Pero acá no era cuestión de limas ni de emplastos. A la Relatio, definida con razón por algunos -aun en su condición de "borrador" exhibido con sospechosa generosidad- como el documento más desgraciado emitido por la Iglesia en los dos mil años de sus existencia, en lugar de repudiarla con inequívoco rigor se le dio lo que entre nosotros y prosaicamente suele llamarse el "baño del polaco", esto es: un lavaje somero, sin mayores exigencias, como para hacerla apenas presentable a la vista de todos. Constan, en el así titulado Mensaje de la Asamblea del Sínodo sobre los desafíos pastorales de la familia en el contexto de la evangelización, pasajes tan inquietantes como los que siguen (las cursivas y los paréntesis son nuestros):
- Los fracasos [matrimoniales] dan origen a nuevas relaciones, nuevas parejas, nuevas uniones y nuevos matrimonios, creando situaciones familiares complejas y problemáticas para la opción cristiana.
- Cristo quiso que su Iglesia sea una casa con la puerta siempre abierta, recibiendo a todos sin excluir a nadie. (Ni la menor alusión a la parábola de los invitados a la boda (Mt 22, 1 ss), en la que el que asistió sin el vestido de fiesta fue atado de pies y manos y arrojado afuera, a las tinieblas)
- ...en la primera etapa de nuestro camino sinodal, hemos reflexionado sobre el acompañamiento pastoral y sobre el acceso a los sacramentos de los divorciados en nueva unión.La propuesta que debía ser definitivamente aventada, a lo que indica este último pasaje, sigue en pie. Y las inexactitudes en los términos (cosa que empece gravemente a la misión docente de la Iglesia), por supuesto que también. Caemos en la cuenta de que, pese a la resistencia que provocó la inverecunda Relatio en la mayoría de los obispos presentes (que se muestran aún moderadamente capaces de distinguir el gato de la liebre y no se dejan imponer un escabeche adulterado así no más), la lucha sigue siendo favorable a los más malos, porque no sirve oponerse al modernismo con armas liberales -esto es, con pólvora mojada.
Menos mal que salieron al ruedo algunos de los participantes laicos en la magna asamblea, como la pediatra argentina Zelmira Bottini de Rey, a reconocer que en la malparida Relatio «no fue muy feliz» la redacción de párrafos como el que sostiene (n. 50) que «las personas homosexuales tienen dones y cualidades para ofrecer a la comunidad cristiana» porque, asegún la doctora, «en primer lugar (...) se habla de personas homosexuales y, en realidad, la homosexualidad no es algo ontológico en una persona, sino que se tendría que haber dicho personas con tendencia homosexual», siendo «muy importante dejar en claro (...) que todas las personas con orientación homosexual tienen la misma dignidad que todas las personas, porque la dignidad no pasa por la orientación sexual». Era menester, para hablar claro de una buena vez, que la dignidad es, en principio, común a todos los hombres, pero que ésta se pierde, o al menos se vulnera, a instancias del pecado. Y que no hay una irrestricta admisión de todas las "tendencias" en el seno de la sociedad de los elegidos. Para no abundar en que la fumosa categoría de "personas homosexuales" empleada maliciosamente por los autores del pérfido texto está tomada literalmente del Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2359) promulgado bajo Juan Pablo II, que usa de notoria discriminación cuando en los parágrafos pertinentes no aplica la misma deferencia para con las "personas homicidas" o las "personas idólatras".
Con razón cierto político italiano se quejó últimamente de las reticencias que su partido encontraba para tratar el asunto de los "matrimonios" homosexuales: «el debate que se está sosteniendo es más bien humillante, y ciertamente no podemos permanecer un paso atrás respecto del Sínodo y el Papa». A la vanguardia de las proclamas más aberrantes: así la han dejado a la Iglesia ante la opinión pública. Capitanes de este cambio abrupto de fachada, una recua de obispos perversos con nombre y apellido; lansquenetes de los mismos sin acaso saberlo, los prelados emasculados por el post-concilio.
Cundirá ahora, a no ser que Dios nos depare un insospechado giro en los acontecimientos, un adensarse los más fétidos abusos, el desbocamiento de una demencia inclusivista sin reparos. Y el ascenso imparable de aquellos mismos prelados a los que debiera penarse con la portación del sambenito. Una agonía, en fin, que sigue prolongándose, justo cuando esperábamos del Sínodo -pese a toda la impostura de su convocatoria- la criba purificadora. Aunque ellos se quedaran con los templos.
