El caso sorprende desde donde se lo mire, máxime cuando desde hace años la rabiosa ofensiva de los medios no ha perdido oportunidad para enlodar a la Iglesia ante cualquier traspié (real o imaginario) de alguno de sus hombres. ¿No será que derribadas las últimas barreras, los postreros reparos que la Iglesia oponía al aluvión fangoso de la modernidad, la ya muy experimentada «separación de la Iglesia y el Estado» se convirtió, como por arte de magia, en la más procaz de las coyundas? ¿No será que el declive imparable que va de la prepotente aconfesionalidad del Estado a la pusilánime aconfesionalidad de la Iglesia en pleno vigor logró que aquél, como en la Edad Media, prestase su brazo -el brazo secular- al servicio de ésta (al menos, para sacarla de aprietos)? La aplicación del maritainiano "humanismo integral", es decir, de un laicismo sin réplica eclesiástica -más aún: bendecido por la Jerarquía-, ¿suponía acaso en ambas espadas la concesión de recíprocos salvoconductos para delinquir? Si es así, los despechados espectadores de este drama con ribetes de opera buffa haríamos bien en tronar en los oídos responsables ese dictum temible, capaz de voltear mitras con su sola enjundiosa vibración:"¡devuelvan la plata!".
Habrá que llamar a comparecer a aquel viejo principio metafísico del operari sequitur esse (principio en el que debe fundarse también una moral que no se extravíe en la tiranía del consenso) para dar razón de los nauseantes crímenes del progresismo. Dicho en concreto: a la apostasía de origen no pueden sino seguirle obras de réprobos, y los desórdenes morales son consecuencia casi obvia de la pérdida de la fe. El cardenal Mejía, entreverado a sus 91 años o por acción o permisión en estos casos policiales, supo tomar parte activa en los años sesenta, a fuer de director de la revista Criterio, en aquel aparato furtivo del progresismo marxista llamado IDO-C (sigla que vale por Centro Internacional de Información y Documentación sobre la Iglesia Conciliar), según datos aportados por Carlos Sacheri en La Iglesia clandestina, aquel libro que le costó la vida. Aparte del enrarecimiento doctrinal y práctico allí fomentado para su ulterior trasvase a las diócesis de todo el mundo, es de notar la astucia con la que sus fautores operaron, dotando jurídicamente al IDO-C de carácter «aconfesional» (siendo que estaba dirigido por un sacerdote holandés y eran mayoritarios los clérigos en sus filas) a los fines de esquivar sanciones eclesiásticas. Luego vino, para el caso de Mejía, la lenta y paulatina infiltración y el seguro ascenso, según la implacable lógica de la Iglesia enrarecida a instancias de prelados como Casaroli, Bugnini et al. Un retrato convincente de este recóndito cardenal argentino y de su pérfida fisonomía moral trazado por el padre Castellani, junto con algunas notas sobre su secretario personal (que comparte con Maccarone la debilidad por los taxis) puede leerse aquí.
Un cardenal que lleva mejor su dignidad que el cardenal Mejía y afines |
Y entre paréntesis: habrán de tenerse como maravillas de la ingeniería fluvial el haber logrado que el Rin desembocara en el Tíber durante el último Concilio, y que el Tíber, a su vez, se vuelva ahora afluente del lago Titicaca.
la justicia francesa que es tan proclive a buscar criminales por el mundo como Astiz, dejando libres a sus propios ciudadanos por acusaciones similares (Aussarres, Bigeard, etc) pedirá colaboración internacional al Vaticano para esclarecer este hecho de narcotráfico totalmente silenciado en los medios de comunicación?
ResponderEliminarhttp://es.wikipedia.org/wiki/Marcel_Bigeard
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