Otro periodista que descubre América, ahora con el cabotaje inestimable de un fiscalete de provincia y con el coro de blasfemias proferidas por tantos grasientos galeotes como comentadores acuden a las noticias de los medios de prensa digitales: resulta que en el Carmelo de Nogoyá había cilicios y fustas para autoflagelarse. El tenaz apetito vejatorio no supo detenerse ni siquiera ante el absurdo, y ordenó allanamientos para encontrar los instrumentos de punición que se prescriben con profusión en los estatutos de la orden después de su reforma, desde hace más de cuatrocientos años. Para mayor sugestión de la archimaneada opinión pública, se recurrió al talismán léxico «tortura», capaz de suscitar repentinos huracanes de indignación.
La sociedad pluralista uniformó previsiblemente el juicio que la espinosa cuestión le merece: "esto no puede existir en el siglo XXI", "se trata de un resabio medieval que debe ser erradicado". ¡Sadismo! ¡sadismo! -claman los que ornan su naso o su ombligo con aretes, los adeptos a la chuza de tinta, al tatoo. Los que, encorvados por sus plúmbeos vicios, caminan como el tatoo carreta. Los mismos que fueron envenenados con sucesivas dosis del marqués de Sade disueltas hasta en la sopa: se sabe cuánto la Revolución -es decir, la modernidad- le debe a aquel endemoniado, para quien la mismísima Asamblea Revolucionaria supo proveer el oportuno calabozo, tan lejos iba en la obra de descomposición.
Y la fe católica y la práctica conventual se ven cuestionadas por una legión de fronterizos, como en esos cuadros del Bosco que exhiben el contraste entre la serena santidad de Cristo y la fealdad de la chusma circunstante. Al menos durante los primeros siglos la Iglesia tuvo que vérselas con un Celso, que compensaba su ignorancia y sus prejuicios antirreligiosos con la galanura retórica. Hoy hay que salir a explicar lo que es el ascetismo, la clausura, la reparación por los pecados ajenos a opinadores rentados, a mequetrefes metidos a acusadores, a obsesos que ven en una monjita enterrada en vida una amenaza para su satisfecha molicie.
La redada en el convento, que tiene un significativo valor como aglutinante de opiniones más o menos difundidas acerca de la inutilidad de la vida religiosa, llega como para remachar la apostasía colectiva (empleamos el término, como es justo hacerlo, en alusión a la prevaricación de todos aquellos que gozaron al menos del bautismo. Con más razón cuando se despreciaron mayores auxilios recibidos). Llega, decimos, para demarcar, como la raya de Pizarro, uno y otro rumbo contrapuestos: o al Cielo o a perderse. De allí la impropiedad del término «neopaganismo» para aludir a la deserción espiritual hoy vigente. Es de creer que la revelación primordial -por muy corrompida que estuviese a instancias de siglos de caminar de espaldas al Edén- se conservara en los lejanos siglos precristianos bajo la especie de algún resabio, lo suficiente para alentar la espera de «Aquel al que las islas esperan». Una esperanza informe, carente de la gracia habitual, pero una eficaz fuerza motriz que fue correspondida en sus mejores impulsos y que, ya cumplida la Redención, no podía sino perderse luego de perdido el inestimable don de la gracia por la defección criminal de nuestros días. Las sociedades descristianizadas perdieron tanto los efectos de la Redención como los vestigios de la revelación primera.
La apostasía no viene como por un alarde prometeico, por una especie de vigor culminante en hybris, como lo querían los adversarios de la Iglesia desde los albores o incluso los pródromos de la Revolución. La apostasía llega por infamante superficialidad, por el hábito de deglutir imágenes y palabras fatuas, por la abrumadora colección de vaciedades que el hombre contemporáneo -salvo heroico conato en contra- se ve compelido a incorporar. Por la concupiscentia carnis, concupiscentia oculorum et superbia vitae, en los más ordinarios de los términos. Se ha dicho mil y mil veces que la apostasía -personal o colectiva- llega por el ruido incesante y la falta de silencio interior. Contra la estólida tesis evolucionista (contra el evolucionismo histórico o progresismo), hoy se impone una vuelta a una «eterna Edad de Piedra», como la llama Martin Mosebach: la recuperación de una sensibilidad capaz de reconocer la forma que anima a la materia, de admitir al sacrificio como «arquetipo de toda acción» y de conformarse a la inexpugnable alteridad de todo lo real. Se trata de esto o del espíritu moderno, tan bien sintetizado por Sartre en su triste apotegma: l'enfer sont les autres.
