de las columnas de Bernini, si cabe, e incluso de las paredes del albergue Santa Marta, que nonunca hubiesen creído asistir a unas tales profericiones-, llega un papa que desprecia expresamente la necesidad de la recta doctrina, el carácter unívoco de los términos que la componen, y que contrapone arbitrariamente a la ciencia sacra con el gobierno pastoral. Que les bufa a los "restauracionistas" de usos y creencias bimilenarios. Que no deja de herir los oídos por los que la fe hubo alguna vez entrado, con ocurrencias de esas que antaño hubiesen merecido -de parte de algún pontífice sin remilgos- temible censura toda en ringlera, como decirlas «temerarias, escandalosas, mal sonantes, próximas a la herejía, infundadas y de todo punto perniciosas».
Que aquella norma próxima de fe «quod semper, quod ubique, quod ab omnibus» venga siendo sistemáticamente despreciada desde la más humilde parroquia hasta los dicasterios, es cosa que ya nos habíamos malamente resignado a admitir. Que el contagio le llegue ya al Sumo Pontífice, que la preferencia del último cónclave haya sido tan infalible en este punto... ¡qué va! Rogábamos, tras la salida de Benedicto, por un papa imposible, de la estirpe de los Píos o los Gregorios. Mucho es de temer nos hayan empaquetado un draconígena, uno del gremio y del riñón de ese cardenalato impresentable casi en pleno. Parece desesperado referirlo en este trance, pero hay fundadas razones exegéticas para temer que aquella fiera ascendente de la tierra, parecida a un cordero y de la que el autor sagrado señala que «loquebatur sicut draco» (Ap. 13, 11) sea nada menos que un papa, y el último de la serie. ¿Y qué es "hablar (un papa) como un dragón" sino adulterar, emponzoñar deliberadamente la doctrina?
Entrevistado poco ha, un sacerdote italiano de quien ofrecimos los fragmentos de un valiente texto de denuncia contra un influyente obispo de su país, acertó a decir que «creo que por ahora el Sumo Pontífice rehuye las definiciones. Teniendo que definirlo de algún modo, lo llamaría un enigma. Me explico: fuera de algunos pensamientos recurrentes, como los pobres y la pobreza (...), nadie ha entendido todavía lo que realmente piensa, y en consecuencia qué pretende hacer y de qué manera lo hará. Todo esto es profundamente desestabilizador y quizás todo menos casual, sino más bien deliberado, seguramente en vista de un bien supremo que por ahora no podemos ni siquiera imaginar» (http://www.conciliovaticanosecondo.it/articoli/i-primi-cento-giorni-di-governo-di-papa-francesco/#more-1027). Lo del enigma podemos compartirlo: lo mejor que se puede decir de Bergoglio es a la vez lo peor, y es que, pese a sus quince años como primado de la Argentina, ni sus compatriotas lo conocemos. Es decir: no hemos podido descifrar su carácter, aunque sus obras -los efectos de su paso- hayan sido bien patentes. Tanto como una catástrofe. Lo segundo, lo del bien superior inimaginable, es cosa que sólo de Dios esperamos: no queremos hacer de nuestra piedad para con la institución del pontífice una especie de pietismo. Si vamos al caso, aun el bien supremo de la Parusía debe verse precedido por convulsiones espantosas, por la apostasía orbital y la manifestación del Inicuo.
