martes, 3 de marzo de 2015

¡AY DE MÍ SI EVANGELIZARA!

Imitándose tresdobladamente a sí mismo, haciendo uso de una fraseología ramplona y previsible que no tiene nada que tributarle a ese «Dios de las sorpresas» revelado en la pensión de Santa Marta, Francisco instruyó a los obispos norteafricanos acerca de cómo arrostrar el avance de los terroristas islámicos: se trata de acoger a todos “amablemente y sin proselitismo”, demostrando que son “una iglesia con las puertas abiertas” capaces de alentar el diálogo ecuménico e interreligioso con el Islam para contribuir “a un mejor conocimiento mutuo”. Incurso en el llamado error socrático, consistente en explicar toda maldad como ignorancia (error ahora agravado por la materia de la culpa, cual es la persecución y muerte de quienes representan a Cristo a los ojos de los infieles), abundó que es “el desconocimiento [...] la fuente de tantas incomprensiones, e incluso de enfrentamientos”, perífrasis ésta que vale por degüellos y crucifixiones masivas.


Justamente por estos días se difundía la editorial de una valiosa revista digital, Radicati nella fede, que señalaba que «no será la religión de la masonería la que nos libre del Islam». No lo será sin dudas aquella pésima doctrina enseñada por buena parte de la hodierna Jerarquía eclesiástica consistente en «releer toda la Revelación, todas las verdades de fe, toda la acción pastoral y sacramental subordinándolas a la ideología de la modernidad, que en el fondo se resume en el colocar en el centro al hombre en lugar de Dios». Este «cristianismo agnóstico», viéndose forzosamente enfrentado a las hordas de Mahoma, les pide a éstas «que acepten la modernidad, que pongan en el centro a la persona en vez de Dios» a los fines de encontrar un ámbito común para el ejercicio del sobado diálogo. «El catolicismo reinterpretado a la moderna tiene el descaro de exponerse» con su verdadero rostro a los infieles, que por fuerza «comprenderán que no creemos más en Dios».

Se ha abandonado la certeza en la capacidad persuasiva de la Verdad, que conlleva su pathos y sus límpidas exigencias, a cambio del fetiche de la no-violencia, que no sirve ni siquiera para atenuar la violencia de un enemigo reo de falaces convicciones y de odio sanguinario. Y lo más paradójico es que la réplica musulmana a estas mojigaterías no se reduce sólo al uso del cuchillo, sino en ocasiones al de la mismísima razón. No sin ejercitar la fantasía, pongamos unos párrafos del ensayista persa y muslim Seyyed Hosein Nasr en boca de los yihadistas convidados por nuestros obispos al banquete del diálogo y los derechos humanos: los encapuchados, bien conocedores de lo que constituye nuestro oprobio y la causa de nuestra debilidad en enfrentarlos, podrían aducir sin disputa que
hoy en día, la discusión del concepto de libertad en Occidente está tan profundamente influida por la noción renacentista y posrenacentista del hombre como ser en rebeldía contra el cielo y dueño de la tierra, que es difícil considerar el significado de la libertad en el contexto de una civilización tradicional como la del Islam. Es necesario, por tanto, resucitar el concepto del hombre tal como lo entiende el Islam a fin de poder estudiar seriamente el significado de la libertad en el contexto islámico. Tratar de estudiar la noción de libertad en el Islam desde el punto de vista del significado que se ha atribuido a este término en Occidente a partir de la aparición del humanismo es algo que carece de sentido”. Se podría decir que la mayoría de las discusiones que se plantean en occidente sobre la libertad, versa sobre la libertad de hacer o actuar, mientras que desde el punto de vista del hombre tradicional, la forma más importante de libertad es la libertad de ser, de experimentar la pura existencia misma.
La pura libertad pertenece sólo a Dios; por lo tanto, cuanto más somos, más libres somos. Y esta intensidad en el modo de existencia sólo se puede alcanzar mediante la sumisión y la conformidad con la Voluntad de Dios, el único que es en sentido absoluto. No hay libertad posible en la huida y la rebelión contra el Principio que es la fuente ontológica de la existencia humana y que nos determina desde arriba. Rebelarse contra nuestro propio Principio ontológico en nombre de la libertad es quedar cada vez más esclavizado en el mundo de la multiplicidad y la limitación. 
Los jurisconsultos consideran la libertad humana como un resultado del abandono personal a la Voluntad divina, más bien que como un derecho personal innato. Para ellos, puesto que estamos creados por Dios y no tenemos poder para crear nada por nosotros mismos (en el sentido de la creación ex nihilo), dependemos ontológicamente de Dios y por lo tanto sólo podemos recibir lo que nos es dado por el origen de nuestro propio ser. 
Los derechos humanos son, según la charia, una consecuencia de las obligaciones humanas, y no su antecedente. Poseemos ciertas obligaciones para con Dios, la naturaleza y los demás seres humanos, todas las cuales están definidas por la charia. Como resultado del cumplimiento de estas obligaciones obtenemos ciertos derechos y libertades que, a su vez, también están definidos por la Ley divina. Los que no cumplen estas obligaciones no poseen derechos legítimos, y cualquier pretensión de libertad que expresen con respecto al entorno o a la sociedad es ilegítimo y constituye una usurpación de aquello que no les pertenece.

Exceptuando las repetidas alusiones a la charia y al Islam, son palabras que pudieran arrancarle al Señor, para nuestra renovada vergüenza, las entonces dirigidas a aquel intérprete de la Ley (Mc 12, 34): «tú no estás lejos del reino de Dios». Porque lo que es el Papa y sus colaboradores, amordazados por los respetos humanos y por lealtades contrarias al Evangelio, cabe aquello de que «ni vosotros entráis ni dejáis entrar...» (Mt 23, 13).

jueves, 26 de febrero de 2015

ISIS Y EL SUICIDIO DE OCCIDENTE

De la decadencia al suicidio de Occidente, es decir, del diagnóstico de Spengler al de Solzhenitsyn debieron correr unas pocas décadas y unas cuantas comprobaciones del agravarse el cuadro. Lo que ni el más sombrío de los pronósticos iba a prever es que el suicidio de Occidente ocurriría no por mano propia, sino -con el mayor de los cinismos- armando sicarios de ajena estirpe para tal fin. Poniéndole a Mustafá la cuchilla del carnicero entre las manos para luego ofrecerle la propia yugular, la de los propios hijos y aun la de los ancestros, si fuese posible revivirlos.

Así, y confirmando todos los rumores, por estos días se difundió la noticia del derribo, por parte de las fuerzas de defensa iraquíes, de dos aviones británicos que ministraban armas a terroristas. Esto de alimentar al ISIS será una táctica de sutilísimo maquiavelismo para mantener el caos en Medio Oriente a los fines de asegurar el negocio petrolero, según dicen diversos entendidos, presunción apuntalada por la experiencia de la inescrupulosidad que permea la política exterior de EEUU y la OTAN. Pero huelga notar, sin merma de aquello, que se trata de una pirueta de extremo riesgo, una apuesta de esas que, debido al margen de imprevisibilidad de sus consecuencias (no siempre mansamente reductibles a coordenadas económicas) asimilan al tahúr con el suicida.

