por Jose
Se suele decir que cuando alguien escupe hacía arriba, existe el peligro de recibir uno mismo su saliva.
Esto que es de sentido común, no parecía saberlo Francisco, así que recién llegado al cargo de Jefe de la Iglesia Católica, decidió sin causa ni razón, soltar su parida para quedar bien con un interlocutor extraño, sin fe, que ni siquiera se lo requería, un tal Scalfari de inclinación algo siniestra e intereses bastardos.
Aquella impertinencia que muchos quisieron tapar, traducir o reinterpretar, sería el comienzo de una diatriba de pensamientos, opiniones y silencios, que tras casi año y medio, han llevado precisamente a la Iglesia Católica a la que él representa, a la división y a un más que posible enfrentamiento a partir del Sínodo. Fecha que pasará a la historia, si Dios no lo impide, como el comienzo del suicidio colectivo de los católicos, bajo la mirada de aquel que osó escupir a quien habita en el Cielo.
Cuando Dios rechaza las oraciones de alguien, no es porque es Dios y puede hacerlo, sino porque ese alguien no se somete a su Justo Juicio, no se deja curar por su Misericordia, pues en su corazón frío, no es capaz de ponerse de rodillas, y olvida el agradecimiento debido a Dios, que sostiene con su Providencia su pretenciosa vida.
Dios no destruye a la criatura, le da la libertad de decidir, pero permite que el hombre que le niega se enfangue en su propia locura. ¡Y este es el drama que nos acontece!
Quien debería ser una luz y un guía, cuya prudencia y sabiduría fuesen adornos de su fe acrisolada, capaz de perdonar, comprender y confirmar a sus hermanos, según el mandato del Señor (Lc 22,32), se ha convertido, mal que nos pese, en causa de división, prefiriendo a unos sobre otros, indulgente hacía los de afuera –el mundo- y riguroso, hasta el desprecio, para no pocos de adentro –sus hermanos-; decidiendo a su antojo, sin normas, con atropello, y todo ello bajo una capa de justicia que no se corresponde con la que de un Pontífice se espera.
“El Dios que no existe”, permite ahora que le acosen sus propios fantasmas, y cada mañana es posible comprobar cómo una y otra vez se cuelan entre sus palabras para dejar ver la verdad de su íntima persona (algo difícil de ocultar, “pues lo que hay en el corazón sale por la boca”, sobre todo si se padece de incontinencia).
Ahora, todo y todos estamos expuestos, pues quienes no supieron reaccionar y amonestar a un hombre (Papa, pero hombre al fin y al cabo) por escupir al Cielo, tendremos que sufrir y penar nuestra cobardía, como ya sucedió al comienzo de esta historia, cuando otros hombres (Apóstoles les llamamos) necesitaron de la conversión para tener el valor de proclamar lo que pensaban.
La misma conversión que el Señor exigió a Pedro como condición para guiar su Iglesia.
Tal vez bastaría con pedir perdón por escupir a quien no lo merecía… públicamente claro está, como sabemos de Pedro.
Seguro que “el Dios Católico que no existe” le perdona y le devuelve la gracia que ha mancillado en su afán protagonista.
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