«Quizás el Sumo Pontífice Francisco esté haciendo el juego del flautista de Hamelin. Esta célebre fábula es conocida pero vale la pena resumirla: un hombre con una flauta se presenta en la ciudad y promete desinfectarla. Apenas el flautista empieza a tocar, todos los ratones quedan encantados por su música, salen al descubierto de sus madrigueras y se ponen a seguirlo. El flautista los conduce hasta la aguas del Weser, donde los ratones mueren ahogados lanzándose uno tras otro en este río». Y acá también podremos coincidir en parte, dejando el resto para más ver. Que el pífano de Francisco no suena muy católico, para halago de los oídos del montón -incluidos los enemigos de Cristo- es cosa que consta, y mucho. Desde el primer día de su pontificado, masones, progresistas, la judería más recalcitrante, para no hablar de los medios de prensa y de las masas sensibleras sujetas a manipulación, todos dieron sus más manifiestos parabienes, y aunque los más prominentes de entre ellos no necesitaron salir de sus cuevas (que ya el mundo lo tienen en una palma) sí aceptaron otorgarle a Francisco, como a otro Rey Momo, el priorato de la hora. El último en acudir a los aplausos fue -como gráficamente lo reseña un medio vecino- ese abominable terrorista de guante blanco conocido como Adolfo Pérez Esquivel, quien después del encuentro con el papa se solazó denigrando a la evangelización española de América y a los predecesores de Bergoglio, todo en uno.
Falta el Papa. |
Gran artículo, en su línea. Hace tiempo que vengo diciendo a mis amistades que Francisco puede llegar a ser para el catolicismo, si sigue por ese camino extravagante y carente de seriedad, lo que fue para el gobierno de España y representó para la nación española el presidente Zapater: un gran pufo, un engaño. Esperemos que esto no suceda por el bien de todo y de todos. Los españoles -no todos- ya estamos vacunados contra el infantilismo, el buenrollismo, el populismo y el síndrome Alicia (en el país de las maravillas).
ResponderEliminar¿Esto que digo puede herir a algún católico? Puede, pero más me hiere a mi los extraños movimientos que últimamente vengo observando en la iglesia.
Continúo disfrutando la calidad de los artículos. El aprendiz
ResponderEliminarGracias, amigos.
ResponderEliminarAcá, por desgracia, no estamos suficientemente vacunados contra la demagogia: hace al menos sesenta años que ésta inmoviliza a los argentinos en el infantilismo, permitiendo el ascenso decidido de los oportunistas sin escrúpulos, y relegando a los mejores a las tinieblas exteriores. La Iglesia argentina no está, ¡ay, al margen de ese estado de espíritu. Lo insospechable era que nuestra ya asaz degradada patria proveyera de pastor a la Iglesia universal, y de un pastor cortado según esa lamentable medida. A Francisco debe entendérselo como rigurosamente coetáneo y coterráneo de los Kirchner, es decir, de la hez elevada para azote de su pueblo. Alguien me dijo que Bergoglio, para hacer más manifiesta la plena correspondencia con el magma que lo vio surgir, debió elegir otro nombre papal.
«...qui sibi nomen imposuit... Cristino!»
La casi certeza de estar en los penúltimos tiempos se ven hoy más claras que en otras épocas. Así señalaba Castellani, que solo el transcurso del tiempo iba a ir aclarando la lectura del Apocalipsis y demás profecías bíblicas. ¿Podemos hoy esperar más falta de fe que la que vivimos para cuando vuelva el Hijo del Hombre? ¿O tal vez más promiscuidad, más genocidios, más convulsiones o más engaños globales? Este artículo expresa lo que pienso desde hace bastante, pero magistralmente expresado. Muy buen artículo.
ResponderEliminarCapitulo XXX
ResponderEliminar“Si me preguntas porque te he mostrado que la culpa de los que persiguen la santa iglesia es mayor que todas las otras que hayan cometido, y también porque no obstante sus defectos no querria yo que se disminuyese la reverencia y respeto que se les debe tener, te responderé que la reverencia y respeto que se les tiene, no es a ellos , sino a mi, en virtud de la sangre que yo les he dado a administrar, pues si esto no fuese, tanta reverencia les tendríais como a los demás seglares, y no mas: mas por el ministerio que exercen estais obligados a tributarles reverencia, y teneis que venir necesariamente a ellos, no a ellos por ellos, sino por la virtud que les he dado.