Solzhenitsyn  acertó al señalar al declive del coraje como el principal de los síntomas de esa muerte anunciada del semimundo occidental: «tal descenso de la valentía se nota particularmente en las élites gobernantes e intelectuales y causa una impresión de cobardía en toda la sociedad [...] Burócratas, políticos e intelectuales muestran esta depresión, esta pasividad y esta perplejidad en sus acciones, en sus declaraciones y más aún en sus auto-justificaciones tendientes a demostrar cuán realista, razonable, inteligente y hasta moralmente justificable resulta fundamentar políticas de Estado sobre la debilidad y la cobardía. Y este declive de la valentía es acentuado irónicamente por las explosiones ocasionales de cólera e inflexibilidad de parte de los mismos funcionarios cuando tienen que tratar con gobiernos débiles, con países que carecen de respaldo, o con corrientes desacreditadas, claramente incapaces de ofrecer resistencia alguna. Pero quedan mudos y paralizados cuando tienen que vérselas con gobiernos poderosos y fuerzas amenazadoras, con agresores y con terroristas internacionales». Es la huella que dejan en el ánimo dos siglos de liberalismo. Al ruso le faltó, con todo, aplicarle el sayo a la dirigencia vaticana, de fondillos no menos tiznados ante el peligro que los del peor de los politicastros de estas postrimerías. Ya por tercera o cuarta vez desde que se desató la crisis con estos sanguinarios se escuchó, al par del Tíber, la balada irenista de rigor: ahora fue el Secretario de Estado, cardenal Pietro Parolin, quien no encontró mejores paroline (palabritas) que las de «apoyar la intervención en Libia, pero bajo el paraguas de la ONU». Está claro que no son éstos tiempos de Cruzadas.

Los de ISIS reconocen la defección de los nuestros y se embravecen aún más, como demonios. No saciados de sangre, movidos por esa imbécil iconoclasia fomentada por el Corán, que los hizo un pueblo incapaz de auténticas realizaciones culturales, ahora la emprenden con el patrimonio escultórico de la civilización sumeria. Obra demoníaca si las hay: a la aniquilación del hombre por degüellos masivos y televisados le agregan la aniquilación de todo rastro suyo, de la historia, de aquello que el tiempo arrollador e inapelable había dejado respetuosamente en pie.



martes, 24 de febrero de 2015

LA INFESTACIÓN DEMOCRÁTICA DE LA IGLESIA

De las múltiples lacras que nos hereda la modernidad, de la viscosa colección de conceptos sedimentados por largos dos siglos para imponer una nueva percepción de las cosas, hay una dotada de suficiente ambigüedad como para ser invocada en multitud de situaciones, y que hace rato logró sentar sus reales en la Iglesia. Bien pronto la democracia -tal el talismán verbal- pasó de proponerse como una quizás plausible forma de gobierno a la única válida, y de allí a un dogma que trasciende con holgura las cuestiones de la representatividad y la participación política (que son las muy lícitas cuestiones que inicialmente invocan sus propugnadores, aunque entendidas con retorcimiento) para ofrecerse como un estilo de vida y aun algo más: como escudo y como proyectil dialéctico, como supercategoría intangible, como oriente criteriológico y fundamento granítico de cualquier disputa acerca de la res pública. En un mundo de opiniones y de discusiones, ésta se cuenta entre las poquísimas nociones sobre las que no lice discutir. Con razón decía Gómez Dávila que la democracia «sería una inocentada si no fuese el disfraz de una blasfemia».

Execrada ya de antiguo por el magro saldo que dejó a los atenienses, hizo falta una catástrofe histórica, un avance aluvional de lo peor del hombre merced a la Revolución para hacerla sortear el abismo de los siglos y recobrarla. No hará falta insistir en el paralelismo sofística-Ilustración para reconocer las condiciones de factibilidad de un tal régimen, el clima cultural que le es más propicio. Ni en el carácter exculpatorio de que se ha dotado al nombre "democracia", nimbándolo primero a golpe de propaganda para luego encubrir con él la efectiva leviatanización del devenir político de los pueblos. Por último, al presentarla como inexorable, se la conjugó con el fatalismo evolucionista, ofreciéndoles a nuestros contemporáneos un veneno en calculadas dosis y combinaciones, suficiente para cegarlos en orden a lo que realmente importa y al motivo último por el que se atraviesa el valle de esta vida.

Si sólo nos atuviéramos a la definición clásica del término democracia tal como nos la ofrece Aristóteles (Pol., 1279), es decir, ceñida a su significación política y sin la recarga semántica que sufre en los tiempos modernos, la veríamos como a una de las tres formas corrompidas de gobierno, coincidentes éstas en el desprecio del bien común a trueque del bien particular («la tiranía es una monarquía que mira al interés del monarca; la oligarquía, al de los bien situados en la vida; la democracia, al de los pobres». Dicho sea de paso, aquí se encuadra al dedillo la trajinada "opción preferencial por los pobres", común a Judas y al tercermundismo). Se trata, pues, de la exaltación de la parte en detrimento del todo social, una forma difusiva de hybris de connotaciones suficientemente vastas como para destruir la concordia civil. De allí que a la democracia le sea connatural la puja de partidos. Si la experiencia histórica demuestra que la ruina de las repúblicas está muy a menudo asociada a la contienda de facciones (patricios y plebeyos en la antigua Roma; güelfos y gibelinos en las ciudades itálicas de los siglos XII-XIII, luego complicada por la subdivisión en güelfos blancos y negros, etc.), la democracia moderna sistematiza estas reyertas, legalizando los partidos y organizando sus periódicas luchas. Se puede decir que, allí donde no hubiere mayores conflictos, la democracia los promueve artificialmente: hoc opus, hic labor. De hecho la lucha de clases, fogoneada por el marxismo, no había sido teorizada antes de que la burguesía cristalizara su cosmovisión en el régimen que le era más afín.


