lunes, 12 de noviembre de 2018

LETRINA DE INTERNET

por Juan Manuel de Prada
(fuente aquí)

En su ensayo sobre Tiberio, Gregorio Marañón señala que, siendo muy parecido al odio y a la envidia, el resentimiento es mucho más nocivo para quienes lo padecen. Pues el odio o la envidia, aunque son pasiones igualmente nefastas, tienen una proyección estrictamente individual (se odia o envidia a una persona en particular) y, por lo tanto, invaden tan sólo una parte del alma (y, si desaparece el motivo del odio o la envidia, el alma puede restablecerse). En cambio, el resentimiento es una pasión más nebulosa o impersonal, que se dirige con frecuencia contra el mundo entero; pues el resentido no se considera agraviado por tal o cual persona en concreto, sino por una confabulación de circunstancias que convergieron en su fracaso. Y, así, el resentimiento gangrena el alma por completo, teniendo una curación más ardua y dolorosa. Marañón no niega que un resentido pueda liberarse de la pasión que lo destruye, pero reconoce que tal curación exige un empeño de perfeccionamiento moral mucho mayor que cualquier otra pasión perniciosa.

Uno de los recursos más habituales del resentido –nos explica Marañón– es la redacción de anónimos. «Un anonimista infatigable que pudo ser descubierto, hombre inteligente y muy resentido, declaró ante el juez que al escribir cada anónimo ‘se le quitaba un peso de encima’», escribe. Naturalmente, la percepción de este ‘anonimista’ era errónea; pues la escritura de anónimos alimenta siempre el resentimiento, que como la adicción a las drogas necesita de constantes rendiciones que el drogadicto experimenta eufóricamente como si fuesen alivios… que no hacen sino derrotarlo más. Siempre ha sido hábito del resentido –«calumnia, que algo queda»– recurrir a los anónimos injuriantes, que le brindan un momentáneo desahogo a la vez que gangrenan cada vez más su alma. Y siempre ha sido hábito de las sociedades saludables perseguir y combatir los anónimos, que no hacen sino envilecer el ambiente espiritual de la época. Así ocurrió, al menos, hasta la nuestra, en la que los anónimos han encontrado no sólo protección y estímulo, sino también legitimación, a través de la tecnología.

¿Qué son, sino resentidos, esos trolls que infestan las redes sociales, los foros de discusión virtuales, los comentarios de las noticias publicadas por los medios digitales? Se amparan en el anonimato para disparar insidias, ofensas y zafiedades, dicen que con una intención «provocadora»; pero a todos los guía el resentimiento más aciago, a veces expuesto desnudamente a través del exabrupto, a veces disfrazado con los andrajos de un patético gracejo (que, sin embargo, otros trolls celebran como si fuese un rasgo de ingenio). Millones de cuentas en las redes sociales están dedicadas a la difusión de anónimos biliosos que, a su vez, otros resentidos difunden, en una marea de orgullosa y solidaria satisfacción. Y no hay más que asomarse a los comentarios que ilustran, a modo de gargajos, cualquier noticia o crónica periodística publicada en un diario digital para enfrentarse a un hormiguero de inmundicia rencorosa. Sabemos que interné es una letrina de resentimiento, pero hemos llegado a aceptarlo como si tal cosa. Nadie se detiene a considerar que todo ese vómito de bazofias dictadas desde la oscuridad del anonimato está delatando una grave enfermedad social de muy difícil cura. Más bien parece aceptarse que esta forma de envilecimiento colectivo fuese inevitable, incluso… conveniente.