Y asi la reverencia es a mi y a esta gloriosa sangre de mi hijo, que es una cosa misma conmigo por la unión de la naturaleza divina con la humana, y no a ellos; y asi como la reverencia es a mi, asi la irreverencia con que se les trata es también a mi, y ya te he dicho que no debeis respetarlos a ellos por ser ellos, sino por la autoridad que les he dado, y asi no deben ser ofendidos, porque ofendiéndolos me ofenden a mi y no a ellos, y ya lo he prohibido expresamente, diciendo que mis ungidos no deben ser tocados por vuestras manos, y asi ninguno puede excusarse diciendo: yo no hago injuria, ni soy rebelde a la santa iglesia, sino a los defectos de los malos pastores. Este tal miente sobre su cabeza, y como cegado por el amor propio no ve, pues aunque vea bien, hace como no ve para apaciguar el estimulo de su conciencia, pues veria, y sin duda lo advierte, que persigue la sangre de Jesucristo, y no a ellos. A mi es la injuria, asi como a mi era el respeto, y asi contra mi es también todo daño, escarnios, afrentas, oprobios, y vituperios que a ellos les hacen, porque vuelvo, y volveré a decir: No quiero que en mis ungidos, pongáis vuestras manos. Yo los he de castigar, y no vosotros. “
Dialogos de Santa Catalina de Siena
Bien pero una cosa es castigar, habla de poner en ellos las manos; y otra cosa es discernir cuando los ungidos hacen cosas inconvenientes y con ello perjudican a las almas. Son dos cosas diferentes, nosotros no los estamos apaleando. En todo caso ellos si a nosotros.
Eliminar«Habiendo peligro próximo para la fe, los prelados deben ser argüidos incluso públicamente por sus súbditos» (Summa, IIa IIae, 33). ¡Si lo habrá sabido la de Siena, que no tuvo pelos en la lengua para con los cardenales que acusó de mentirosos e idólatras, ni dejó de remecer a Gregorio XI y a Urbano VI cuando lo creyó necesario!
ResponderEliminarConcédanos el Altísimo el recurso del humor, para matizar un poco el comprensible enojo que suscita un papa que, entre otras lindezas, y después de repudiar a los "restauracionistas", confiesa en público haber orado durante media hora con un "pastor" protestante (que no lo reconoce como papa, y que niega seis de los siete sacramentos instituidos por Cristo) y que insta explícitamente al abandono de toda misión, ya que la salvación -según su latitudinario bable- es para todos, cristianos o no.
Los fariseos se enojaban con Jesús que comia con prostitutas y publicanos, quienes, les dijo, llegarían antes que ellos al reino de Dios.
ResponderEliminarNo leo nada parecido a la corrección fraterna, que requiere de un modo, forma, tiempo y lugar, más si se trata del papa.
Tampoco veo peligrar la fe en los hechos que se le critican al papa.
Amigo/a sin nombre, o sin coraje de exponerlo:
ResponderEliminaratribuir fariseísmo al mero celo doliente por la adulteración de la fe y las prácticas religiosas es, cuanto menos, torpe, cuando no malintencionado. ¿O desconoce que el fariseísmo es, antes que nada, hipocresía religiosa, manipulación de las cosas de Dios para el propio provecho? El fariseo de hoy es el progre que devora la renta dirigida al culto, dispensándose del deber de la coherencia.
A juzgar por sus razones, usted se hubiese contado entre los fariseos que incriminaban a Jesús por haberles volteado las mesas a los cambistas que ultrajaban el Templo con sus negocios.
También se hubiera sentido molesto ante la acerada invectiva que el Señor supo dirigir contra escribas y fariseos, faltando con sus dichos a los modos más propicios a la corrección fraterna.
Cuanto al peligro para la fe en los hechos del papa... ¡mbehhh! Si no le parece suficiente diluir el primado por múltiples y convergentes vías, refutando símbolos y gobernando con el auxilio de un consejo, hasta llegar a afirmar que «debemos ir por la sinodalidad, crecer en la sinodalidad en armonía con el primado»... Si no le basta la proclamación insistente de un ecumenismo mal entendido, ajeno a las enseñanzas de siempre de la Iglesia... ¿Qué quiere que le diga? Le responda Chesterton, con aquello de que «al entrar en la iglesia me quito el sombrero, pero no la cabeza».
http://www.tradicioncatolica.net/tag/padre-dominique-bourmaud/
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