El caos retratado en las obras de El Bosco
Consecuencia de esto es la indeterminación, el movilismo, el espíritu de disputa, la quiebra del principio de autoridad, la confusión, todo ese lastre demasiado conocido en nuestros días como para detenernos en su penosa descripción. Pero el meollo nunca explicitado del concepto moderno de democracia, reacio a limitarse a la esfera de la sola política, es el del culto sacrílego del hombre, novedad inaudita que viene a confirmar la paulina profecía de la entronización del adversario de Dios que se hace pasar a sí mismo por Dios (II Tess 2,4). [Novedad inaudita, decimos, porque ni siquiera el abominable culto del hombre-Emperador, en Roma, puede comparársele. Éste, en efecto, fue instrumentado para garantizar un mínimo de unidad religiosa -y con ello de cohesión social- en un imperio abierto a todos los cultos. No se pedía, en este caso, el asentimiento de la conciencia, sino apenas alguna exigua acción cultual; en el moderno culto del hombre en abstracto -que, en concreto, supone el culto del propio yo, la divinización de la superbia vitae- la conciencia resulta informada incansablemente por la mole de sofismas que soportan idealmente el inicuo culto.] Infame culmen aquel narrado por san Pablo, cuyo éxito dependerá de la pertinacia publicística, pues lo que se busca es repetir a escala orbital y simultánea lo que en aquella ocasión en Jerusalén ante el pretorio, cuando la muchedumbre rechazó al Redentor por un bandido.

Pues bien: la máquina de la publicidad (que, conocidos los resortes psíquicos a abordar, cifra su suceso en la lisonja del vulgo) logró instalar toda suerte de premisas falsas para crear la ilusión de un orden en el caos y conducir a los hombres hacia ese fatal término de la apostasía y el desafío humano cara a Dios. Y la democracia, que antiguamente comportaba una desviación política y hoy día le agrega una antropología falaz y una tenebrosa concepción del mundo, se convierte en uno de los privilegiados arietes para alcanzar ese fin desastrado que añoran las voluntades protervas.

Para un cristiano no habría sino observar con pena y con horror este desenvolvimiento de yerros, esta caída interminable en ese abismo que san Agustín llamó civitas diaboli, consumación atroz de todo cuanto la civitas hominis representa de planificada y consecuente oposición a la gracia. Pero he aquí que lo terrible es ver crecientemente imitado el trazado urbano y la arquitectura de la ciudad maldita en aquella otra que debiera consumarse en la Jerusalem celeste. Roma devenida Babilonia, con mucha mayor semejanza que como la vio Pedro (I Pe 5, 13); Roma calcada en los planos de Sodoma.

Desde la Auctorem fidei (1794) de Pío VI, en que aquel pontífice debió arrostrar, muy en consonancia con el contemporáneo clima trasalpino, las bravatas democratizantes del Sínodo de Pistoya (que pretendía que la potestad del ministerio era comunicada por los fieles a los pastores por delegación) hasta la actualidad, la bastarda prole de Robespierre se esmeró en torcerle el rumbo a la la nave de Pedro, a menudo infiltrándose entre la tripulación, o atontando con sugestiones, con promesas y amenazas a quienes compete regular la marcha entre las olas. Y ni siquiera los papas del bisecular período se han visto libres de tropiezos, como ponderadamente lo demuestra Antonio Caponnetto en el primero de los dos tomos de La democracia: un debate pendiente (Katejon, Bs. As. 2014), en que el autor, tomando ocasión de una polémica con Héctor Hernández, despliega en uno de los capítulos una detallada muestra de la enseñanza que, desde Pío Nono hasta Pío XII, cuestiona y aun condena esa política de partidos «cuyas luchas fueron y serán para muchos pueblos una calamidad mayor que la guerra misma, que el hambre y la peste» (en palabras del papa Pacelli), lo que no impidió que varios de estos preclaros pontífices fallaran con graves consecuencias en el plano de la prudencia política, como en el desdichado Ralliement de León XIII, por el que le venía acordada legitimidad a la República Francesa nacida de la Revolución, o en la condena de la Acción Francesa por Pío XI, o en el llamado compulsivo a votar por la Democracia Cristiana en las elecciones italianas de 1948 para detener el posible triunfo comunista, maniobra impulsada ardientemente por Pío XII al punto de sacar a las monjas de su clausura y de disfrazar a los curas de paisanos para que echaran su voto a un partido que pronto mostraría su funesto rostro. [Como nota excepcional que empaña algo más que las conductas y las decisiones prácticas, colándose hasta el magisterio ordinario, Romano Amerio trae en su Iota Unum sendos discursos de Pío VII y de Pío XII: del primero -no aún Papa, sino en tanto obispo de Imola, en la Navidad de 1798-, declarando que "la forma de gobierno democrático adoptada entre nosotros no está en oposición con las máximas del Evangelio; al contrario, ésta exige todas las virtudes sublimes que no se aprenden sino en la escuela de Jesucristo" (¡¡!!), y del segundo en el mensaje de Navidad de 1944, en que la democracia era asumida nada menos que como "condición para la paz de los pueblos, para la restauración de la autoridad y para el respeto de la imagen divina en el hombre".]

Bastaban aquellos actos defectuosos que no estas impropias palabras para que a la Ostpolitik mediara un paso. Y a la enseñanza difusa por los obispos y los papas sucesivos, cada vez más aquiescentes, desde el giro antropocéntrico del último Concilio, a las veleidades sufragistas, al constitucionalismo moderno y al mito de la "soberanía popular". Afortunadamente, como bien lo reporta Caponnetto en este reciente trabajo, no faltó en la Iglesia el magisterio límpido de aquellos maestros que se encargaron de poner las cosas en su sitio en medio del naufragio: así, entre nosotros, el padre Julio Meinvielle enseñaba sin rodeos que la opción política por la democracia conduce a la «satanocracia», y Jordán Bruno Genta se servía indicar cómo «la estupidez humana ha llegado hasta en los cristianos a la idea de la inmaculada concepción del pueblo. Aislados somos pecadores; juntos, sobre todo votando, somos inmaculados». Y en tratando del plebiscito democrático y libre convocado por Pilatos, recuerda que «la multitud lo eligió a Barrabás como lo elige a Perón: es claro como la luz del día». Porque «el acto electoral es un vómito, es el perro de la Escritura que vuelve al vómito [...] Y al soberano popular, a ese monstruo, la expresión acabada de la servidumbre de las pasiones y de los apetitos del voto de esas multitudes [...] si pusieran a  un caballo de candidato, lo votan al caballo, no tengan duda».

Consumadas las acostumbradas loas a la democracia de parte de las Conferencias Episcopales, el paso que faltaba dar era hacia el interior de la Iglesia: no ya en su constitución, que ya se ha dado bastante avanzadamente con esa especie de poliarquía aviada con la creación de nuevos órganos de gobierno a instancias del Vaticano II (y profundizada dramáticamente con la novísima figura del "Papa emérito" y la convocatoria a un Consejo de cardenales para la reforma de la Curia romana), sino democratizando lo de más sagrado que cumple custodiar: la doctrina y los sacramentos.

