jueves, 21 de diciembre de 2017

CUANDO LOS PECADORES TIRAN LAS PRIMERAS PIEDRAS

“Y si lo hirió con una piedra en la mano, por la cual pueda morir, y muere, es un asesino; al asesino ciertamente se le dará muerte”.
                                                    Números, 35,17

por Antonio Caponnetto


En tanto los hechos, por su propio peso, se tornan evidencias, escaso o nulo es el margen que queda para la duda. Todo se vuelve certidumbre válida.

-Es evidente que Macri tiene tres ciudades paradigmáticas que guían su gestión gubernativa. Cartago, Sodoma y Sión. En la primera –según nos lo dice Aristóteles en la Política- se valoraba más la riqueza que la virtud. En la segunda, los pecados contra natura eran política de Estado. La tercera es el símbolo de la Sinagoga rampante. Símbolo y garantía a la vez del destronamiento intencional de Jesucristo. Menos la Civitas Dei, todo remedo babilónico dará la medida de su polis ejemplar.

-Es evidente que, para sus opositores, las tres ciudades poseen el mismo encanto; y que la materia que los diferencia ocasionalmente no es el funesto abanico de las predilecciones, sino el que puedan ser los regidores de aquellas urbes siniestras o sus meros secuaces. Idolatran sustantivamente lo mismo porque son lo mismo. Se pelean por la alternancia en los puestos de madame o de ramera, pero todos trabajan para el éxito del mismo lupanar.

-Es evidente que las izquierdas, con sus tentáculos múltiples, hacen ostentación de actos vandálicos, criminales y delictivos, cada vez que se les ocurre; demostrando que la gimnasia terrorista sigue siendo su apuesta, su fuerte y su curso de operaciones preferido.

-Es evidente que nadie se atreve a llamar al accionar de esas izquierdas por su verdadero nombre: Revolución Marxista; y hasta se comete el delirio semántico de acusarlas de fascistas por una supuesta obstaculización que ejecutarían del institucionalismo regiminoso.

-Es evidente que las principales testas crapulosas del oficialismo –del de hoy y del de ayer nomás- utilizan a las fuerzas armadas y de seguridad como meros fusibles, para que sobre ellos se descargue todo el odio y la vesania de esas izquierdas pluriformes pero unánimemente asesinas. La consigna emanada de los más altos poderes políticos es que los garantes de la seguridad permitan la consumación de los más graves actos delincuenciales, antes que osar la conjugación del verbo prohibido: reprimir. Y que permitan ser apaleados a mansalva antes que atreverse a conculcar el derecho humano al desmán que posee, de mínima, todo miembro de las troikas nativas.

La orden de la lenidad para los cien rostros del salvajismo rojo, se cumple a rajatablas. Su triste consecuencia inmediata también: destrozo de vidas y de bienes, escarnio del orden y victoria del caos. La sangre de un policía o la herida de un gendarme se vuelven invisibles. La más superficial magulladura de un forajido será tenida ipso facto por genocidio. Un vulgar piropo callejero es ahora violencia de género. Lapidar a mujeres uniformadas es protesta social. Los mismos que gritan ni una menos, tienen permiso para usar de blanco mortal a las mujeres de las fuerzas públicas.

-Es evidente que la Iglesia en la Argentina –que acaba de llevar en andas y en olor de multitud a dos representantes episcopales de la clerecía villeril, ideologizadora del resentimiento y del rencor del lumpen- ha tomado partido por el progresismo; herético en lo teológico, subversivo en lo político, insurreccional en lo social y desquiciado en todo. Del Cardenal Primado para abajo, la casi totalidad de los pastores son funcionales, ya no a la apostasía, que es la máxima expresión de su infidelidad, sino al programa revulsivo de las izquierdas dominantes. Su declamada opción por los pobres, no es porque les importe de ellos el bienestar ordenado al Reino de Dios, sino la rebelión social permanente.