Y es increíble el camino que hizo, como ariete de la entronización del hombre, el remozado concepto de misericordia, desde aquella vidriosa devoción de sor Faustina Kowalska hasta la manipulación definitivamente soez que Francisco procuró del término, refundiéndolo. Si la monja polaca sentó una disonancia doctrinal, haciendo de la misericordia el principal de los atributos de Dios, lo que hace a su vez a Dios ontológicamente dependiente de su criatura, que es el objeto de su misericordia (Dios debió crear necesariamente al hombre para actuación de ese atributo «principal»), la Iglesia post-conciliar, junto con la rehabilitación de este mensaje que Pío XII y el propio Juan XXIII habían colocado en el Índex, vio en la misericordia el más eficaz salvoconducto de todos los desmanes pastorales y, por ello, doctrinales, mirantes todos a la mayor gloria del hombre. Lo explica inmejorablemente Thibaud Collin: «este concepto de la misericordia se asemeja extrañamente a la tolerancia en cuyo nombre la mayoría de las sociedades civiles de Occidente han roto el amarre, en las últimas décadas, de la ley política con la ley moral. En buena lógica, la legitimación de la excepción arruina simplemente toda norma. La norma, rebautizada "ideal", ya no estorba más a la persona desde el mismo momento en que aparece como reservada para una élite. El llamado universal a la santidad proclamado por el Concilio Vaticano II se convierte en una opción entre otras. Este texto, que introduce un nuevo método, desestabiliza la doctrina cambiando su estatuto. La doctrina pastoral desconectada de la doctrina se identifica con el arte de hacer excepciones a una ley vista como impedimento de la misericordia.»
En verdad Francisco Bergoglio "achica" el concepto de misericordia al pasar por alto la tribulación necesaria para llegar a ella.
ResponderEliminarPresenta a la misericordia divina como una pastilla que debe tomarse indicada por el medico, Francisco en este caso, y por la cual sus efectos y resultados son inmediatos.
Pero por experiencia propia, Jesús no solo es Dios, sino que es un excelente medico también, ya que ofrece su perdón a cambio primero de perdonarse a uno mismo, comenzando precisamente por reconocer nuestros pecados y faltas, y nos indica, un camino angosto y pedregoso a recorrer, un por momentos insoportable "valle de lagrimas", que acaba, si resistimos en la fe, la esperanza y la caridad, en la MISERICORDIA divina.
Que comienza con nuestra muerte, no antes de ella, ya que para obtenerla, necesitamos MORIR; es decir, no hay misericordia de Dios en esta vida, sino en la otra (el Purgatorio es un buen ejemplo), y en eso falla Francisco y sus satélites: quieren dar esa misericordia como choripanes con vaso de coca; pero eso no es misericordia, es una palmadita en la espalda para mandarte a tu casa y seguir esclavo de tus pecados.
Para cerrar, recuerdo al Padre Castellani, decir que Santo Tomas decía que la justicia y la misericordia de Dios, eran caras de la misma moneda, pero que la misericordia es mayor y el no sabia como podía ser eso...pero así lo citaba.
En fin, bendiciones.
Lo de bergoglio no es misericordia es el peca fortiter de lutero y eso de perdonarse a si mismo es la muletilla de los idiotizados neocones al mejor estilo libro de autoayuda new age.
EliminarFlavio, me alegra, por la verdad y por Argentina, esto que pones de esta señora. Mas lo que no puedo compartir es lo que sacas, como ataque a Juan Pablo II y al Catecismo de la Iglesia Católica, de lo que ella dice. Es una cosa tan de Perogrullo, que me extraña que tú hayas caído en ella. Vamos a aplicar el parámetro, ¿Quieres? “No hay escritores, hay personas que, de vez en cuando, cogen papel y lápiz y escriben: escribir no es esencial a la persona. No hay ladrones, hay gente que siente amistad hacia lo ajeno y, por lo mismo, no hay amigos de lo ajeno, sino esa amistad y los que la sienten. No hay abogados, ingenieros, bailarines, prostitutas, prohombres: cada uno es, sola y simplemente, hombre; pero unos abogan, otros calculan estructuras de construcciones, otros bailan, otras se venden. ¿Cómo fue que Juan Pablo II, ese defensor de la Fe en la atribulada Polonia, cuya vida misma era un riesgo de martirio, que enseñaba a Santo Tomás, en la única universidad religiosa, de Berlín a Pyongyang, fue a caer en semejante traición a las enseñanzas de la Iglesia?”. La respuesta es sencilla: eso no tiene ningún problema, ni metafísica, ni lógica, ni gramaticalmente y, por eso, no lo tiene éticamente. El asunto de la distinción entre las personas y sus inclinaciones sexuales es nuevo, de los últimos diez años; aunque, ya hace 20 (febrero de 1994), por ejemplo, en una discusión (entre amigos) que tuve en Nueva York, mis adversarias pujaban por la aceptación de esa “identidad” y yo les respondía que nadie era definido por eso, que las personas son mucho más. Si quieres, lees este artículo de mi blog, en el que resumo lo que he leído sobre este asunto y se ponen declaraciones de líderes del lobby maledeto sobre sus intenciones políticas verdaderas: nada de “matrimonio”, eso sólo le interesa a 5 ó 6 idiotas y como a 12 soñadores, aunque sólo en lo superficial: ellos lo que quieren es, como decía aquella canción: SEX.