La apostasía no es broma, ni es una fatalidad que llega contra las intenciones del sujeto. La Carta a los Hebreos, escrita con ocasión del peligro judaizante pero perfectamente aplicable a nuestros occidentes días, no se cansa de exhortar a su respecto: «debemos adherirnos con más diligencia a las enseñanzas recibidas, no sea que marchemos a la deriva»; «¿cómo podríamos escapar si descuidamos tan gran salud?»; «tememos que mientras sigue en vigor la promesa de entrar en el reposo del Señor, alguno de vosotros piense no conseguirla». Y luego, para más explicitar: «es imposible para aquellos que una vez fueron iluminados, que gustaron el don celeste, que fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, que saborearon la dulzura de la palabra de Dios y las maravillas del mundo venidero, y que a pesar de todo recayeron, renovarlos segunda vez por la penitencia, ya que de nuevo crucifican por su cuenta al Hijo de Dios y lo declaran infame», pues «si pecamos deliberadamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda sacrificio alguno por los pecados sino una terrible expectación y el ardor vindicativo del fuego que consumirá a los rebeldes».
La apostasía (literalmente, la acción de ponerse «lejos de» o «en contra de» Dios) deviene, así, de la inanidad del juicio, y su gran peligro estriba en que ahoga esta facultad humana de raíz, haciéndola en adelante incapaz (salvo un verdadero milagro de orden moral) para retomar el camino perdido. La conversión del apóstata es más prodigiosa y, por ello, más improbable que la del que permanecía en la ignorancia de las verdades necesarias. La apostasía, aparte de suponer una traición, expresa un juicio contra Dios, a quien se reputa menos deseable y digno que las cosas. De ahí la acerbidad de la mirada que se vuelca sobre la religión, teniéndola por impracticable y amarga.
De nada sirve apelar a la prosa alada de santa Teresa de Ávila y a la poesía de san Juan de la Cruz, de una intensidad lírica señera en nuestra lengua: las disciplinas de los carmelitas, que aquellos practicaron con frutos tan patentes y sabrosos, será tenida por las miríadas de necios de nuestra hora como asunto de patología psíquica. En su lugar, cundirá la enésima apelación a una alegría sin espesor, como si las guerras y las devastaciones modernas no hubieran sido suficientes para disuadir a nadie acerca de las presuntas bondades del puro naturalismo a cuyos brazos se arrojaron enteras sociedades.
Que la pacatería progre lo tenga por muy cierto y comprobado: la nuestra es una religión tremenda y sobrecogedora, tanto para augurar un «todo o nada» irrevocable y sin descuentos. Y que se entere alguna vez de que la alegría del apóstata resulta de una superficialidad sólo comparable a la de su juicio. La muerte y el despojo golpean a cada instante a la puerta de esta alegría, que es una fuga mientras le queden piernas, y que más tarde o más temprano alcanza a contemplarse con horror en toda su vertiginosa vacuidad, allí cuando el mal es conocido ya sin aliños, cara a cara en su aterrorizante desnudez. Cumplido entonces todo el daño que a la paciencia del Altísimo plugo soportar, ahora el juicio invierte sus papeles, y el Juzgado se constituye en Juez. Terrible cosa es caer en las manos del Dios vivo.
Impecable su comentario.
ResponderEliminarCuando acontece la Gran Apostasía, es de suponer que las dos Bestias ( el Falso Profeta y en Anticristo ) andan por ahí. Si es que ya no están.
Excepcional artículo (prosa recia, recto discurso), profundo y clarividente, como todos los suyos.