Bergoglio –en quien se cumple el neodogma de la infalibilidad para el mal- sólo le ha insuflado un tinte más ramplón y plebeyo a este cuadro literalmente apocalíptico, pero no lo ha inventado. Su culpa, seamos francos, es atizar hasta el escándalo los carbones del averno, pero el averno ya estaba funcionando hace rato. De todos modos, en el campeonato de los renegados difícilmente le emparde alguno su puesto en la avanzada.

Y así podríamos seguir enunciando evidencias, tan palmarias cuanto desgarradoras. La llamada “batalla del Congreso” o “De las piedras”, acaecida el pasado 18 de diciembre, quedará como cifra y epítome de esta patencia de la iniquidad sin freno.

Lo que, por culpa del lavado de cerebro colectivo, del pensamiento único dominante y de la execrable corrección política, no se quiere tornar evidente, es que todo esto que ocurre se llama democracia. Se llama triunfo de la mitad más uno, dictamen del sufragio universal, imposición de la deificada soberanía del pueblo, vigencia plena de la partidocracia, constitucionalismo de cuño iluminista, tripartición del poder, representantes del pueblo y todo el repertorio de vejámenes al bien común, fraguado en el aborrecible molde del liberalismo.

Sí; lo diremos hasta con nuestro último aliento: la gran culpable es la perversión democrática; intrínsecamente endemoniada, inherentemente pérfida, connaturalmente enferma y nefanda. Toma entre nosotros, rotativamente, los nombres ruines que se han vuelto infamemente familiares: peronismo, radicalismo, socialismo o macrismo, lo mismo da. En sí mismos y en sus caciques son la nada absoluta, la fraseología insustancial, la praxeología aterradora, el activismo oportunista, la corrupción generalizada. Pero en tanto rostros y brazos rotativos de la perversión democrática, su enemistad con la salud de la patria se vuelve absoluta.

Que todavía haya supuestos amigos o próximos que no se den cuenta, sólo prueba la eficacia de aquel mentado lavaje de cerebro. Pero que haya otros, capaces de quebrar lanzas por la justificación del sistema imperante, ya no es simple miopía sino culposo contubernio. Son los católicos libeláticos y los argentinos perduéllicos. Libeláticos eran llamados los creyentes cobardes, que para evitar las persecuciones de los poderosos de la tierra, bajo el imperio romano, procuraban tener un libellus o certificado de que habían echado incienso a los dioses. Perduéllicos, en el mismo horizonte cultural romano ya mentado, eran los enemigos internos de la nación. Se lleven ambos grupos nuestro mayor desprecio. Unos y otros, de consuno, trabajan para probar la licitud y la conveniencia de legitimar la inserción en el sistema democrático. Que es trabajar para legitimar la conculcación del Decálogo.

Nuestro Señor enseñó, para ejercitar un acto real y concreto de misericordia, que el que estuviera libre de pecado arrojara la primera piedra a aquella desdichada mujer adúltera. Y apaciguó la iracundia del fariseísmo. Hoy, la hez de los pecadores y viciosos, de los crápulas e indecentes de la peor ralea, de los que no se diferencian en nada de una náusea o de un esputo, han invertido el mandato de Cristo. Sus piedras arrojadas a mansalva y con la anuencia despiadada de todos los poderes políticos, claman al cielo pidiendo justicia.

En esta nueva Navidad doliente, se nos conceda la gracia de ser los artífices de aquello que imploró y que prometió Isaías (9,10): “Los ladrillos han caído, pero con piedras labradas los reedificaremos; los sicómoros han sido cortados, pero con cedros los reemplazaremos”.

Que otros tengan vocación de sufragistas, de congresales, de demócratas con encuestas al tope y estadísticas a favor; de módicos funcionarios del macrismo, del peronismo u otras subpurulencias derivadas. Se sumarán al infierno.

La patria necesita varones y mujeres con vocación de cedro y de piedra labrada. Se sumarán a ese paraiso, joseantonianamente concebido, con ángeles portadores de colosales mandobles en los aguilones de la puerta.