A veces, conversando con personas habituadas a desenvolverse en estos ámbitos de inmundicia, he llegado a la conclusión de que conviene a nuestra época una letrina donde los perversos, los fracasados y los descontentos puedan desahogarse. Conviene que una multitud creciente de personas con conciencia de agravio (a veces fundamentada, a veces imaginaria) tenga a su disposición un desaguadero que disminuya su peligrosidad. Conviene, en fin, que interné sea una jaula de monos agitados que gritan hasta quedarse afónicos, ensordecidos por el tumulto ambiental. Pero esta solución, amén de ingenua, nos parece repugnantemente cínica. Pues el resentimiento nunca se ‘desahoga’, sino que queda preso al fondo de la conciencia, donde incuba y fermenta, infiltrando todo nuestro ser; y acaba siendo el motor de nuestras acciones, hasta convertirnos en alimañas. Que es lo que terminará ocurriendo, si no reaccionamos: construiremos una disociedad sin lealtad ni amor, un enjambre de alimañas heridas, prestas a lanzar su dentellada. Pero quizá esto también convenga a quienes permiten que interné sea una letrina del resentimiento.

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[Nota del blog: estas consideraciones del autor, aplicables a cualquier ámbito, ¡cuánto más tendrían que ser consideradas por aquellos católicos que olvidan a menudo lo que el Señor advirtió respecto del quinto mandamiento y sus exigencias conexas: quienquiera que tome ojeriza con su hermano, merecerá que el juez le condene. Y el que le insulte, merecerá que le condene el concilio. Mas quien lo ofenda gravemente, será reo del fuego del infierno (Mt 5, 22)! El troll católico es una auténtica contradicción en los términos, ya que supone una demente confianza en los medios técnicos usados para injuriar a otros sin riesgo de ser descubierto -como si Dios no observara todo cuanto hacemos, incluso a fuer de anónimos. Supone la idolatría de la fuerza o de su símil, tal como ésta logra encarnar en sujetos impotentes estimulados por el magnetismo de una pantalla. Combatir el modernismo y sucumbir a un tiempo a esta modernísima patología (que hunde al psiquismo en el abismo de la manía y de la psicosis, y que puede comprometer la salud del entero organismo sobrenatural del sujeto) equivale a vivir en la dualidad y la mentira. Un buen director espiritual debiera sencillamente prohibirle el uso de la internete a su dirigido que incurre en estos desórdenes; para su desgracia, es harto probable que el troll no cuente con el auxilio de un director ni lo busque, ya que la internete suele ser para él su consejero y aun su sacramento super omnes.]           

6 comentarios:

  1. A primera vista todo parece estar correctisimo.
    Todo parece ser totalmente compartible.
    Lamentablemente "parecido" no es "igual".
    Concedo que capaz que llega a ser "casi igual"
    Eso si; algunas reflexiones en forma de interrogantes:
    Para aproximarnos a la verdad de los hechos, sucedidos o a suceder,¿es obligacion recurrir solo a las fuentes tenida por "cuarto poder"?
    ¿O a "jerarquias" detentadoras de, como decia el triste Sarmiento,de tantas "inexatitudes a designio"?
    ¿Se debe renunciar a todas (y todas es todas) las posibilidades reales que coloca a nuestro alcance la tegnologia?
    Siendo toda forma de "trolismo" una practica condenable ¿anula sin mas todo transitar en busqueda de la verdad; con el solo fin de no caer en los "engaños" propios de la manipulacion espurea?
    Y por ultimo ¿Se tragara sus "gargajos" el distinguido habitue de la "letrina" a la que acude con su "limpida" presencia?
    Racionalmente lo expongo y espero racional respuesta; en el sano discernimiento de que no son las "herramientas" las malas en si; sino la torpeza de su gestion improcedente.

    Gracias (rogando "perdon" po constituirme en humilde "anonimo").


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  2. Ladaria, los obispos argentinos y el travestismo
    TRAS UN PAR DE AÑOS DE ESTUDIO Y REFLEXIÓN, LLEGÓ EL MOMENTO DE TRATAR UN TEMA QUE NO PUEDE PASAR POR ALTO, PUESTO QUE SUS PROTAGONISTAS ESTÁN MÁS EMPINADOS QUE NUNCA EN EL GOBIERNO SIN TIMÓN DE LA IGLESIA CATÓLICA.