Se sabe que el igualitarismo consagrado por la revolución democrática no se basta con la mera igualdad de los hombres ante la ley, o con la proclamación de una dignidad común a todos los individuos del género humano -que éstos son principios incuestionables para el pensamiento tradicional-, sino con la equiparación del vicio y la virtud, con la confusión y la indistinción caótica de todas las cosas. Misma corruptora deriva cabe para los promiscuos fetiches de la libertad y la fraternidad, pues la Revolución interpreta las palabras preexistentes con arreglo a un vasto plan de demolición. Para el caso acuciante de la praxis de la Iglesia, sometida a explícita agenda democratizante, The Remnant sintetiza (al tratar de la evidente dirección del pontificado de Bergoglio, con el amplio debate parlamentario -con periodistas invitados- movido en torno a la revisión de la ley divina), que «si la propuesta de Francisco [de conceder la comunión a los re-casados] es aceptada, tendrá consecuencias de alcance mucho mayor que cualquier otra manipulación post-conciliar, como la comunión en la mano o las monaguillas. Se sacudirán de un solo golpe los verdaderos pilares de la fe: la Eucaristía y el sacerdocio. La Eucaristía, cuya presencia se ha conservado a duras penas en la Nueva Misa, será profanada sistemáticamente. Y aquellos por quienes se obrará la profanación serán los mismos sacerdotes, que serán sancionados si se oponen, [al cabo de lo cual] sólo aquellos que hayan demostrado su voluntad de profanar la Santa Eucaristía serán declarados idóneos para el seminario». Esto está sucediendo de hecho, con un pontífice que ya en sus años de arzobispo porteño instaba a sus sacerdotes a conceder la comunión con la más democrática largueza, al tuntún, en ruidosas Misas al aire libre, y que repitió el experimento en las JMJ de Río con vasitos de plástico a modo de copones, y luego en Manila, con las hostias consagradas corriendo de mano en mano. Falta sólo la oficialización del desmadre.

Agudo estuvo Castellani en suponer, en su exégesis del Apocalipsis (libro que será siempre de consulta obligada cuando se quiera conocer las últimas noticias) que el nombre de la última de las Iglesias exhortadas por el ángel -correspondientes a sucesivas épocas en la historia de la Iglesia-, la Iglesia de Laodicea (de λαος, «pueblo»,δικη, «justicia» o «juicio») podía significar la Iglesia del «Juicio de las naciones» o «Juicio Final», como también del «dictamen acordado al pueblo», insinuándose así en el texto sacro la marea democrática que envolvería a la Iglesia en sus postrimerías. La imprecación que el Señor dirige a esta Iglesia, huelga recordarlo, se cuenta entre las más terribles que consten en la Escritura.

miércoles, 18 de febrero de 2015

LA NUEVA MISA COMO MASACRE DE LAS ALMAS

Nos resultó conveniente adjuntar este notable testimonio al que publicamos hace unos días acerca de la degradación del culto litúrgico, escritos ambos en primera persona y de un paralelismo que salta a la vista. Lo ofrece un canadiense residente en China quien, al paso que describe las aberraciones a las que asiste regularmente con cada Misa, nos ofrece un panorama de la Iglesia en Asia tal como para cerciorarnos de que la "esperanza" frecuentemente invocada en relación al destino del catolicismo en aquellas tierras consuena con las expectativas "primaveriles" del post-concilio en Occidente. 

Las coincidencias en los abusos contra el decoro de la Misa son tantas y tales, a tantas leguas de distancia, que se diría incurso todo el rebaño y sus pastores en un nuevo concepto de "catolicidad": la universalidad de la memez. Tanto que quien lea estas líneas podrá referirlas sin fatigas a cuanto ocurre en la parroquia de su barrio, con los mismos actores e idéntica escena. Por lo devastador y extensivo de sus efectos, a sólo cuarenta y cinco años de su promulgación, habrá que concluir que el Novus Ordo Missae llevaba en sí los gérmenes de su propia ruina. Pues «si la sal pierde su sabor, ¿con qué será salada?»