ResponderEliminarUn saludo.
Acertadísimo y brillante artículo, como nos tienes acostumbrados.
ResponderEliminarCasi valdría la pena colocar el enlace de tu artículo en cierto blog para que vean como hay que enfocar ciertos temas. Hay maneras y maneras...
Un abrazo amigo Flavio.
Brillante, mi estimado Flavio. Del estiercol sabe Dios sacar perlas...
ResponderEliminarArtículo impregnado de la furia sagrada que Usted tan certeramente evoca en el desenlace, y de la cual esta jauría de energúmenos salida del Averno no podrá escabullirse cuando llegue la hora de Dios y resuene la trompeta anunciando la gloriosa manifestación del Dies Irae...
La maldad que impera en nuestro país es, literalmente hablando, de pesadilla, y se ha vuelto, lisa y llanamente, indescriptible...
En fin, no para todos, ¡a Dios gracias!
http://catolicosalerta.com.ar/bergoglio04/2016-08-15_conf-bergoglio.html
¿No habrá estado bergoglio detrás de esta persecución?
ResponderEliminarPara los que dicen que Dios saca bien del mal, esta es la Doctrina correcta. A ver si por fín rectifican su torcida forma de pensar, que es bastante chocante.
ResponderEliminar--- - - - >>
LECTURA BREVE Rm 8, 28-30
Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio. A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito de muchos hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó.
????
EliminarSeñor blogger... no ha encontrado una chaveta por ahí?
El blog que no te la cuenten también escribió algo al respecto bastante bien enfocado.
ResponderEliminarPerdón... ¿Cómo dice?
Eliminar¿Bastante bien enfocado? o ¿Frivolamente enfocado?
Decir esto trás leer el artículo de Flavio, uno piensa que no distingue un huevo de una castaña.
Flavio permite que se burlen de la Palabra de Dios ¿de que le sirve escribir bien?
EliminarAnónimo obsesionado con la coprofagia: pare un poco con la coprolalia. No admito publicar una metralla de comentarios injuriantes, y menos cuando se opone con tozudez un pasaje paulino (que no niega nada) al extendido adagio de que "Dios saca bien del mal". Revise su catecismo si esto le disuena tanto. Y recuerde el agustiniano "o felix culpa".
EliminarMe alegra que aún sigas vivo y dispuesto a utilizar tus dones (algo que sólo dá Dios) para hablar y denunciar lo que estamos sufriendo. Lo que expones es tan certero cómo brillante, pero para los sordos de entendederas, los empecinados y los abyectos baste decir lo que repetía mi abuela: ¡a quién Dios se la dé, San Pedro se lo bendiga!... después seguía con sus rosarios y entraba en su mutismo.
ResponderEliminarMi abuela ya se murió, pero algunos creen que van a estar aquí toda la vida... ¡que Dios nos coja confesados!, este fue su último consejo. AMEN.
Excelente el artículo. Hay algo que me deja un tanto perplejo ante las características tan bien descripta de esta apostasía actual, y que creemos última (con Pio X, Castellani, Benson, y tantos más). No tiene la hybris, como dice Ud., Don Flavio. Aunque odian lo santo, están tan limados que sus acciones se canalizan por un twitt, un like en Facebook o un comentario estulto en una noticia de LaNacion.com.
ResponderEliminarComparado a la destrucción que provino de la Reforma (alemana e inglesa), en los hechos esto parece un juego de niños. El resultado de este caso de Nogoyá es un expediente judicial. Mientras que en siglo XVI, según Mosebach:
“Cortan y hachan como si estuvieran en un bosque, destruyendo indiscriminadamente altares y pinturas” Así se quejaba Martín Lutero, escuchando los excesos de iconoclasia impulsados por los sermones inflamatorios de su antiguo protegido Andreas Bodenstein de Carltadt. Lutero, sin embargo, no estaba exento de culpa por la iconoclasia de 1521 y 1522, que fue seguida por los Calvinistas en otras muchas instancias. Estaba horrorizado cuando cayó en la cuenta de lo que sus escritos habían hecho. Podemos ver lo que fue la destrucción de imágenes en un reporte contemporáneo a la destrucción del Monasterio de Reinhardsbrunn, el lugar de sepultura del Conde de Thuringia.