    Por INFOVATICANA | 12 noviembre, 2018
    Los hechos son así: en 2013 la Conferencia Episcopal Argentina dio a conocer a sus sacerdotes un insólito documento; era una propuesta que incluía el modo de inscribir en los libros parroquiales los bautismos, confirmaciones y primeras comuniones que fueran conferidos a travestis y transexuales adultos, y con independencia de las características físicas y morfológicas, así como de la vestimenta que utilizasen en la misma ceremonia litúrgica.

    Este documento, y sus propuestas concretas, todas inspiradas en un positivismo que avala en plenitud a la ideología de género, fue alabado explícitamente, entonces, por quien fuera Secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Monseñor Luis Ladaria, quien por carta a Monseñor José María Arancedo, presidente de la Conferencia de Obispos de Argentina, dijo: “Este documento podrá ser de gran utilidad para la acción pastoral para la cual ha sido pensado” (cfr. Carta del Secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Mons. Luis Ladaria, al Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, Mons. José María Arancedo: Roma, 7 de abril de 2014, Protocolo 511/1956-46257).


    https://infovaticana.com/2018/11/12/ladaria-los-obispos-argentinos-y-el-travestismo

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  3. El comentario podría ser aceptable si tomase en consideración otras cuestiones relacionadas con Internet. Primero en Internet el anonimato no existe, si no se busca. Internet no es más que una base de datos inmensa. Y al igual que los ecos de la palabra en el CNC o en las sesiones de psicoterapia son un arma de doble filo. Por un lado nos permiten proyectar nuestras opiniones con facilidad, pero por otro lado proporcionan información al enemigo sobre muchísimas cosas: nuestro estado de animo, nuestras motivaciones, nuestros valores. Y todo ese caudal de información que es inmenso se convierte en botín de aparatos de búsqueda de información mucho más poderosos que Internet y que están en manos de gobiernos y grandes compañías. Estos datos pueden nutrir incluso programas de inteligencia artificial sobre los que aún se sabe poco. Sí el resentimiento puede ser un motivo para el anonimato, pero posiblemente no sea el único. Téngase en cuenta que en la sociedad de nuestro tiempo Internet se usa para muchísimas cosas. Para buscar empleo, pero también para selección de personal. Y el seguimiento psicológico de una persona a lo largo del tiempo se convierte en una violación del derecho a la intimidad y a la libertad. Cualquier conversación de bar queda colgada en la red y vuelve al cabo de los años como un bumerang aunque no tenga nada que ver ni con el contexto que la origino ni con el contexto en la cual pretende utilizarse. ¿De verdad cree que el resentimiento y el fracaso es el único motivo del anonimato en Internet?

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    1. Es muy cierto lo que Ud. dice. Sólo que no veo que el autor aduzca como único motivo para el anonimato el resentimiento: en todo caso, señala cómo el anonimato sirve a desahogar (que no es sino a alimentar) ese resentimiento. Habla, en todo caso, de una causalidad inversa a la que Ud. señala: no del resentimiento como motivo sino del anonimato como ocasión.

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  4. siempre tengo dudas de si realmente los comentarios son anónimos o el dueño del blog tiene manera de conocer el nombre real del comentarista. Por lo demás, en muchas páginas no hay manera de comentar anónimamente, se debe poner el gmail, aunque luego se use un pseudónimo, A lo que voy, cuando está la posibilidad del anónimo...

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    1. En lo que a mí toca, que tengo tantos conocimientos de informática como de numismática aborigen, le diré que no tengo manera de conocer el nombre del comentador. Entiendo que los peritos en estas gélidas artes pueden obtener el número de ID (que le dicen) del que comenta, y quizás de allí rastrear sus datos. Pero, como Sócrates, sólo sé que de esto no sé nada.

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