El incidente que finalmente me llevó a escribir este artículo, la gota que colmó el vaso, ocurrió en la parroquia local en la isla de Hainan, China, durante la Misa del domingo. Este domingo empezó como siempre; hice la cola para confesarme antes de la Misa, y me resultó bastante molesto tener a una pareja delante, que no paró de charlar y reírse alegremente, hasta el mismo momento en que le tocó a uno de ellos ir al confesionario. Bueno, eso no fue nada nuevo. Gente que habla vanamente en el templo es corriente aquí, hasta el punto de que sería extraño entrar a una iglesia antes de Misa y encontrarte en silencio. Respiré profundamente e intenté concentrarme, pero fui inmediatamente distraído otra vez por una gran caja de color naranja en una estantería a mi lado, que había contenido paquetes de pasta deshidratada. En los laterales de la caja un actor con gafas de sol, subido a una moto, me saludaba, y había una imagen gigante de un bol de la pasta susodicha. Por lo visto ahora se utilizaba para guardar trastos del vestíbulo. No ayudaba precisamente a prepararse para la confesión, pero en términos relativos, no era una cosa tan grave.
Traté de olvidarlo y me confesé. Al regresar a mi sitio tras recibir la absolución, pasé al lado de una chica adolescente que llevaba un alba, evidentemente una de las lectoras en la Misa de hoy. Aunque sabía que debería centrarme en orar, no pude dejar de pensar para mis adentros qué era más ridículo: el simple hecho de que una chica llevara un alba, o la pinta que traía, con sus zapatos deportivos Vans y sus Levis de imitación, con el alba que llegaba tan sólo hasta un poco por debajo de la cintura. Pasé delante de otra chica, mandando mensajes de texto con su móvil. Y delante de un crucifijo moderno horripilante de Cristo glorificado, con los brazos abiertos en aparente gloria sobre la Cruz (los que han visto el estilo sabrán de lo que hablo), hice la genuflexión ante el tabernáculo, que si hubiera estado en cualquier otro lugar del mundo, hubiera creído que se trataba de una caja fuerte, o quizás algo que una persona sin sentido estético alguno había comprado impulsivamente en un mercadillo, sin pararse a pensar en para qué podía servir esta caja amorfa de color chillón.
Mientras me arrodillaba, eché un vistazo a una de las pantallas gigantes que habían colgado en los pilares. Así que hoy era el quinto domingo del Tiempo Ordinario. Pero no hubiera tenido que mirar, ya que enseguida la voz ensordecedora de otra joven hembra llevando un alba me lo anunció por los altavoces (y a todos los que se encontraban a 100 metros del templo). No le bastó decirme qué domingo era; a continuación, me agradeció profusamente el haber acudido a la Misa, me contó lo feliz que era de que todos pudiéramos estar aquí reunidos, me explicó el mensaje de la Misa de hoy, y pidió que la gente apagara sus teléfonos móviles, porque la Misa estaba a punto de comenzar. Me levanté cuando dio la orden “en pie”, y luego ocurrió lo que ocurrió.
Una madre con su hija entraron a la Misa. En todos los sentidos parecían perfectamente normales. Habían llegado tan sólo un minuto tarde, con lo cual llegaron antes que el 25% de los asistentes que luego comulgarían. No llevaban velo. Llevaban vaqueros y jersey, nada especial. Nada particularmente ofensivo. La madre hizo una media genuflexión de mala gana, que consistía en pararse un breve momento delante del banco y bajar la rodilla derecha unos centímetros hacía el suelo. Por desgracia esto es muy común en China, dado que la mayoría no tiene ni idea de lo que es una genuflexión, de porqué hay que hacerlo, o a quién se hace. La gente que entra, ve a otros hacer este gesto raro, lo imita, y así continúa… La hija, que claramente no captaba el sentido de la genuflexión, se acomodó en el banco mientras charlaba con su madre. El himno de introducción había terminado y el Padre hizo el signo de la Cruz. Luego la madre sacó algo de su bolso. Me pregunté si la hija había sido bautizada, ya que muchos católicos chinos quieren que sus hijos “elijan por sí mismos”. De todos modos, la mera presencia de esta niña en una congregación de unas 200 personas, con no más de 10 niños por debajo de doce años, ya valía algo.
Cuando la madre encontró lo que buscaba de su bolso, lo puso sobre el banco, delante de su hija. Un enorme trozo de tarta de chocolate. Como era una buena madre y se preocupaba por su hija, le dijo que se lo comiera rápidamente, y así hizo, procurando no dejar caer nada al suelo. La Misa prosiguió a su alrededor mientras ella se comía la tarta con las manos.
Yo me quedé ahí sentado, boquiabierto, en estado de shock. Mientras tanto, cantó el coro, compuesto casi exclusivamente por hembras llevando albas (increíblemente había dos hombres dispuestos a vestirse y cantar canciones “felices” un domingo por la mañana). Mi estupor se transformó en dolor al escuchar a la “DJ de la Misa” mencionada anteriormente, anunciarnos con su micrófono las lecturas (además de su contenido, y cómo estas lecturas nos enseñan que Jesús nos ama tanto, tanto, tanto). Escuché a las lectoras, y en el Salmo la Señorita Micrófono naturalmente se unió, ahogando las respuestas de todo el mundo. Mi dolor se transformó en frustración al tener que escuchar otra homilía de media hora, completa y absolutamente carente de cualquier contenido.
[...] Afortunadamente, cuando empezó la homilía la niña ya se había comido su trozo de tarta de chocolate, así que pude centrarme en un abuso a la vez. Después de aguantar la homilía OTRA hembra llevando un alba salió a leer las peticiones de los fieles. “Por favor, bendice a todo el mundo, para que podamos vivir en paz y armonía”, etc. Creo que no hace falta que me explaye más. Luego vino la consagración.
Como reflexión aparte, siempre me pareció que la consagración llega sin avisar en la Misa Nueva. Un segundo estoy oyendo las plegarias a favor de la unidad de cada ser en la Tierra, al siguiente estoy echando mi dinero en la cesta, intentando ignorar el guitarreo… y de pronto el Padre está diciendo el canon. Unas cuantas oraciones precipitadas y a los dos minutos ya estamos de rodillas y estamos en la consagración. Otro minuto (parece que nos acabáramos de arrodillar) y nos levantamos. A los tres minutos todo el mundo se abraza en el signo de la paz. Es como si nunca hubiera ocurrido la consagración.
[...] Por fin es el momento de la comunión. Todo el mundo sube a recibir o la Eucaristía o una bendición. Estoy indeciso si subir. Bueno, más vale. “Aún es Jesucristo”, me consuelo. Me duele que sea necesario consolarme en cada Misa con la idea de que “al menos la Misa es válida”. ¿Pero qué alternativa tengo? Ésta es la única iglesia para una ciudad de casi un millón de personas. Antes había otras, pero se cerraron. No fue por los comunistas, sino porque con la falta de sacerdotes y fieles no se podía justificar su mantenimiento. Mientras el Padre pronuncia la bendición final salgo del templo. El último himno es Amazing Grace [Nota del traductor: un himno protestante muy conocido en EEUU]. Después de Misa hay Adoración Eucarística durante una hora. Me encantaría quedarme, si no fuera por la omnipresente señorita del micrófono, que continuamente me “ayuda” en mi meditación, diciendo cosas por el estilo: Ahora vamos a cerrar los ojos… observen a Jesús en su mente… le ama tanto… imaginen Su cara, Sus ojos… Aún peor es cuando el Padre saca a Jesús y le coloca en la custodia, porque esto lo hace justo después de la Misa, cuando todavía hay gente charlando en el pasillo. Da lugar a un espectáculo espantoso: Nuestro Señor puesto en la custodia, el sacerdote que se larga (sin arrodillarse, por supuesto), todo delante de al menos 50 personas conversando despreocupados, con Jesús literalmente a 10 metros de ellos. Naturalmente estas personas se dispersan, dejando a unas 20 mujeres, que de alguna forma son capaces de soportar el ruido del micrófono y adorar a Nuestro Señor. Evidentemente, ningún hombre querría quedarse a reflexionar sobre cómo Jesús les hace sentir con la chiquilla del micrófono.
Lo anterior, siento decirlo (excepto el incidente horroroso de la tarta de chocolate y el espectáculo de la Adoración Eucarística), es típico de iglesias en China y la mayor parte de Asia [...] En cuanto a la Misa Tradicional, hay un sacerdote de la Hermandad Sacerdotal San Pío X (en adelante HSSPX) que va a Seúl un domingo al mes, en un edificio de oficinas donde hay una pequeña capilla. La HSSPX también tiene centros de Misa en algunas ciudades de Filipinas y la India, aparte de misiones en Tailandia y algún otro sitio. Hay una Misa Tradicional diocesana en Hong Kong. En total, hay menos de 10 lugares donde se ofrece la Misa Tradicional en un área que contiene más de tres mil millones de almas, y prácticamente ninguna parroquia tradicional del Novus Ordo. Aquí la fe tradicional no está en las catacumbas… ha sido erradicada. Esto es una masacre, una masacre de almas.