“La malicia más desenfrenada se desató sobre el monasterio. Con manos sacrílegas, el pueblo rabioso rompió los veintitrés altares con sus preciosas tallas, esculturas e imágenes santas, porque eran objetos de veneración católica de los santos; los arrojaron al fuego, desgarrando y haciendo jirones los riquísimos revestimientos de los altares; destrozaron los tres órganos y las doce campanas, repartiéndose entre ellos cualquier cosa que encontraban útil. Vaciaron la hermosa jarra que contenía los santos óleos y los vertieron en el piso desparramando también las hostias del Santo Sacramento. En su frenesí, arrancaron a los santos de sus nichos y los destrozaron a pisotones.”
A esto siguió la profanación de tumbas y una gran quema de libros: la biblioteca de manuscritos del monasterio se consumió en las llamas en su totalidad."
A lo que voy, lo que me deja perplejo, es que las consecuencias de la apostasía actual parecen mucho menos grave que las descriptas en los párrafos anteriores. Cuando, a estarnos a las profecías, deberían ser mucho más graves.
Vladimir
Es cierto que las redes sociales y los comentarios en La Nación son, a la postre, un lenitivo para la tirria que estos desgraciados cultivan. Un desahogo incruento. Lo que no obsta para que algún día, suficientemente instalada la aversión a Cristo por vías tan inocuas, se logre pasar al golpe de hacha y de guadaña sin excitar mayores escrúpulos. El tiempo dirá.
EliminarPero puede ocurrir también que el avance sobre la Iglesia se cumpla como por una asfixia progresiva, aspirando a su extinción sin dejar rastros: sin dudas esto es lo que estamos viviendo. Un rechazo sordo, sin estridencias, a lo sumo con asaltos judiciales aplaudidos por turbas babeantes.
Que mala costumbre de llamar reforma a lo que hizo lutero y encima con ere mayúscula.
EliminarVladimir:
EliminarA mí, en cambio, no me extraña nada, y es prueba de la apostasía general actual. La diferencia es que en la época de Lutero y demás herejes protestantes el pueblo llano ERA católico. Tenían que practicar violencias y sacrilegios para erradicar la fe... y lo consiguieron en dos generaciones, en gran parte gracias al principio «cuius regio eius religio», que permitió a los príncipes reprimir con total impunidad todo rastro de religiosidad católica.
Ya no hace falta, a la gente la tienen en su bolsillo —en gran parte por la autodemolición y rendición de la Iglesia al mundo—, y los tweets y demás sirven de inóculo, de recordatorio consolidador. Además, la apostasía tiene en sus manos los medios de incomunicación.
http://www.ellitoral.com/index.php/id_um/135580-hermano-de-una-excarmelita-ratifico-los-tormentos-y-castigos-en-el-convento-en-nogoya-entre-rios
ResponderEliminarQUE ARTEROS
defección criminal de nuestros días..
ResponderEliminarno hay que echarle tanto la culpa a la gente, dicen algunos que el tercer secreto de Fátima menciona la apostasía desde el vértice de la iglesia, esa parte del secreto que al vaticano no le conviene que se sepa, defección criminal fue en todo caso la de woytila y cia...genocida de almas.
https://youtu.be/6o0IoPMBLIc
EliminarNuestra Señora del Buen Suceso en Ecuador señala que más atrae el castigo los malos religiosos que la gente común a partir de 1:14:00
https://youtu.be/eCnXOSWpdoI
ResponderEliminarminuto 8:30
el mismo vaticano dos propendió a que los Estados adapten su ordenamiento civil a la libertad religiosa.
A propósito del " " tercer secreto de Fátima " ¿ a quien tenemos que creer ...?...
ResponderEliminarJuan
A el libro la última batalla del diablo, Juan.
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