2 comentarios:

  1. ¿Isaías nueve diez hablará del cedro de la Cruz?

    El venerable Beda (santo y doctor de la iglesia, siglo VII) sostenía que la cruz estaba formada por cuatro diferentes tipos de madera: la inscripción (Titulus crucis) de boj, el madero vertical (stipes), de ciprés, travesaño (patibulum) de cedro y la parte por encima de la inscripción, de pino. Otros autores bajaban a tres y el tipo de maderas podían ser varias. En cualquier caso, en la Jerusalén del siglo XII, el hecho de que la cruz estuviera formada por diferentes tipos de madera era una convicción generalmente aceptada.
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    Según la leyenda medieval de Adán y Eva, no es una ramita la que el arcángel da a Seth, sino tres semillas: de cedro, de olivo y de ciprés, que simbolizan al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, respectivamente, para que los pusiera debajo de la lengua de Adán. De estas semillas nacieron tres ‘varas’, que duraron hasta la época de Moisés quien, mientras guiaba al pueblo de Israel hacia la tierra prometida, fue exhortado por el Espíritu Santo para que cortara las tres varas nacidas de la boca de Adán y las llevara consigo.

    Así lo hizo. Las envolvió en un lienzo blanco y muy pronto descubrió que hacían milagros: curaban enfermedades y de las mordeduras de los animales venenosos y otros milagros para demostrar la potencia de Dios padre. A pesar de ello, los hijos de Israel no sabían reconocer la potencia de Dios. Luego faltó el agua y Moisés, con las tres varas, la hizo brotar de una piedra, pero ni siquiera entonces el pueblo de Israel glorificó a Dios. Así que Dios, enfadado, le dijo a Moisés que nunca entraría en la tierra prometida. Llegó al Valle de Hebrón, plantó las varas y murió poco tiempo después.

    Las varas permanecieron en aquel lugar durante mil años. Hasta el reino del rey David. Éste, que había sido avisado por el Espíritu Santo, fue al Valle de Hebrón, cogió las varas y las llevó a Jerusalén. Tocando con ellas a los enfermos los curaba y David, viendo tantos milagros, las mandó poner en una cisterna donde permanecían vigiladas día y noche, cerca de su torre. Y allí se quedaron durante 30 años y se convirtieron en un bellísimo cayado. Luego vino Salomón y quiso utilizarlo para la construcción del templo.

    Y aquí la historia se vuelve a unir con la retomada por la Leyenda Dorada. Como decíamos, Salomón quiere utilizar esta madera para la construcción del templo, pero ésta parece tener vida propia y, en pocas palabras, se rebela como si fuera la utilizada por Gepetto para dar vida a Pinocho.

    Así que la pusieron sobre el río Kedron para servir de puente. En este lugar tiene lugar el encuentro entre la reina de Saba y Salomón. En ese momento la reina de Saba tiene una visión: aquél madero será utilizado para matar al Mesías y los judíos serán por ello castigados con la destrucción del reino de Israel. Por lo tanto, en vez de pasar sobre el tronco-puente, se arrodilla para adorarlo. Salomón, asustado, manda enterrar aquél madero ‘en las profundísimas vísceras de la tierra’.

    Y cuando todo parece olvidado, después de mil años, el tronco reaparece en la piscina probática o de Bethesda (excavada donde había sido enterrado el madero), que era utilizada por los judíos para lavar a los animales antes de su sacrificio y donde de vez en cuando bajaba el arcángel Miguel, removía sus aguas y esto hacía que el primer lisiado que entraba en la misma se curase (Jn 5,2-4). Pero el milagro ocurría también por la presencia del tronco. Los judíos ven el tronco flotar y deciden utilizarlo para hacer la parte horizontal de la cruz de Cristo. Y en esa ocasión, el madero no se rebela, porque finalmente podrá cumplir su misión.
    https://reliquiosamente.com/2017/03/20/de-que-madera-era-la-vera-cruz/

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