El área de Shangai solía tener 120 iglesias que ofrecían Misa diaria. Ahora quedan menos de 50. La mayoría no tienen Misa diaria, y muchas ni siquiera todos los domingos. No fueron los comunistas quienes cerraron estas iglesias. Bueno, técnicamente sí lo hicieron durante un tiempo, pero lo que digo es que antes estas iglesias se usaban, y ahora se podrían reabrir perfectamente, si no fuera por la falta acuciante de sacerdotes y fieles. En realidad las iglesias se cerraron por sí mismas durante los últimos 50 años. Es la misma historia, pero atenuada, en Japón y Corea. Hay muchos templos bellísimos en Asia. Por desgracia, todos fueron construidos antes de 1960. Cualquier cosa posterior es un desastre; tan sólo hay que fijarse en la catedral de Tokio para darse cuenta de esto.
Yo enseñé en un seminario en Beijing durante un año. Su capilla principal tiene una vidriera de arco iris en forma de cruz en su centro. Los seminaristas reciben la comunión bajo ambas especies, por “auto-servicio”: un sacerdote sostiene el Copón con las Hostias, los seminaristas meten la mano, cogen una Hostia, se pasean hasta donde está el otro sacerdote concelebrante con la Preciosísima Sangre, mojan la Hostia en la Sangre y comulgan. En privado mostré a los seminaristas donde la Ley Canónica prohíbe esto. Estuvieron de acuerdo conmigo, pero tenían demasiado miedo de decírselo a los sacerdotes. Me apena confesar que yo tampoco dije nada cuando tenía la oportunidad. Un seminarista me dijo que un sacerdote les estaba enseñando que la confesión ya no era necesaria, porque nuestros pecados son perdonados en la Misa. En mi último día ahí, les mostré un extracto de una Misa Tridentina. Ni uno había visto algo semejante, ni sabían siquiera de su existencia. Pueden imaginar qué tipo de educación recibieron.
En una ocasión fui también a un convento en China. Había más de 200 monjas. Ni una llevaba hábito. Misa diaria era en un aula, con una mesa de madera que colocaban al frente como altar. Como decoración, una pancarta con “Jesús es la paz” en la pared detrás del “altar”. En lugar de bancos, sillas de plástico. Su convento está literalmente a 100 metros de una bella iglesia antigua. Al menos los domingos tienen la Misa ahí. Las hermanas eran muy simpáticas, pero profesaban una ignorancia supina en cuanto a la fe. De ellas casi nada era “católico”. Vamos, el sueño de un modernista, la “Iglesia ONG” hecha realidad.
He conocido a muchos tailandeses, filipinos, y gente de otros países del sureste asiático. Hay una tendencia peculiar: cada uno de ellos que fue a la escuela católica ya no es católico. Permítanme que repita eso. Nunca, en más de seis años en Asia, he conocido a una sola persona que fue a la escuela católica y sigue siendo católica practicante. Subestimamos la influencia que antaño tenía el catolicismo en Asia, antes de los años ´50 del pasado siglo. En muchos países del sureste asiático, entre un 10 y un 15% de la población eran católicos, y enviaban a sus hijos a buenos colegios parroquiales. En algunos casos, era más bien entre 20 y 30% de la población, o incluso más alto. Hablo de católicos de verdad. Imaginémonos lo que pasaría si un 20% de la población asistiera cada semana, o incluso a diario, a la Misa Tradicional. Imaginémonos si un 20% de la población tuviera crucifijos y agua bendita en sus casas, rezara el Angelus fielmente al mediodía. Imaginémonos si un 20% fuera a colegios auténticamente católicos. Sin embargo, aquella gente ya no existe. Su escuelas o han desaparecido, o son católicas en nombre sólo.
El llanto de Nuestra Señora de Akita
La diferencia es que en Occidente hemos tenido, y tenemos, focos de resistencia. Tenemos la HSSPX, la FSSP. Nada de eso existe aquí. En Asia la Misa Tradicional ha sido sustituida por ceremonias que desdeñarían hasta los anglicanos. Los hogares han sido secularizados, la mayoría ya no reza, y por tanto no transmitirán la fe a sus hijos. Los sacerdotes no ayudan. Las escuelas fundadas por misioneros han sido secularizadas. Ya no hay lugar seguro en toda Asia. No hay focos de resistencia de la Tradición. Es una masacre, una masacre de almas.
Aquí llegamos al meollo de la cuestión, lo que me atormenta diariamente. No hay escapatoria de esta situación. No hay Misas de “indulto”, ya no hay capillas de la HSSPX en Asia donde refugiarse, como había en los años ´80. No existe aquí la FSSP. Aquí ya no hay NADA. Es un desierto litúrgico y espiritual. No puedo invitar a mis amigos a Misa, porque me da vergüenza lo que tendrán que presenciar, pero no tengo ningún otro sitio a donde ir. Permítanme que insista en este punto.
Antes estaba lleno de celo por convertir a todos los seres humanos, dado que yo mismo soy un converso y fui bautizado en Beijing. Sin embargo, la mía fue una conversión intelectual. Antes de pisar una iglesia católica ya estaba convencido en un 90% de la verdad del catolicismo. Me convertí a pesar de la Misa. Miré con horror a un hombre vestido con una camiseta tecnicolor de Jesús que tocaba la guitarra y cantaba “Shine Jesus Shine” durante una Misa internacional en inglés. Estaba con mis padres, de visita en Asia. Les había contado cosas sobre la Eucaristía y lo que creían los católicos. Naturalmente se rieron. A fin de cuentas, ¿quién se imaginaría que los católicos se comportarían así, si realmente creían en lo que decían sobre la Santa Comunión? Mis padres no habían tenido una conversión intelectual. Vieron la Misa y dijeron: “cómo me podría interesar esto?”
Cometí el segundo error al llevarles a la primera parroquia que encontré en internet, cuando buscaba la Misa más cercana, mientras yo estaba en casa de visita. Quería mostrarles la Misa Tradicional, pero no había en nuestra zona. Así que, en lugar de eso, fuimos a la iglesia más cerca de nuestra casa. Nos pasamos de largo y tuvimos que retroceder; era muy difícil saber que se trataba de una iglesia. Recuerdo a mi padre decir: ¡Vamos, eso no puede ser una iglesia católica! Hay que reconocer que los católicos tienen un sentido de la belleza. Pero sí, era una iglesia católica, a pesar de parecer un gimnasio. Les ahorraré más detalles. Creo que se hacen una idea de como fue la Misa ahí.
Llevé a un amigo chino a Misa, tras estudiar la Biblia con él durante semanas, tratando de convencerlo de que la Iglesia Católica estaba en la Biblia. Estaba medio convencido antes de ir a Misa. Después de Misa, su comentario fue: ¡qué … ruidoso! Como me lo habías descrito yo me imaginaba que sería más sagrado. Sigamos con la lectura de la Biblia. Así es como veo a Dios, cuando leo contigo. Ahí no vi a Dios. Casi se me rompe el corazón. ¿Pero cómo rebatirle? Yo tampoco veo a Dios en esa Misa, aunque sé que está. Cada vez que veo un abuso, tengo que repetirme a mí mismo: “aún es Tu Cuerpo, Señor.” No tengo alternativa. Esto es lo único que hay.
[...] Se habla del crecimiento de la Iglesia en Asia. Déjenme que les hable de la Iglesia en Asia. Sí crece. Crece como crece la Iglesia en Europa; manipulando las estadísticas. Daré sólo un ejemplo. La nación más católica de Asia es Filipinas, donde dos tercios de los católicos disienten del Magisterio de la Iglesia acerca de los anticonceptivos, donde la mitad rechazan la enseñanza sobre el matrimonio, y donde recientemente se cometió sacrilegio en la distribución de la Santa Comunión, en una Misa del Papa. Éste es el país más católico de Asia. ¿Cómo creen que van los demás?
En la medida de que Asia está algo mejor que Occidente, creo que se debe a dos factores primarios.
1) Los occidentales todavía se perciben como misioneros y los líderes del catolicismo. De esta manera, cualquier cosa que hagamos nosotros, luego se copia en Asia. Gracias a que las cosas tardan su tiempo, el modernismo que infectó la Iglesia en los años ´60 y ´70, no llegó a afectar la Iglesia aquí hasta una década o dos más tarde que en Occidente. Esto quiere decir que el colapso de la fe va también con una década o dos de retraso.
2) La cultura asiática aún es más conservadora que la occidental. Un ejemplo perfecto de ello es la Misa en Japón; muy silenciosa, bastante reverente en muchos casos. Muchas mujeres todavía llevan el velo. ¿Por qué? Porque la sociedad japonesa es educada y respetuosa, lo cual influye en cierta medida en como asisten a Misa. Tenemos el extraño y ridículo caso de cómo la cultura de una sociedad secular mejora a la Iglesia, en lugar de ser al revés.
Hay una cosa que es verdad: la mayoría de las personas en Asia son almas maduras para la cosecha. La mayoría quiere creer, y agradecen oír hablar de Jesucristo. Se palpa que la gente busca algún sentido en su vida. Sin embargo, en la Iglesia de hoy no lo encuentran, y no hay ningún sitio donde pueden ir. Por eso la mayor parte de los que entran a una iglesia católica en China no se convierten. Hay algunos conversos, pero no saben realmente lo que creen. Por ejemplo, un converso chino que cuando le dije que no comía carne los viernes, me dijo: Ah, es cierto, se supone que hay que ayunar alguna vez. ¿Decidiste hacerlo? ¡Qué guay, eres muy devoto! Unos pocos se convierten y llegan a asistir a Misa todos los domingos. Quizás incluso saben lo que los católicos estamos obligados a creer. Una minoría muy pequeña hace sus propias investigaciones, y se puede considerar católica en todos los sentidos de la palabra. Conozco a un seminarista así; se me acercó un día para preguntarme, sin venir a cuento: ¿por qué el Papa Francisco está siempre sonriendo? ¿Acaso no sabe que la Iglesia se está muriendo? ¿No sabe que está todo en ruinas? ¿Por qué motivo sonríe?