ResponderEliminarSobre lo de Sor Faustina: ¿tú de verdad crees que Juan Pablo II no sabía que la misericordia no es como la pinta Kasper, que Dios siente, literalmente, y que, siendo un atributo tomado quoad creaturas, sea mayor que el Ser mismo? Por otro lado, nada tiene de malo decir “éste es el mayor atributo de Dios, Él mismo me lo reveló”, si, primero, es verdad que es revelación; y, segundo y en consecuencia, eso hay que entenderlo en referencia a la acción transeúnte y a los efectos de ésta. Santo Tomás, ya lo dicen aquí arriba, lo afirmó también, en la Pars Prima, cuestión ¿20? No recuerdo, pero anda por ahí. Además, en Dios mismo, puede ser el mayor atributo: dirás “blasfemia”; yo te responderé: “no, no lo es, si de lo que se trata es de la disposición para el acto, ¿qué, que en Dios no hay ‘disposiciones’? Claro que eso hay que entenderlo de una cierta manera, pues el Poder de Dios es una COMO disposición y, en eso está el misterio de la creación: en que Él lo hizo, aunque está infinitamente ‘lleno’, en que su generosidad [misericordia, Santo Tomás dixit, en ibíd.] está en la base del existir de otros, a los que amó, conoció y benefició, en Sí, antes de su propio existir”. Finalmente, no puede andar una persona de bien y de justicia, como lo eres tú, sin la mínima sombra de dudas, comparando los párrafos 50-52 de la Relatio Post Disceptationem del reciente Sínodo, a sus autores y a su espíritu, con Juan Pablo II, no para equipararlos, para ponerlos en el mismo saco, por favor, te lo ruego: es como poner a Martini, quien odiaba a la Iglesia y a JP-II, en el mismo saco: no, no lo están, el tal Martini odiaba a la Iglesia y, por eso, odiaba a Juan Pablo II y a su fidelidad y a sus éxitos fulgurantes.
ResponderEliminarMe encontrás falto de tiempo. Espero poder responderte más en detalle. Solamente aclarar que no comparo los párrafos 50-52 del infame texto sinodal con J.P.II. Digo nada más que hay una inevitable progresión que va del latitudinarismo juanpablista (recordemos la fórmula consecratoria "por vosotros y por todos los hombres...", en uso durante los años del polaco) a los actuales desmanes en nombre de la misericordia. Sin dudas J.P.II conservaba aún una moral matrimonial católica: sus más católicas batallas las libró en ese terreno, en el del celibato, en la bioética, etc. Pero su teología ya estaba picada por el germen antropocentrista. No será ocasión ahora de recordar aquel vidrioso pasaje de la Redemptor hominis, merecedor de ortodoxa revisión, que reza que «con su encarnación, [Dios] se ha unido en cierto modo con todo hombre», muy en continuidad con la «Gaudium et spes». El ahondarse de la crisis de la Iglesia depende en buena medida de esta exaltación indiscriminada del hombre, que es el sello del Vaticano II y de la que los papas posteriores fueron sus fieles ejecutores.
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Eliminarhttp://radiocristiandad.wordpress.com/2014/10/29/especiales-de-radio-cristiandad-con-el-p-ceriani-sobre-los-ataques-a-la-familia/
http://radiocristiandad.wordpress.com/2014/10/29/especiales-de-cristiandad-con-el-p-ceriani-ultima-parte-octubre-2014/
Otrosí digo (y ya lo dice la doctora citada en la nota, y lo han señalado muchos anteriormente): hablar de "personas homosexuales" y no sencillamente de "homosexuales" induce a tomar a la tendencia desordenada como inherente al ser mismo del sujeto. No vayamos a las Escrituras, que en la época de su redacción la noción de «persona» no había sido ni siquiera asimilada por la filosofía. Pero el Magisterio, al parecer, nunca acompañó la alusión a los que incurren en cualesquier clase de impureza con el atenuante de "personas tales".
ResponderEliminarY sin merma de que de los atributos de Dios se hablará siempre de manera imperfecta, analógica (sabemos que los atributos de Dios se identifican con su mismo Ser), debe decirse que es el Ser, el ipsum esse, el principal de sus atributos (cosa que, por lo demás, debe predicarse de toda creatura). Hablar de la misericordia -aun como disposición operativa y como efecto de la caridad- como el "principal de los atributos divinos" induce a creer en la necesidad de la Creación, y en cierta dependencia de Dios respecto del hombre (si éste no hubiese sido creado, Dios carecería del principal de sus atributos, al faltar el objeto de su actuación). A mí esto me parece clarísimo, y aunque no sabemos las razones, colijo que por acá habrá venido la desautorización del culto por parte de Pío XII y Juan XXIII.
Mis cordiales saludos