Pero esto ya no es un alarde de destreza y buena puntería en el cazar: es un puro bombardeo, una carga micidial. Vienen al caso las palabras del hondureño cardenal Maradiaga, del grupo de ocho consejeros que el Papa nombró para la reforma de la Curia, que afirmó que «Jesús era laico», que el Concilio Vaticano II significó «el fin de las hostilidades entre la Iglesia y el modernismo» y que «ni el mundo es el reino del mal y el pecado, ni la Iglesia es el único refugio del bien y la virtud». Y las del australiano cardenal Pell, otro brazo del fatídico octopus, al catequizar que los primeros capítulos del Génesis son pura mitología. Y para que la cosa no se reduzca sólo a febriles enunciados verbales, ahí está la nueva y espantosa férula de Francisco, presentada por su propio artífice declarando que «la imagen de Cristo -que desde la cruz seca y torcida, finalmente vaciada de sentido (!!!), se desvincula, se suelta lentamente- es tensión hacia la luz, liberación de una energía comprimida, intento de volar». Fraseología horripilante en la que ya no se reconoce la menor inspiración católica y sí las naderías de rigor en el gremio de los "artistas", invitados en tropel a profanar a gusto inter vestibulum et altare.
Nueva y pavorosa junta de deconstruccionismo iconográfico y mal gusto |
Ante una andanada tan sin respiro se alcanza un punto de saturación tal que las facultades mentales, espoleadas por el detalle y la anécdota escabrosos, por las imaginarias hipótesis de cómo se pudo llegar a esto, hurgando en la bruma de los despachos y las intrigas, del tráfico de influencias y de los pactos más ominosos, en la esfera -al fin- de la oscura política eclesial ("la mística devenida política" o el abuso de la religión, que diría Castellani), la mente, decimos, busca anhelosa una explicación ya no material sino formal del mirífico desmadre. Y la encuentra en una constatación que, como todas las más atinadas, supone algo de obvio, pero digno de recordarse.
La Iglesia ha sido gangrenada en todo su cuerpo por el mismo enemigo que viene acechando su calcañar desde antiguo, y que -bajo las más diversas denominaciones y con los más varios matices- constituye su antagonista en las sombras, clandestino por definición: el gnosticismo. Ambas, la gnóstica-cabalista y la cristiana, corresponden a dos opuestas actitudes ante la existencia y sus cuestiones fundamentales (a las que hacen corresponder opuestas afirmaciones), tanto que podemos reconocerlas quizás arquetípicamente en Caín y Abel, y luego en Israel y sus pueblos colindantes. Son las dos ciudades de que habla Agustín, dramáticamente irreductibles aunque vecinas en el escenario de este mundo.
Unos reconocen a la realidad como sacramento, esto es, como vestigio de la libre, omnipotente y amorosa actividad creadora de Dios, y se aprestan a rendir un asentimiento obsequioso a los datos exteriores a su conciencia. La fe comporta una actitud realista en lo fundamental, toda vez que el objeto al que se orienta es «Aquel que Es», y no el propio universo mental del sujeto. La adaecuatio, como disposición del cognoscente, constituye algo así como una premisa o pródromo de la fe, que no puede desdeñar su respectivo depositum sino a condición de morir. La otra actitud, tan contrapuesta a ésta como a menudo obstinada en mimetizarse con ella y en apoderarse de sus símbolos con el fin de aniquilarla, es la que origina la perversión gnóstica, de la que el modernismo -ese conjunto asistemático de tesis exaltatorias de la religión como "experiencia" y de la fe no como asentimiento, sino como sentimiento- es una de las manifestaciones más tardías. La gnosis, que en tanto «conocimiento» se propone como una «ciencia experimental del bien y del mal» (conforme a la oferta de Satanás en el Edén), no puede sino proponer una metafísica falaz.
La oposición que el gnosticismo y sus variantes le mueven a la doctrina católica se da, así, en el más primario de los niveles, el de la aprehensión misma de la realidad, pero de una aprehensión instada por una voluntad contraria al orden y al logos. Los politeísmos antiguos, los animismos, el culto de los astros y de las piedras (aun cuando la responsabilidad de sus iniciados pueda atenuarse por ignorancia invencible) son todas formas de esta corrupción inicial, que consiste -ante la aporía del mal que aflige a la Creación- en negar la unicidad del principio de todos los seres. Y la multiplicidad de principios se resuelve de modo irresistible en el dualismo, como éste acaba en consecuencia en el culto unívoco de uno de los dos principios reconocidos tácita o explícitamente como tales: el demonio. No por nada desde el siglo XIII comenzó a leerse el prólogo del Cuarto Evangelio al final de la Misa: la afirmación solemne y repetida cada vez de que uno es el principio, el Logos, «que estaba con Dios y era Dios desde el principio», debió ser el más eficaz antídoto contra la perenne tentación maniquea, poderosamente activa en aquellos años.