Traducción de Cristopher Fleming. 
Texto completo en castellano publicado por Adelante la fe. Original en inglés aquí


lunes, 16 de febrero de 2015

EL CARNAVAL LITÚRGICO

Estimado Sr. Expectacione:

pienso que estas carnestolendas pueden ser la circunstancia oportuna para confiarle mis penas, que seguramente serán las de muchos (y también las suyas, presumo). Trataré de extraer, del caso particular que le detallo, una conclusión de más amplio alcance. Si estas líneas merecen la publicación en su blog, las dejo a su entera disposición.

Me refiero al fenómeno nunca bastante execrado de las comparsas litúrgicas, esa suerte de siniestra mojiganga con que se pretende rendir culto a Dios en nuestros desolados templos. Resulta que ayer domingo, por ausencia del párroco, debí asistir a Misa a un pueblo cercano al mío. A nadie sorprenderá que le refiera los múltiples abusos que desfilaron por mis retinas, delicias del Novus Horror Missæ para uso de devotos atontados. El presbiterio, que en la Misa de siempre no debía ser hollado por mujeres, ahora tenía tres hembras junto al ambón (una para cada lectura y otra para el salmo). En el otro lateral del presbiterio, una señora, micrófono en mano, introducía cada una de las partes de la Misa con explicaciones, como si se tratara de un acto escolar. Era un alud de verborragia imponiéndose sobre los despojos del irreconocible rito católico... Para botón de muestra, antes de comenzar la celebración, a propósito del episodio del leproso de Mc. 1 : 40 hubo que escuchar de labios de esta relatora que Jesús «vino a romper tabúes»; luego, antes de la lectura del Evangelio, que Jesús «vino a superar las prescripciones legales», cuando en la Escritura dice más bien que mandó al leproso recién curado a presentarse ante el sacerdote y hacer por su purificación «la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio». No les alcanza con degradar el culto que ya se meten a manipular la palabra divina sin empacho.

No le cuento los cantos, la sensiblería insufrible de cada una de las canciones entonadas con guitarra rasgueada a puro zarpazo. Hasta se le animaron tímidamente a alguna modesta polifonía (dos voces) en el final de una de las canciones, pero con resultado hiriente para los tímpanos, desafinando feo. Ni le digo los pantalones de las "sacerdotisas", apretándolas como a embutido, lo que no les impedía hacer las debidas genuflexiones ante el tabernáculo. Lo que atrajo mi atención a un detalle insospechado: la presencia de reclinatorios, usados por buena parte de los presentes al momento de la comunión.

Entonces supe que el párroco es afecto a Benedicto XVI, y que merced a la "reforma de la reforma" impulsada por el Papa renunciatario, recuperó la cruz en el centro del altar y se empleó con solicitud para hacer lo propio con los reclinatorios, y que incluso restringió el oficio del monaguillo -contra el creciente uso unisex- sólo a los varones. Lo que no le impidió desalentar toda la sarta de abusos de que hablé más arriba (es más: entiendo que los alienta explícitamente), y quién sabe cuántos más que no advertí. Esto abrió mis ojos a una conclusión inevitable, respaldada por otras observaciones que sería largo enunciar.

El pontificado de Ratzinger impulsó un híbrido insostenible, una síntesis entre elementos de la genuina liturgia católica en franca desaparición y las abominaciones típicas del nuevo rito tal como se lo practica más o menos en todos lados. Esto es un reflejo de la misma actitud del hoy "Papa emérito" en relación con la doctrina, tratando de conciliar la disparidad insoluble del Syllabus con la Gaudium et spes. Los resultados están a la vista: una exacerbación cada vez mayor de la fealdad, de la estolidez. Y de la herejía, siquiera sólo material. Como si estos emplastos ensayados por Ratzinger no hubieran servido sino para irritar aún más a la revolución en incontenible avance. Pues si algo queda claro en estas tinieblas es que Benedicto se fue por la ventana para que llegara Francisco. En aquellas parroquias donde no cunde abiertamente el circo francisquista, allí donde el papa alemán haya cosechado algún entusiasta curita dispuesto a aplicar su fórmula, allí quedan los ambiguos efectos sembrados por aquel su decepcionante pontificado.

Pero la restauración es otra cosa, y demanda otro género de obreros. No se combate la revolución con temples liberales. Los que no tenemos la posibilidad de asistir regularmente a la Misa gregoriana quizás debamos conformarnos a la lección de Lefebvre, que recomendaba desechar la Misa nueva si ésta comportaba peligro próximo para la fe. Y asumir que nuestras viejas patrias cristianas vinieron a ser territorios de misión, donde tal vez haya que resignarse a asistir a Misa tres o cuatro veces al año, cuando aterrice en nuestros pagos algún cura todavía católico (o cuando podamos viajar algún doble o triple centenar de kilómetros para asistir al culto agradable a Dios), santificando las fiestas, en su defecto, con ejercicios piadosos tales como el rezo del Rosario. Yo, que no me resolví a seguir este consejo, aún acudo a la Misa Novus Ordo (la única que tengo disponible) con el solo fin de comulgar el Cuerpo del Señor, y lo hago al precio de espantosos dolores. Que Dios los reciba en pago por mis culpas.

Recuerdo que unos pocos días después de la elección de Francisco se supo que éste, desembarazándose la muceta que le ofrecía monseñor Guido Marini, le replicaba airado: saque esto de acá. ¡Se acabaron los carnavales! Ojalá hubiese hablado como Caifás, profetizando a su pesar. Los carnavales, en las entrañas desgarradas de los templos que una vez fueron católicos, siguen más vigentes que nunca.

U.C.C.A.
-un católico con asco-

(las imágenes seleccionadas no corresponden a la Misa presenciada por el articulista)

viernes, 13 de febrero de 2015

¿LO DIJO IVÁN KARAMAZOV? ¿ACASO SARTRE? NO, FRANCISCO

De lo que abunda el corazón habla la boca. El sabio, del rebalse de su contemplación, vierte munífico las gemas; el necio, en cambio, agobia con su nulidad, con su operoso menoscabo de la verdad y el bien. Es creíble que Francisco -como muchos lo aseguran- planifique sus eloquios aun los más banales en busca de inducir ciertos efectos en la percepción de esa tele-feligresía de acatólicos y de bobo-católicos pendientes de sus belfos. Pero hay veces que habla de sopetón, urgido como por fuera del libreto por alguna ocasional pregunta, y entonces dice francamente lo que piensa, lo que abundan sus entrañas. Y se da a conocer con la mayor de las transparencias, y nos indica de paso el tenor de la gravedad de la crisis de la Iglesia, la espiral de dolores como de parto a los que ésta se halla abocada hasta que Dios disponga lo contrario.

Resulta que en su reciente viaje a Filipinas, una niña convocada para dirigirse al pontífice, integrante de un grupo de menores en situación de desamparo, lo interpeló acerca de «¿porqué los niños sufren?», rompiendo a llorar no más planteada la cuestión. Pese a su deber de representar a Cristo, en tanto Papa, a Francisco ni siquiera se le ocurrió mentar los dolores del Redentor: su respuesta fue un lacónico «no hay respuesta» (ver aquí).

Es noto que Iván Karamazov, el personaje de Dostoievski, funda su petulante ateísmo en la cuestión irresuelta -a su entender- del sufrimiento de los niños. Sartre, para quien el hombre es «una pasión inútil», sostiene una ética fundada en el rehuir el absurdo del sufrimiento. Las consecuencias del pecado original, el problema de la libertad y la responsabilidad, el valor expiatorio del dolor, son todos asuntos que tienen sin cuidado a estos exponentes extremos del delirio racionalista. De aquí que Camus pretendiera que la bondad de Dios sólo era admisible si se descartaba su omnipotencia.

La lección de Francisco (menos genial, bah) se emparenta y solidariza horriblemente con las precedentes. Hasta donde era posible pensar la mengua del testimonio cristiano, el eclipse de la conciencia de salvación, el olvido de la menor traza de soteriología en la parla del más indigno de los sucesores de Pedro, el actual pontífice llegó y fue más allá, allende las más tenebrosas expectativas.



lunes, 9 de febrero de 2015

EL PRONUNCIAMIENTO

Fueron palabras dichas a media voz, en el marco de una entrevista televisiva, pero viniendo de quien vienen suenan como proclamadas desde lo alto de un monte escarpado, de esos que hienden en punta el firmamento. Precedidas por una jocosa alusión a aquel discurso navideño de Francisco a la Curia romana espetándole a ésta sus quince pecados predominantes -que parecía otra tanta enumeración de las debilidades de Bergoglio-, el cardenal Burke dijo haber escuchado diversas bromas entre los cardenales, alusivas todas al detallado elenco: "y tú, ¿cuántas debilidades tienes?".

Pero lo más notable vino después: el compromiso de resistir al pontífice en caso de que éste lleve adelante su agenda de dar la comunión a re-casados y de reconocerle alguna bondad intrínseca a las yuntas sodomíticas. Este explícito posicionamiento de un cardenal era tan necesario como el vaso de agua que por caridad se concede a los sedientos, y en medio de otras tantas voces «buenistas» que abogan por un mantenimiento del enrarecido statu quo con tal de no tener que contabilizar bajas en las erráticas y enjutas filas (vídeo alusivo aquí), resulta a una equilibrado y vigoroso.

Muchos católicos de buena doctrina y de piedad sincera desestimaron la viabilidad de la alternativa Lefebvre cuando éste, harto de asistir a la promoción incesante de elementos modernistas o casi tanto -y de notar la efectiva persecución contra aquellos clérigos que celebraban la inderogable Misa de san Pío V-, tomó la decisión que derivó en su excomunión. No se puede faltar a la obediencia, dijeron los más obtusos. Se resienten la visibilidad y la integridad de la Iglesia, arguyeron otros con algo más de cacumen (lo que les faltó advertir a estos últimos, en todo caso, es el carácter diacrónico de la fe que profesamos, y que es el fundamento de la sociedad visible y una. No por nada el lerinense ordenó esas tres notas de la fe empezando por la temporal: quod semper, quod ubique, quod ab omnibus). Hoy, con la crisis supurando en toda la extensión del Cuerpo Místico, merece ser revisado el juicio adverso de entonces. Lo que está a punto de reclamarse a los fieles no es ya su adecuación a disposiciones tiránicas dimanadas del Sucesor de Pedro en punto a disciplina y ley eclesiástica, sino el asentimiento obsequioso al efectivo vejamen de la ley divina.

Pueda ser que, en medio de la repugnante deriva de la Adúltera, se realice entonces el auténtico ecumenismo, el único admisible. Y que al mismo tiempo que otros amparan su voluntad cismática en el número de sus adeptos, en la vasta organización diocesana heredada de mejores tiempos, en la posesión de los templos, éstos (los hijos de Lefebvre, los de Burke) confluyan en unidad visible como cauces de agua limpia. Cum persecutionibus, según lo adelantó el Señor (Mc 10, 30), pero netamente distintos, en punto a «visibilidad», del aluvión de fango listo a desatarse.