En sus Instituciones litúrgicas, Dom Guéranger señala acabadamente ciertas constantes heréticas que atraviesan casi toda la historia de la Iglesia hasta culminar en la ruptura protestante, adscritas todas a una común inspiración gnóstica. Así Vigilancio, en el siglo IV y pretextando una reconversión a los orígenes, se manifestaba contrario a la solemnidad del culto y al celibato de los sacerdotes. Los paulicianos de Armenia (s. IX), origen remoto de lo que luego serían las pestes cátara y albigense, manifestaban aversión a la representación iconográfica de la Cruz y negaban -como antes lo habían hecho los monofisitas- la humanidad de Jesucristo, lo que conllevaba entre otras cosas al rechazo del sacrificio redentor, de la Santa Eucaristía y del culto de María. Finalmente Lutero supo atacar la Tradición por la remisión a la sola Scriptura, por la supresión de los elementos del misterio en la liturgia, expurgada de todas las fórmulas que la Iglesia había elaborado a lo largo de los siglos, por el rechazo de las mediaciones entre Dios y el sujeto fiel, y por la abolición de la lengua latina y la reducción del ministerio sagrado a mero accidente, hasta confundir laicado y sacerdocio en una misma entidad indiferenciada.
Arqueologismo litúrgico con mujeres concelebrantes, o bien Novus Horror Missae |
«Algunos obispos y prelados junto con sus asistentes se han elevado a sí mismos a anti-Iglesia en el interior mismo de la Iglesia. Ellos no desean abandonar la Iglesia, no quieren separarse. No admiten estar quebrantando la unidad de la Iglesia. No entienden obliterar a la Iglesia, sino cambiarla en base a sus planes, y para sus cabezas resulta al día de hoy banal que sus planes sean inconciliables con el plan de Dios revelado (...) Ellos están convencidos de poder reconciliar a la Iglesia y a sus enemigos a través de un "compromiso decente", de ser los únicos que comprenden qué es lo que está ocurriendo, y de ser los únicos que pueden asegurar el éxito de la Iglesia de Cristo configurándola con aquella de los líderes del mundo» (Malachi Martin, The Keys of this Blood, 1990). La pesadilla gnóstica triunfante ha trocado el cristocentrismo en auto-idolatría, en culto angurriento del poder, tomando con descaro el nombre de Jesús como rehén y excusa para ejecutar los planes más protervos. En el día del Juicio no quisiéramos estar en el cuero de estos malditos.
Excelente.
ResponderEliminarKeep the good job going.
Estimado don Flavio, en sus más que acertadas observaciones, no podemos dejar de concluir que el grado de degradación al que se llegó, no puede ir mucho más allá. San Pio X decía respecto al depósito de la Fe: "Cuando esta doctrina no pueda ya guardarse incorruptible y que el imperio de la verdad no sea ya posible en este mundo, entonces, el Hijo de Dios aparecerá una segunda vez". Podemos entonces considerar lógicamente que estamos muy cerca de ese tiempo.
ResponderEliminarTanto la democratización, como la protestantización de la Iglesia a las que nos lleva Bergoglio & Cia. son evidentemente preparación de la aparición del único y personal anticristo. Ya lo mencioné antes y lo repito ahora, la Bestia del Mar ya tiene en el tiempo a su Bestia de la Tierra que le abra las puertas.
Dios nos agarre confesados.
Adveniat Regnum Tuum
Excelente Don Flavio, compartimos en NCSJB
Le agradezco sinceramente su trabajo en este blog.
ResponderEliminarYa los veo a los obispos apóstatas el día del juicio suplicando 'a mí no buana'
ResponderEliminarGracias a todos.
ResponderEliminarRecomiendo encarecidamente la exposición de mons. Gustavo Podestá acerca del tema que motivó este artículo, accesible en:
http://pagina-catolica.blogspot.com.ar/2013/11/de-la-cabala-al-progresismo.html?utm_source=BP_recent
La "cruz" de Francisco no solo es de pésimo gusto, sino contraria a lo mandado por la encíclica de Pio X "mediator Dei", tal como explica Lumen Mariae en este post:
ResponderEliminarhttp://josephmaryam.wordpress.com/2013/11/07/la-iglesia-no-puede-aceptar-la-cruz-de-francisco/